No se puede contar mucho más
sobre su nueva novela por pedido
expreso del autor a Página/12.
Fuentes sacude las manos como si
espantara un mosquito que se va de
boca y advierte que no quiere que se
sepa el final de esta historia que
pivotea entre la verdad y la
mentira, la comedia y el drama. Pero
dentro de la novela, como un juego
de cajas chinas, emergen diversos
guiños literarios, como la irrupción
de un escritor, un tal Maximino Sol,
que predica su confianza en los
jóvenes, aunque le parece “muy poco
interesante” lo que se hace en la
actualidad. ¿Hasta qué punto el
escritor se hace cargo de lo que les
hace a decir a sus criaturas? “No,
qué horror, es como si creyéramos
que Macbeth era Shakespeare.
Imagínese si los escritores fueran
sus propios personajes. Los hay en
cierto modo porque los crean, pero
también se arriesga al crear; es un
camino de ida y vuelta. Ese
personaje es simbólico, está hecho
de muchos personajes reales y de
muchísimos que no se corresponden
con nadie”, dice Fuentes. “En la
novela hay muchas opiniones que no
necesariamente son del autor. Si
todo se le atribuyera al autor,
terminaríamos en las cárceles,
seríamos criminales, mentirosos,
adúlteros.”
–Más allá de la farsa y
la comicidad, en la novela se dice
una frase que refleja el meollo del
problema: “Los gobiernos pasan, las
armas quedan”. ¿Por qué decidió que
el trasfondo fuera el narcotráfico?
–El trasfondo de la novela es el
horror del narcotráfico mexicano, un
narcotráfico que lleva a un tema muy
amplio, muy universal, que es cómo
tratar este asunto. ¿Se lo combate?
En México se ha comprometido al
ejército porque la policía es
demasiado corrupta, pero el ejército
corre el riesgo de contaminarse.
¿Qué recursos tenemos? Estados
Unidos también está esperando el
momento para entrar y hacerse cargo
de un problema que afecta a la
seguridad norteamericana. Yo estoy a
favor de la despenalización de la
droga, aunque sea de manera gradual.
Es la única respuesta. No se puede
combatir con las armas a gente que
tiene más y mejores armas que los
propios ejércitos latinoamericanos.
Cuando el presidente Roosevelt
despenalizó el alcohol, si bien
siguió habiendo borrachos en Estados
Unidos, ya no hubo más Al Capones.
–En este sentido, en la
novela aparece la imagen de la
hidra: se corta la cabeza y renacen
dos, y si se cortan esas dos, las
reemplazan cuatro...
–Se mata o se encarcela a un
narco y a la semana hay cuatro más.
No hay más remedio que intentar, así
sea paulatinamente, una
despenalización de las drogas. El
narco tiene el poder y hay lugares
en donde han contaminado a los
gobiernos locales. En México el
narcotráfico está muy concentrado en
el norte, en Michoacán; no es el
gran el problema nacional, pero sí
tiene una repercusión criminal muy
grande. Este gran peligro de nuestra
sociedad sólo se combate
despenalizando.
–En un momento de Adán en
Edén se menciona a los “falsos
positivos” en Colombia, las
ejecuciones extrajudiciales de
jóvenes presentados como
guerrilleros con el propósito de
demostrar estadísticamente que la
fuerza pública actúa con eficacia.
¿Esto sucede también en México?
–Que yo sepa no, al grado que se
usa en Colombia, no. El 90 por
cierto de los crímenes en México son
matanzas entre los narcotraficantes,
grupo contra grupo, capo contra
capo; un 5 por ciento son con
soldados del ejército, y el 5 por
ciento restante con civiles.
Básicamente es una guerra intestina
entre los narcos.
–Hay muchas referencias
literarias como el apellido Góngora,
y en un momento se menciona a
Quevedo. ¿Por quién toma partido
Carlos Fuentes, por Góngora o
Quevedo?
–Yo me quedo con Quevedo toda la
vida por su capacidad para nombrar
las cosas, por no dejar nada sin
nombrar. Creo que Góngora es un buen
poeta, pero Quevedo tiene la
particularidad de ampliar la
referencia lingüística: se puede
decir esto, esto es parte de la
realidad, por qué no hablar de esto,
de esto y esto (dice señalando
distintas partes de la mesa), como
lo hacen los grandes satíricos.
–¿En la novela hay algo
de ese humor de Quevedo, sobre todo
por esa cuestión de convertir la
grosería física en referencia
poética?
–Espero que sí, eso me halaga
(risas). Hay un chiste muy grosero
que Quevedo hacía de sí mismo.
Estaba en un camino, tenía ganas de
cagar y se subió a un árbol.
Entonces pasó alguien, lo vio y
gritó: “Quevedo”. Y Quevedo dijo:
“Cagamos, hasta por las nalgas me
conocen” (risas).
–Es muy fuerte el
registro periodístico que aparece
dentro de la novela, sobre todo
cuando Góngora, como responsable de
la seguridad pública, hace
declaraciones a la prensa. Lo
primero que dice al asumir es que
“todos somos cadáveres por venir”.
¿Por qué trabajó tan deliberadamente
este registro?
–La novela nace como género de
géneros con Cervantes; hay épica,
picaresca, novela de moda,
científica, novela dentro de la
novela; hay novela con personajes de
la vida diaria, con personajes
reales. Desde sus orígenes la novela
se presenta como ese género en que
cabe todo. Se puede meter todo en la
novela, lo periodístico, el ensayo,
la filosofía, la lírica, el relato.
Todo cabe en una novela sabiéndolo
acomodar. La novela es un basurero
de la literatura, pero de ese
basurero vivimos todos. El acento en
lo periodístico me permitía que el
personaje, Adán Gorozpe, piense en
lo que pasa cuando lee las noticias.
Pero la novela también se da a sí
misma en un momento en que en una
heladería de Buenos Aires leen Adán
en Edén Tomás Eloy Martínez y Sergio
Ramírez; de la misma manera que el
Quijote se entera de que se vende un
libro que se llama Don Quijote de la
Mancha, y él dice “ese soy yo”. Ese
es el juego en que la novela se
declara ficción.
–En este sentido, se
plantea desde las páginas de Adán en
Edén que no hay desenlace, hay
lectura; el lector es el desenlace.
¿Por qué el rol del lector es tan
fuerte en esta novela?
–Una novela que se cierra a sí
misma se condena, no se puede volver
a leer. No se puede volver a leer
una novela de Agatha Christie porque
una vez que se sabe quién es el
criminal el autor de la novela se
tira a la basura. Para mí la novela
tiene que quedar abierta para el
siguiente lector. Siempre digo que
el siguiente lector del Quijote
todavía no nace porque la novela ha
llevado 500 años y seguirá otros 500
o 2000 años más. La novela tiene que
quedar abierta para que el lector la
continúe y la transmita a otros
lectores.
–En otras novelas suyas
no está tan presente el lector con
la fuerza que aparece en esta, ¿no?
–Posiblemente no, porque escribo
novelas para educarme.
–En un momento uno de los
personajes plantea que “ironizamos
para admitir como verdad una mentira
enmascarada a fin de revelarla”.
¿Sólo en este sentido apela a la
ironía o cree que hay muchas más
capas y tela para cortar?
–La ironía tiene muchísimas
capas. La ironía es un hecho
existencial, sin la ironía no
podríamos sobrevivir. Saberse mortal
y tolerar esta idea de que vamos a
morirnos requiere de una ironía muy
grande para no suicidarse.
El prometido té negro, que se
hizo rogar, llega. Ahora parece que
está mejor, que es más fuerte.
Fuentes evoca con una chispa de
picardía lo que significó que su
padre, diplomático, fuera trasladado
de Santiago de Chile, donde vivió
entre los 11 y los 14 años, a Buenos
Aires. Tenía 15 cuando llegó a esta
ciudad que lo deslumbró, a pesar de
que el primer día de clases volvió
espantado por el corset fascista que
se respiraba en las aulas,
contaminadas por las ideas de
Martínez Zuviría, el escritor que
firmaba como Hugo Wast, el ministro
de Educación de Pedro Ramírez. Pero
su padre, comprensivo con ese
adolescente inquieto que no quería
asfixiarse y repetir consignas de
mausoleo, lo alentó que a callejeara
por la ciudad. De su pasión por
Buenos Aires regresa al arribismo de
Gorozpe, el narrador y personaje de
la novela. “En toda sociedad en
formación se encuentra este tipo de
personajes arribistas. Es un hecho
que se ha dado siempre, pero se
acentúa en las sociedades burguesas
porque son sociedades en formación y
deformación constante. Yo estudié
mucho este fenómeno porque la
Revolución Mexicana cambió
totalmente la sociedad”, explica el
escritor. Fueron expulsados los
viejos terratenientes, el antiguo
régimen entró en colapso y se
renovó. Los millonarios de La región
más transparente son los mendigos de
Adán en Edén. Los nuevos ricos de
esta etapa están relacionados
globalmente, cuando antes estaban
encerrados en veinticuatro
estancias.
–¿México es un país
enamorado del fracaso, como dice uno
de los personajes?
–Bueno, aunque lo dice un
personaje, creo que es cierto.
México es un país que ha sufrido
mucho, que ha tenido grandes
catástrofes, sobre todo desde la
independencia. Nos llevó mucho
tiempo organizar un Estado nacional.
Teníamos un Estado sin techo, porque
la colonia era el techo de nuestros
países; luego teníamos muros y los
derribamos, pero nos quedamos en
dictadores como Santana. Después
hubo un intento de reforma, pero
volvimos a caer en la dictadura. La
revolución se vio a sí misma como
una revolución que le daba entrada a
toda la realidad del país, la
educación, la cultura, el progreso,
el desarrollo económico. Los setenta
años del PRI fueron una especie de
alianza nacional de centroderecha o
de izquierda, bajo una misma cúpula,
que realmente se volvió intolerable
a partir del año ’68 con la matanza
de los estudiantes en Tlatelolco. A
partir de ahí, el PRI se empezó a
desintegrar y entró a la oposición.
Le atribuimos la corrupción al PRI,
que ha estado siete décadas en el
poder, pero luego descubrimos muy
rápido que el PRI no tenía el
monopolio de la corrupción, que en
los otros partidos también había
corrupción. El PRI era corrupto pero
eficaz... y va a volver en el 2012.
Se lo aseguro.
–¿La corrupción es el
combustible del sistema político?
–La corrupción es endémica en
todos los países del mundo, sólo que
en algunos se revela y se castiga
más que en otros. Los Estados Unidos
es un país corruptísimo; lo que pasa
es que hay un sistema judicial que
descubre a los corruptos y los
castiga. Ningún latinoamericano
llega a ser tan corrupto como
Bernard Madoff (el ex financista
acusado de fraude), condenado a 150
años de cárcel. Un mexicano cínico
–yo no lo soy– le diría que la
corrupción es el aceite que mueve
una sociedad y que sin corrupción no
hay progreso...
“La realidad es más de lo que
creemos; puede abarcar muchos mundos
que se complementan entre sí. El
mundo de la realidad, que estamos
aquí en este idílico hotel, incluye
la fantasía que está trabajando
dentro de cada uno de nosotros en
este momento”, sugiere Fuentes. “No
hay política sin farsa o no hay
farsa sin política. La política,
vista desde cierta distancia,
resulta una gran farsa en la que
todo el mundo les dice mentiras a
otros.”