“Borges le pidió a María Kodama que grabara en su lápida la frase ‘Él tomó su espada, y colocó el metal desnudo entre los dos’. Kodama, la hermosa y joven mujer de ascendencia japonesa que fuera su secretaria, se casó con Borges cuando este tenía ochenta y siete años y compartió los últimos tres meses de la vida del escritor. Ella fue quien lo acompañó en su tránsito postrero, que acaeció en Ginebra, la ciudad donde el escritor pasó su infancia y donde deseaba ser enterrado”. Así empieza La clase de griego, que podría pensarse como un pequeño tributo al autor de El aleph, el único escritor que Kang pudo leer cuando tuvo un bloqueo y no tenía deseos de escribir ni de leer novelas.

 

El Premio Nobel de Literatura es una puerta abierta para que circulen más libros de la autora surcoreana, cuya obra está traducida a más de treinta idiomas. Su narrativa, trenzada en el abismo de la poesía, emerge de los interrogantes existenciales como flechas que nunca dan en el blanco, pero que revelan nuestras heridas y cicatrices. “Hacer preguntas, eso es para mí escribir -afirma Kang-. No escribo respuestas, simplemente me afano por responder preguntas, trato de permanecer mucho tiempo dentro de ellas. De rodillas, arrastrándome otras veces, espero llegar hasta el final, hasta el centro (aunque sea imposible)”.