–Entonces parece que es cierto lo que decía Federico Fellini, como se recuerda en la novela, que en la infancia están los únicos recuerdos que valen la pena, ¿no?
–Sí, lo decía Fellini y creo que lo decimos todos. A medida que vamos creciendo nos llega ese momento en que volvemos para atrás y nos damos cuenta de que lo único que valió la pena está en la infancia. Tiene que ver con idealizar el pasado; en la infancia tenés la sensación de que tenés todas las posibilidades. Todo es posible: ser bombero, viajar al espacio, ser futbolista, encontrarte con un fantasma. Pero a medida que vas creciendo, parece que bombero no vas a ser, futbolista tampoco, no vas a ganar el Nobel a los 20 años como pensabas. Incluso es cada vez peor; nunca vas a viajar a tal lugar, no lo vas a lograr. La infancia es el terreno donde todo es posible. En la literatura, en el arte y en la infancia lo imposible es real.
–Aunque la relación del personaje con Martina es tóxica y violenta, ¿por qué nunca se usa la expresión violencia de género en la novela?
–Me parece que el libro tiene que ver con lo que está pasando hoy, con el tema de la deconstrucción. Él va contando medio con pudor su sexualidad, que no es la de un varón heteropatriarcal. Por otro lado, siente vergüenza por esa relación que fue un desastre, una relación enfermiza. Y si bien uno se pregunta por la violencia y por las cuestiones de género, sí queda claro que él no puede escapar de una forma de ser y de vivir que incluye eso. Es una relación en la que hay violencia mutua; cuando se ve del lado del hombre es violencia de género. Pero me parece que entra más en el terreno de la violencia pura y llana. Igual tendría que hablar con mis amigas feministas de esto porque quizá hay cosas que uno no tiene tan claras (risas). No sé… me parece que tiene que ver más con la violencia en general, con la necesidad de dejar atrás una manera de vincularse con celos, con gritos, con patadas, con mentiras.
–“La tecnología no sirve para nada. Es pura mentira humana. Un invento que falsea la realidad”, dice el personaje de la novela. Como escritor que participa activamente en las redes sociales, ¿está de acuerdo con lo que afirma el personaje?
–Tengo una relación de dependencia-odio con las redes sociales. Me parecen nefastas, aun cuando considero que aportan mucho. En una sociedad consumista como la nuestra, las tecnologías son herramientas que nos permiten ponernos a la venta y ser comprados o alquilados, comerciar con nuestra imagen y con la imagen de los demás, vender nuestros datos, exponer nuestra vida, nuestros gustos, convertirnos en sujetos cuantificables por parte de las grandes empresas, de los monstruos como Google y Facebook, todo eso me parece peligrosísimo. Vamos hacia un individualismo, hedonismo y egoísmo salvajes, que además va a ser esclavizante. Yo me siento adicto al celular, no lo puedo largar, aunque lo odie. Ya hay estudios que dicen que el cerebro te lo pide; te pide que lo agarres y mires qué hay. El personaje en la novela en un momento decide deshacerse del celular y es el momento de mayor liberación. Muchas veces me propuse: hoy salgo sin el celular a comer. Y de golpe hago el gesto de la mano de manotear el celular. Me parece que estamos pagando un alto precio por estar comunicados, por participar y exponernos y opinar. Hoy todo el mundo quiere sentar posición de cada tema que surge; de los 15 minutos de fama de que hablaba (Andy) Warhol pasamos a la búsqueda constante de figurar, de aparecer, de trascender. Y lo digo estando en redes sociales y sabiendo que gran parte de mi construcción como autor tiene que ver con las redes sociales, con Facebook antes y ahora con Twitter e Instagram. No veo manera de que podamos escapar ya de esto. El filósofo surcoreano Byung-Chul Han escribió que nos creemos libres y somos esclavos de nosotros mismos. ¿Para qué subimos fotos a las redes? Pensamos que vamos a vender más libros o que van a venir más personas a la presentación, pero en realidad lo que buscamos es aprobación. Y nada más. Las tecnologías son un mal supuestamente necesario; pero también eso de volver a la infancia es volver al recuerdo del mundo analógico en el cual tuvimos la suerte de vivir.
–La novela va narrando lo que hace el personaje cotidianamente en San Benito y los intentos por escribir el guión de una película. ¿Por qué tampoco puede escribir o lo que escribe no lo convence?
–Procrastinar es una marca de época. Él quiere escribir un guión y se imagina cómo va a ser recibido por los críticos, pero no es capaz de hacer nada más que tomar unas notas medio tontas que ni siquiera desarrolla y nunca se decide por nada. Sabe que quiere ser director de cine, que su vida no le gusta y que quiere una existencia distinta, pero no es capaz de salir de ese fango en el que está metido y siempre da vueltas sobre el mismo tema.
–¿Por qué eligió que quiera ser director de cine y no escritor?
–En la primera versión que hice era escritor. No me convencía porque me parecía que está demasiado visitado escritores que escriben sobre escritores. Si bien esta novela tiene una historia de ficción y fluye de determinada manera, cierra una etapa de mi vida y es una despedida de una manera de escribir que es partir de lo autobiográfico para empezar a imaginar. Lo que estoy escribiendo ahora va más a la mirada hacia el otro. Y como era un poco la despedida de esa etapa quería rendirle tributo a grandes creadores que habían sido muy importantes en mi formación: el cine de Fellini, de (François) Truffaut, de Agnès Varda, de Lucrecia Martel… creadores en los que me inspiro cuando voy a hacer algo. Antes escribía más a partir de mis lecturas. Ruda macho tiene que ver mucho con mis lecturas, El impostor también. Electrónica incluso tiene mucho que ver con ¡Qué viva la música!, de Andrés Caicedo. Cuando leí la novela de Caicedo, me dije: “Quiero escribir esto”. En esta novela tenía más ganas de ir a buscar en el cine y reconocer los aportes que había hecho en mi vida. También siento que así como estamos perdiendo un mundo analógico y estamos yendo hacia un mundo digital horrible, también en ese mundo está quedando atrás gran parte del cine y estos creadores. Si hace diez años nombrarlos era parte de un lugar común, yo creo que estoy haciendo como una especie de rescate para que queden a resguardo por lo menos en mi libro. Quería que este libro que es la patria de mi infancia y es el lugar donde están mis ídolos también fuera el lugar donde se refugiaran mis maestras y maestros. En la novela quise darle refugio a un mundo que está amenazado. Cumplí cuarenta, se ve que me estoy volviendo viejo (risas). Quiero un lugar donde mis maestros estén juntos, donde podamos abrazarnos hasta que pase esto… si es que pasa… hasta que vuelva el mundo analógico.
–Aunque haya una reacción antitecnológica de magnitudes imprevisibles, durante la revolución industrial hubo movimientos que rechazaron el avance de las máquinas. Pero esa revolución fue irreversible. No hubo vuelta atrás.
–Uno tiende a pensar que la tecnología es inevitable, pero después se corta la luz y no te funciona el televisor, la computadora, no te funciona nada, y decís: “tengo un libro y una vela”. No sé si es una esperanza o una ilusión ingenua, pero quizá en algún momento esto colapse y volvamos a empezar. La tecnología se destruye a sí misma todo el tiempo. El celular que hoy es último modelo en diez años no va a existir más. cinco años atrás Facebook era furor y ahora ya pasó. Quizá terminemos siendo un poco robots, un poco máquinas y un poco engranajes para alimentar a un monstruo tecnológico. Es probable… Por eso, con más razón, quise cobijar algo del mundo analógico en mi libro. La idea de sacralizar la tecnología es totalmente falsa; reemplazar a Dios por la idea de la tecnología o del mercado solamente nos va a llevar a mayor infelicidad, a mayor autodestrucción y a mucha más soledad. “Hay tanta gente sola”, como dice Charly (García). Al fin y al cabo estamos super conectados, super informados, pero estamos muy solos.
–El protagonista de la novela, hacia el final, mata a alguien involuntariamente. ¿Por qué deviene una novela policial? ¿Por qué alguien como él mata?
–Al final pasa eso porque la novela se va haciendo más cinematográfica. La idea era que él mismo se convirtiera en personaje de la película que no puede escribir. El tema de matar tiene que ver con eso, con que empieza a perder el control. Nunca tiene el control y hacia el final ya no es el autor, sino un personaje. Y como personaje hace cosas que no estaban en su mente. Es un tipo que fracasa constantemente en todo lo que emprende. En lo primero que fracasa es en no estarse quieto con la vida que tenía, que es lo que nos pasa a muchos. Llegamos a un momento en la vida que tenemos todo armadito, pero no nos alcanza, queremos algo más. El primer fracaso es no estar satisfecho con la vida mediocre que nos tocó por ser ciudadanos de este mundo y de este tiempo. Incluso los grandes hombres y las grandes mujeres tienen vidas mediocres. Toda existencia es mediocre, si la comparamos con las grandes existencias de las ficciones.
Una distopía popular
Enzo Maqueira está escribiendo un libro de crónicas, ensayo e investigación con Lucas Gutiérrez sobre “cómo se está viviendo la sexualidad hoy desde las viejas minorías que antes estaban en los márgenes y cómo viven en una aparente completa libertad”, dice el escritor. “Una de las novelas que estoy escribiendo es una distopía: Argentina en un próximo gobierno popular de acá a unos veinte años, en donde la tecnología ocupa un lugar preponderante en medio de un gobierno popular”, cuenta Maqueira y agrega que está haciendo su propio Stoner, de John Williams, novela que le voló la cabeza, inspirada en la historia de su padre, que nació en una casa de barro, en la pobreza extrema, en las afuera de La Plata. “A fuerza de trabajo y esfuerzo, podías llegar a formar parte de la clase media aspiracional que en los años 90 se fue a Miami, cómo se pasó de la calle de tierra a ir a Miami en el 92 –compara el escritor–. Después de lo bien que le fue a Electrónica, fue un cimbronazo reacomodarme. Los artistas que más me entusiasman son los que rompen todo el tiempo”.