Domingo, 20
de julio de 2014 Cultura › Lugar común, la palabra, muestra sobre Tomas Eloy Martínez
El narrador que hacía de la escritura un acto de libertad
La exhibición, a propósito de los 80 años del nacimiento del escritor, propone un recorrido por su vida y su obra a través de ejes temáticos. Además, Alfaguara acaba de editar Tinieblas para mirar, una colección de relatos en su mayoría inéditos o no publicados en libros. por Silvina Friera “Escribir siempre fue un acto de libertad, el único por el que mi yo se pasea sin rendir cuentas.” Tomás Eloy Martínez hubiera cumplido 80 años el miércoles 16 de julio y para celebrar este aniversario se publicó Tinieblas para mirar (Alfaguara), una compilación de cuentos que incluye varios inéditos (ver aparte), y se inauguró una muestra itinerante, Lugar común, la palabra, que propone un recorrido por la vida y la obra del escritor a través de distintos ejes temáticos: sus primeros años en Tucumán, la vocación por el periodismo, la crónica y la invención de la realidad, ficciones peronistas, entre la academia y las redacciones, y el legado imborrable, entre otros. En el panel de sus años en Tucumán, donde nació en 1934, está su primera fotografía, la de un bebé cachetón que pronto descubrirá sonidos nuevos en la lengua de todos los días; los retratos de su padre y de su madre; y la foto de los diez años, cuando desfiló como escolta de la Bandera frente a la Casa de Tucumán. “Por las noches, Padre solía sentarse junto a mí, en la cama, y acariciarme la cabeza. Madre no lo hizo nunca, y yo no esperaba que lo hiciera. Sabía que Madre empleaba todas sus fuerzas en quererse a sí misma, y mi amor consistía en eso: en ayudarla a quererse.” Gonzalo Martínez, el hijo que más se parece al padre, lee en voz alta este fragmento de la novela La mano del amo (1991) y agrega: “Tenía una relación muy fuerte con su familia, con su madre. Se fue huyendo de Tucumán, de esa cosa cerrada de provincia. Pero él siempre volvía; Tucumán era uno de sus lugares de referencia”. |
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En una de las tres vitrinas que despliega esta exposición en la Fundación Tomás Eloy Martínez, están las primeras ediciones de su obra, desde Sagrado (1969), su primera novela, hasta el póstumo Tinieblas para mirar. “Mi preferida es Santa Evita –afirma Gonzalo–. La mano del amo es la que más recuerdos me trae de papá. Pero el libro que más me gusta es Lugar común la muerte. Yo vuelvo a encontrarlo mucho en cada uno de sus libros, en pedazos o en fragmentos.” En el sector La Vocación por el Periodismo está la reseña que publicó de Cien años de soledad –la primera en el mundo– y la carta de aceptación de su renuncia al diario La Nación en 1961, entre otros valiosos materiales. “Sus críticas de cine eran muy ácidas, entonces las productoras de cine pidieron que lo sacaran del staff. Y a papá le pidieron, en todo caso, que no firmara. Pero se negó a no firmar –repasa Gonzalo–. Hoy en día sus frases sobre el periodismo me parecen utópicas (‘el periodismo es ante todo una vocación de servicio, ponerse en el lugar del otro, comprender al otro y a veces ser otro’), porque los medios tienen una línea editorial. Pero trabajando en La Nación, en La Opinión, en Página/12, él siempre defendía su pluma, su firma. Que no le tocaran una sola palabra.” Martínez fue el primer director periodístico del noticiero Telenoche; hay una foto en la que el escritor está en medio de Mónica Mihanovich y Andrés Percivale, en 1966; y más perlas visuales como la foto con Ezequiel Martínez Estrada en Bahía Blanca. “El ascenso, triunfo, decadencia y derrota de José López Rega”, publicado en La Opinión el 22 de julio de 1975, es el artículo que “le costó el exilio”, sintetiza Gonzalo. “López Rega le hizo la cruz y empezaron las amenazas. Papá siempre estuvo en el más alto nivel de peligrosidad en las listas negras de la Triple A. Se habría reído mucho, si se hubiera enterado”, advierte. Los paneles son ágiles; invitan a mirar y a leer los momentos cruciales de una vida: “Esta vieja máquina de escribir Remington fue su cómplice más fiel desde que llegó a Buenos Aires. Sobre sus teclas escribió guiones de cine con Augusto Roa Bastos, su novela Sagrado y las crónicas de La pasión según Trelew. Cuando debió abandonar el país, la pesada Remington quedó arrumbándose en un galpón, oxidándose de nostalgia. Fue recuperada por su hijo Gonzalo y jamás se restauró para conservar intactas las marcas que le dejaron la distancia y el exilio”. Gonzalo nunca olvidará el día en que fue al departamento de Santa Fe y Coronel Díaz para recuperar la máquina de escribir. “Nos pidió que sacáramos los libros. Siempre trataba de rescatar mucho de su biblioteca, a pesar de que la fue perdiendo muchísimas veces por tantas mudanzas. Yo fui a buscar la máquina en una época muy gris de Buenos Aires. Me acuerdo de estar llevando la Remington en el colectivo 29; era pesadísima.” Muchas de las fotos que se exhiben en la muestra son de Gonzalo: “Yo viví el exilio con él en Venezuela, donde creó el suplemento Papel Literario, de El Nacional, y después fundó y dirigió El Diario de Caracas”. Un fragmento de los ensayos y crónicas periodísticas de Réquiem por un país perdido (2003) va al grano de la cuestión: “Más que en sobrevivir, el tiempo del exiliado se va en juntar los pedazos dispersos de su ser”. Cuando Gonzalo se detiene en el panel de las ficciones peronistas, dice: “Lo gracioso es que los radicales pensaban que era peronista y los peronistas, que era radical”. El escritor se reunió con Juan Domingo Perón durante cuatro jornadas, entre el 26 y el 29 de marzo de 1970, en Puerta de Hierro. El resultado del ensamblaje de esos encuentros se publicó en la revista Panorama el 14 de abril de 1970. Si la vetusta Remington es una pieza de museo, el grabador tipo Geloso que conserva registradas las voces de Perón y Tomás compite por el trofeo máximo en el rubro reliquias. “Papá decía que Perón tenía muchas verdades y que por eso la única manera de hacer una biografía sobre Perón era novelada”, comenta Gonzalo. Una de las hojas manuscritas de lo que sería La novela de Perón tiene tres títulos alternativos: “Teatro de Perón”, “Perón o muerte” y “El que te dije”. “Papá reescribía mucho sus novelas; tiempo después incluso de haberlas escrito, encontrás varias correcciones que nunca llegaban a plasmarse”, subraya Gonzalo. En una de sus últimas libretas Moleskine están las hilachas de El Olimpo, una novela que no pudo concluir. Muy cerca, como Eros y Tánatos de la misma moneda, asoman las páginas manuscritas por siempre inéditas de La mujer de mi vida. “El decía que era una ‘novela muerta’ porque nunca terminó de gustarle”, aclara Gonzalo. En el bazar iconográfico y textual se recuperan imágenes de Tomás con sus alumnos en la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI); fotos con Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Francisco “Paco” Porrúa y Julio Cortázar; los rigurosos exámenes que les tomaba a sus alumnos de Nueva Jersey y las dedicatorias que le escribieron Manuel Puig, Alejandra Pizarnik, Pablo Neruda, Juan Gelman (“de hormiga a hormiga”) y García Márquez: “Para Tomás Eloy, del que no escribió Santa Evita”. El legado imborrable para sus siete hijos está contenido en las líneas de una carta que escribió poco antes de morir: “Lo que queda de mí y quedará en la vida futura es lo que hice, el amor que les tuve y la melancolía por no poder estar más tiempo con ustedes”. La máquina de escribir nunca termina de apagarse, a pesar del óxido y la vejez. La entrañable y aparatosa Remington forma parte de una notable instalación, colocada sobre un pequeño escenario donde se proyecta fuego y cuelgan páginas chamuscadas del libro La pasión según Trelew. En el prólogo a la reedición de 1997, Tomás explicaba: “Desde que me despidieron de Panorama por difundir una información que oficialmente era falsa, tomé la decisión de ir a Trelew para averiguar si alguien sabía lo que de veras había pasado. Llegué la segunda semana de octubre, en medio de una de las rebeliones populares más encendidas y secretas de la historia argentina. Conté el episodio en un libro que apareció a fines de agosto de 1973 editado por Granica y que alcanzó cinco ediciones antes de que, en noviembre, fuera prohibido por un decreto municipal. Más de doscientos ejemplares fueron quemados tres años después en la plaza de un regimiento de Córdoba en compañía de volúmenes escritos por Freud, Marx y Althusser, que ardían mucho mejor”. La última foto del escritor, del 15 de enero de 2010, fue tapa del suplemento Radar de este diario. Tomás está en la playa de Mar de las Pampas. “Papá quería volver a ver el mar. Llegó, lo acarició con sus dedos, se dejó caer sobre la arena y nos dijo: ‘Ya está, volvamos. Tengo que seguir escribiendo’”, escribió entonces Gonzalo. * La muestra se puede ver en la Fundación Tomás Eloy Martínez (Carlos Calvo 4319) de lunes a viernes, de 15 a 20, con entrada libre y gratuita. Cultura › Tinieblas para mirar recopila relatos inéditos o no publicados en libros Ejemplo de una formidable destreza narrativa “¿Sos o no sos un poeta, Hernán? Porque los poetas de verdad están con los ojos siempre abiertos, sobre todo si andan en la tiniebla”, le dice el Gallego Viñó, “fornido, desgreñado y ruidoso”, “máximo bardo nacional, cinturón negro del parnaso completo”, a ese aspirante a poeta que custodia el cadáver de Eva Perón en un camión cisterna. El cuento inédito que da título a Tinieblas para mirar (Alfaguara), catorce relatos escritos a lo largo de medio siglo –buena parte de ellos inéditos o nunca antes publicados en libro–, rebasa la formidable destreza narrativa de Tomás Eloy Martínez. “Toqué los dedos de Eva con la punta de mis dedos. Estaban entrelazados sobre el pecho y de ellos manaba el rosario que Pío XII le había regalado durante el viaje triunfal de 1947. Después me toqué la cara, para sentir que yo era yo. La tenía húmeda, arrasada. Estaba llorando. Por primera vez desde la infancia, yo, Hernán Uriarte, sentí la llamarada del llanto lloviendo sobre mi corazón.” En la nota posliminar, Ezequiel Martínez plantea que este relato refleja “su temprana obsesión” por el cadáver de Evita. En una carta de 1997 al editor Abel Gerschenfeld, el autor comparte las andanzas de este texto: “En 1963, cuando nadie sabía en la Argentina qué había pasado con el cadáver de Evita, soñé que el cuerpo era escondido dentro de un camión de gasolina y que el camión se incendiaba. Escribí un cuento que narraba ese sueño, pero nunca lo publiqué. Su título era ‘Tinieblas para mirar’”. El volumen abre con “Confín” (1979), publicado por primera vez en el diario Ultimas Noticias, de Caracas, el 5 de septiembre de 1982, elegido por los editores por considerarlo “una poderosa e inquietante metáfora de la Argentina”. El fervor por un delincuente manco tucumano, una especie de santo para el pueblo, atraviesa “Bazán”, texto que salió por primera vez en La Gaceta de Tucumán en diciembre de 2006 y que tuvo una edición en la editorial Eloísa Cartonera. Otro relato que indaga en las creencias populares es “Habla la rubia”, uno de los primeros cuentos que escribió en 1961. Otro del mismo período es “La inundación”, donde se percibe el oído de un joven escritor atento al habla y a ciertas expresiones, como “andar intruseando”. Otro poderosísimo cuento es “Colimba”, una ficción autobiográfica que se difundió a través de The New York Times Syndicate, en mayo de 2006, con el título de “Primavera del 55”. El narrador, al que justo le toca hacer la colimba en el año ’55 –uno de los “más caudalosos en golpes militares y acuartelamientos”–, siente miedo cuando se entera de que junto con otros soldados deberá controlar una manifestación de dos mil obreros que avanza desde los ingenios hacia Tucumán, cantando la marcha peronista. “Yo no entendía muy bien por qué mi familia odiaba a Perón ni por qué otros lo querían tanto. Lo único que entendía era que el golpe militar de septiembre había dado felicidad pero también desdicha, y que por mí no pasaba ninguno de esos sentimientos. Yo sólo tenía tristeza, y la sensación de no estar en ninguna parte”. Antonio Malabia, el protagonista de “Purgatorio”, es un diplomático argentino de carrera que está interesado en la gloria literaria. Un llamado del presidente lo saca del confort de Varsovia para cumplir con un encargo desopilante: viajar como enviado plenipotenciario a Andorra. “Los andorranos no van a seguir toda la vida aislados del mundo. Y el que llega primero llega dos veces. Si nadie pudo, los argentinos podemos”, se ufana el presidente. Inolvidable es Rhina, la protagonista de “Historia de la mujer que baila sin moverse”, una mujer calzada con zapatillas de ballet en una estación de tren que afirma que “sólo en esta realidad que nunca se mueve me siento segura”. Estos cuentos irradian luz sobre el caudal desbocado de la imaginación de Martínez y llevan al máximo lo que podría ser su incalculable legado literario: “Escribir ficciones es buscar lo que no somos en lo que ya somos, es aceptar, en aquel que somos, todos los otros que no podremos ser”. |
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por Silvina Friera
Diario Página12 (Argentina)
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/17-32804-2014-07-20.html
Domingo, 20
de julio de 2014
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