Viernes, 22 de marzo de 2013 Literatura › Hebe Uhart abrió el II Festival de Literatura Filba Nacional en Santa Fe Clase maestra sobre el oficio de escribir
En el Centro
Cultural Provincial y ante 300 personas, la
autora de Del cielo a casa abrió el
encuentro centrado en las obras de Juan José
Saer y Juan L. Ortiz. “Es mejor que el que
escribe no se sienta escritor porque inflar
el rol conspira contra el producto”, afirmó. por Silvina Friera “Un escritor necesita aprender a atender, a mirar y a escuchar”, aseguró Uhart en el Filba. |
¡Cómo “loquean” las estrellas en Santa Fe! No es lo mismo decir que brillan o titilan. Tiene razón esa sabia mujer de estos pagos, “sentada a favor del río”, que se cruzó hace unos años con Hebe Uhart, pescadora sutil de neologismos y expresiones para atesorar. El pasto cambia su tono de verde y el calor prefigura el trópico. El sol aprieta pero no ahorca en el corazón de esta ciudad. Los taxis santafesinos exhiben un llamativo cartelito que reza: “Prohibido fumar, comer y beber”. Esas prohibiciones prolijamente encadenadas se dispersan en el aire como un fastidio pasajero. “Un escritor necesita aprender a atender, a mirar y a escuchar. El trabajo del escritor no está en el acto de escribir, sino en toda una tarea previa de tener entrenada la mirada, el oído y la atención. Y para eso debe tener sentido del detalle”, dice la escritora en el Centro Cultural Provincial durante la inauguración del II Festival de Literatura Filba Nacional, centrado en dos figuras insoslayables: Juan José Saer y Juan L. Ortiz. Hay más de 300 personas en la sala principal, entre los que se encuentran varios de los narradores y poetas invitados: Diana Bellessi, Claudia Piñeiro, Damián Tabarovsky, Selva Almada, Sonia Scarabelli, Patricia Suárez, Romina Paula, Damián Ríos, Florencia Abbate, Hernán Ronsino, Francisco Bitar, Ricardo Romero, Carlos Bernatek, Diego Arbit, Sagrado Sebakis y Marilyn Contardi. “Una gran parte de los escritores jóvenes obvian los detalles y las particularidades, ya sea porque son demasiado vagos o presumidos como para entrar en minucias”, decía Flannery O’Connor. Uhart recuerda esta cita porque el escritor principiante no se detiene en colocar un nombre adecuado al personaje, “se considera por encima de esa tarea, cree que está para cosas mayores, como mostrar sus ideas, o mostrar qué linda manito que tengo yo para escribir”. Toda idealización es “una mala forma de distancia”, opina la mejor escritora argentina. “Los cuentos escritos por principiantes suelen estar preñados de emoción –vuelve a convocar a O’Connor–. Es la emoción del autor, pero es una emoción cruda, no elaborada, propia del principiante que ve el mundo como le gustaría que fuera o como cree que debe ser. Hay, cuando nos ponemos a escribir, un montón de elementos del paratexto, o circundantes al proceso, que todos tenemos, pero que no hay por qué escribir porque son una intromisión en la historia.” A esta altura de la noche, más de uno se dio cuenta de que estaba asistiendo también a una especie de taller literario acelerado, una clase magistral. “Para atender hay que aprender a esperar, básicamente a soportarse a uno mismo, a no impacientarse, a no querer terminar pronto y poner una palabra por otra cuando no estoy del todo convencido de que sea la adecuada. Cuando el escritor se cansa del personaje, dice: ‘Me tiene harto, yo lo mato o lo jubilo, o lo divorcio o lo hago ir a Europa’. Esta intromisión arbitraria del escritor es porque no se aguanta a sí mismo en relación con su texto.” Uhart deja picando un puñado de interrogantes a los santafesinos: “¿Cómo es que pobladores de sectores medios, no personas carenciadas, viven junto al río y aunque se les haya inundado diez veces la casa no se mudan? Muchas personas, pasada cierta edad, se retiran en sus casas y no salen a la calle, como si hubieran hecho un voto de encierro. Y cómo es que siendo la población blanca del mismo origen racial que la de Buenos Aires, tiene más aspecto de europea que la porteña. He visto muchas veces por la calle caras parecidas a las de los colonos, anchas y rozagantes, a las que les falta sólo la patilla cercana a la oreja, como se ve en los retratos de sus ancestros”, explica. Especialista en el rescate de narradores periféricos, considerados “menores”, la escritora menciona a Luis Gudiño Kramer, un autor santafesino olvidado que ofrece “un registro amplio y fino” del mundo campero, suburbano y fluvial. “Lo primero que me llama la atención de Gudiño Kramer es que sabe poner bien los nombres a los personajes y lugares –revela la escritora–. Un barrio se llama Malabrigo, otro Caballú Cuatiá. Un caballo Corazón; y las personas Tolentino, Jovino, Edelgisto, Don Marte. A mí, un escritor que ha puesto un buen nombre al personaje me da buena espina, es que ha atendido al personaje, se ha tomado un trabajo y además el nombre le marca un rumbo.” Pablo Braun, director del Filba, rebobina la película de este festival de literatura itinerante. Cuando terminó la primera edición, el año pasado en Bahía Blanca, pensó: “Hicimos el primero, ahora se viene lo más difícil: sostenerlo en el tiempo”. Estar en Santa Fe significa sostener “el aporte al intercambio federal de la literatura y la cultura en general”. Braun cuenta la anécdota del primer día. Anda circulando de boca en boca. Durante “Sale Saer”, una actividad que consiste en el recorrido que hace una propaladora –una camioneta “propalando” la obra del autor de Glosa–, en un punto del recorrido un guardia de seguridad de una farmacia salió a escucharla. “Al rato pidió a alguien de nuestro equipo si no teníamos algún libro de Saer, porque había leído hace muchos años El limonero real. Quería volver a leer a Saer. Lamentablemente no teníamos libros, pero esa misma tarde, cuando saliera del trabajo, iba a ir a una librería a comprar un libro suyo”, resume Braun. Por este tipo de detalles vale la pena organizar muchos Filba a lo largo y a lo ancho del país. Uhart, la más filisberteana de las narradoras argentinas, no se cansa de repetir que uno de sus grandes maestros fue es y será Felisberto Hernández. “Las preguntas que se les suele hacer a un escritor sobre si escribe con lápiz de carpintero o con la computadora, si de noche o por la mañana, con rituales o sin ellos, son inoperantes y revelan la idealización del escritor. ¿Por qué no preguntan a qué hora almuerza, o si va al baño una o dos veces por día o si tiene los impuestos al día? Hay una más curiosa: ¿desde cuándo se siente escritor? Como si ser escritor fuera producto de una iluminación divina –ironiza la escritora y cosecha más aplausos–. Es mejor que el que escribe no se sienta escritor porque inflar el rol conspira contra el producto. La vanidad aparta al que escribe de la atención necesaria para seguir a su personaje o situación. Esto es lo que Simone Weil denomina “humildad intelectual”, que es la atención, la capacidad de salirse fuera de sí mismo”. La autora de El budín esponjoso, Guiando la hiedra y Del cielo a casa plantea que para escribir hay que estar “a media rienda”. “Si estoy demasiado eufórico, me saldrá algo que parece hecho por un borracho o drogado. Si estoy muy deprimido, veré el mundo tan negro que nada valdrá la pena.” |
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por Silvina Friera
Diario Página12 (Argentina)
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Viernes, 22 de marzo de 2013
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