La “tránsfuga” de clase ha recorrido un largo camino desde Yvetot, el pueblo de 7000 habitantes donde pasó su infancia y primera juventud, en el seno de una familia proletaria de Normandía, hasta obtener el Premio Nobel de Literatura, dotado de 920.000 euros, “por el coraje y la agudeza clínica con la que descubre las raíces, los extrañamientos y las restricciones colectivas de la memoria personal”. El territorio de la infancia de la escritora francesa Annie Ernaux, con su gente y su lengua, está en las antípodas del mundo al que entró a través del reconocimiento literario. La adolescente con acento de clase baja sigue viviendo en esta escritora, pionera de la autoficción o de una “autobiografía impersonal”, como prefiere llamarla. El sentimiento de inferioridad, de vergüenza social, permanece. No es posible olvidar que su madre vendía papas todo el día para que ella “pudiera sentarse en un anfiteatro universitario para escuchar hablar de Platón”, como escribió en Una mujer.
Nunca se sintió “legítima” ni completamente en su lugar en los círculos literarios y sociales. Pero ya no experimenta la sensación de traición porque cree que hizo lo que mejor pudo hacer: dedicarse a escribir con rigor. “Su camino hacia la autoría fue largo y arduo”, planteó la Academia Sueca y destacó la forma en que la escritora francesa “examina de manera consistente y desde diferentes ángulos una vida marcada por fuertes disparidades en cuanto a género, idioma y clase”, a lo largo de más de treinta obras literarias. La Academia Sueca mencionó
L’ occupation (2002), editado por Cabaret Voltaire, una de las editoriales españolas junto con Tusquets que han publicado la obra de la flamante Premio Nobel de Literatura. En ese libro Ernaux disecciona la mitología social del amor romántico. “Sobre la base de notas en un diario que registra su abandono por un amante, confiesa y ataca una imagen de sí misma construida sobre estereotipos. La escritura se convierte en un arma afilada que disecciona la verdad”, argumentaron desde Estocolmo la elección de esta autora que ha explorado el aborto (El acontecimiento), la muerte de su padre (El lugar), las miserias del matrimonio (La mujer helada) , el Alzheimer de su madre (No he salido de mi noche), el cáncer de mama que tuvo (El uso de la foto), la pérdida de la virginidad y el amor no correspondido (Memoria de chica) y la hermana que murió antes de que ella naciera (La otra hija).
“Siempre quise escribir como si no fuera a estar cuando publicaran lo escrito. Escribir como si fuera a morirme y ya no hubiera jueces. Aunque es posible que sea una ilusión creer que el advenimiento de la verdad depende de la muerte”, escribe al inicio de La ocupación, donde examina una terrible etapa de celos que sufrió tras abandonar a un amante que decidió reanudar su vida con otra mujer. Como la mayoría de su obra, el estilo es descarnado, directo, sin artificios. Para llegar a la verdad que ella persigue necesita eso que algunos califican de estilo “frío” y cortante; “escrito a cuchillo”, dicen. Quizá solo se trate de un estilo que intenta experimentar con la distancia respecto de la propia experiencia; mirarse desde lejos para mirar con más hondura y clavar el cuchillo como quien muestra, sin dramatismo, dónde está la herida. No siempre escribió de esta manera descarnada. En 1974 publicó su primer libro, Los armarios vacíos, la historia de una estudiante universitaria que se somete a un aborto; pero todavía no desplegaba ese yo biográfico que la haría conocida en la escena literaria internacional. “Me interesa la escritura para hacer visibles las cosas, no para embellecerlas -suele aclarar la escritora-. Y me interesa también mantener cierta distancia, sin imponer una visión sentimental, sin juzgar. Después de mucho esfuerzo, de escribir mucho y de tachar mucho di con la forma llana, natural”.
En octubre de 1963, cuando estudiaba filología en Ruan, descubrió que estaba embarazada. En una sociedad que penalizaba el aborto con prisión y multa, ella no dudó sobre la interrupción de ese embarazo. En El acontecimiento (Tusquets), publicada en el 2000 en Francia, narra el desamparo y la discriminación de una sociedad que deja a las mujeres sumidas en la intemperie de un aborto clandestino. “Escribir la novela fue parte del deseo de que el recuerdo de lo que se ha infligido a las mujeres durante siglos permanezca y no retrocedamos”, explicó Ernaux, que adhiere al feminismo interseccional. “No me hago ilusiones -agregó-: siempre hay grupos e individuos que no aceptan la libertad de las mujeres para disponer de sus cuerpos”. El acontecimiento fue llevada al cine por la directora Audrey Diwan, ganó el León de Oro en la Mostra de Venecia en 2021 y se estrenó recientemente en HBO Max.
“La escritura es un acto político que abre los ojos a la desigualdad social”, expresó la ganadora del Premio Nobel de Literatura. La Academia subrayó que la autora de 82 años “utiliza el lenguaje como un cuchillo, como ella lo llama, para rasgar los velos de la imaginación”. Aunque Emmanuel Carrère, Virginie Despentes, Édouard Louis, Didier Eribon y Delphine de Vigan la han reconocido como una precursora, hubo un desdén persistente hacia la obra de la escritora francesa. Ella misma reveló que eso cambió cuando publicó Los años, una crónica de los cambios de la sociedad francesa de posguerra que se convirtió en un fenómeno en Francia, un libro que la acercó a nuevos lectores. “He tenido enemigos de los que me siento orgullosa -recordó en una entrevista-. Venían de la derecha, pero también de la izquierda caviar. Ahora ya no se atreven, pero durante mucho tiempo me masacraron”. El Nobel la consagra definitivamente cuando hasta hace un par de décadas era una paria de las letras francesas, como ella mismo reconocía. Al escribir sobre las experiencias de una mujer se la ninguneó como una escritora “menor”.
La noticia del Premio Nobel la encontró en su casa de Cergy-Pontoise, a unos 40 kilómetros de París. En las novelas Diario del afuera y La vida exterior (publicado por la editorial argentina Milena Caserola con traducción de Sol Gil) se nutre de la minuciosa observación de la vida cotidiana en ese lugar en el mundo que eligió para vivir hace más de dos décadas. “Compré la revista Marie-Claire en la estación de la Ciudad Nueva. El horóscopo del mes: ‘Encontrará a un hombre maravilloso’. Varias veces al día me pregunté si el hombre con el que estaba hablando era ese hombre”, se lee en el libro. “Escribiendo esto en primera persona me expongo a todo tipo de comentarios que palabras como ‘ella se preguntó si el hombre con el que estaba hablando era ese hombre’ no provocarían. La tercera persona, él/ella, siempre es otro y puede actuar como quiera. El ‘yo’, lector, soy yo y es imposible –o inadmisible– que lea el horóscopo y me comporte como una chiquilina. El ‘yo’ da vergüenza al lector”.
La escritora que ha apoyado al líder antiliberal Jean-Luc Mélenchon ganó el Premio Renaudot (1984), el Premio Marguerite Duras (2008), el Premio Strega Europeo (2016), el Premio Marguerite Yourcenar (2017) y el Premio Formentor (2019), entre otros. La niña que devoraba libros en un rincón de una tosca tienda de provincias en Normandía hunde el cuchillo hasta el fondo del dolor y la vergüenza, tatuada por la humildad de su origen campesino. El cuchillo de Ernaux es íntimo y social. Lejos de cicatrizar, la herida no desaparece.