La mano izquierda dibuja, la derecha escribe. Esta división práctica del trabajo artístico fue una lucha constante para el escritor, diplomático y académico de la lengua, que siempre decía –medio en broma, medio en serio– que había sido “parte de la cola del boom”. Entre la vacilación y el vértigo, avanzó palabra por palabra, experimentando con la música del lenguaje, el pellejo de la historia y el riesgo de la imaginación. Su estilo era una extraña combustión de Juan Rulfo con William Faulkner, Lewis Carroll con James Joyce. El mexicano Fernando del Paso, Premio Cervantes 2015, murió a los 83 años en la ciudad de Guadalajara, el lugar que había elegido el autor de dos novelas excepcionales como Palinuro de México y Noticias del Imperio para vivir con su familia desde 1992, tras más de dos décadas de carrera diplomática entre Londres y París.
Un mundo insospechado se abrió para Del Paso (Ciudad de México, 1º de abril de 1935) cuando leyó El rayo que no cesa, de Miguel Hernández. A fines de la década del 50, como un “ejercicio de versificación”, escribió sus Sonetos de lo diario, que Juan José Arreola editaría en la mítica colección “Cuadernos del Unicornio”. En 1966 publicó su primera novela, José Trigo –por la que obtuvo el Premio Villaurrutia–, en la que narra la vida de un disidente ferroviario. La idea surgió cuando vio a un hombre desgarbado caminando por las vías abandonadas del tren, cargando con un pequeño ataúd. “Es una novela de ambiciones desmesuradas y de una extrema complejidad, donde el lenguaje es el auténtico protagonista”, reconocía el narrador. “Quise contar el movimiento de los ferrocarrileros en México en los ‘50. Vivían en furgones abandonados. Desde el punto de vista plástico era hermoso. Terrible, desde el punto de vista social. Me diagnosticaron por entonces, no había cumplido 30 años, un cáncer. Creía que iba a ser mi único libro y quise meterlo todo”. En ese debut se encuentra el humus de la narrativa que perfeccionaría en el futuro: el interés por el humor y el ambiente popular, el trasfondo histórico, la preocupación por el lenguaje, la complejidad de la estructura y la intertextualidad.
En Palinuro de México, su segunda novela, premiada con el Rómulo Gallegos, despliega un mosaico de historias cuyo centro son las andanzas de Palinuro –nombre del timonel de la nave de la Eneida de Virgilio–, un estudiante de Medicina que vive en una pensión con su prima Estefanía, con la que mantiene una relación sentimental. Este collage barroco y onírico tiene la represión juvenil de Tlatelolco de 1968 como telón de fondo. En Noticias del Imperio (1987), considerada su obra maestra, cuenta la historia “trágica, bella y surrealista” del emperador Maximiliano y Carlota de Habsburgo, quienes al llegar a México creyeron que serían recibidos con todos los honores. El emperador fue fusilado en Querétaro y Carlota enloqueció y murió en 1927. También escribió el policial Linda 67 (1995), y tiene piezas teatrales como La loca de Miramar (1988), Palinuro en la escalera (1992) y La muerte se va a Granada (1998), sobre el asesinato de Federico García Lorca; publicó los relatos Cuentos dispersos (1999) y ensayos como Viaje alrededor de El Quijote (2004), entre otros.
Del Paso se convirtió en el sexto mexicano en recibir el Cervantes en 2015, después de Octavio Paz (1981), Carlos Fuentes (1987), Sergio Pitol (2005), José Emilio Pacheco (2009) y Elena Poniatowska (2013). Cuando se enteró de la noticia valoró que ese reconocimiento fuera “la culminación a toda una vida dedicada a las letras y una dosis de revitalización tras una larga enfermedad”. En 2013 había tenido “unos infartos al cerebro de carácter isquémico”, que afectaron el habla y la escritura. Cuando recogió el Cervantes, acompañado de su esposa Socorro y sus cuatro hijos, con la voz quebrada, Del Paso habló de su relación con la literatura española y lanzó uno de sus memorables cuestionamientos a la política mexicana: “Las cosas no han cambiado en México sino para empeorar, continúan los atracos, las extorsiones, los secuestros, las desapariciones, los feminicidios, la discriminación, los abusos de poder, la corrupción, la impunidad y el cinismo. Criticar a mi país en un país extranjero me da vergüenza”, reconoció. “Me trago esa vergüenza y aprovecho este foro internacional para denunciar la aprobación en el Estado de México de la bautizada como Ley Atenco, una ley opresora que habilita a la policía a apresar e incluso a disparar en manifestaciones y reuniones públicas a quienes atenten, según su criterio, contra la seguridad, el orden público, la integridad, la vida y los bienes, tanto públicos como de las personas (...) Esto pareciera tan solo el principio de un estado totalitario que no podemos permitir. No denunciarlo, eso sí que me daría aún más vergüenza”.
Había que ser testigos del imán que generaba en la Feria del Libro de Guadalajara, desplazándose en silla de ruedas, con esa barba y melena tan de Papá Noel, y sus extravagantes trajes de dandi anglosajón y parnasiano. En la FIL de 2014 recordó a los 43 estudiantes desaparecidos en Guerrero en septiembre de ese año. “Aprovecho para solidarizarme con los padres de los 43 jóvenes desaparecidos de Ayotzinapa. Señor Presidente Peña Nieto, no se engañe usted, todos somos Ayotzinapa”, afirmó. “He sido un equilibrista que se mueve en la cuerda floja entre la imaginación y el rigor histórico. La historia es el andamiaje de mis novelas, lo que me permite lanzarme a contar muchas cosas”, planteó el escritor. “Dibujar es una venganza de mi mano izquierda al acto de escribir. La plástica es mi liberación personal; escribir me angustia terriblemente, me cuesta un trabajo espantoso”.