Nuestra querida Victoria Pueyrredón y su Letras de Buenos Aires |
Hace muchos años que conozco a la hoy muy querida Victoria Pueyrredón. Era muy amiga del exquisito Marco Denevi y tuvo la amabilidad de acompañarlo a una comida en mi casa cuando éramos todavía bastante extrañas entre nosotras. La entrevisté para la Revista Cultura que dirigía Patricio Lóizaga y desde entonces la estima recíproca y los intereses parecidos fueron acercándonos más y más. Me explicó que desde chica había tenido in mente una revista - libro que quedara en la biblioteca. Quería publicar notas literarias inéditas, de gente que nunca había tenido chance en otro lado. Esto luego no ocurrió exactamente así, puesto que LETRAS de BUENOS AIRES acabó por albergar también firmas famosas. La generosidad de Victoria no soportaba que se muriera un señor en el interior de la Argentina con sus papeles en un cajón, o que un libro no encontrara eco simplemente porque nadie le daba publicidad. Formó pues una comisión de asesores que no se conocían, “ por encima de toda sospecha”. Al principio los consultaba a cada dos por tres, después, sólo cuando surgían problemitas de varia especie y color. Cada sábado, además, convocaba en su casa a una “mesa de redacción”, cuatro personas, cuatro criterios respecto de la poesía. no precisamente concordantes. Seleccionaban el material recibido. La aprobación ganaba por mayoría. Victoría no votaba pero se había reservado el derecho al veto. Los nuevos títulos figuraban en “Libros recibidos” y se comentaban los que consideraban de más interés para el público argentino. Tiene jugosas anécdotas. Un día cayó en su cocina un señor con overall y un maletín. El plomero, ¡por fin!, lo festejó Victoria. Se había roto el ascensor central. Pero no: venía a comprar veinte números de la revista, donde se había publicado un ensayo suyo... Se comentó un libro de Gorostiza cuando éste no había llegado todavía a la Secretaria de Cultura, o de María de Monserrat, entonces la única académica del Uruguay., que había pasado desapercibida en la Argentina . . La distribución...¡Ah, la distribución, el cuello de botella de toda hoja editada! Kioscos... Los libreros no compran, aunque uno adquirió una cantidad del número – lanzamiento, seguro de que llegaría a representar un tesoro para los bibliófilos futuros. Lo mejor era confiárselos en consignación a pocos verdaderos libreros tradicionales, una raza de cuidadosos y solidarios lamentablemente en vía de extinción. En el país y fuera del país se multiplicaron las suscripciones de estudiantes, bibliotecas, universidades, embajadas, hasta de una librería inglesa en plena guerra de las Malvinas, a pesar de los pesimistas convencidos de que las revistas no suelen durar más de dos números. Pero a Victoria no la iban a desencantar así nomás. “¡Bueno, quiere decir que le pondremos No. 3 al primero!” contestaba con su empuje habitual. Los corresponsales debían empeñarse en colocar la revista por lo menos en una librería de su ciudad. ¿Cómo financiar la revista? Con avisos. Una lucha, sigue suspirando Victoria, después de verse obligada a suspender por un tiempo la edición de su amada revista. Pero la reanudó con tenacidad y ardor hace ya años. Se ha ocupado personalmente de su criatura hasta el último detalle. Le pasó lo que nos pasa a todos: “ A veces llamo por teléfono a una persona que no conozco y me dice que sí...En cambio otras, que creí que me lo iban a dar...” Muchos elogios, poca plata. Victoria no va a aflojar. Derechita y digna, como su revista pequeña pero prestigiosa que quiso de formato libro para que no fuese de vida efímera y permaneciera de pie en las estanterías de todo el mundo. |
Nisa Forti Glori
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