El misterio de la compulsión de contar |
El escribidor observa la vida y cavila. La gente que vive y no se pregunta por qué vive, y por qué de determinada manera y no de otra; la gente que no medita sobre lo que vio y tocó; que habla por hablar y trabaja sólo porque debe, sin goce, sin pasión; sin elegir; a lo mejor sin pensar... ¡Esa gente no vive de verdad! Se deja vivir. Yo estallaría, se dice el escribidor. Yo moriría si cada día igual al otro tuviese que levantarme y barrer, chacharear, alimentarme y alimentar y decir cosas trilladas y resabidas. Sí, yo también lo hago, por supuesto. Yo también soy un animal doméstico. Vida de pollos, decía irónicamente un primo mío, con evidente frustración. ¡Pero a mí, trata de consolarse el escribidor, me ha sido dada la magia! De elaborar y resucitar lo que oí, sufrí, disfruté y contemplé. Y puedo volver a oírlo, sufrirlo, disfrutarlo, contemplarlo de nuevo, mil veces de nuevo, porque me apoderé de todo eso y lo transformé. Así habré de devolverlo. Elixir o veneno. Risa o lamento. Ironía o bálsamo. Dueño de mi universo, del universo todo. Libre, no cautivo de los sucesos. Los sucesos, son cautivos míos, lo mismo que las cosas. Yo les arranco sus secretos. Yo absorbo su jugo y los arrojo, desecados, y nadie me sellará la boca. No moriré consumido por una insulsa cotidianidad sin sentido aparente. No me anulará lo absurdo mientras pueda comprender que lo es. Cada hecho tendrá sentido si sabré recrearlo. La vida es un psicodrama. El hombre ama asignarse roles, interpretarse. Se interpreta siempre. Yo me interpreto, yo te interpreto, Tú te interpretas a través de mí. Siempre los mismos protagonistas: los hombres. Siempre el mismo epílogo: la muerte. Al niño le gusta que le cuenten, y es fabulador. La madre le narra al hijo y la maestra al alumno. El viejo intenta contar aunque ya no lo escuchen. Se cuenta a sí mismo, a su memoria, a su corazón que no acepta atrofiarse, al Fin que se aproxima con rápidos pasos. Le relata cosas de la vida para entretenerlo, para distraerlo, para demorar el momento de entregarse. Le dice:¿ves? Mientras hablo y si hablo, vivo. Pero la verdad es al revés. Es que sigue vivo porque aun tiene algo que decir. *** Ustedes están bien vivos. ¡Oh sí! ¡Y cómo aman la vida! Aman la vida y quieren contar cuánto la aman y por qué la aman, y de quienes la sufren y por qué la sufren Quieren rescatar de su prisión de silencio, de semi inconsciencia, de afasia psíquica, a los incapaces de comunicar y de expresarse. Arrancarlos a la insonoridad, volverlos visibles, hacerlos protagonistas. El niño señala, complacido, la bella lámina de su libro de fábulas y señala entre mimos y arrumacos:¿éste soy yo, mamá? ¿Soy yo? Y esta sos vos, Y éste Juancito, y esta bruja es la portera, y... Juego de identificaciones. Todo su mundo se traslada al cuento. Los personajes cuidadosamente ubicados como en un rompecabezas. También sucede que el lector se rebele. Ah no, a este personaje no debían pasarle ciertas cosas... Como si el autor le hubiese maltratado a un ser querido. Es cuando el lector se ha insertado en el cuento y el cuento le ha robado, traicionándolo, algún intimo afecto. Se ha dicho que estos son solamente intentos de vencer la muerte. El escritor se ilusiona con rescatar su nombre del polvo del olvido gracias a lo que cuenta. El lector se ilusiona – identificándose con los personajes y haciéndose asumir por el cuento, - con escapar a la asfixia lenta, gris y cotidiana de una vida sin trascendencia. Sin embargo, para mí, esto se llama constreñir la afición a la escritura en un corset de vanidades egoístas. Creo en cambio con fervor, cada vez estoy más convencida, que aun sin proponérselo, el arduo rol de la literatura es mantener despierta, azuzándola, la conciencia del mundo. |
Nisa Forti Glori
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