Del vasto cancionero de la Revolución
mexicana, hay un corrido que siempre me pareció especialmente
interesante. Se trata del “Corrido de la Muerte de Emiliano Zapata”,
cuya letra pertenece a Armando Liszt Arzubide y la música, a Graciela
Amador. Lo conocí, hace muchos años ya, en la popular versión de 9
estrofas que canta Amparo Ochoa –y que proviene de la versión de los
Hermanos Záizar–, pero entiendo que hay otras, como la de Ignacio López
Tarso, que tiene 36 estrofas. Ambas están registradas en el Tomo I de
La Revolución Mexicana a Través de los Corridos Populares (México,
1962. Biblioteca del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la
Revolución Mexicana), de Armando de Maria y Campos, cuyo índice puede
consultarse
aquí.
Pero no es mi intención decidir entre una y otra, sino simplemente hacer
dos comentarios muy breves. El primero se refiere a algo que,
probablemente, los lectores mexicanos encontrarán poco menos que
trivial. El corrido en cuestión, como también ocurre con muchos romances
españoles o baladas anglo-escocesas –para mencionar otras dos especies
que comparten muchas características con la forma mexicana–, menciona
lugares geográficos precisos y aquí es imposible no caer en fascinación
por la eufonía de los nombres. Sólo recurriendo a la versión corta, se
mencionan Chinameca, Villa Ayala, Cuautla, Amecameca, Matamoros, el
Ajusco, Morelos, las lomas de Guerrero. Nunca estuve en ninguno de esos
lugares y, de hecho, hasta hoy jamás había consultado dónde quedan en el
mapa ni cómo se relacionan unos con otros, pero, a la distancia, a miles
de kilómetros hacia el sur, uno los imagina fabulosos, dignos de una
gran épica, casi como la de Troya. Y justamente, sabiendo que la Troya
histórica fue mínima, pero que la decidimos magnífica, poco importa,
después de haberlo leído en varios artículos del Google que la población
de Chinameca, en el municipio de Ayala, tenga hoy en día, según el censo
de 2010, nada más que 2.887 habitantes dedicados a la agricultura: es el
ominoso lugar donde ocurrió la traición, el sitio donde el 10 de abril
de 1919 fue fusilado Emiliano Zapata.
La segunda cuestión me lleva a hablar de
los recursos. El “Corrido de la Muerte de Emiliano Zapata” es la
historia de una traición. Quien la cuenta avanza mezclando datos
objetivos con otros que, como ecos que se suceden en todas partes,
contribuyen a difundir las circunstancias de la tragedia en ciernes. Por
caso, el narrador –llamémoslo así– les pregunta a las campanas de Villa
Ayala, por qué tocan tan doliente; o le encarga una misión a la
trinitaria de los campos de las vegas de Morelos; o le dice a la amapola
olorosa de las lomas de Guerrero que no volverá a ver nunca a Zapata; o
le pide al gorrioncito que cuente en su canto la alevosía con que fue
muerto el jefe; o le solicita al arroyo que le informe sobre lo que sabe
el clavel, y así.
En síntesis, la toponimia y el eco de los hechos entre los lugares y los
objetos y seres de una geografía determinada, son lo que hacen de la
triste historia del asesinato de Zapata una magnífica historia y, a la
vez, lo que le permiten al poeta escapar de la merca crónica
administrativa. Este mérito, que usualmente suele estar presente en las
canciones tradicionales gracias al trasiego de los siglos, acá es mérito
de un poeta. Si se me permite decirlo así, también de quien redujo el
número de estrofas al de la versión popularizada por Amparo Ochoa.
Con todo, copia abajo la versión larga, para quien no la conozca:
Corrido de la Muerte de Emiliano
Zapata
Escuchen señores,
oigan el corrido
de un triste acontecimiento:
pues en Chinameca
fue muerto a mansalva
Zapata, el gran insurrecto.
Abril de mil novecientos
diecinueve, en la memoria
quedarás del campesino,
como una mancha en la historia.
Campanas de Villa Ayala
¿Por qué tocan tan doliente?
–Es que ya murió Zapata
y era Zapata un valiente.
El buen Emiliano
que amaba a los pobres
quiso darles libertad;
por eso los indios
de todos los pueblos
con él fueron a luchar.
De Cuautla hasta Amecameca,
Matamoros y el Ajusco,
con los pelones del viejo
don Porfirio se dio gusto.
Trinitaria de los campos
de las vegas de Morelos,
si preguntan por Zapata
di que ya se fue a los cielos.
Le dijo Zapata a don Pancho Madero
cuando ya era gobernante:
–Si no das las tierras,
verás a los indios
de nuevo entrar al combate.
Se enfrentó al señor Madero,
contra Huerta y a Carranza,
pues no le querían cumplir
su plan que era el Plan de Ayala.
Corre, corre, conejito
cuéntales a tus hermanos
–¡Ya murió el señor Zapata,
el coco de los tiranos!...
Montado con garbo
en yegua alazana
era charro de admirar;
y en el coledero
era su mangana
la de un jinete cabal.
Toca la charanga un son
de los meros abajeños;
rueda un toro por la arena,
pues Zapata es de los buenos.
Una rana en un charquito
cantaba en su serenata:
–¿Dónde hubo un charro mejor
que mi general Zapata?
Con mucho entusiasmo
aplaude la gente
y hartas niñas concurrieron,
que el jefe Zapata y sus generales
dondequiera se lucieron.
Con jaripeo celebraba
su victoria en la refriega,
y entre los meros surianos,
que es charro, nadie lo niega.
Camino de Huehuetoca
preguntaba así un turpial:
–Caminante, ¿que se hizo
del famoso caporal?
Nació entre los pobres,
vivió entre los pobres
y por ellos combatía.
–No quiero riquezas,
yo no quiero honores.
A todos así decía.
En la toma de Jojutla
dice a un mayor de su gente:
–¡Tráete al general García
que le entre conmigo al frente!
A la sombra de un guayabo
cantaban dos chapulines:
–¡Ya murió el señor Zapata,
terror de los gachupines!
Fumando tranquilo se pasea sereno
en medio de los balazos,
y grita: –¡Muchachos,
a esos muertos de hambre
hay que darles sus pambazos!
Cuando acaba la refriega
perdona a los prisioneros,
a los heridos los cura
y a los pobres da dinero.
Estrellita que en las noches
te prendes de aquellos picos,
¿Dónde está el jefe Zapata
que era azote de los ricos?
–Cuando yo haya muerto,
dice a su subalterno,
les dirás a los muchachos:
con l'arma en la mano
defiendan su ejido
como deben ser los machos.
Dice a su fiel asistente
cuando andaba por las sierras:
–Mientras yo viva, los indios
serán dueños de sus tierras.
Amapolita olorosa
de las lomas de Guerrero,
no volverás a ver nunca
al famoso guerrillero.
Con gran pesadumbre
le dice a su vieja
–Me siento muy abatido:
pues todos descansan,
yo soy peregrino,
como pájaro sin nido.
Generales van y vienen
dizque para apaciguarlo;
y no pudieron a la buena
un plan ponen pa' engañarlo.
Canta, canta, gorrioncito,
di en tu canción melodiosa:
–Cayó el general Zapata
en forma muy alevosa.
Don Pablo González
ordena a Guajardo
que le finja un rendimiento,
y al jefe Zapata disparan sus armas
al llegar al campamento.
Guajardo dice a Zapata:
–Me le rindo con mi tropa,
en Chinameca lo espero,
tomaremos una copa.
Arroyito revoltoso,
¿Qué te dijo aquel clavel?
–Dice que no ha muerto el jefe,
que Zapata ha de volver...
Abraza Emiliano al felón Guajardo
en prueba de su amistad,
sin pensar el pobre,
que aquel pretoriano
lo iba ya a sacrificar.
Y tranquilo se dirige
a la hacienda con su escolta;
los traidores le disparan
por la espalda a quemarropa.
Jilguerito mañanero
de las cumbres soberano,
¡Mira en qué forma tan triste
ultimaron a Emiliano!
Cayó del caballo el jefe Zapata
y también sus asistentes.
Así en Chinameca perdieron la vida
un puñado de valientes.
Señores, ya me despido,
que no tengan novedad.
Cual héroe murió Zapata
por dar Tierra y Libertad.
A la orilla de un camino
había una blanca azucena,
a la tumba de Zapata
la llevé como una ofrenda...
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