Montevideo |
Y fue llegar a sus orillas cabalgando en olas de Plata con el corazón abierto y un poema en las manos para sostener la brisa de su nombre. Luego, fue acercarme a la realidad de su vida como quien se acerca a una ilusión sin temor al desengaño. Allí me esperaba el encanto proverbial de mis hermanos, su casa abierta, el mar que moja sus calles. Cómo olvidar sus antiguos senderos, espejos del Buenos Aires de ayer, aquel de la entrañable amistad, el de los oscuros bares, reductos de fe más allá de la sangre. Afuera despereza el aire un vuelo de albatros y el gozo se instala entre las cosas y los hombres para hacer de la ciudad, un solar de mansedumbre. |
Carlos Figueroa
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