Sobreviene dicho capítulo Aniversario de Recienvenido por Macedonio Fernández |
NO SE SI
POR algunos excesos de conducta o por observancias poco estrictas en mi régimen
de vida cumpliré en breve cincuenta años. No lo he efectuado antes
porque cada vez que impacienté el tiempo, adelantando algún
acontecimiento, me cambiaron uno bueno por uno malo. La elección de un día
invariable de cumpleaños me ha permitido conocerlo tan bien que aún con
los ojos vendados cumpliría mi aniversario. Alguien
dirá: ¡Pero Recienvenido,
otra vez de cumpleaños! ¡Usted no se corrige!; ¡la experiencia
no le sirve de nada! ¡A su edad cumpliendo años! Yo
efectivamente entre amigos no lo haría. Mas en las biografías nada más
exigido. Otros
juzgarán que el anuncio de mi próximo aniversario va encaminado a
incitar a los cronistas sociales para recordarme con encomios. "Nadie
como el señor R.
ha cumplido tan pronto los cincuenta años"; o bien "A pesar de
que esto le sucedía por primera vez cumplió su medio siglo el apreciado
caballero como si siempre lo hubiera hecho". Alguien con algún desdén:
"con la higiene y la ciencia moderna,
quién no tiene hoy cincuenta años". "A su edad no tenía mucho
que elegir". En
fin, lo cierto es que nunca he cumplido tantos años en un solo día. Nací
el 1° de octubre de 1875 y desde este desarreglo empezó para mí un continuo
vivir. La autenticidad de mi condición de solterón en ese momento fue indiscutida,
pero yo le añadí el malhumor que la distingue,
pidiendo inmediatamente en el idioma que no tiene filólogos
el Libro de Quejas. Cuando me lo facilitaron tres meses después en una
sacristía,
me había olvidado de los motivos de protesta fuera de que no habían
dejado espacio en el sucio,
malhadado y gran tomo los que se habían quejado primero. Puse mi nombre y
la fatuidad de tenerlo me distrajo de reflexionar que aquél era el
"Libro de Quejas", de la vida. Este fue
mi punto de partida y la fecha que escogí para mis aniversarios. Pero la
serie de mis cumpleaños ha sufrido recientemente una variante. Hace cinco
años conocí a la mamá de un amigo rosarino
y vine a saber que... No lea
tan ligero,
mi lector,
que no alcanzo con mi escritura adonde está usted leyendo. Va a suceder
si seguimos así que nos van a multar la velocidad. Por ahora no escribo
nada: acostúmbrese.
Cuando recomience
se notará. Tengo aquí que ordenar estrictamente mi narrativa porque si
pongo el tranvía delante de mí no sucederá lo que sucedió. Ahora
continúo. Me había trasladado a Rosario para hacer anotar en el Libro de
Patentes, invento por medio con otros dos inventos míos, uno nuevo.
Recordará usted que soy inventor y esto justifica
ciertos estados de intensidad intelectual —a veces parezco dormido en
estos paroxismos— durante los cuales mi libro no adelanta nada, como
habrá usted advertido. ¿Nota usted que continúo? Pensando en ello en
mitad de los rieles del tranvía,
iba yo a redondear teóricamente un procedimiento automático para limitar
la prestación del fuego de los cigarrillos que me había encargado la
"Compañía de Fósforos ya Raspados",
cuando sin ninguna dificultad
un coche-motor me embistió cerca, pronto y todo. Como yo no abandono un
pensamiento tan adelantado, media hora después salía de la Asistencia
con mi invento completo y vendado. No
interrumpí tampoco mi cumpleaños, que era ese día. Mas conducido por un
amigo a su casa de familia,
festejábase en ella el onomástico de la mamá; y tanto fue lo que se
conversó que la señora y yo vinimos a entender por qué el día de
nuestro aniversario nos había parecido siempre tan estrecho,
a causa de que lo ocupábamos dos personas con el mismo suceso. En el acto
mi pronta imaginación percibió que había allí algo que pensar y
patentar. Tengo
desde entonces con la señora una combinación,
por resorte de la cual debemos ocupar alternativamente el 1° de octubre
para día natalicio, a cuyo efecto ella me avisará cada año si le gusta
ese 1° de octubre. Yo recomiendo mi combinación aunque hasta hoy no me
ha dado provecho; desde entonces la señora no ha expresado su opción por
ningún año ni siquiera por ensayar el procedimiento: probablemente teme
que falle. La cláusula
del aviso fue un error; y además siempre será prudente combinar con
personas formales. De todas suertes desde dicho pacto desapareció de mis
cumpleaños aquel malestar muy parecido al que se experimenta cuando a uno
lo están leyendo en una revista que ya con ese número ha salido del
todo. Por eso
me esmero aquí en cesar y aquí apago yo también que ya es tarde, y aún
más tarde que ahora; y es fineza
que el lector estima, madrugar el concluir y yo gusto de naufragar con
quien navego
y no en otro
barco; asimismo huyo de asistir al final
de mis escritos, por lo que antes de ello los termino. Y no hay
escrito mío en que no me acuerde al Fin de la comodidad del lector (si no
se la buscó ya él) que en todo Proa no estamos haciendo otra cosa. Le
preparamos el total de su comodidad: dejamos de aparecer; y así, de una
sola vez, hacemos más por él que con doce números seguidos. No habíamos
pensado antes en este modo de divertirlo... Que si
lo pensáramos antes del primer número... Otra vez haced las señas más
claras, señores
lectores: cuando íbamos a salir con la presente revista parecíame que
las señas que nos hacíais eran las de salir. Porque las hacéis como no
las queréis, diremos imitando a sor Juana Inés de la Cruz. Concluir con la revista Proa que concluía. |
por
Macedonio
Fernández
El País Cultural Nº
388
11 de abril 1997
Ver, además:
Macedonio
Fernández
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