Una luz en la caverna
Por Jorge Fernández Díaz 
Director de adn CULTURA

Ésta, como muchas otras historias, acaso como casi todas, comienza en esa caverna mítica donde los primeros habitantes de la Tierra tanteaban, a ciegas y a puro instinto, la topografía de la vida. En esa caverna había pinturas figurativas que intentaban representar lo que el hombre reconocía a la luz del sol y las estrellas. Tenían un propósito naturalista y muchas veces pragmático, pero en esas pinturas rupestres había también raros trazos que no buscaban reproducir nada del mundo nuevo y visible. Que se sustraían insolentemente a esa literalidad, con un mero interés visual y decorativo, casi siempre ambiguo y misterioso. Ese arte no imitaba la vida. Instintivamente trataba de traducir en formas y colores sentimientos estéticos y humanos interiores e inexplicables.

Se podría decir que anidaba, entre esos sugestivos signos prehistóricos, el arte abstracto que, según los historiadores del Arte, se practicó desde que nuestros antepasados pasaron a caminar erguidos, pero que tuvo su bautismo consciente y oficial alrededor de 1910, como reacción al movimiento realista que estaba tan en boga. La abstracción tuvo, a partir de entonces, un desarrollo importante en la historia del arte universal.

También en esa caverna prehistórica ya estaba la hembra eclipsada por el macho alfa. Siempre he creído que hasta la más débil de las mujeres tiene hoy los genes de aquellas primeras hembras humanas, que fueron sobrevivientes y que fueron desarrollando a través de los siglos un alto umbral del dolor físico y psíquico, una aguda inteligencia emocional y también una sensibilidad que el hombre promedio no posee. Las mujeres son capaces de ver, detrás de los montajes de la realidad diaria, pulsiones y sentimientos. La intuición femenina, que antes era una cualidad folklórica, se ha transformado en una materia decisiva para conducir las grandes empresas del mundo, incluida la mayor y más peligrosa de todas ellas: el Estado nacional. Pero tuvieron que pasar muchos eclipses desde el primero y más primitivo para que ese reconocimiento social llegara.

Existen, en la historia de la cultura, múltiples ejemplos de hombres bendecidos por el arte que eclipsaron a mujeres de igual o mayor talento. Un ejemplo cercano es el que nos brinda Silvina Ocampo, extraordinaria escritora que, a pesar de homenajes póstumos y revisionismos literarios, no pudo superar los eclipses que le aplicaron inconscientemente su esposo, Bioy Casares, y su amigo, Borges.

Yente y Lidy Prati, las protagonistas de esta nota de tapa, son también paradigmas de esa injusticia. Mujeres de dos importantes pintores abstractos, Juan Del Prete y Tomás Maldonado, el reconocimiento de sus obras tardó mucho en salir de la sombra de los dos gigantes.

El Malba rescata ahora, en una exposición necesaria, a estas dos pioneras del arte abstracto. Ciento cincuenta trabajos que provienen de colecciones de familiares de las artistas y que fueron producidos entre 1937 y 1960: muchos de ellos jamás habían sido mostrados al público. Me refiero a temples, óleos, objetos tridimensionales, relieves de celotex, tapices y hasta libros ilustrados.

Las dos artistas, ya muertas, salen así del segundo plano y asombran a los críticos, que las consideran hoy en día tan innovadoras o interesantes como los mismísimos Del Prete y Maldonado.

Alicia de Arteaga escribe acerca de estos acontecimientos y de estos cuatro artistas de la vanguardia. Es, como casi todas, una historia que empieza en las cavernas y que, a pesar de escepticismos, nos hace pensar sin ironías en la evolución de la especie.

Jorge Fernández Díaz 
Director de adn CULTURA 

jdiaz@lanacion.com.ar
http://adncultura.lanacion.com.ar/ 

5 de setiembre 2009
Autorizado por el autor

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