Tuvo que morir su líder máximo para que el kirchnerismo se materializara ante la opinión pública como un auténtico fenómeno de masas. Las marchas y concentraciones de otras ocasiones dejaban dudas puesto que el aparato del gran partido de gobierno era capaz de llenar fácilmente plazas y estadios. No es que no haya habido esta vez clientelismo, caciquismo y aparato, pero nadie puede negar que el asunto excedió sobradamente ese corset del lugar común. Sindicalistas, organizaciones sociales, cooperativas, municipios y hasta gobernaciones enviaron a sus principales militantes desde todos los territorios de la República. Pero lo interesante fue descubrir, entre tantos, a espontáneos de todas las clases sociales. Algunos de ellos acudían, como siempre, ante la simple pero legítima fascinación que siempre produce la muerte abrupta y famosa. Acongojada por la inmolación de un político popular, y aun manteniendo con Kirchner algunas diferencias, mucha gente de a pie quiso transmitir su honda pena y su solidaridad con la viuda.
Los más pobres, que son tradicionalmente peronistas, llegaron del conurbano bonaerense y de las barriadas más humildes de la Capital para abrazar el fantasma de quien más les había dado. El crac de 2001 puso a esas clases pauperizadas al borde de la inanición y la sola comparación del antes y el después explica la valorización que existía sobre el presidente del Partido Justicialista. Es verdad que la inflación es el impuesto de los pobres, pero no resulta menos cierto que el consumo movió la rueda y permitió el crecimiento del cuentapropismo y del empleo en negro, que las paritarias atemperaron la caída en el proletariado nacional y que los polémicos planes sociales actuaron como paracaídas de los desamparados e indigentes. El 80% de los hombres que habitan las villas miseria son honestos albañiles bendecidos por el boom de la construcción y la obra pública. Los encuestadores dicen que, en todo este grupo, la imagen positiva de los Kirchner crece un 20% por encima de la media. No hay prácticamente ningún otro grupo político que trabaje en esas clases sociales. El peronismo está solo militando en el barro, mientras el resto de los partidos duerme el confortable sueño de la clase media.
Nada de esto, sin embargo, difiere demasiado del folklore peronista. Lo que agrega claramente el movimiento de Néstor y Cristina Kirchner, además de militantes estatales (hijos del nuevo Estado) es un sector flamante y creciente de las clases medias urbanas ideologizadas. Allí no hay ningún beneficio gubernamental directo. Pero hay cosas muy importantes en el orden de lo simbólico. Con su revival de los 70, Kirchner logró darles a esos jóvenes prematuramente desilusionados con la política nada más y nada menos que una causa. Una misión moral. Al generarles enemigos, les generó también ideales nuevos y les dio una droga irresistible para la juventud: el sentido de la épica y la combatividad.
Esos jóvenes que estos días plagaron el cortejo fúnebre son beligerantes defensores de los derechos humanos y del nacionalismo progresista. Combaten la anomia luchando en las redes sociales y en los colegios y en las facultades, donde han ido ganando un lugar a expensas de otros actores políticos de los partidos tradicionales, como el radicalismo.
Eran estos jóvenes quienes más consignas duras cantaban en la larga vigilia. Son ellos quienes más van a operar en el proceso de mistificación de alguien a quien consideran un mártir: "Persona muerta en defensa de una causa, cuya muerte da precisamente testimonio de su fe en ella". Para muchos de estos jóvenes, Néstor Kirchner es hoy más puro que antes. Yo diría que es tranquilizadoramente puro, puesto que muerto ya no puede cometer defecciones o pecados. Es una imagen detenida, un blasón para llevar al futuro.
Esta gigantesca masa humana no representa ni al "pueblo" ni a la "sociedad" ni a la "gente" ni a las "mayorías, todos conceptos abstractos y manipulables. Pero tienen la elocuencia de un fenómeno social que no puede ser minimizado.