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Historias con nombre y apellido
La odisea de un héroe inesperado
Por Jorge Fernández Díaz

Su madre era fuerte como un roble y fumaba en pipa, y su padre era un cazador furtivo y alcohólico que murió cuando él tenía cuatro años. Pero a los nueve conoció, en un pueblo de Entre Ríos, a su verdadero mentor: el Pibe Rico, un hombre bajito y afable que había abierto una librería con imprenta y quiosco. El Pibe le dijo a Héctor "Toti" Flores una frase importante: "Lo que te hace libre es el trabajo". Y le dio una carga de diarios y revistas, y lo convirtió en canillita.

Casi cincuenta años después, cuando "Toti" asumió como diputado nacional, miró entre el público que se agolpaba en el Congreso de la Nación y reconoció, entre todos, al Pibe, más viejo y canoso, pero con los mismos ojos relucientes. Entonces, Flores, ex metalúrgico, legendario piquetero rebelde, emprendedor ejemplar y ahora flamante legislador, inevitablemente lloró. Pero lloró como lloran los fuertes. Lloró por todo y lloró por dentro.

Estamos sentados en una salita de la Redacción y Flores me está contando cómo su madre deshacía el tabaco de los cigarrillos negros y lo colocaba dentro de la cazoleta de la pipa. Ella ejercía el matriarcado: les indicaba a sus siete hijos que no debían hablar mal de nadie, que jamás tenían que caer en la indignidad del doble discurso y que estaban obligados de por vida a decir la verdad por más dolorosa que fuera.

Héctor Flores, en la panadería de la cooperativa La Juanita
Foto: LA NACIÓN/ Ricardo Pristupluk

Buscando nuevas oportunidades, casi todos los hermanos de "Toti" emigraron a Buenos Aires, donde en seguida consiguieron conchabos como operarios y empleadas domésticas. Hubo un momento en el que Flores tenía 17 años y vivía sólo con su madre. En las afueras alquilaba una casa Juana, su hermana de 38, que tenía cuatro hijos. En su recorrido de canillita, "Toti" se las ingeniaba para terminar siempre en esa casa: dejaba la bicicleta y pasaba un rato con Juana, que tenía problemas de pareja y penas de amor. Uno de esos días, "Toti" llegó y la encontró muerta. Se había suicidado.

Fue tan grande la tristeza de su madre que la familia optó por una decisión drástica: lo mejor era dejar atrás Entre Ríos y mudarla al conurbano bonaerense. Flores no quería saber nada, pero su madre no se movía si el hijo menor, el regalón, no la acompañaba en su periplo. Fue así como Flores dejó para siempre su trabajo con el Pibe, hizo las valijas y se marchó en tren con su madre hacia la tierra prometida. Al llegar, advirtieron que los Flores no vivirían en la gran ciudad de Buenos Aires, sino en el interior de una villa miseria.

La villa, en aquella época, reproducía el ambiente familiar y pueblero del interior, y "Toti" hizo muchos amigos y consiguió trabajo como peón en una fundición, aunque ocultaba prolijamente su condición de "villero". "En aquellos tiempos nadie se jactaba de pertenecer a una villa -recuerda-. Pero hasta los pibes chorros tenían códigos y jamás les robaban a sus vecinos." Había aprendido del Pibe Rico los rudimentos del tipógrafo, y su paso por la fundición lo llevó rápidamente hacia la metalurgia. Pasó por pequeños talleres de tornería y fue tomado luego por grandes compañías, como Yelmo y Santa Rosa (hoy Acindar).

La Matanza era la capital de la metalurgia, y entonces "Toti" compró con mucho esfuerzo un terreno y puso una casilla en Isidro Casanova, dentro de un barrio humilde, pero decente. Construyó allí su casita y se llevó a vivir a su primera esposa, una mujer que le dio cuatro hijos y de la que se separó muchos años después.

En 1997 conoció y se enamoró perdidamente de Soledad, una psicóloga social que había estudiado en la Universidad de Madres de Plaza de Mayo y que trabajaba como asesora en el Senado; una chica de Caballito que había ido a un colegio privado y que militaba en el Partido Socialista de Simón Lázara. Las diferencias sociales no hicieron más que acercarlos: a "Toti" lo deslumbró su capacidad intelectual; a Soledad le fascinó ver la vida y la historia desde otro lado.

Flores coloca su extraña mano derecha sobre la mesa y me obliga a retroceder varios años. Hasta 1981, cuando perdió cuatro dedos. Estaba en un galpón operando una máquina que cortaba chapa con gran potencia, y de pronto el balancín repitió el golpe. Le pegó y lo apretó dramáticamente, y Flores lanzó varios gritos que nadie escuchaba. Con las falanges colgando, lleno de sangre y bajo los efectos de un dolor indescriptible, "Toti" intentó no desmayarse. "Si me caigo acá, me muero", se dijo. Y caminó 150 metros hasta una enfermería, pasando por el medio de empleados que al verlo se desvanecían de la impresión.

Ahora era un hombre mutilado, y entonces la empresa quiso sacarlo de la producción. Pero Flores no se entregó con tanta facilidad: hizo ejercicios de rehabilitación día y noche, y se obsesionó con recuperarse para seguir siendo obrero metalúrgico. Compró una guitarra y aprendió a tocar canciones folklóricas para asombro de amigos y compañeros, y para probar que podía ir contra la corriente y reírse de sí mismo. Ya militaba en la UOM, aunque nunca en el sector oficialista. Guardaba simpatías naturales por el peronismo, pero lo habían encandilado la ética y el discurso de Luis Zamora, aunque la postura izquierdista de "sacarles a los demás no [lo] convencía porque [le] disgusta el enfrentamiento".

Los ejercicios dieron resultado. Esa extraña mano mutilada no dejaba de ser efectiva, y con ella logró salir adelante. En 1993, sin embargo, llegó a todas las fábricas nacionales la orden de poner en práctica la "reconversión industrial". Los que tenían un oficio debían dejarlo para dedicarse a otro tipo de tareas. Flores era oficial tornero y ellos querían que barriera los pisos. Muchas veces lo había hecho sin obligación; no se le caían los anillos por tener que barrer ni mucho menos, pero sabía que cuando empezaban por ese lado terminaban por el otro. El país había cambiado de frecuencia, y los viejos metalúrgicos estaban en problemas. Tomó la plata que le ofrecieron, se compró dos máquinas de coser industriales e instaló en su casa un modesto taller para fabricar bolsos y carteras. Era un próspero cuentapropista, pero sabía leer los vientos. Venían los vientos de la crisis, y en cuanto ésta se profundizara él se quedaría sin clientes y sin ilusiones. A su casa caían antiguos compañeros en busca de una changa, y él se encontraba a cada rato con más y más desocupados que pateaban las calles como espectros perdidos en un cementerio de fábricas desiertas o en vías de extinción. Comenzó, por instinto y solidaridad, a participar de las ollas populares. "Esos piqueteros no eran vagos -me explica-. Yo los conocía. Habían trabajado treinta años y estaban desesperados por volver a tener un empleo."

El grupo del "Toti" Flores llevó a cabo decenas de marchas y cortes de rutas y calles. Y hasta tomó la Municipalidad de La Matanza tratando de obtener respuestas a esa silenciosa miseria que se iba apoderando de todos. Pero cuando se empezaron a repartir los planes sociales, la mayoría de estos ex metalúrgicos los rechazaban: no querían limosna, sino salario. A fines de ese año, esos piqueteros se distanciaron de los otros. Y en un encuentro entre piqueteros autónomos discutieron acaloradamente. Unos se mantenían firmes contra los planes. Otros proponían tomarlos y convertirse en "punteros buenos y transparentes". Flores y sus amigos se pusieron firmes: "No importa quién reparta; el asunto es que así el pobre siempre será prisionero. Nosotros no queremos gerenciar la miseria. Los movimientos sociales, por ese camino, caen en la lógica de los burócratas sindicales". De hecho, hoy no se reclutan ex trabajadores en los grupos piqueteros conchabados con el poder. "Hoy se reclutan marginales que no saben lo que es levantarse a las seis de la mañana -dice Flores-. Y manejar a los marginales es muy fácil. No hay límites."

La postura principista del Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD), de La Matanza, quedó en soledad y llamó mucho la atención. En ese momento se dieron cuenta de la importancia política de ese pequeño gran gesto. Pero a medida que la recesión se agudizaba, la tentación de aceptar los planes era cada vez mayor.

"Toti" mismo, viendo tanta necesidad y tanta preocupación, se preguntaba cuatro o cinco veces por día si no debían claudicar. Finalmente, llegó 2001 y los encontró de rodillas. Resolvieron comisionar a seis personas para que fueran a la municipalidad y pidieran, finalmente, los planes sociales. Como habían sido rebeldes, los tuvieron desde la madrugada hasta el anochecer de oficina en oficina, en una gira humillante, sin darles nada. Cuando regresaron y contaron en asamblea lo que había sucedido, los hombres y las mujeres del MTD decidieron no volver más a buscar esa dádiva. Y nunca más volvieron. "La única manera de salir es generando trabajo", se dijo Flores. Pero ¿cómo hacerlo? ¿Cómo hacerlo?

Fundaron primero una cooperativa en el barrio La Juanita, de Laferrère, y se instalaron en una vieja escuela abandonada, después de hacer un comodato con sus dueños. Eran tiempos en que la gente se llevaba hasta los picaportes de las puertas, y a veces hasta la puerta entera: había hambre y angustia en las calles, y flotaba una nube de peligrosa anarquía. Como si una guerra hubiera devastado el conurbano y lo hubiera dejado abandonado a la buena de Dios.

Venían estudiantes de todas partes del mundo a conocer a esos exóticos desocupados que intentaban sobrevivir en el subsuelo de un país arrasado. Eran centralmente 40 piqueteros y cada uno de ellos sólo podía gastar 12 pesos por día para alimentarse. Cortaban el pasto de las casas y hacían pasacalles, y fabricaban ceniceros con hueso de caracú que decían "Recuerdos del MTD La Matanza" y que les vendían a precio de euro a esos estudiantes del hemisferio norte que merodeaban el lugar como entomólogos de la pobreza.

Levantaron una editorial y fabricaron 500 libros con sus experiencias, que también vendían a precios internacionales. E intentaron dos veces poner en marcha una panadería. La primera vez se fundieron. La segunda intervino Soledad, y Flores se involucró en la aventura. Sabían muy poco del oficio de panadero, y tuvieron todo tipo de traspiés técnicos. Hasta que bíblicamente los panes comenzaron a multiplicarse: le agarraron la mano al asunto y llegaron a vender por día 60 kilos de pan y 50 docenas de medialunas. Junto a la cooperativa empezó a funcionar un sistema de trueque de 500 personas.

El milagro de los panes no se detuvo allí: siguió hasta 2004, cuando compraron maquinarias y empezaron a fabricar 100 kilos diarios. También se abocaron a panes dulces artesanales con la receta de Maru Botana, que algunas empresas compraban en cantidades industriales para repartir entre sus empleados y clientes. Los excedentes pasaron a financiar una escuela de panadería.

Paralelamente, habilitaron un taller de costura con tres máquinas. Poder Ciudadano, luego de debatir mucho, le comunicó a "Toti": "Vamos a darles una agenda". Flores pensó con escepticismo: "Quieren que fabriquemos agendas". Pero no era eso. Era una cadena de citas con 400 empresas. En ese peregrinaje, Flores y sus muchachos se encontraron con el diseñador Martín Churba. No puede haber dos hombres más distintos que Churba y Flores. La Recoleta y La Matanza. La moda y la metalurgia. La creatividad y la fuerza. Y sin embargo, la sociedad funcionó. "Quiero poner el trabajo de moda", le dijo Churba, y propuso el guardapolvo como ícono universal del trabajo. A continuación, les pidió a las costureras del MTD que apuraran las cosas y fabricaran 300 guardapolvos con su diseño para presentar un mes después en Buenos Aires Fashion. El diseño era simple: contaba por escrito la historia de esa idea. Lo que no resultaba tan simple era llegar en tiempo y en forma. Todavía, Flores miraba con suspicacia las ocurrencias del diseñador.

A pocas horas del día de la verdad, Churba lo llamó para preguntarle qué precio les pondrían a los guardapolvos. En un supermercado, una prenda similar costaba 18 pesos. "No sé -probó "Toti"-. ¿Veinticinco?" Churba respondió: "No; vamos a venderlo a 100". Flores pensó: "Este no quiere vender. Nos está usando para su marketing". Consensuaron un precio de 50 pesos: en el mediodía de la inauguración, ya se habían vendido todos. Churba no los quería engañar, y ellos tuvieron que navegar los prejuicios de clase para no ahogarse en ellos. Salieron en la TV, tuvieron una publicidad impactante y comenzaron a llamarlos de todos lados para ofrecerles trabajos.

Crecieron tanto que la alianza con el diseñador ya no tenía tanto sentido. Se despidieron como buenos amigos. Churba dijo, a modo de conclusión: "Esta asociación fue posible porque cada uno dio lo mejor que tenía. Yo les puse el valor de la creatividad y ustedes pusieron algo decisivo: su confianza". Flores me explica que aprendió algo más: "La crisis nos tocó a todos. A nosotros nos dejó afuera, pero a muchos empresarios los dejó también fuera del sueño de generar empleo".

"Además, en la sociedad apareció una nueva clase de víctima: los excluidos morales; aquellos que, aunque tienen éxito, no se bancan que haya pobres. Y son muchos. Y yo creo que los excluidos sociales y los excluidos morales podemos hacer alianzas extraordinarias."

Flores asegura que no han dejado de ser piqueteros a pesar de que jamás volvieron a un piquete. "Mientras no desaparezca el problema de la desocupación, seguiremos siendo piqueteros", me asegura. La cooperativa La Juanita realiza múltiples emprendimientos y da trabajo y servicios a muchos. Hace poco fue promotora del gas natural del barrio, gracias a su alta credibilidad. Y Flores no olvidará jamás que el taller de costura exportó prendas a Japón y 100.000 remeras a Italia.

Estuvo 20 días dando charlas en ciudades italianas; conoció Verona y se sorprendió a sí mismo al pie de los Alpes. Todo parecía una película, pero él se sentía un poco incómodo y, por momentos, hastiado. Una tarde llamó desde un hotel maravilloso a La Juanita y le confesó a un compañero que no aguantaba más. El compañero le respondió: "Ojo, mirá que acá la casa te llueve". Y no era una metáfora.

Elisa Carrió, bajo un eucalipto de La Juanita, le ganó el corazón. Sacó 120.000 votos en las elecciones y asumió como diputado nacional por Coalición Cívica para tener despacho abierto, para ayudar a los de abajo, para que las organizaciones sociales pudieran cumplir con la política y para volver, al fin del mandato, a su barrio.

"Ser piquetero y político tiene mala prensa. Pero yo quiero salir ileso. Quiero volver a caminar en chancletas y con mis perros por la calle de mi barrio y con la frente alta, como siempre."

Hablamos de nuevo de su madre, que fumaba en pipa y que murió hace tanto. De Soledad, que lo acompaña en sus epopeyas. Y del Pibe Rico: "Lo que te hace libre es el trabajo". Aprieto su extraña mano mutilada y me lo imagino aquella mañana en que juraba por la Patria y los Santos Evangelios. Aquel momento en que el ex canillita descubrió entre el público a su viejo mentor y lloró como lloran los fuertes. Lloró por todo. Y lloró por dentro.

El personaje

HECTOR "TOTI" FLORES
Ex canillita y ex metalUrgico,piquetero y emprendedor

  • Quién es : nació en un pueblo de Entre Ríos. Tiene cuatro hijos. Está en pareja con una psicóloga social. Es diputado nacional por Coalición Cívica.

  • Qué hizo : fundó el Movimiento de Trabajadores Desocupados de La Matanza. Rechazó los planes sociales y montó una cooperativa de trabajo. Cobró fama cuando se asoció con el diseñador Martín Churba y fabricó guardapolvos que se vendieron en "Buenos Aires Fashion" y que luego exportaron a Japón. Fabricó y vendió también 100.000 remeras para Italia.

Jorge Fernández Díaz 
Director de adn CULTURA 

jdiaz@lanacion.com.ar
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1196075&pid=7671697&toi=6485  

6 de noviembre 2009
Autorizado por el autor

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