La misteriosa construcción de un clásico
Por Jorge Fernández Díaz 
Director de adn CULTURA

Entre los deseos ocultos de un escritor está siempre la idea o la fantasía de convertirse en un clásico. Aunque sea un clásico del arte menor o de la cultura popular, pero un clásico al fin. El sueño resulta tan grandioso que es obsceno, y casi nadie puede pronunciarlo sin miedo al ridículo. Por eso para muchos escritores la inclusión en un canon dictado por alguna autoridad en la materia constituye el máximo logro posible. Ser un clásico significa haber escrito al menos un libro inmortal, un texto ineludible que atravesará la noche de los tiempos y que será siempre citado y releído.
Jorge Fernández Díaz

Algunos pocos escritores consiguen ser clásicos en vida. Otros muchos trabajan día y noche para serlo y fracasan. Determinados narradores y poetas renuncian expresamente al reconocimiento académico y al futuro. Ciertos escritores no se proponen ser clásicos y precisamente por ello terminan siéndolo. Y la mayoría muere esperando que la Posteridad reconozca su importancia.

La historia de por qué un libro se convierte en clásico y otro libro venerado muere en el ostracismo está llena de injusticias y azares. Podemos tener ante nuestros ojos una novela clásica y no ser capaces de reconocerla, ya que muchas veces sólo la perspectiva de los años despeja esas dudas. Y también podemos tener bajo nuestras narices una obra prestigiosa y premiada que en el futuro carecerá de relevancia o se volverá tristemente añeja e ilegible.

Hay algunos críticos y especialistas, como en cualquier disciplina del arte y el ensayo, que son capaces de detectar clásicos. En términos de pesca, diríamos que estos individuos pueden meter una mano en el río y sacar una trucha. Esa rara habilidad puede reconocerse en figuras célebres como Harold Bloom y George Steiner, y también en Beatriz Sarlo y Ricardo Piglia, aquí, en la Argentina. Los vaivenes de las modas y los cambios del mundo suelen no obstante contradecirlos a todos ellos.

También existen cineastas como François Truffaut, que contra toda una corriente europea, hizo una operación que canonizó para siempre a Alfred Hitchcock. El cine también está lleno de "pescadores de truchas".

El propio Borges, buscando crear su propia tradición, construyó un canon internacional y mientras tanto reinventó a Lugones, Macedonio, Groussac y hasta a un poeta menor de cuya obra hizo descender los mitos del arrabal porteño: Evaristo Carriego. Hay cientos de ejemplos de construcción de clásicos y también de novelas que lo son muchísimos años después de muerto su autor, simplemente gracias a la pericia de un lector calificado que se ha jugado el resto.

Ese lector, en esta ocasión, es el gran escritor italiano Claudio Magris, quien ha ganado los premios Strega, Erasmus y el Príncipe de Asturias, entre otros muchos galardones. Magris, profesor de la Universidad de Trieste de prestigio incuestionable, ha descubierto su propio clásico: Las confesiones de un italiano , una novela monumental de Ippolito Nievo, que puede ser comparada con las obras más importantes de Flaubert, Balzac, Stendhal, Proust y Tolstoi.

Esta novela olvidada presenta las memorias de un noble veneciano llamado Carlo Altoviti. Lo personal se imbrica con la historia de Italia. Apareció en 1867 pero recién ahora ha demostrado que es imprescindible e inmortal.

Ofrecemos un fragmento de la novela y brindamos dos textos: uno de Magris y otro del docente e investigador de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad de Siena, Alejandro Patat.

Es la tapa de adn CULTURA por todos estos motivos y también por una frase que acuña Magris: "Las confesiones de un italiano" es un libro que ayuda a vivir y también a mirar cara a cara la muerte". ¿Se puede pedir algo más de un libro?

Jorge Fernández Díaz 
Director de adn CULTURA 

jdiaz@lanacion.com.ar
http://adncultura.lanacion.com.ar/ 

23 de mayo 2009
Autorizado por el autor

Ir a índice de América

Ir a índice de  Fernández Díaz, Jorge

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio