Esquina Fogwill |
"Papá, ¿alguna vez va a haber una calle con tu nombre?", le preguntó hace poco José, su hijo de 13 años, cuando vio la fotografía de su padre en un diario. No sabemos qué respondió Rodolfo Enrique Fogwill, pero no importa. Estamos en condiciones de afirmar que sí. Que una calle de Buenos Aires llevará su nombre. Por una vez, un arrogante que se jacta públicamente de su talento y se coloca él mismo en el seleccionado nacional de la literatura tiene razón: Fogwill es uno de los narradores más importantes e innovadores de la historia de nuestro país. Y la aparición, en breve, de sus Cuentos completos, que publica la editorial Alfaguara, constituye una prueba de peso inapelable en un juicio que no necesita de la Posteridad. Ese volumen es una obra maestra, su prologuista, Elvio Gandolfo, lo dice con todas las letras: "Planteada una buena antología de treinta cuentos argentinos, que incluyera las mejores piezas, cumplida por un imparcial juez de cuentos, libre de amiguismos y compromisos, allí, en el primer escalón, Fogwill estaría compartiendo espacio con Borges, con Arlt, con Roberto Fontanarrosa". | |
Jorge Fernández Díaz |
No exagera en nada Gandolfo. Los relatos de Muchacha punk, Restos diurnos y Pájaros de la cabeza revelan a un cuentista que no sigue la línea tradicional de Poe: sus cuentos no tienen un plan ni un final sorpresivo ni un "trampolín psíquico", como lo denominaba Cortázar. Porque, para seguir el lenguaje judicial, los cuentos de Fogwill no son premeditados aunque tienen alevosía. Vaya si la tienen. Uno no puede dejar de leerlos con miedo, al borde de la silla, viendo que su autor utilizó un raro realismo psicológico y verbal, desdeñó la ruta segura de la narración y eligió la escandalosa banquina, el peligroso pantano, el callejón siniestro y el abismo más oscuro. Un autor que, como el Fogwill público, tiene el inconsciente a flor de piel y una voz que habla siempre como si le hubieran inyectado en las venas pentotal, sin medir las consecuencias. ¿Será por eso que le gustan tanto los niños, porque no están aún contaminados por la educación y el discurso moral y especulativo de los adultos? Fogwill es padre de cinco hijos: Andrés (el más grande), Vera (la actriz), Francisco (21), José (13) y Pilar (11). Él puede ser habitualmente impredecible, salvaje y hostil. Pero con sus hijos y con los hijos pequeños de los demás es una persona atenta, entusiasta, emocional, lógica y laboriosa. Este personaje inefable corre el riesgo de tapar con una gestualidad digna de Dalí la legitimidad de su arte. Antes, durante y después de escribir veinte libros, incluyendo una novela legendaria sobre Malvinas (Los pichiciegos), que despachó en tres días y no volvió a corregir, Fogwill estudió alternativamente medicina, letras, filosofía, matemática, canto, música, francés, inglés, alemán, griego y latín. Se recibió de sociólogo en la UBA, enseñó estadística y teorías de comunicación. "Y no entendí casi nada", como bromea. Luego se confiesa: "Fui publicitario, investigador de mercados, redactor, empresario, especulador de bolsa, terrorista y estafador, columnista especializado en temas de política cultural de todo tipo de medios, profesor universitario y consultor de empresas". Es también leyenda que inventó el famoso eslogan "el sabor del encuentro". Y que sigue trabajando en marketing y publicidad para Arcor de Chile. El marketing, sin embargo, queda en la puerta cuando se trata de sus libros, que son escritos por un perpetuo amateur demencial, por un vanguardista sin frenos ni inhibiciones, que desafía los cánones del mercado y del discurso biempensante. Y que se tira al precipicio sin saber cómo saldrá vivo de esa experiencia extrema. Para Fogwill, la literatura no cuenta historias, sino maneras de contar historias. Ese concepto define toda su búsqueda estética. Pablo Gianera lo entrevistó a propósito de Cuentos completos, ese libro inabarcable por el que posiblemente bautizarán alguna vez con su nombre una calle de esta ciudad. |
Jorge
Fernández Díaz
Director de adn CULTURA
jdiaz@lanacion.com.ar
http://adncultura.lanacion.com.ar/
29
de agosto 2009
Autorizado por el autor
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