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Pequeña comedia humana

Cuidado con este perro
Jorge Fernández Díaz
LA NACIÓN

Pudo seguir paso a paso el derrotero amoroso de su ex mujer gracias al caniche blanco que compartían.

Claudio había dejado el hogar por incompatibilidad de caracteres y fatiga de combate, y poco después había tenido que disputar con ella objeto por objeto durante la tensa negociación extrajudicial del divorcio. Tabo ni siquiera fue materia de discusión. Aunque Claudio se sentía literalmente su padre, se encargaba de su comida y sus paseos, y hasta le permitía dormir a sus pies en la cama, su ex mujer logró en un relámpago la tenencia del caniche.

A las pocas semanas de ocurrido el desenlace, y cuando Claudio fue a recoger por primera vez a sus hijos al mismísimo departamento que acababa de perder, el perro lo sorprendió en toda la línea: no salió a hacerle fiestas, como siempre; se quedó en el balcón, entre las macetas, mirando indolentemente la calle, y cuando su amo fue a acariciarlo, le mostró por primera vez los dientes. Esa actitud le provocó a Claudio un dolor profundo, y luego una curiosa revelación: el perro no se quejaba de abandono, como parecía en una primera instancia; sólo expresaba el resentimiento de su ex esposa. Los caniches son los perros más inteligentes, fieles y sensibles de la Tierra. Tabo actuaba instintivamente en nombre de su ama.

Resignado a que así fuera, el hombre avanzó tratando de saber algo de la vida de su ex, no porque la extrañara o pretendiera volver a ella, sino por esa intriga profunda que se crea alrededor de saber si la ex compañera de uno perdonó, si se relacionó con otras personas, si cambió mucho. Como en toda separación, los chicos jamás filtraban información y padeceres de uno y otro padre con la secreta esperanza de volver a reunirlos. Por lo tanto, Claudio se contentó con observar las evoluciones del caniche blanco y hacer deducciones a partir de sus gestos.

Después de algunas semanas de gruñidos, Tabo pasó a unos ladridos feroces: el odio de su ex mujer se acrecentaba con la soledad. Posteriormente, Tabo adoptó una fría indiferencia. Y se mantuvo en esa posición casi todo un año, al cabo del cual un día lo recibió con tibia y sospechosa simpatía. Claudio imaginó que su ex mujer ya lo había perdonado, y se sintió aliviado de ese peso tremendo.

La simpatía de Tabo, sin embargo, no era efusiva sino despectiva, y a veces el hombre pensaba sinceramente que el animal se burlaba de él. Hubo un tiempo más o menos largo en que el caniche le movía la cola como antes, pero Claudio se dio cuenta de que lo hacía con el mismo cariño con que recibía a cualquiera. Digamos que era apenas un saludo cordial y de rigor. Una tarde de domingo el perro se le acercó, lo olió como una planta, levantó la pata y le orinó los zapatos. Se dio cuenta entonces de que su ex mujer por fin se había enamorado de otro.

Jorge Fernández Díaz 
jdiaz@lanacion.com.ar
Domingo 2 de enero de 2011
Autorizado por el autor

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