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Es imposible no hablar de política, pero puede ser peligroso para los afectos
Conversaciones con un amigo kirchnerista
por Jorge Fernández Díaz 
LA NACION

Elegimos un bar de la calle Tacuarí que frecuentábamos en nuestros viejos tiempos. También elegimos un determinado domingo porque esa tarde no nos extrañarían en ningún lado. No teníamos ánimos de vencernos, sino de ver cómo se desarrollaba la partida, pero ninguno de los dos estaba dispuesto a dejarse ganar. Ni siquiera para mantener una amistad de tres décadas. Empezamos por un café y pasamos por alto las preguntas sobre los chicos y el trabajo, como si quisiéramos dejarlos afuera. Noté que el Flaco estaba un poco incómodo porque se rascaba el canto de una mano con el borde de la mesa. Le llevo un año, pero siempre consideré con orgullo que el Flaco era más inteligente que yo. Habíamos, sin embargo, amasado en estos últimos años ciertas broncas sutiles, nos habíamos cruzado verbalmente en dos o tres reuniones, y me había sacudido fiero un par de veces por correo electrónico. Esas cartas digitales, que yo guardaba, eran extremadamente ofensivas y respondían a los argumentos de un artículo mío que hablaba del "fin del falso progresismo".

Recuerdo que, para el Flaco, no era el fin ni era falso, y que yo les estaba haciendo el juego a "los golpistas". El Flaco se había quedado en una difusa socialdemocracia nacional y popular que practicábamos cuando éramos jóvenes, pero había visto con simpatía el escepticismo militante de mis años de periodista. Ese temperamento se quebró de pronto cuando el kirchnerismo se hizo cargo del Gobierno y trabajó sobre la invisible herida psicológica de toda una generación: entonces el Flaco, para no ser menos, se enamoró perdidamente. Las hostilidades, entre dos hermanos de la vida, se habían iniciado por esas fechas. Y precisamente de toda esa prehistoria de enojos contenidos veníamos cuando nos sirvieron un café y una lágrima.

-Estoy dispuesto a reconocerles varias cosas -le dije, para romper el hielo sin romper la tortilla.

-La renovación de la Corte Suprema -dijo con fastidio, como si me esperara.

-Que ahora demonizan porque no se somete y les vota en contra.

-Es un hito que estudiarán nuestros nietos en los libros de historia. Pero seguí, seguí.

-También le reconozco la habilidad para reconstruir el poder político en un país que venía de la ingobernabilidad y el caos- concedí-. Lástima que después se acostumbró a gobernar con dureza, sin respetar reglas y haciendo abuso de la fuerza de la plata. Y empezó a pensar en perpetuarse por los siglos de los siglos, amén.

-¿Vos pensás en serio que se puede hacer política sin plata? -juntó de pronto los dedos de la mano y me miró fijo-. Hablemos en serio, negro. Se usa la plata para llevar adelante un proyecto, y eso es más viejo que el hambre. Si tenés la caja, te respetan; si no la tenés, te voltea hasta un concejal de un municipio de cuarta.

-Te aclaro que me gustó que al principio hayan sido cuidadosos con el déficit y con las reservas -quise pararlo. No pude.

-¿Vos te creés que podés cambiar las cosas y enfrentarte a los intereses creados sin tener la guita y sin aplicar premios y castigos? ¿Y que además este país da para manitos de seda, con la cantidad de hijos de puta que hay? ¡Bastante democráticos resultaron!

-Son tan democráticos como un setentista puede serlo -tomé un sorbo amargo del café azucarado-. Los setentistas no son democráticos ni republicanos, sino movimientistas y revolucionarios. Nunca creyeron verdaderamente en la democracia ni en los partidos políticos. La democracia burguesa y la partidocracia, les decían con asco, ¿te acordás? Cómo no vas a acordarte, si a vos los setentistas te colonizaron...

-¡A mí no me colonizó nadie! -protestó.

-Claro, desde esa perspectiva revolucionaria, la democracia es una concesión y las acusaciones de dureza, una ingenuidad o un argumento creado de mala fe por la derecha. ¿En cuál de las dos intenciones encajo?

-Te aseguro que si no pensara que vos caés en el casillero "ingenuidad política" no estaría acá sentado -dijo, relajándose un poco. Sacó un cigarrillo. No sabía que había vuelto a fumar-. Este gobierno tiene la virtud de ser democrático en un sentido y revolucionario en otro.

-Y a ver, explicame, ¿qué revolucionó?

-Toda la política argentina -dijo como en un relámpago, y prendió el cigarrillo con un Cricket traslúcido-. Tomó el peronismo y lo puso detrás de una causa progresista. Reinventó la burguesía nacional, domó al establishment ,que siempre es acomodaticio y egoísta, tuvo el coraje de romper monopolios, desarrolló una política impresionante de derechos humanos y se enfrentó con los organismos de crédito internacional. ¿Te parece poco?

Estaba todo colorado y en las mesas vecinas varios clientes se habían dado vuelta para verle la cara.

-Vamos por partes -propuse, con la boca súbitamente seca.

-Yo veo la gran película, vos te quedás en la letra chica, con el miserable diario de cada día -siguió, como si no me hubiera oído-. Hay corrupción. ¿Y qué? Hay corrupción en todos los gobiernos. Usan el tema de la corrupción para esmerilar a un gobierno que los jode, y están esperando que caiga de una vez por todas. Que caiga y que parezca un accidente.

-El asunto del peronismo está pegado con saliva -le dije con crudeza-. Con billetes y nada más. El peronismo no es ni será jamás un partido de centroizquierda. Ponen la cara para la foto y acompañan en los actos porque el Gobierno los tiene agarrados con los fondos.

-No te equivoques, pibe. Es el pueblo peronista el que acompaña este proceso.

-Ajá, el pueblo peronista...

-¡Nunca en toda la historia moderna hubo tanta obra pública! -me escupió-. Y eso benefició a los pobres.

-Para los pobres, el Gobierno tiene la inflación, que los come vivos. O en todo caso las planes Jefas y Jefes, que son las armas con los que gerencian la miseria. Eso a Perón le hubiera parecido una aberración. Y lo mismo pensarían en cualquier proceso serio de socialismo.

-Vos estuviste en la villa 21 y sabés lo que significa para la mayoría que labura el resurgir de la obra pública. Sabés que esos albañiles están mejor hoy que nunca.

-En estos siete años creció la brecha entre ricos y pobres.

-¡Venimos del fracaso de los noventa y del precipicio de 2001, negro! -gritó-. ¿Qué estamos pidiendo?

-No te creas que el truco es muy diferente -lo pinché-. Al principio tenían una convertibilidad del 3 a 1, que funcionó para hacer más competitivas las pequeñas industrias. Pero después todo empezó a distorsionarse de vuelta. Seamos honestos: los cuatro primeros años de la década del 90 la cosa también funcionó. El problema es que Menem quería la reelección. Entonces, en lugar de reducir el déficit, se dedicó a pedir prestado a los organismos. Se endeudó, te recuerdo, en 60.000 millones de dólares para vivir por encima de sus posibilidades. A éstos les pasa algo parecido, sólo que se quedaron sin crédito internacional. Entonces les meten mano al campo, a las jubilaciones privadas, a las reservas. Es igual. Igual. Como si no hubiéramos aprendido nada.

-Entonces volvemos con el ajuste y la economía de guerra, ¿qué te parece?

Me quedé en silencio. El se acabó la lágrima de un trago.

-En cuanto a plantarse con los organismos internacionales, da risa -arranqué sin mirarlo-. Le pagaron todo al FMI y festejaron como si fuera un evento guevarista. Y están metidos en una lucha denodada para sacarle miles de millones de dólares al Banco Central y en lugar de aplicarlos a los hambrientos se los entregan a los acreedores de Wall Street. ¡Menos mal que ustedes son de izquierda, flaco!

-¿Y entonces por qué la derecha no acompaña todo esto, si es tan reaccionario como vos decís?

-Porque la lógica amigo-enemigo triunfó. Y porque también triunfó la deshonestidad intelectual.

-¿De qué carajo hablás?

-Hablo de que si criticás a la oposición estás comprado por el Gobierno, y si criticás al Gobierno, sos de derecha. Cuando investigábamos la corrupción de Menem éramos héroes. Ahora que investigamos la corrupción oficial, somos destituyentes.

-Es chiquito -movía una y otra vez la cabeza-. Te quedás con lo chiquito. Cómo me duele eso.

-El Gobierno se pelea sólo con quien no puede aliarse. Esos dos millonarios que se llenan la boca hablando contra los ricos no se manejan como principistas. La única ideología verdadera que tienen es el poder. Los que eran socios hasta hace poco y se dieron vuelta ahora son una lacra nacional. Kirchner era el candidato del establishment en la primera fase de su Gobierno. Y los enemigos abominables de hoy eran sus comensales diarios en Olivos hasta no hace mucho. Y después nos toman por tarados, flaco. Nos dicen que el fútbol es gratis en la Argentina. Es gracioso, ¿no? ¡Gratis!

-Te volviste un gorila.

-Y lo más gracioso es que vos te volviste un peronista -me reí-. Ofenden nuestra inteligencia.

-Ahora me vas a hablar de las carteras Louis Vuitton.

-Son canallas de doble discurso y me hablan con el dedo levantado. Me hablan con superioridad moral. Eso me enfurece.

-Te enfurece y te ciega; seguimos hablando de menudencias -dijo, exhalando una enorme bocanada de humo. Tenía los ojos rojos-. Y te voy a dar una mala noticia: también van a quedar en la historia por haber impulsado los juicios contra los asesinos y los torturadores, algo que en España y en Francia les reconoce cualquiera.

-Por mí que los asesinos y los torturadores se pudran para siempre en la cárcel. Lo que me molesta es que estos muchachos de la Casa Rosada se disfracen de abnegados defensores de los derechos humanos de la primera hora, cuando en el Proceso estaban haciendo plata y después, mientras gobernaron Santa Cruz, no movieron un dedo por las Madres ni por las Abuelas de Plaza de Mayo, ni por nada que se les parezca.

-Lo importante no es eso -rechistó-. Lo importante es que cambiaron e hicieron algo trascendental. ¿Qué importa lo que eran antes?

-Es gracioso que preguntes eso. Este gobierno hace política de prontuario con todo el mundo, menos con sus propios líderes. Además, usar a las Madres y las Abuelas para legalizar acciones de gobierno es repugnante.

-Qué estómago tan delicado -dijo con sorna-. No estamos en Europa: estamos en la Argentina, pibe. En este país bestial que viene del abismo. Y este es un gobierno exitoso que hizo crecer la economía de manera sostenida y espectacular. Y que, salvo una clase media desagradecida, no tiene políticamente a nadie enfrente.

-Ah, bueno, eso último te lo concedo. -Vi que encendía otro cigarrillo-. Mirá, yo tengo dos pesadillas. Una es que tus amigos no se vayan nunca más. Y otra es que cuando vengan los otros? terminemos extrañando a los que se fueron.

-A veces deseo que se vayan rápido, ¿sabés? -Ahora tenía un cierto dolor en la mirada. Volvió a rascar el borde la mesa con el canto de su mano-. Así vos y yo podemos volver a hablar de libros y de minas, como antes. ¿Te acordás?

Estuvimos hablando de libros y de minas un rato, como si permaneciéramos en el limbo. Después salimos a la calle. Sentí que la última brisa del domingo me barría la cara. Nos despedimos como si fuéramos a vernos otra vez. Lo conozco bien. Hoy no estamos seguros. No estamos seguros de nada.

Jorge Fernández Díaz 
La Nación
 

jdiaz@lanacion.com.ar
http://adncultura.lanacion.com.ar/ 

3 de abril de 2010
Autorizado por el autor

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