Dos
o tres veces, a la salida de un reportaje público, intenté conseguirle a
Beatriz Sarlo un taxi. En todos los casos, la señora se resistió:
"No, dejá -me dijo-. Andá vos. Yo camino". Por una cuestión
de cortesía de viejo caballero español, no podía yo dejarla sola a
merced de la noche y la ciudad. Ella es menuda e indefensa, y la calle está
brava: los remordimientos no me hubieran dejado en paz si le llegaba a
pasar algo por mi culpa. Alguna vez la acompañé quince cuadras hasta la
boca de un subte. La charla, que iba de la literatura a la política, era
por supuesto agradable, y verla descender las escalinatas me tranquilizó.
Otra vez caminé seis cuadras con ella hasta un colectivo. "Tiene
aversión por los taxis -pensé-. O tal vez por los taxistas, algunos de
los cuales practican el fascismo verbal." Beatriz me lo aclaró:
"No tengo ni fobia por los taxistas ni miedo a la inseguridad".
Hace unos meses, pensé en ella para encargarle una cobertura especial de
un evento cultural que había organizado la Ciudad en las calles. Para
convencerla, empecé así: "Beatriz, tengo algo para vos, que te
gusta tanto callejear". Cuando le expliqué que se trataba de andar
por varios barrios y escribir sobre lo que veía, me dijo: "Acepto,
no puedo resistirme".
Sarlo es discretamente odiada por muchos escritores argentinos puesto que
suponen que ella creó el gran canon de la literatura nacional y los dejó
afuera. Ese motivo, y no su ideología, crítica al actual oficialismo, es
la razón verdadera por la que varios intelectuales la detestan con tanto
entusiasmo.
Hasta no hace poco, su nombre estaba más vinculado a las bibliotecas y
los cenáculos académicos que al barro y la lleca. Eso cambió por
completo cuando intervino activamente en la construcción política de
Chacho Álvarez y cuando escribió Escenas de la vida posmoderna ,
donde se notaba un intenso trabajo de campo: shoppings ,
videojuegos y otros sitios y no-lugares de la nueva ciudad cayeron bajo su
minuciosa mirada. La combinación entre esa obra y el ensayo Una
modernidad periférica: Buenos Aires 1920-1930 , donde abordaba la
ciudad pero desde los escritores y los libros, derivó en este nuevo
texto: La ciudad vista. Mercancías y cultura urbana , que
anticipamos en nuestra edición de hoy.
Se trata allí de presentar un doble recorrido: por la ficción contemporánea,
principalmente a través de autores jóvenes, y por las zonas
intelectualmente menos exploradas de Buenos Aires: las del sur de la
ciudad. El sur mísero y denso, abandonado por los gobernantes a la buena
de Dios.
Leyó antologías, novelas y también crónicas actuales, y luego tomó
una camarita de fotos, una lapicera y una libreta de tapas negras y pateó
las calles con espíritu de etnógrafo. La experiencia duró un año y
medio. Estuvo en las calles, en los parques y en las fiestas populares.
Sin sentirse asediada por la violencia latente, fue testigo sin embargo de
la hostilidad que los vecinos del sur se prodigan los unos a los otros,
estigmatizados y recluidos en la miseria y en la injusticia.
Tomaba fotos, las analizaba luego detenidamente y las subía a un blog
personal y secreto, en el que iba escribiendo a diario lo que encontraba a
su paso. El blog tenía un título borgeano: "Cuaderno de Buenos
Aires", y la obligaba a escribir todos los días para nadie, sólo
para sí misma. A veces viajaba por trabajo a Europa y se encontraba en un
cibercafé o en un locutorio escribiendo sobre la ciudad que había dejado
provisoriamente atrás, como si hubiera un lector ávido al otro lado del
mundo esperando su reporte. Ese blog privado sirvió luego como gran armazón
del libro que, sin embargo, escribió de principio al final sin hacer copy
paste .
Las cincuenta fotos que tiene el libro -algunas bellísimas- no pretenden
la calidad artística, ni siquiera están para probar algo. Sólo se
publican para que dialoguen con el texto. "¿Y en qué cambió tu
visión de las cosas?", le pregunté, intrigado por las conclusiones
de la exploradora. No tenía conclusiones simplistas, como gustan a
ciertos taxistas porteños: hay que ser ciego para no ver un norte bueno y
un sur terrible, una ciudad fracturada por la desigualdad. Pero ella no se
dedica a testimoniar esa obviedad sino a describir las culturas que
emergen de esa fractura. La cultura del aguante, del amontonamiento, del
mal vivir. Y otras que surgen de esa ciudad abandonada por la ciudad.
"¿Sabés algo? -me dijo al final-. Durante la dictadura militar no
me fui porque podía tolerar la idea de la muerte. Lo que no podía
tolerar era la idea de no vivir en Buenos Aires." |