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Jaime Quezada Ruiz, remirar la “Llamadura”
por Lic. Miguel Fajardo Korea |
La poesía es un alma secreta que se deja descubrir para que la valoremos con fulgor, en aras de brindarle al ser humano el refugio necesario para su reconocimiento interior. Sirve para extender el espíritu y para acrecer las intensidades de la vida. La poesía es un arma que se llena de propósitos, cada día de la tierra.
En nuestros encuentros con artistas de diversas latitudes, me encontré, hace un lustro, con el escritor Jaime Quezada Ruiz (Chile, 1942). Su primer apellido lo escribe con “z”. Con él compartimos sesiones culturales, charlas, caminatas y conversaciones de gran acento americanista durante el XII Festival Internacional de Poesía de Bogotá. Conservo un gratísimo recuerdo de dicho encuentro, de su firme personalidad, de sobradísimos méritos y reconocimientos literarios en el ámbito hispanoamericano de la poesía, el |
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ensayo, el taller y la crítica literaria. Su humildad es un valor agregado. Desde entonces, mantenemos contacto, vía correo electrónico, sin distancias, porque siempre su afectividad es una alegría.
Quezada es un reconocido estudioso y difusor de la obra de Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas o Jorge Teillier. Presidió la Sociedad de Escritores de Chile y ha integrado el Consejo Nacional del Libro y la Lectura. En la actualidad, es Director del Taller de Poesía de la Fundación Pablo Neruda y Director Ejecutivo de la Fundación Gabriela Mistral. Es uno de los investigadores de mayor peso cultural en torno de la obra de los dos Premios Nobeles de Chile, Neruda y la Mistral.
Jaime Quezada ha escrito “Las palabras del fabulador”, 1968; “Astrolabio”, 1976; “Huérfanas”, 1985; “Un viaje a Solentiname” (1987); “No liberto hombre”, 1991; “Cuenta-mundo”, 1993; “Escritos políticos”, 1994; “Antología de poesía y prosa de Gabriela Mistral”, 1997; “Por un tiempo de arraigo”, 1998; “Bendita mi lengua sea”, 2002; “Adamita”, 2003 ; “Pensando a Chile. Una tentativa contra lo imposible”, 2004; “El año de la ira, diario de un poeta chileno en Chile”, 2005, entre un lujoso etcétera.
Quezada Ruiz, Jaime. (2004). Llamadura. San José: Editorial Costa Rica, pp.145 (referencia liminar de Iván Carrasco Muñoz, portada sobre pintura de Odilón Redón”). Es importante romper, en el contexto actual, los límites geográficos y abrirse a la recepción de la cultura de otras latitudes, como en el caso de este poeta sudamericano. Es un texto muy bien editado en Centroamérica.
LLAMADURA está dividido en nueve apartados con diversas temáticas “Como la palabra Dios en una película muda/ (Aunque todo el universo era Dios)”, es decir, plantea la fe como un arma de creencia. “Quiero decir que uno se vuelve un poco criatura de Dios”. Su poesía mantiene un acento de anticipación, el hablante aduce “Escribo para un futuro que fue ayer/ Año 2033”. La poesía es el futuro de las expectativas humanas trascendentes, siempre lo ha sido.
En un tono de ironía positiva el yo lírico endiña “Me tiraban piedras y manzanas/ Devolvía yo las piedras/ Y me comía las manzanas”. El poemario utiliza la letra versal como marca estilística. De hecho, los símbolos del hambre y la sed se encuentran en su acervo discursivo. “Desnudémonos/ El lobo pensará que ya somos cadáveres”, o bien, en este otro ejemplo, donde la muerte por hambre es una de los cortes filosos de su universo “Ya no existe el pan/ Ni la mesa/ Ni el mantel: / Sólo el retrato hablado de mi hambre”. Valdría la pena, en otro momento, una aproximación desde el psicoanálisis, sobre la base de esos nudos de significación.
Luego afirmará “Seré mi sólo desierto aquí en la tierra”, y es que en esta poesía del autor chileno, existe una recurrencia en defender el espacio vital de nuestra especie. Él aborda el acento ecológico con gran sentido “Mi corazón hace crecer la hierba/ Yo voy desapareciendo lentamente en la tierra”. Campea una cuota de responsabilidad en todos acerca de los padecimientos terrestres.
El hablante se visualiza en otros lares, por ello, es un habitante de la aldea global de la que formamos parte, pero lo hace con certeza “Me dicen que estaré mañana en una ciudad distinta/ Que sólo tiene la semejanza de tu ausencia”. En otro apartado hace ver “amo mi propia condición de transeúnte de otras latitudes”.
Este orbe no rehúye el abordaje que golpea las fibras más filiales de la condición humana “Hago que me pasen un video sobre las torturas/ El video dura horas semanas meses años”. Es decir, censura el acorralamiento a que se ha visto sometido el ser humano desde su existencia, pero enquista en su propio espacio “Alcanzo a gritar pero no viene nadie (…)/ Entonces me veo en la pantalla del televisor/ Cubierto con la bandera de Chile/ Manchada de sangre”.
En su travesía poética, el hablante aborda la experiencia escritural en Solentiname y confirma que en esa isla no se ve televisión, ni radio, ni se lee los periódicos “Pero se sabe todo lo que ocurre en el mundo/ Porque alguien toca la guitarra/ Y canta”. Esos versos se convierten en un esquema recolectivo que sintetiza en un sintagma verbal la esencia del modo de vida en Solentiname, que ha incorporado el nicaragüense Ernesto Cardenal.
Plantea el estado de soledad, cuando las estructuras de poder anulan la condición humana “Yo no valgo nada a pesar de todo/ Hace tiempo fui borrado de los registros ciudadanos/ No existo/ Me perdí en el camino”. El tópico del camino es un hilo que teje y desteje este libro-dossier de Quezada.
En una especie de rompimiento, incorpora una fábula “Escribió en una tabla: / No robar/ No matar (…)/ Y mató al hombre/ Y se llevó un venado”. La eterna lucha entre lo humano y lo natural encuentra un eco mordaz.
El hablante tiene una predilección por el recordar selectivo “Soy un hombre dichoso/ Visitado por mi infancia”. Ese estadio humano le posibilita un reconocimiento, inclusive, ahonda su incompletitud “No busco nada/ No golpeo ninguna puerta/ Solo/ Siempre solo/ Me hago niño/ Me hago eterno/ Doquiera que vaya floreceré”. Ante dicho panorama, la infancia se eterniza en el discurrir de la cotidianeidad. Ser niño se convierte en una respuesta eterna para enfrentar la incompletitud de todos.
El académico Iván Carrasco ha señalado que: “El carácter apocalíptico y profético de su poesía le confiere un matiz diferencial definido en el panorama de la lírica chilena actual”. También señala el tono autorreflexivo de su obra.
En el escenario de afanes, el hablante se interroga sobre su condición “Soy el ángel pobre/ Que pierde las plumas de sus alas/ Cuando asciende”. Igualmente, se manifiesta un reclamo interior cuando expresa “Hace tiempo que no digo una palabra”. Se advierte una soledad de la sociedad, sin solidaridad. Acaso el mundo se ha ido despersonalizando y ya no interesa el otro “Desde la ventanilla de un avión en pleno vuelo/ Alguien me mira/ Y compadece mi abandono”.
La poesía de Jaime Quezada se acerca a la cotidianeidad del universo. Él tiende a acercarlo con la certeza de su palabra en la llamadura de la errancia. Su obra recoge una serie de marcas intertextuales que nos ofrecen un panorama integral de sus lecturas y de sus recorridos para entender al mundo mediante sus constantes peregrinajes, entre ellos: Martí, Whitman, Parra, Verlaine o Pascal.
Protesta contra los ideólogos de la ignorancia, contra quienes creen que al quemar los libros muere la inteligencia. Hay tanto por decir sobre esa coyuntura, que el mejor testimonio son sus versos “Está bien que quemen nuestros libros/ Si nuestros libros no arden/ ¿Cómo de las tinieblas haremos claridad? Su ideario deslinda una serie de marcos conceptuales que bañan el verano en medio del mar.
En síntesis, en “Llamadura”, Jaime Quezada ofrece un universo de múltiples vías para no irse sin lucha. Acentúa sus reclamos, sus recriminaciones contra quienes destruimos el hábitat que deberíamos defender para mejor nuestra calidad de vida. Su universo lírico se enrumba a trazar caminos, a marcar derroteros, seguro de que, en el mejor de los sueños se encuentra la esperanza que salvará al ser humano. Propone un llamado para que redirija sus pasos y encuentre el derrotero decisivo y pleno.
En su “Elegía lírica a mí mismo”, Quezada poetiza:
“Sueño sentado en el living de mi casa Un día no cualquiera como hoy de Chile Hago que me pasen un video sobre las torturas El video dura horas días semanas meses años" (…)
En “Fuego de rojas llamas” aduce:
“Está bien que quemen nuestros libros Si nuestros libros no arden ¿Cómo de las tinieblas haremos claridad?”
En “Retrato hablado” expresa:
“Digo pan Y la mesa extiende su mantel Como un cuaderno de dibujo Y en un abrir y cerrar de ojos Ya no existe el pan Ni la mesa Ni el mantel: Solo el retrato hablado de mi hambre”.
Jaime Quezada poetiza desde lo contingencial sin fronteras y plantea un remirar en torno a un corpus de la esencialidad. En su estro encontramos imágenes para guardar en el bolsillo, con acentos de revelación, con aspas desmitificadoras, todo ello, configurado en una relectura del mundo, en una concienciación de los descubrimientos, en una reconceptualización de tu vida o la mía, es decir, un remirar en la de todos.
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por Lic. Miguel Fajardo Korea
Premio Omar Dengo,
Universidad Nacional de Costa Rica
Académico en la Universidad Nacional de Costa Rica
minalusa-dra56@hotmail.com
twitter:
@Mifajak
Publicado, originalmente, en "Correo de Guanacaste"
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