La desgracia de la realidad es la gracia de la
poesía |
Me gustaría comenzar esta charla diciendo que ella es un homenaje para los que todavía viven y respiran ese aire que facilita la imaginación y el descubrimiento de lo esencial en la realidad.
He aceptado para la poesía, y para su extraña-terrible actividad, este tipo de homenaje que aquí se le permite, más aún cuando veo claro que en el fondo ello puede facilitarme un acercamiento a esa región inédita y hereditaria que corno hijos asimilamos y donde todo puede ser posible.
He aceptado también conversar con ustedes por una simple razón: desde que fue posible afianzarme en mi trabajo con la palabra poética unas cuantas preguntas me rondan y quiero en esta ocasión ensayar a responderlas, no sin antes dejar claro que son las respuestas de una individualidad, de un islote en medio del continente de inquietudes y propuestas que ustedes contienen.
La vocación o destino del poeta, quizá sea provocar la interrogación y la sospecha más allá de las circunstancias de su realidad, pues dudo que la poesía tenga las mismas intenciones de un sistema lógico y autoritario que venera la verdad como algo total.
Con esto dejo claro que de ser posible una conclusión, ella ya no pertenecería a mi intención sino a la de ustedes.
Creo por lo demás que, desde esa visión verbal que es la poesía. se desprenden múltiples accidentes y sentidos, los cuales permiten acercarnos a ella más limpios y sin tantos prejuicios supuestamente intelectuales; con más carga de amor e intensidad hacia lo que está allí escrito que con el frío sentido de una mirada de difunto ante semejante sol de la vida.
Retomo de Federico García Lorca una carta dirigida a su amigo Gerardo Diego que puede facilitarnos entrar en cuestión. Ésta dice:
“¿Qué voy a decir yo de la poesía? ¿Qué voy a decir de esta nube, de este cielo? Comprenderás que un poeta no puede decir nada de la poesía. Eso déjaselo a los críticos y profesores, pero ni tú ni yo, ni ningún poeta sabemos lo que es la poesía. Aquí está, mira. Yo tengo ese fuego en mis manos, yo lo entiendo y trabajo con él perfectamente... En mis conferencias he hablado a veces de la poesía pero de lo único que no puedo hablar es de mi poesía. Y no porque sea un inconsciente de lo que hago, al contrario, si es verdad que soy un poeta por la gracia de Dios —o del demonio— lo soy también por la gracia de la técnica y del esfuerzo y de darme cuenta en absoluto de qué es un poema”.
Ahora bien, yo me preguntaría, ¿podemos definir la poesía?, o bien, ¿podemos definir la vida? Diría que la única forma de definirla es hacerse con ella, crearse con su manantial, es decir, estar dentro de ella y esto no es otra cosa que explicarse su creación por su misma creación, así como el amor sólo es explicable y comprensible cuando se ama.
Estar dentro de ese reino como un astro, siendo reino y astro a la vez. Entonces, ¿qué nos depara la poesía?
Tal vez ser conscientes, como la insignificante y solitaria flor en la llanura, de toda la grandeza y pobreza de lo que habita; descubrir en la sencillez, la universal y compleja presencia de las cosas sin descuidar nuestra más innata extranjería.
Muchas veces me he preguntado cuál es el sentido de la poesía y he dudado si realmente tenga algún sentido. Pero sospecho un signo, una idea que me condena. Tal vez “la poesía sea una empresa de descubrimiento esencial, una entrada al laberinto de lo conocido y desconocido del mundo en que estamos insertos y que alcanzamos a vislumbrar por medio de nuestros sentidos” (Enrique Molina); tal vez sea lo que nos llena de maravilla o de terror pero que facilita conocer nuestras imposibilidades y nuestros límites. Es una teoría de conocimiento, una forma de acercarse a la realidad, de reflexionar sobre su drama, conocerlo y no sólo sufrirlo y cantarlo.
Probablemente, esto es lo que ha hecho que la poesía se haya observado en muchas épocas como una región misteriosa en la cual se penetra gracias a la sensibilidad y al amor, pues es quizás “entre todas las aguas que corren, la que menos se demora en los reflejos de sus puentes” (René Char), y por esta misma razón es de lo que menos podríamos hablar con vanidosa seguridad, pero sí sentirla y habitarla como autores de ella sin creernos conocedores absolutos de sus intrincadas voces.
Cuántos poetas no habrán sentido ese rayo fulminante de la verdadera poesía y se habrán dado cuenta de la insuficiencia de aclararlo, de retenerlo como un fuego propio. Los casos sobrarían y rebosarían el cielo.
En alguna parte, alguno de estos poetas probablemente anuncia que habla desde el fondo del abismo que es el fondo de su cima. Conozco estas palabras; no son más que una de las tantas explicaciones a la extranjería del poeta, a su vital presencia ante los “otros’ y ante la realidad. Individualidad y cosmos, extranjería y presencia ante los “otros” son cuestiones que llevaremos toda la vida como presupuestos al escribir nuestros poemas; es un ciclo amenazante y maravilloso del cual no saldremos, pues no es misión nuestra la de abandonar sino la de asimilar estas cuestiones. Estar a la intemperie del mundo y, sin embargo, estar en él de forma permanente. Vigilar y excluirse; ser sedentario y nómada en la transparencia y en la oscuridad de las vivencias; el que vigila también es vigilado: el que observa desde afuera también está dentro del paisaje. Ser modelo e imagen, sueño y realidad, extranjero y amigo.
¡Ah!, pero si yo quisiera dejar más claro cuál es mi visión de lo que es la poesía, tendría que remontarme al carácter original, al estudio de orígenes que la rodean y esto ya sería pedirme demasiado. Pero sospecho de nuevo un signo, una región de aventuras: la poesía puede ser inocente mas no ingenua y esto es lo que la hace partícipe de su cultura.
Determinados como estamos por el despotismo de una realidad que si bien se nos cierra cada día, es bueno saber también que ésta se nos invierte en una alternativa demasiado positiva y, es que, a pesar de ella o sobre ella, todavía reconocemos su potencia enriquecedora para nuestra obra.
De otra parte, ¿no será una gran verdad, que gracias a dicho roce permanente con la realidad, estamos ricos de imágenes? No faltaba más que, conscientes de ello, echáramos a perder esta riqueza en el momento de su mayor jerarquía, de su mayor autoridad.
Reconozcamos entonces el conocimiento de nuestra propia pérdida, aceptemos nuestra propia no resurrección. La poesía está aquí y no en otro reino.
Y es aquí, sólo aquí, donde propongo una alta conciencia de trabajo y vocación; es aquí en este instante de estimación y deferencia hacia lo que nos rodea, donde la “gracia” de la poesía se nos revela en la veneración al nosotros sin que ello haga estragos en nuestra perturbada intimidad. Dicho en otros términos: la desgracia de la realidad es la gracia de la poesía’.
Quiero recordar ahora un verso escrito hace algún tiempo donde se dice que la realidad es ese sol disperso que a mi interior interroga. Pienso que podríamos remplazar la palabra Realidad por la de GRACIA poética, pues me parece que la poesía es también una forma de reconocimiento y valoración de la escala total de la realidad, o mejor, es una dimensión que no se contenta con sólo la apariencia y los reflejos de lo que se observa o se palpa, sino que vislumbra, en las múltiples estancias de este laberinto efímero, una forma de divinización y de permanencia, una grandeza en lo que aparentemente es insignificante.
Se me ocurre que podríamos ampliar más estas afirmaciones trayendo hasta nosotros un pensamiento de Montherlant:
“Hay lo real y lo irreal. Más allá de lo real y más allá de lo irreal hay lo profundo”, o bien este verso de Roberto Juarroz: “La realidad se hunde palmo a palmo. La realidad que ya no se conforma con ser más que realidad”.
Para Montherlant, lo profundo sería justamente la estancia de lo poético como actividad suprema y única de exploración sobre lo que se vive. Juarroz nos permite saber que, a pesar de todo, la realidad también está sola y necesita de alguien que la descubra, que la fertilice y le dé “realidad”, todo para que ese edificio único y múltiple no se derrumbe.
Entonces, la realidad soñada o concreta sólo se valoraría al ser descubierta su gracia; al explorar su maravillosa y terrible grandeza. Desde luego, no me interesa aquí discurrir por las múltiples concepciones filosóficas y tradicionales acerca de lo que es la realidad; a lo sumo aprovecharme de esta categoría para explicar que en su “desgracia” tiene una hermana mayor que la “diviniza” y amplía, y ésta ya sabemos es la poesía.1
Por lo tanto, aclarado esto, propongo que ante una lógica de la desesperación impongamos una lógica de la comprensión de nuestro más grande nutriente; una consumación con la historia de los hombres; una revuelta íntima con la realidad hispanoamericana y mundial; una convivencia con los habitantes de lo terrible, donde lo único que sabemos es que nos desconocemos y tal vez ésta sea nuestra mayor ventaja.
No estaría mal, también, pensar desde nosotros mismos sin descuidar el pensar por nosotros mismos. Nuestra visión debería construirse a la medida del sueño, pero a la medida del sueño que es a la vez anverso, razón y convulsión, refugio e intemperie, muy contrario a la voluntad de los aniquilados. Nuestros sueños deben tener raíces humanas, desde luego, y no raíces en el cántaro de un mundo construido a la manera de Disneyworld.
¡Ah! y por mucho que pensemos la huida de este mundo, sólo a él nos remontan nuestros pasos; por mucho que deseemos una “Realidad Poética”, sólo a ésta retornan nuestros gritos. La poesía escrita para desahogarse de la crueldad del mundo, es también provocación de estornudos.
Sabemos que estamos bajo la lógica de una sociedad globalizada que se desconoce y, por lo tanto, es asesina de sus propios artífices. Pero, aunque conscientes de ello, no podemos exigirle a la poesía ser arma técnica, sílex práctico en la máquina histórica de los hombres. La poesía tomada así como pieza utensiliar y fundamental del mecanismo social humano, tal vez sin proponérselo, no iría muy lejos en su misión de constructora, pues no es misión suya construirnos un mundo habitable. Su misión no es la de un estratega, su conciencia no es la de un ingeniero. Rota y perseguida, la poesía es quizás lo más inútil dentro de sociedades pragmáticas, serviles y vigilantes como las nuestras. Sola, pero con una transparencia de hermandad que no se fatiga, su rostro no se voltea, sin embargo, ni se cubre, frente a las catástrofes de su tiempo. No es mesiánica pero tampoco en su innata extranjería ignora; sabe comprender muy bien la huida y también los compromisos, y lejos de toda ideología redentora no marcha al lado de los más.
Víctima de su formación en la intemperie, aún vive con la misión de pensar desde la periferia —y desde el fondo— y es aquí donde su valor se une con la misión del sabio y del filósofo; y aunque no construye sistemas, digna es de reconocerle la creación de algunos símbolos y signos, tan propios como comunitarios, de ser exploración y fundación de ciertas realidades, únicas y maravillosas, demasiado fuertes para ser desechadas por las tempestades de la historia; es decir, de elevar concepciones globales, tanto formales como conceptuales, a las cuales damos el nombre de poéticas.
Con su visión encantada, el poeta se enriquece e instaura su poética; escoge sus signos, sus símbolos, sus secretos tonos, los cuales le permiten contemplar regiones desde una perspectiva muy particular, y esto no es otra cosa que instaurar un reino propio, es definir su voz, su búsqueda, su rostro, dentro del cual adquieren importancia los elementos y valores de la realidad donde habita y piensa el mundo.
Desde esa región perturbadora (la realidad), con su halo de asombro y sus espacios profundos y elementales, es donde la poesía se nos manifiesta permanente y tal vez aquí adquiera su verdadera grandeza: la de hacer del hombre una continua correspondencia entre lo finito y lo infinito, entre lo singular y lo cosmológico, entre el ritmo de la emoción y la pasión de la inteligencia ayudada por una dimensión de soledad de la cual se abastece. La libertad es su ley, el universo su patria, la pasión es su razón.
En lo alto del silencio, su región propicia, la poesía recupera para el hombre el trance, la contemplación y la armonía del delirio; la unidad entre lo múltiple y lo único, entre el ser y el pensar; abre la oscura realidad de lo existente para pensarlo y admirarlo con el “ojo del alma”. En su alegría y en su muerte posiblemente naufragamos, pero ella vive intensa y trágica, destinada a ser susurro en medio del escándalo. Va de lo transparente a lo oculto, de lo pasajero a lo presente; su divinización está en las cosas, y nos descubre en todo y en el TODO una dimensión sobrecogedora: la valoración de las cosas y la divinización de las mismas, de lo cual nos hemos olvidado.
No pretendo con lo anterior reducir este universo memorable; sólo intento un riesgo, una aproximación no única, pero sí continua, tan importante para mi noción de poesía, la cual me ha permitido de alguna forma entrar a esta entrañable intimidad del mundo y sus continentes inéditos. Esta lámpara ha servido para salvarme de pérdidas y dolores, asimismo que la risa, el juego y el amor.
Pero, en medio de la tempestad que nos aflige, creo que todavía queda la esperanza de averiguar qué nos deja la cultura y en esto la poesía tiene un camino muy extenso para recorrer.
Giro en torno a estos planteamientos y en torno a la poesía. Sé que para llegar a su centro es necesario el amor. “Las obras de arte, decía Rainer María Rilke, son de una infinita soledad, nada es peor que la crítica para abordarla, sólo el amor las puede alcanzar, guardarlas, ser justo con ellas”.
Y ahora basta de averiguaciones, lo único cierto es crear, pero crear siendo; escribir la poesía como también vivirla. Habitar el mundo no como turista sino como casero, forma de estar. Ampliar el Ser a través de la palabra, así la poesía constituya la mayor conciencia originaria de la soledad del hombre.
Notas: * Poeta y ensayista colombiano. 1 El concepto de Gracia aquí se inserta como una aserción estética, no como una cualidad moral y psicológica de la persona, es decir, no como amistad ni afabilidad y benevolencia. Trato de profundizar sobre el hecho poético de la Gracia, es decir, sobre la transformación espiritual y artística de lo que nos rodea. Gracia como don del poeta para volver mágicas las cosas que él asume en el mundo que habita. |
Carlos Fajardo Fajardo
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