Cultura y Sociedad. La Ciudad de Monterrey, Nuevo León Dr. Felipe Estrada Ramírez |
En la literatura filosófica, sociológica, antropológica, a veces es común la concepción de la cultura como “parte” de la sociedad. En mi criterio, tal enfoque es desacertado. No se trata de una relación de parte – todo. La cultura es una calidad social. Un proceso y resultado del hombre y la sociedad, que da cuenta de la ascensión humana” 79 En tal sentido, la cultura llega a ser expresión de la verdadera unidad entre “lo humano “y lo “social “, proceso de afirmación de la “esencia humana “de la sociedad y de la “esencia social “del individuo. 80 Marx, con gran visión de futuro refleja la relación interna (unidad) naturaleza – cultura – sociedad, de gran valor teórico-metodológico y práctico para nuestra contemporaneidad. ¨”Así, escribe Marx – el carácter social es el carácter general del movimiento total: así como la sociedad misma produce al hombre en cuanto a tal, así la sociedad es producida por él ( ... )la actividad y el consumo, ambos en su contenido y en su modo de existencia, son sociales: actividad social y consumo social: la esencia humana de la naturaleza existe primero sólo para el hombre social; porque sólo allí existe para él la naturaleza como el lazo con el hombre – como su existencia para el otro y la existencia del otro para él – como elemento vital del universo humano; solamente aquí existe la naturaleza como base de su propia existencia humana. Sólo aquí lo que es para él su existencia natural se ha convertido en su existencia humana, y la naturaleza en hombre para él. De este modo – enfatiza Marx – la sociedad es la unidad consumada en sustancia de hombre y naturaleza – la verdadera resurrección de la naturaleza - el naturalismo del hombre y el humanismo de la naturaleza llevada a su plenitud” 81 En fin, la cultura y sociedad constituyen una unidad indisoluble, separable sólo a través de la abstracción. Por eso toda sociedad, como formación sociohistórico – cultural y organismo complejo, requiere para su conocimiento, revelar sus orígenes, situación físico – geográfica, sus expresiones culturales etc. El cambio es lo único constante en la historia de la humanidad. No es posible negar que la sociedad contemporánea asiste a una época de cambios acelerados y de cobertura global, donde la revolución informática, la aplicación de nuevas tecnologías de producción y el desarrollo del comercio constituyen algunas de las bases materiales. Pero los cambios sociales y culturales tienen dinámicas, ritmos e intensidad variados, por lo cual no son homogéneos ni corren en una misma dirección. Los hombres y mujeres que constituyen las sociedades no dan una respuesta única, automática ni generalizada a las dinámicas macro – sociales. Cada comunidad, cada localidad, cada grupo social estable – con su propio calendario, a partir de su propia historia y más o menos fieles a sus sistemas de representación de la vida –mantienen una especie de diálogo con las fuerzas del cambio macrosocial, adoptándolas, rechazándolas y luchando con o contra ellas. Para hablar sobre la sociedad es necesario remitirnos a la filosofía, a la sociología a la antropología y a la ciencia política como núcleo importante de las ciencias sociales, cuya principal función es señalarnos los distintos modos en que en el orden social se conforman nuestras vidas. Estamos viviendo los primeros años del siglo XXI lo que nos lleva a un repaso histórico de la evolución cultural del hombre y sus construcciones humanas. Estas construcciones corresponden a las formas de vida, actividades, creencias, necesidades y valores con lo que hombres y mujeres han desarrollado sus vidas en diferentes épocas y lugares a través de varios siglos, construyendo ellos mismos diferentes sociedades. De acuerdo a los autores Galles y Levine 82, 1996, la sociología es el estudio sistemático de los grupos y sociedades que construyen los humanos y la forma en que estos afectan nuestra conducta. Los sociólogos no se limitan a estudiar a los individuos para dar explicaciones a la historia o a los sucesos actuales, sino que examinan el modo en que las instituciones sociales tales como la familia, el sistema educativo o la economía, influyen en los individuos. Como ciencia social, la sociología está comprometida con la conducta humana, siendo los psicólogos quienes estudian las fuentes internas del comportamiento, y los sociólogos las fuentes externas del mismo, además del comportamiento de la sociedad en su conjunto. Como sociedad también se entiende, un grupo de población autónoma cuyos miembros están sujetos a una misma autoridad política, ocupan un mismo territorio, tienen una misma cultura y un sentido de identidad compartida.83 El hecho de que dentro de una sociedad se comparte una misma cultura nos obliga a este concepto: La cultura ha sido definida también como un “Plan para vivir”84 como los conocimientos compartidos que usa las gentes para coordinar sus actividades (Becker, 1986). Los miembros de una sociedad deben compartir ciertas ideas fundamentales acerca de cómo funciona el mundo, que es importante en la vida, cómo emplear la tecnología etc. La cultura contempla un plan de vida y se adquiere a través del aprendizaje. Por lo tanto, el desarrollo humano depende en gran medida de la socialización: proceso continuo de interacción a través del cual adquirimos una identidad personal y habilidades sociales. Para Musgrave, socialización: es el proceso por medio del cual uno adquiere el significado de la identidad personal y aprenden lo que las personas en la cultura circundante creen, y la forma que esperan que el ser humano se comporte.85 Según Freud, el proceso de socialización del ser humano es una confrontación entre el hombre y la sociedad y la concibió como una lucha de fuerzas: los impulsos biológicos y las exigencias sociales, siempre están en guerra.86 Para G. H. Mead, la socialización es un esfuerzo de colaboración entre el hombre y la sociedad.87 Con este mismo enfoque socio – cultural, el Materialismo histórico, investiga las leyes generales del desarrollo de la sociedad humana y las formas de realización en la actividad histórica del hombre. El Materialismo histórico, en mi criterio proporciona las bases teóricas y metodológicas de las investigaciones sociológicas concretas y de todas las ciencias sociales ,. Sus postulados nos señalan que en la sociedad actúa el hombre, como un ser consciente y práctico que rige su propio hacer.88 Se fundamenta también en la idea de que cada sociedad humana busca los medios de obtener su forma de vida y que los hombres entran en el proceso de construcción de esta; en este sistema de relaciones de producción, basa su sociedad. El desarrollo del individuo bajo la influencia de la educación y el medio, tiene lugar, por su contenido social, como una unidad dialéctica entre la objetivación y la subjetivación de la actividad humana y la realidad social. En esta concepción, el proceso de socialización del hombre, es al mismo tiempo una vía para la individualización. De esta forma, los individuos se convierten en personas que entablan, por medio de su actividad y de la comunicación, relaciones históricas concretas, entre sí y con los objetos y sujetos de la cultura.89 La sociedad se forja dentro de la familia y otras entidades sociales; por consiguiente, si una sociedad define su propio sistema de valores, de costumbres, de modelos de vida, de modos de pensar y de sentir, y también una misma cultura comparte esas normas, valores, costumbres, modos y sentimientos, se constituyen y se forman en el seno familiar. Cultura y sociedad van siempre de la mano, de tal manera que no puede existir la una sin la otra, porque mientras que la cultura provee el conjunto de significados que permiten las relaciones entre las personas dotando de sentidos en común a las vivencias de la vida cotidiana, la sociedad es el tejido o malla de relaciones e interacciones que unen a la gente a partir de estos sentidos y significados compartidos.90 Todo este proceso sociocultural se produce en el ámbito de un territorio geográfico un “socioespacio” y un tiempo histórico determinado.91 Quiere esto decir que los individuos no se unen a su sociedad como por arte de magia, sin esfuerzo consciente de su parte; por el contrario, para pertenecer a la sociedad los seres humanos deben pasar por un complejo proceso de aprendizajes acerca de lo culturalmente útil y necesario en su medio, para luego convertirse en miembro de la sociedad. Se
trata de un proceso, regido por leyes, a través de la actividad
consciente de los hombres. 2.1.
Situación física de Monterrey. Aunque
Monterrey es sin duda el más importante municipio del Estado de Nuevo
León, abarca nueve municipios integrados en una sola mancha urbana.
Se trata de los municipios de Apodaca, García, General Escobedo,
Guadalupe, Juárez, Monterrey, San Nicolás de los Garza,
San Pedro Garza García y Santa Catarina. En conjunto, estos nueve municipios ocupan un total de 245 mil 611 hectáreas, de las cuales 38 mil 675 forman el suelo urbano, y las otras 206 mil 833 hectáreas son de superficie no urbana; no es exagerado decir entonces que Monterrey es una isla de cemento y asfalto de 400 kilómetros cuadrados enclavado en el corazón de Nuevo León. La ciudad tiene un clima difícil, definido por su posición en el planeta y por su instalación en una especie de valle abierto. Los expertos declaran que se trata de un clima “seco estepario, cálido y extremoso”, pero estas palabras dicen poco sobre las breves pero intensas rachas de frío polar y los larguísimos y ardientes días de verano, descritos hace ya más de un siglo por Guillermo Prieto en los versos burlones del Cura de Tamajón. Aunque el asunto del clima parezca irrelevante, todavía no existen estudios formales al respecto, pero se supone que el clima ha sido factor influyente a la hora de definir el carácter, los hábitos y la vida comunitaria de los regiomontanos. En todo caso, lo previsible es que siga ejerciendo su impacto en el siglo próximo, pues los científicos opinan que la erosión, el desarrollo urbano y el gradual agotamiento de los acufferos nos llevarán hacia un entorno todavía menos amigable. Por lo que se refiere al ambiente físico, el factor individual dominante será el abasto de agua. En los últimos años, el Río San Juan, contenido por la presa El Cuchillo, ubicada 100 kilómetros al oriente de la ciudad, se ha convertido en el principal estabilizador del suministro metropolitano, y esto se hará mayor en los próximos años, si se sigue presentando temporadas inusualmente secas como las de 1995 – 1996. Lo cierto es que el agua será un vital definidor de rumbo y de políticas estatales, y en buena medida el desarrollo que Monterrey podrá alcanzar en el plazo previsible estará ligado inevitablemente al factor agua. Mas en el futuro, las tecnologías de desalinización de agua de mar tal vez inclinen la balanza hacia otro rumbo, y en ese momento serán el clima y la distribución demográfica los factores de mayor peso. 2.2.Orígenes
del asentamiento de Monterrey. El
asentamiento de la ciudad de Monterrey tuvo sus orígenes en la
conquista de la Nueva España. Precisamente en el momento en que se
gestaba la lucha por controlar los entonces desconocidos e inmensos
territorios del norte del continente americano, se arrojó al aire la
semilla urbana de Monterrey en busca de su destino definitivo. Las tierras coloniales en el nuevo continente se confirmaron como el lugar ideal para guardar, finalmente, un orden planificado, casi mágico, en las nuevas ciudades, un orden que encontró en estas tierras “el único sitio propicio para encarnar” 92 Para entonces, en la península Ibérica fraguaba un lento proceso de unificación que aún no terminaba de fundirse. Múltiples ideologías y lenguas instaladas allí por siglos, se consolidaron en un solo espacio geográfico y bajo un mismo reino. El tejido cultural formado por cristianos, árabes y hebreos y el paisaje edificado de España, eran muy complejos. En ellos se mezclaban las obras de los primitivos y enigmáticos celtas con las de los grandes ingenieros y constructores romanos; se sumaban a este panorama las exquisitas edificaciones árabes, así como muestras de las corrientes más importantes de la Edad Media como fueron la Románica y Gótica. España era en sí misma producto de estas mezclas. Su herencia cultural y su arquitectura estaban íntimamente ligadas al paisaje de los últimos siglos. España, como el resto de Europa, había elaborado una gran cultura del uso de piedra. El lenguaje místico de los cortadores y escultores habían logrado desarrollar sistemas de edificación que causan asombro y admiración. A la piedra se confió la permanencia y longevidad de las grandes obras. Sin embargo, las distintas ampliaciones de los materiales de los edificios de los siglos XVI y anteriores, y por el contrario, eran básicamente las mismas desde años atrás: objetos de hierro y bronce, maderas labradas y cortadas, barro cocido en moldes y por supuesto, la piedra en sus distintas formas y usos. Esta amalgama de estilos, materiales y formas de construir fueron un ingrediente muy importante en la visión española del Nuevo Mundo a principios del siglo XVI. La compleja memoria urbanística y cultural que existía en la perspectiva colonial creó también una gran anticipación por descubrir ciudades y sitios de gran riqueza en el Nuevo Mundo que, definitivamente, fue una de las razones principales que motivaron la exploración. Las bases para el asentamiento definitivo de la ciudad de Monterrey se fueron conjugando por una mezcla de estos aspectos. La arquitectura de la ciudad, como sabemos, tomó años en evolucionar y el sitio donde fue localizada sufrió tantas calamidades que pusieron en peligro su supervivencia. El concepto de ciudad desde la visión europea del siglo XVI significó para los primeros pobladores la posesión del sitio señalado. En atención de la atractiva propuesta de Richard Morse en sus estudios urbanísticos sobre el Nuevo Mundo, debemos considerar que en los asentamientos coloniales “más que una conquista, quedó certificado el triunfo de las ciudades sobre un inmenso desconocido territorio, reiterando la concepción griega que oponía la polis civilizada a la barbarie de los no urbanizados” 93 En este concepto no existe distinción de dimensiones ni riquezas; sólo el sentido del sitio permanente. La gran capacidad de adaptación desde sus primeros años de vida y su posterior lucha por consolidarse lograron hacer de Monterrey una de las más importantes ciudades del México actual. Es propósito del presente estudio es esbozar panorámicamente el desarrollo urbano – arquitectónico de Monterrey a través de su historia, mediante un recorrido por las obras y conceptos que han venido a conformar la fachada urbana de una ciudad fundada hace cuatrocientos años. En el registro de sus memorias buscamos los testimonios auténticos del desarrollo en su enclave urbano, de sus materiales y técnicas de construcción y de su adaptación a su medio ambiente. En otras palabras, asumimos la lúcida tesis de Octavio Paz que resume lo que pretendemos demostrar en este trabajo: “la arquitectura es testigo insobornable de la historia” 94.En esta misma dirección se ha expresado Alejo Carpentier en sus estudios sobre la Ciudad de la Habana. 2.3.Desarrollo
urbano y Arquitectónico de Monterrey. Los
tres personajes que decidieron, en diferentes momentos, establecerse
en el Valle de Extremadura, llevaron una estrecha relación entre sí,
aún cuando no fuese siempre amistosa. Ellos conocieron la zona años
antes de sus intentos individuales de población. Alberto de Canto,
Luis de Carvajal, y Diego de Montemayor sabían de la importancia de
colonizar estos inmensos territorios y de la necesidad de controlar el
sitio geográfico y los recursos naturales del Valle. En septiembre de 1596 Diego de Montemayor, privado de la comisión oficial otorgada por Luis de Carvajal como teniente de Gobernador que se le fue cancelada el abandonar el territorio, encabezó desde Saltillo una expedición hacia el valle de Extremadura. Allí realizó el 20 de septiembre la ceremonia de fundación de la ciudad metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey. El importante acontecimiento resume la consecución de hechos que simultáneamente se dieron lugar para hacer posible el asentamiento en el valle. Sería impreciso evaluar la decisión de Diego de Montemayor sin considerar los antecedentes. Aún cuando fueron tres acontecimientos distintos, los tres están íntimamente ligados en una rigorosa secuencia histórica. El acta de la fundación muestra una clara intención de formalizar la ubicación geográfica de la ciudad en el valle como centro de actividades y gobierno del reino. Un postulado difícil de lograr si se piensa en la gran desolación de la zona, la escasa población (doce familias) y la difícil situación que se había vivido con los indígenas y que prevalecía aún después de los sucesos de destitución y arresto de Carvajal. El cuidado meticuloso de las ordenanzas que fue dado al documento fundacional nos hace pensar no sólo en el alcance jurídico de los responsables del acta, sino también en el conocimiento pleno y decidido con el cual justificaron la ubicación de la capital del reino en el valle de Extremadura. Después de que Montemayor describe la fertilidad del valle, hace referencia a “muchas minas de plata”, la conveniente situación del valle para su labor pacificadora con los indígenas y como centro geográfico de futuras poblaciones. Igualmente elogia el sitio “para el viaje y trato del puerto de Tampico.... y lo mismo a la ciudad de Zacatecas”. En síntesis, señala Montemayor a la ciudad de Monterrey “siendo, así como lo es, cabecera de todo el reino”. 95 Una cita tomada de otra acta de protocolo de la fundación , revela la ubicación de los primeros elementos que formaron el trazo urbano hecho por Montemayor que trazó el Puesto de la ciudad (la ubicación del núcleo central compuesto por la plaza, las casa reales y la iglesia mayor) junto al monte de Nogales, Morales, Parrales y Aguacatales de donde salen los ojos de agua que llaman de Santa Lucía, la ciudad y asiento señala de la una banda y de la otra (de un lado y otro) del río y Ojos de Agua y señaló primeramente sitio y solar para la iglesia mayor que está a una cuadra de la plaza hacia la parte del Norte, Leste. Esto significa que, es la plaza mayor el núcleo desde el cual se da orientación y distancia a los distintos sitios que se van señalando para uso de la ciudad. De igual modo, elementos naturales como ríos y montañas servían de referencia para delimitar predios. Montemayor estableció quince leguas hacia los cuatro costados de este núcleo central que equivalen aproximadamente, a un cuadrado de 60 kilómetros por lado. El concepto de “ciudad metropolitana” incluía las tierras para agricultura y ganado, así como las llamadas “estancias” y haciendas que se localizaban en los alrededores. Las ordenanzas constituyen una valiosa fuente de aproximación a este trazo inicial de Diego de Montemayor. En su artículo número 127 las ordenanzas establecen que “en la plaza no se den solares para particulares, dense para fábrica (construcción) de la iglesia y casas reales y propios de la ciudad y edifíquense casas para los tratantes (comerciantes) y que lo primero que se edifique” 96 De lo anterior se infiere que los espacios de uso público y los de mayor importancia para la población se ubican alrededor de la plaza. Así, la iglesia estaría al oriente y las casas reales al poniente. Posteriormente se repartían solares a cada uno de los pobladores, como lo refiere el artículo 128 cuidándose de no cometer errores de cálculo para lo cual se enfatizaba siempre “hechar la planta de la población que hubiere de hacer” Esto significa que debieron trazar un plano de la población. Los pobladores eran instruidos para que, en el lugar elegido, “asienten su toldo (forma de cubierta de tela para señalar el lugar) .... (o en su defecto).... haga su rancho de materiales refiriéndose a algún tipo de construcción informal)”. Es decir, que se señalaba el sitio de la merced otorgado. Según algunos autores, las edificaciones de la ciudad primitiva fueron muy modestas. Tal afirmación no ofrece dudas si tomamos en cuenta las condiciones de extrema pobreza en la época, a pesar de que en ese tiempo en la ciudad no se erigieron construcciones de gran importancia. Eugenio del Hoyo ensaya una interesante reconstrucción histórica de la población en los albores del siglo XVII : una enorme plaza, como la ciudad metropolitana correspondía, rodeada de amplios solares poblados por míseros jacales de Bahareque, es decir, construidos sus muros de palizada embarrada de lodo y boñiga y las cubiertas, de dos aguas, de varejones y zacate. Las ordenanzas establecían, como hemos dicho, la construcción de una iglesia mayor, un convento para impartir la doctrina de los indios y las casas reales como habitaciones del gobernador. El primer convento Franciscano se inició entre 1602-1603, según el doctor Gonzalitos en sus lecciones orales de la historia de Nuevo León. Aunque son igualmente escasas las fuentes sobre este primer convento de Monterrey, coinciden con un aspecto importante de la formación de la ciudad: el nombramiento como gobernador del reino de León otorgado por el Virrey el once de febrero de 1599 con la cual la ciudad y el territorio se integraron al orden militar, civil, judicial y religioso de la Nueva España. El convento de San Francisco de San Juan Andrés pudo haber sido iniciado hacia esos años. Aún cuando muchas crónicas insisten en que durante ese tiempo fue un simple jacal, según un Acta del Ayuntamiento de Monterrey de mil seiscientos cuarenta y dos que considera que ciertos “paredones” que pertenecieron al convento eran ruinas de una construcción de piedra, mucho más sólida que un sencillo jacal. Como puede advertirse, es poca y especulativa la información sobre este primer período de la ciudad. Sin embargo podemos asegurar que como parte de los mejoramientos de la población y en virtud del apego a las ordenanzas, debe haberse gestado una planeación más cuidada de los bienes de esta habitada comunidad y por consiguiente, su arquitectura pública. Las instituciones de los habitantes por hacer de la población una verdadera ciudad eran definitivas. Semejante ha de haber sido, después de cierto tiempo, la intención de la arquitectura emprendida. La breve población, que tenía menos de cincuenta personas incluyendo esclavos e indios había dado el primer paso firme para su supervivencia. La estructura y orden de su gobierno debieron irse ajustando a sus propios requerimientos, no obstante, la escasa cantidad de habitantes, la ciudad no se rindió a la pobreza de los primeros años ni a la innumerables calamidades. Triunfó la decisión por permanecer y domesticar el territorio. 2.4.APUNTES
HISTÓRICO-CULTURALES LA PLAZA ZARAGOZA Es
la de Zaragoza la plaza más antigua de Monterrey. Algunas veces fue
llamada Plaza Mayor, aunque en realidad no había para qué darle este
nombre, puesto que no existía otra plaza menor. Se llamó también
Plaza Pública o Plaza Principal, pero la denominación generalizada
fue la de Plaza de Armas. El
nombre de Zaragoza le fue impuesto en 1864, dos años después de la
victoria de Puebla. El nombre de Plaza de Armas, aplicado en igual
forma que en la mayoría de las ciudades mexicanas y americanas tenía
una razón de ser. Era allí donde se reunían los vecinos, cuando
eran convocados para acudir a la defensa común; y allí también
donde dos veces al año, el 25 de julio, fiesta del apóstol Santiago,
y el 25 de noviembre, festividad de Santa Catarina, patronos del ejército
español, se hacía revista de armas. Cada uno había de presentar las
que tenía: arcabuces, espadas, adargas, etc. Alma
y centro de la vida de la ciudad, ha servido en innumerables ocasiones
de escenario a reuniones cívicas y religiosas; a motines populares, a
protestas airadas contra la autoridad o a adhesiones a éstas; a juras
de reyes o publicaciones de bandos solemnes; a lectura de
constituciones y a recibimientos de obispos, gobernantes y candidatos;
a duelos de espadachines, o a patíbulo de ahorcados o de
fusilamientos. En
la década de 1980, la plaza desapareció como tal, al ser incorporada
a la Macroplaza, construida por el gobernador Alfonso Martínez Domínguez. LA
CATEDRAL Ocupa
el templo que fue la parroquia. Al ser fundada en 1596, la ciudad quedó
bajo la jurisdicción espiritual del curato de Saltillo. No fue hasta
1626 que cuando el deán de Guadalajara vino a erigir la parroquia de
Monterrey. Un
largo pleito entre el nuevo curato y el de SaltiIlo retrasó la
construcción del templo que, en 1639 era “... una enramada que como
está casi toda descubierta, se ve el altar mayor y el sacerdote desde
la plaza”97.
Resuelto
el conflicto, el Ayuntamiento acordó la construcción formal, encargándola
al maestro de obras Juan de Montalvo. Doce años después ya estaba
“techada de teja” y empezado el campanario. Destruida por un
incendio en los albores del siglo XVIII, fue emprendida su
reconstrucción en 1709, sirviendo entretanto como parroquia la
capilla de San Francisco Javier, de los jesuitas. Debido a la pobreza
del medio la obra fue lenta. Al
ser instalado el primer cabildo eclesiástico en 1791, ya la obra
estaba concluida. La portada, de estilo barroco con elementos
populares, fue terminada en 1800. Aunque en la última década del
siglo XVIII el obispo de Llanos y Valdés inició una catedral al
norte de la ciudad, la obra quedó inconclusa y la parroquia continuó
siéndolo. El obispo Belaunzarán la consagró en 1833. Elevada la
sede a arquidiócesis, en 1891, el obispo López y Romo hizo notables
reformas y añadió dos cuerpos a la torre. EL TEMPLO DE SAN FRANCISCO Perdió
Monterrey este monumento histórico y arquitectónico en las
turbulencias de la Revolución en 1914. Estuvo en el extremo sur de la
calle Zaragoza. Concluía este o principiaba exactamente en la puerta
mayor de la iglesia.98
. Hubo
un templo y convento anteriores a éste. Uno y otro estaban bajo la
advocación de San Andrés. El de la ciudad primitiva, al norte del
ojo de agua, había sido construido hacia 1602. La
inundación de 1611 arrasó la ciudad antigua. Resolvió entonces el
justicia mayor Diego Rodríguez pasar la ciudad “a la parte sur, por
ser más alta que la del norte, y así IP hizo con los cuerpos del
gobernador y su hijo que trasladaron al convento nuevo”, afirma el
cronista. Monterrey
carecía entonces de parroquia y San Francisco hizo, por muchos años,
de tal. Pero tuvo, aunque ocasionalmente, otras funciones. En el
albazo o asalto del temible Huajuco a la Ciudad, en 1624, los vecinos
se fortificaron en él, y hay constancias de que hasta los religiosos
intervinieron en la defensa. ESCUDO DE MONTERREY. El 29 de
septiembre de 1667, el Gobernador del Nuevo Reino de León, Don Nicolás
de Azcárraga solicitó de la corona española la concesión de un
escudo de armas para la Ciudad de Monterrey. Pedidos
los informes a la Real Audiencia de México, el 29 de mayo de 1670, ésta
los remitió favorables el 13 de julio de 1671, y, de acuerdo con éstos,
la reina doña Mariana de Austria, gobernando en nombre de Carlos II,
su hijo, expidió la real cédula fechada en Madrid el 9 de mayo de
1672, facultando al Gobernador Azcárraga para aprobar el escudo que
la dicha ciudad eligiese. Aunque
se desconocen los documentos relacionados con el blasón adoptado por
Azcárraga, es indudable que haya sido el actual. El uso de éste es
muy antiguo. Dentro
de un marco oval aparece, en esmaltes naturales, la escena siguiente:
a la derecha un árbol y junto a éste un indio flechando a un sol de
gules que surge tras el cerro de la Silla; montaña de 1,200 metros de
altura situada al sureste de la ciudad y a la cual dieron los
conquistadores este nombre a fines del siglo XVI, porque afecta
admirablemente la forma de una silla de montar. De indios, ataviados
de guipil (falda) y penacho, y armados de arco y flecha, sirven de
aporte al conjunto, que aparece en un lienzo blanco, recortado también
en forma oval y cuyos extremos superiores caen hacia atrás. Seis
banderas blancas le sirven de fondo, dispuestas tres a cada lado y
cayendo sobre los trofeos militares: cañones, balas y tambores, que
aparecen en el piso. Abajo, tiene una banda de gules con la leyenda
“Ciudad de Monterrey’; y el todo está timbrado con una corona
condal, referente al título nobiliario de don Gaspar de Zúñiga y
Acevedo, conde de Monterrey, noveno virrey de Nueva España, el cual
dio nombre a esta ciudad. Al
ser concluido el palacio municipal, en 1853, el escultor Papias
Anguiano, laboró, por 200 pesos, un escudo de cuatro varas, coronando
la fachada. Durante las reparaciones hechas al edificio en 1946, se
ordenó destruir este escudo para sustituirlo por otro que adolecía
de serias alteraciones y que en la remodelación inmediata fue
eliminado. CREACIÓN DEL OBISPADO Fue el rey
Carlos III quien desempolvó el antiguo proyecto del oidor, y dictó
para que se activara. El licenciado José Osorio de Escobar,
comisionado por el virrey para este caso, presentó en 1769 un amplio
estudio. Los
trámites fueron lentos. Tres años después, el Real Consejo aprobó
los planes de Osorio y cinco años más tarde, el 15 de diciembre de
1777 (60 años después de que lo había propuesto el oidor), expidió
el Papa Pío VI la bula Relata
semper, creando el nuevo obispado. Varias
diócesis aportaron territorio para ello. Al de Guadalajara se le
tomaron todo el Nuevo Reino de León, la antigua provincia de
Coahuila, gran parte de Texas y todo el nuevo Santander. Del obispado
de Valladolid (Morelia) quedaron en el nuevo obispado: Jaumave,
Palmillas, Real de los Infantes y Tula; y del de Durango la villa de
Saltillo. El ingeniero Miguel Constanzo definió esta enorme
jurisdicción y levantó el mapa correspondiente. Por
su situación geográfica, había sido escogida la villa de Linares
como sede del obispado. El rey Carlos III la dignificó otorgándole
el título de ciudad el 17 de mayo de 1777. Dos años más tarde llegó
a Monterrey el primer obispo fray Antonio de Jesús Sacedón; pero, a
poco más de un mes de su arribo, murió en esta ciudad sin haber
conocido Linares. Le
sucedió en el cargo fray Rafael Verger, quien decidió permanecer en
Monterrey y consiguió que el rey ordenara en 1789 que el primer
cabildo eclesiástico se instalara en esta ciudad. Finalmente, por
real cédula del 10 de noviembre de 1792, fue fijada la silla
episcopal en Monterrey. CONSTRUCCIÓN DEL OBISPADO En
junio de 1787 la ciudad cedió al obispado fray Rafael José Verger la
loma de Chepevera, a fin de construir una finca de retiro. La obra fue
realizada con tal rapidez que un año más tarde estaba concluida. La
loma llamada así porque en sus aledaños estuvieron las labores de
José Vera, fue conocida a partir de entonces, como Loma del Obispado.
El edificio se llamó, Palacio de Nuestra Señora de Guadalupe y en él
murió el prelado el 5 de junio de 1790. Convertido
en cuartel en 1816, sirvió durante más de un siglo como baluarte de
numerosos episodios de nuestra historia. En la guerra con los Estados
Unidos, en 1846, estuvo defendido por Francisco Berna hasta su caída
en poder del ejército sitiador el 22 de septiembre. “El
histórico” que en 1859 pasó a ser propiedad federal, ha sido
testigo del paso del presidente Juárez en 1864 y de las tropas
imperialistas durante la Intervención Francesa. Fue también
escenario de la violencia de la Revolución de la Noria, en 1872, y de
la Tuxtepec, cuatro años más tarde. En los días de la Revolución
Constitucionalista, en 1913 estuvo defendido por las fuerzas federales
de Adolfo lberri. En sus viejos muros se advierte la huella de una
metralla. Destruido
en su casi totalidad, fue restaurado por el Arq. Joaquín A. Mora
durante el gobierno de Raúl Rangel Frías. Este mismo gobernante
auspició la apertura del Museo Regional de Nuevo León. Inaugurado el
20 de septiembre de 1956. Balcón obligado para ver la ciudad y para
la visita a su valioso museo es el Obispado uno de los edificios más
importantes e históricos de Monterrey. TEMPLO DEL ROBLE Nuestra
Señora del Roble es la patrona de la arquidiócesis de Monterrey.
Encontrada por una pastorcilla en el hueco del tronco de un nogal, en
la primera mitad del siglo XVIII, se le llamó nuestra Señora del
Reino del Nogal, o del Roble. Debido a la pobreza del medio no fue
erigido entonces su templo y se le veneró por más del siglo y medio
en una capilla lateral de la parroquia (catedral). En
la década de 1680, el Obispo Verger levantó la primera capilla y
publicó su novena. Años más tarde, en 1818, el Ayuntamiento donó
el solar para levantar otro templo. Ello dio origen al barrio del
Roble. El
obispo Francisco de P. Verea, con donativos del gobierno Vidaurri
empezó el templo actual. La obra fue vasta y lenta. En 1874 fue
consagrada por el obispo Ignacio Montes de Oca. Al finalizar el siglo
le fue agregada una hermosa torre con cúpula, obra del Arq. Alfredo
Giles; la torre se cayó en 1905. Medio
siglo más tarde el templo empezó a ser transformado al estilo
basilical, por el obispo Espino y Silva y por el capellán Fidencio
Padilla. Se siguió para ello el proyecto del Arq. Lisandro Peña,
inspirado en las basílicas romanas de San Pablo Extramuros y Santa
María la Mayor. La fiesta de Nuestra Señora del Roble es celebrada
el 18 de diciembre y constituye toda una tradición en Monterrey. TEMPLO
DE LA PURÍSIMA Premio
Nacional de Arquitectura se halla en uno de los barrios más
tradicionales. En ese lugar viviendo Diego Hernández y Antonia
Teresa, “La Zapateras Crecido el río Santa Catarina a principios
del siglo XVIII, la india llevó una imagen de la Purísima y se
calmaron las aguas. Su jacal se convirtió en capilla que, hacia 1756,
fue remplazada por una de sillar hecha a expensas de doña Petra Gómez
de Castro. El
templo actual fue proyectado por el Arq. Enrique de la Mora, con la
intervención del arzobispo Guillermo Tritschler, autoridad en arte.
Iniciada la obra en 1942, cuatro años más tarde, el 14 de febrero de
1946, el templo fue consagrado. Tiene
capacidad para mil personas sentadas. Es importante ver el conjunto
desde la plaza. Llamada antiguamente de los Arrieros, oficialmente
lleva el nombre de Ignacio de la Llave, pero es conocida popularmente
como plaza de la Purísima. La fuente del centro estuvo desde 1864 en
la plaza de Zaragoza y es obra del artista italiano Mateo Matei. EL SEMINARIO DE MONTERREY La
creación del obispado como gobierno eclesiástico, dio notable
importancia al Nuevo Reino de León y en general a todo el noreste
sobre todo en el campo de la cultura. El
obispo don Rafael José Verger, segundo que tuvo la diócesis, se
preocupó porque existiera en Monterrey un colegio seminario, pero no
logró su propósito. Correspondió
al tercer obispo, don Andrés Ambrosio de Llanos y Valdés, el
privilegio de fundarlo. Por varios años había sido rector del
Colegio de San Juan de Letrán, en la ciudad de México, y traía, por
lo tanto, amplia experiencia en tareas educativas. La
fundación del Real y Tridentino Colegio Seminario de Monterrey, fue
el 19 de diciembre de 1792. En febrero del año siguiente inició sus
cátedras. LAS
CALLES DEL MONTERREY COLONIAL Los
libros sobre historia de Monterrey, así como numerosos artículos
sobre el tema, registran los nombres antiguos de las calles de nuestra
ciudad. Así, son de sobra conocidas las denominaciones originales de
las calles del Aguacate (Allende), Puente Nuevo (Zuazua) del Comercio
(Morelos) del Roble (Juárez) etcétera. No
intentamos en este estudio un acercamiento exhaustivo. Sólo nos
limitaremos a consignar algunos nombres que nos dieran la revisión
casual-para un trabajo de otra índole-de los Protocolos del Archivo
Municipal de Monterrey, en el lapso de 1792 a 1820. En
esta importante sección, que comprende escrituras desde el siglo XVI,
la mención a las calles es rara antes del lapso citado; con excepción
de la calle Real (Hidalgo), la de San Francisco (Ocampo), o alguna
otra, las colindancias de solares, casas, etcétera, son señaladas
con referencias a lugares fijos; o bien con los nombres de los
colindantes y aún con los apodos de éstos, muy curiosos por cierto,
como Pedro Guajardo, el Rico; Pedro Guajardo, el Pobre; Martín, el
Largo; Mariana, la Gangosa; etcétera. URBANISMO En
el último tercio del siglo XVIII se observa una preocupación
evidente por mejorar el aspecto urbano de Monterrey. Se levantan los
primeros planos formales; el gobernador Herrera y Leiva promueve obras
importantes de interés público y el obispo de Llanos y Valdés
inicia la construcción de la Catedral, el hospital y el convento de
Capuchinas, al norte. CALLE DEL PADRE MIER En
el plano de Monterrey de 1765 aparece trazada empezando en el río, al
oriente. Se le advierte una ligera curva antes de llegar a la de
Zaragoza, y de allí en adelante se ve que continúa en línea recta
hasta la de Juárez, desde la cual se ve claramente que se convertía
en camino. La
construcción de la capilla de la Purísima, en 1756, le dio vida por
ese rumbo. Ya en el plano de 1791 continúa en Juárez al poniente
torciéndose en leves sinuosidades hacia el sur, para unirse a la
calle Real (Hidalgo). Algunas
cuadras de la parte central recibían, a fines del siglo XVIII, el
nombre de calle de los Prunedas. En otro sector tenía, como la de
Sevilla, el castizo nombre de calle de la Sierpe. El
Correo, la primera estación de radio, los grandes almacenes de vinos
y de telas; casas comerciales tan antiguas como la de Langstroth,
establecida en 1857, y otras, hicieron de la de Padre Mier una de las
arterias más importantes. LA CALLE DE MORELOS Otra
de las calles más antiguas de Monterrey es la de Morelos. Empezando
al oriente, en el río, terminaba en la plazuela de San Antonio
(Degollado), donde se unía con la calle Real o de la Purísima. En
su tramo oriental, pero solamente hasta la actual de Zaragoza, aparece
desde poco antes de 1840 con el nombre de Morelos. Desde Zaragoza
hasta la plazuela, era conocida como calle del Comercio. Pero esta
dualidad de nombres acabó en 1906, cuando el Ayuntamiento acordó que
tuviera uno solo, el de Morelos. Desde
los tiempos virreínales fue importante. En su cruzamiento con la
actual calle de Escobedo; llamada en el siglo XVIII Callejón de la
Espalda del Palacio, o Callejón de la Compañía, en la esquina
noroeste, estuvo, desde principios de esa centuria, la iglesia de San
Francisco Javier, con el Seminario anexo de los padres de la Compañía
de Jesús. Clausurando
el Colegio, el comandante Joaquín de Arredondo lo adoptó en 1815
para Palacio de Gobierno. Allí estuvo la sede de los poderes del
Estado por más de 85 años, hasta 1901. Allí
mismo fue construido, en 1875, el Mercado Colón, conocido
popularmente como “el parián”, y que, andando los años en 1950,
fue demolido para levantar el Condominio Monterrey.
LA
CALLE DE ZARAGOZA Se
trata, indudablemente, de la más antigua de las arterias citadinas.
El gobernador don Martín de Zavala ya la describe en una “vista de
ojos” que practicó a su llegada, en 1626. Empezaba
al sur, en el convento de San Francisco y terminaba en el más grande
de los manantiales de Santa Lucía. Se la llamó por ello: Callejón
del Ojo de Agua, hasta que en 1864 le fue impuesto el nombre del héroe
de Puebla. Durante
toda la época colonial y gran parte del XIX, al norte de la plaza sólo
existían las actuales calles de Morelos, y Padre Mier. En el plano de
1765, apenas si aparecen esbozadas la de Matamoros y la de Allende,
que concluían en la de Zaragoza. Fue hasta 1867 cuando estas dos
calles se prolongaron al poniente, y la de Zaragoza creció hacia el
norte en ese año, al hacerse la traza de la calle del 15 de Mayo
hasta la de Arteaga. Al
ser construida la Gran Plaza en la década de 1980, la calle de
Zaragoza, tuvo una transformación radical. LA
GRAN PLAZA
Para
su apertura fueron demolidas 40 manzanas entre el Palacio Municipal y
el Gobierno . La obra fue realizada durante el régimen de Alfonso Martínez Domínguez
(1979 -1985).
En su último informe el gobernador expresó (:“es seis
veces mayor que el zócalo de la Ciudad de México; cinco y media
veces más que la plaza del Vaticano; cinco veces mayor que la Plaza
de San Marcos , y dos veces y
media más grande que la Plaza Roja ,
de Moscú; y todas juntas casi caben en nuestra plaza”99.
En
las avenidas laterales (Zaragoza y Zuazua ) aprovechando el desnivel
del suelo, tiene dos túneles con
columnata, y bajo la plaza dos amplios estacionamientos para 400 vehículos
cada uno . Frente al Palacio de Gobierno, está en la Explanada de los
Héroes (antigua Plaza de Juárez). En ella se levantan la estatua de
Hidalgo,
obra de Luis Sanguino, y la de Juárez, erigida en 1907. En
sus basamentos yacen los restos de Juan Zuazua ,
Francisco Naranjo, José Silvestre Aramberry , Antonio Y. Villarreal, Pablo González, José Maria Mier y
Bernardo Reyes. Están, además, en la explanada, la estatua ecuestre de Morelos y la de Escobedo, obras también de Sanguino. En la esquina de Juan Ignacio Ramón, bajo el nivel de la plaza, se encuentra el Archivo General del Estado, en amplias y magníficas instalaciones. Su acervo cultural es de valor extraordinario. Avanzando
hacia el sur se halla el parque hundido, en cuyos jardines lucen “La
maternidad”, escultura debida a Federico Cantú y, junta a la
cascada de “La Juventud” y “Los Niños”,
de Ponzanelli. En la parte alta ,
La Fuente de la Vida, o de Neptuno ,
de Sanguino. Hacia el oriente se levantan, la Biblioteca
Central “Fray Servando Teresa de Mier”
y el Teatro de la ciudad, modernísimas construcciones con todos
los adelantos en su género y, atrás, en la capilla de Dulces
Nombres, pequeño templo de sillar, iniciada en 1836 por doña
Gregoria de la Garza ,
conforme a la disposición testamentaria de don Antonio de la
Garza Zaldívar, su esposo. Por
la misma calle de Zuazua ,
hacia el sur, está el Casino de Monterrey, cruzando la calle
de Abasolo, la Catedral. Inmediatamente después el magnífico
edificio del Museo de Arte Contemporáneo, Marco, obra del arquitecto
Legorreta. En
la acera poniente por la calle de Zaragoza , está el edificio del Superior Tribunal de Justicia . Al sur
de éste se hallan el edificio del lnfonavit y el del Banco Mercantil
. Avanzando hacia el sur está el Palacio Municipal antiguo. Cruzando
la calle de Hidalgo se encuentra el Condominio Acero y pasando la de
Ocampo el edificio del Círculo Mercantil. Encontramos
también en esta área la Estación Zaragoza del Metro, la Plaza Mayor
de Armas, la más antigua de la ciudad trazada en 1612 por el justicia
mayor Diego Rodríguez y llamada de Zaragoza a partir de 1864. Muy
cerca se alza el Faro del Comercio, conmemorativo del primer
centenario de la Cámara Nacional de Comercio Local. 2.5. ALGUNAS
CONCRECIONES CULTURALES. LA EDUCACIÓN La primera
institución educativa formal la establece el padre jerónimo López
Prieto en el año de 1702, con el tiempo, diez años después, sería
el seminario jesuita. Su labor fue continuada por los padres Francisco
de la Calancha y Federico Ortiz. El 19 de
diciembre de 1792, se establece el Real y Tridentino Colegio Seminario
de Monterrey, se impartían materias como Aritmética, Poética,
filosofía, Álgebra, Lengua Latina, Retórica y Teología.
“El 2 de julio
de 1803 el Gobernador D. Simón Herrera y Leyva, publicó un bando
creando la primera escuela pública de Monterrey, obligatoria y
gratuita y por el año, 1808 se estableció la primera escuela
particular no confesional. No había otras escuelas por la carencia,
tanto de voluntad de utilizarlas de parte de sus pobladores, como de
personal capacitado que se encargara de atenderlas”100.
Es en el 1825 que
el Congreso Constituyente emite la primera Constitución Política de
Nuevo León, en la cual se establecen las bases de la educación
oficial en el Estado. En la misma se señala que todos los pueblos del
Estado deberán fundarse escuelas de primeras letras bien dotadas en
las que se enseñará a leer y escribir. El Lic. José de
Alejandro de Treviño y Gutiérrez tuvo a su cargo en el 1824 la
primera cátedra de Derecho Canónico y derecho Civil en la ciudad de
Monterrey. Este ha sido considerado como el antecedente más antiguo
de la Facultad de de Derecho y Ciencias sociales de la Universidad de
Nuevo León. LA MÚSICA En
Monterrey la actividad musical se reducía a la música de Iglesia y
no se conocen ejemplos de música de otra índole; si bien la llamada
“popular” debe haber existido aunque no nos han llegado ejemplos
de ella. Todas estas manifestaciones se perdieron porque, hasta la
llegada de la independencia, la Iglesia era la que regía la vida
secular y conventual de la ciudad. Todo giraba en derredor de las
fiestas religiosas y no nos llegaba ni un eco de la rumorosa aunque
pacata corte virreinal. En
el año 1861 se cantó un himno en el examen de música y gimnástica
en el Colegio Civil y en 1863 se sabe que se hizo un agasajo a dos
divas que en aquel entonces hacían las delicias de los regiomontanos.
Ellas se llamaban Chione y Fanny. Desgraciadamente no se sabe más de
esto. No
puede decirse que hubiera notable proliferación de trabajadores de la
música, pero sí se estudiaba en forma moderada. Todas las señoritas
de familia estudiaban algún instrumento, principalmente el piano,
siguiéndole en importancia el violín, la guitarra, la mandolina o
algunos alientos y hasta el arpa. Había casas editoras de música (en
la actualidad no hay ninguna) que fueron desapareciendo con el
advenimiento de los nuevos medios de comunicación como la radio. Hay
que hacer notar que la música “viva”, ya que no había de otra,
era de uso corriente y había bandas y pequeñas orquestas. Con la
llegada del fonógrafo y los discos, si bien se pudo ampliar el
horizonte cultural del público, dejó de practicarse en gran escala
la música familiar, toda vez que era más fácil encender la radio o
poner un disco que rogarle a algún aficionado o aficionada que se
sentara al piano. Vino entonces un decaimiento de la música
“viva”, pero al mismo tiempo un interés mayor por obtener más
profesionalismo de los estudiantes de música. Ya en este siglo se
enviaban estudiantes avanzados a Europa, principalmente a Alemania.
Tal es el caso del maestro Daniel Zambrano. El
maestro Daniel Zambrano era hijo de don Onofre Zambrano y doña Angela
Lafón de Zambrano y nació el día 20 de abril de 1880. Desde la más
tierna infancia dio muestras de sus inclinaciones musicales y fue su
hermana Mercedes quien lo inició en la música y le dio las primeras
lecciones de piano. El primer maestro se llamaba Miguel Villalón,
discípulo de Meneses. El
Maestro Zambrano fundó la Academia Beethoven en 1916, junto con el
maestro Antonio Ortiz y el presbítero Francisco Estrada.
Inmediatamente, toda la juventud melómana regiomontana se inscribió
en dicha academia y formaron legión. La
actividad lírica y teatral estaba sostenida por compañías
ambulantes de ópera, opereta y zarzuela, que sentaban sus
reales durante largos períodos para deleite de los melómanos y
aficionados. En
este renglón cabe destacar la presencia en nuestra ciudad de don
Federico Flores, barítono, y de su hermano Raúl Sergio, pianista.
Federico Flores, después de una exitosa carrera artística, se radicó
en su natal Monterrey y se dedicó a organizar funciones de ópera y
opereta. Se recuerda la puesta en escena de la ópera “Carmen” de
Bizet con cantantes locales, entre otras muchas, verdadero alarde de
amor al género lírico y de dotes organizadoras. La
Academia Beethoven (1916)
y la Orqueste Sinfónica Beethoven (1922) echaron los
cimientos del futuro movimiento musical de la ciudad. También
contribuyeron a este movimiento la señorita Felicitas Zozaya, en el
renglón del canto y la señorita Adela Villarreal como maestra de
piano. Eventos
importantes que organizó la Academia Beethoven fueron en 1938 la
interpretación de las 32 sonatas de Beethoven, con alumnos
exclusivamente de la Academia. Se repartieron las 32 sonatas entre las
alumnas de este plantel. Mencionar a todas sería muy prolijo; algunas
fueron: Dora Theriot, Francisca Galicia, Eva J. Pérez, Josefa Guzmán,
Leticia Pérez Ferrigno, Margarita García Valdés Hortensia Valdés
Zambrano, María Torres, María Elvia Garza, Esther Sandoval y,
cerrando el ciclo con la Sonata No. 32, Alicia Montfort. Es
muchísimo lo que se podría hablar de tantos artistas que han salido
de la Sultana del Norte y que fueron producto de la Academia Beethoven
y concretamente de los maestros Daniel Zambrano y Antonio Ortiz, que
sentaron las bases para lo que actualmente es la Escuela Superior de Música
y Danza. En
la Escuela Superior se sucedieron muchos festivales de música y
danza, cuando el dinero corría a raudales en tiempos del Presidente López
Portillo; y que, gracias a ello, se pudieron tener aquí conciertos de
altísima calidad. Por
su parte, la Escuela de Música de la Universidad de Nuevo León se
inició en la década de los 30. Empezó siendo un apéndice cultural
del municipio y luego se transformó en la escuela y, posteriormente,
Facultad de Música de la U A NL. Mantuvo el pendón de la enseñanza
bajo la dirección de los maestros Manuel Flores, Paulino Paredes,
David García, Alicia González de Fernández, José Angel Reyna, Héctor
Monfort, Nicandro Támez, Ricardo Gómez, etc. La
Orquesta Sinfónica de la UANL recibió un impulso muy considerable
bajo la dirección del Lic. Héctor Montfort y posteriormente, bajo
los maestros López Ríos y Jesús Medina, y actualmente bajo la
dirección de Félix Carrasco. La orquesta tiene ahora un nivel de
excelencia al que aspiró siempre y que solamente en los últimos años
se ha logrado alcanzar. Por
otra parte, las actividades de la ciudad se vieron robustecidas desde
hace cerca de 40 años por la serie de conciertos del Instituto Tecnológico
y de Estudios Superiores de Monterrey. La Sociedad Artística Tecnológica
(SAT) ha traído, año tras año, elementos internacionales a realizar
conciertos en la ciudad de Monterrey. Hay
otro tipo de instituciones como Parnasos, que dirige la profesora
Myrthala Salazar, la que también ha llevado a cabo una labor ímproba,
tratando de traer artistas internacionales a esta ciudad en tiempos de
crisis. Otra labor importante son los conciertos de piano que está
llevando a cabo una organización encabezada por el maestro Jorge
Gallegos, tratando de traer pianistas de nivel mundial. Siguen por su
parte las actividades musicales, tanto del piano como de orquesta, y
los maestros de canto a su vez han presentado actividades realizando
óperas. ESCRITORES
DE MONTERREY La
evolución de la novela en Nuevo León ha sido pausada y abordada, por
autores que trascendieron más por el ejercicio de otros géneros que
como novelistas. Esto sucede al menos durante las primeras tres décadas
del siglo XX. Así,
tenemos que David Alberto Cossío, poeta, historiador, dramaturgo y
político, publica en 1932 El paraíso de los turistas y otro poeta,
Carlos Barrera, había publicado en 1922 El manso (Ediciones Botas). Q
Barrera insistiría más tarde con Ezequiel Rivera (1957). Iniciado
el medio siglo, José Alvarado da a conocer dos novelas cortas:
Memorias de un espejo (1955). La
década de los cincuenta termina con Orillas opuestas y La tarjeta que
cayó al piso, de Rodrigo Mendirichaga (1958). La obra de este
narrador continuaría, aunque con largos intervalos entre un libro y
otro. La visita inesperada es publicada en 1986 (Ediciones Castillo);
en 1989 aparecen Siluetas de arena y Bajo el peso de sol. De los años setenta pueden citarse Cesante y El invento de Lorenzo de Anda y de Anda, la primera bajo el sello de Diana (1975) y la segunda publicada por Grijalbo (1977). Al año siguiente, la Normal Superior publica Vidas ásperas, de Sandra Arenal. Ramiro
Estrada Sánchez, cronista de Apodaca y promotor cultural, publica de
libro (SeyC, 1981). Cuatro años más tarde agrega dos títulos: La
muerte del señor gobernador y El general de la esperanza. La
irrupción de una novelística con mayor vigor, capacidad de crear atmósferas
literarias y estilos más depurados y apuestas más ambiciosas en el género
de la novela regiomontana surge en los años ochenta. En 1987, por
ejemplo, Ricardo Elizondo publica 70 veces 7 (Leega Literaria) y en
1993 Narcedalia Piedrotas; obras fundamentales para el estudio de la
narrativa norestense con arraigo nacional.
Circulan
también, a partir de 1991. El pasado soñar, de Gerardo Cuellar, y.
Los mismos grados más lejos del centro, de Gabriel González Meléndez,
ambas obras publicadas por el Fondo Editorial Nuevo León de la
Secretaría de Educación. La
novela regiomontana se ha venido enriqueciendo en los años noventa.
Prueba de ello son Las bicicletas, de David Toscana (Tierra Adentro),
autor también de una
obra que a mi ver es una de las aportaciones más sólidas a este género
hecha por un autor regiomontano a la novelística nacional: Estación
TuIa101 EL
CUENTO Un
punto de partida para la cuentística contemporánea en Nuevo León es
Irma Sabina Sepúlveda, esto sin negar la producción que en este género
hicieron escritores de la talla de Alfonso Reyes, José Alvarado y Raúl Rangel
Frías. En Reyes, aunque “La cena” es un cuento clave para el
arranque de un modelo de narrativa en México, su monumental obra se
da más en géneros como el ensayo y la teoría literaria. La aportación
de José Alvarado fue al periodismo, como precursor de la crónica
urbana y animador de ese curioso cruce de vías que se da entre el
relato literario y la atmósfera periodística. Raúl Rangel Frías es
el humanista por excelencia. En él descansa el andamiaje de la
cultura institucional contemporánea en Nuevo León y sus escritos son
el complemento de esa visión de identidad. En todos estos casos
estamos ante escritores que abordan diversos géneros, actitudes y
actividades humanas y sobresalen en alguna o en varias, pero que su
fuerte no es el cuento. Una
obra importante para el estudio de la poesía nuevoleonesa, desde sus
inicios hasta las primeras tres décadas de este siglo es la Antología
de poetas neoleoneses (Secretaría de Educación Pública, 1930) de
Emeterio Treviño. Un
recuento veloz al teatro escrito en el siglo XX nos lleva a citar las
siguientes obras y autores. 1900-1920: El retrato de papá. Todo por
el honor Tabaco y rapé, La familia modelo y Dar de beber al sediento,
de Celedonio Junco de la Vega. La paz del hogar, la coartada y Una
excursión en ferrocarril,del general Ignacio Morelos Zaragoza. La
rebelde, Deuda de gloria y El abismo, de David Alberto Cossío.
Fatalidad, Esclavos y Los intrusos, de Carlos Barrera. Pobre madre, de
Oswaldo Sánchez. Respecto
a la dramaturgia actual “mezcla de pasado y presente, de
provincianismo, nacionalismo e internacionalismo.. .aborda temas de
libertad sexual y religiosa, resblandeciendo tabúes y confrontando
personajes de complejas psicologías. Se habla de cibernética, de política,
de SIDA, de relaciones humanas y familiares y de problemáticas que
atañen a cualquier urbe”102
Sin
duda uno de los dramaturgos más destacados de las últimas décadas
es Hernán Galindo. Ganador de varios premios en este rubro, destacado
director además, publicó en 1993 su libro Teatro, el cual contiene
Ansia de duraznos, Las bestias escondidas y El marasmo. El
público del teatro de Nuevo León tenía una actividad intensa
durante estas primeras décadas del siglo XX y participaba del mundo
artístico, ya a través de columnas de periódicos, ya a través del
teatro (que aún sigue siendo traído de fuera), ya a través de cines
de arte. Había que aclarar que durante algunos años se suspenden las
representaciones debido al temor que las compañías tienen de
aventurarse en tiempos de Revolución. Además
de los teatros antes mencionados, teatros como el Regis, en Madero
(entre Cuauhtémoc y Jiménez); el Rodríguez, por la calle de Juárez;
el Lírico, a partir de los treinta; el México, que inicia como Carpa
México, empiezan a funcionar otros espacios alternativos, ya que
teatro como el Rodríguez, el Lírico y el Rex se convierten en cines
durante los cuarenta. Cobran
importancia el Aula Magna de la Universidad de Nuevo León; surgen el
Teatro Florida y también el Teatro “María Teresa Montoya”,
inaugurado por la actriz en 1956; y el teatro Calderón empieza a
funcionar. El
teatro profesional y ya no traído de fuera, se empieza a dar con la
presencia de figuras como María Teresa Montoya que, muy querida en la
ciudad, decide radicar aquí a principios de los cincuenta.103
Los
eventos ocurren en el tiempo, aunque no se les reconozca; sólo después
que el tiempo haya pasado se les reconocerá por sí mismos. De
Monterrey se ha dicho que es una ciudad de fábricas, incubadora de
capitanes de la industria y de obreros ingeniosos productores de
vidrio, cerveza y acero; también se dice, pero con menos frecuencia,
que es una ciudad que ha edificado buenas universidades y criado
algunos intelectuales; también se dice, aunque en voz baja, que es
una ciudad de buenos museos, coleccionistas de arte y de gente amante
del teatro. Lo
que nunca se ha dicho es que la sociedad de Monterrey, para asombro de
sus mismos habitantes, produce también artistas. Ese ha sido un
silencio del que los mismos regiomontanos son cómplices. Nos avergüenza,
quizás tanto olvido; es posiblemente el ruidajo de las fábricas y el
trajín de los hombres de negocios, lo que opaca la presencia de sus
habitantes que hacen teatro, pintura fotografía, poesía, novela,
danza, música de muchos géneros y sabores. Salvo
algunas excepciones, los artistas, nativos o inmigrantes, se muestran
como un grupo fuertemente arraigado a este terruño. Casi todos han
pasado la mayor parte de su vida en Monterrey y la mitad de ellos no
tiene ganas de irse. Esto se entiende bien cuando se echa un vistazo a
los orígenes familiares: tres cuartas partes de los progenitores nació
en Nuevo León o en las regiones vecinas (Coahuila, Tamaulipas, San
Luis Potosí y sur de Texas). Esto significa que Monterrey no importa
artistas sino que los hace con la ayuda de las sociedades
circunvecinas que desde el siglo pasado han estado íntimamente
asociadas a su destino. ARTES
VISUALES Dedicarse
a las artes visuales no está prohibido en Monterrey, contrariamente a
lo que muchas gentes dicen, las familias rara vez se oponen a que sus
miembros se dediquen a este oficio. Casi la mitad de los artistas
declaran que sus padres los estimularon decididamente a dedicarse a
este quehacer. No
debe extrañarnos que la mayoría de los artistas ha realizado
estudios formales de arte (69 por ciento). Y de ellos, casi todos han
estudiado en las instituciones educativas locales: Arte A.C. UANL,
UDEM, UR,”etcétera. Como se ve, para formarse como artistas, los
regiomontanos no se ven obligados a abandonar su terruño. Esto no
impide que algunos de ellos y ellas hayan pasado períodos formativos
fuera de Monterrey: 15 por ciento en el Distrito Federal, 3 por ciento
en Estados Unidos, 3 por ciento en Francia, 7 por ciento en otros países.
Estas estancias fuera del terruño nos habla de que a los artistas les
gusta pasearse por tierras extrañas. Casi cuatro de cada diez ha
vivido en otro país por períodos razonablemente largos. Una
proporción sin duda mucho más alta que la de casi cualquier otro
grupo social de la ciudad. Paradójicamente, los artistas
regiomontanos parecen haber recibido pocos favores de los gobiernos
estatales y federales. Si se piensa en que sólo 18 por ciento de
ellos y ellas se han beneficiado de una beca de estudios, se estará
de acuerdo en que el dinero público llega poco a los bolsillos de los
artistas regiomontanos. Es por esto mismo quizás que ellos y ellas
valoran poco las instituciones estatales: para la mitad de ellos las
instituciones más importantes en su propia carrera artística han
sido las instituciones privadas. Los
artistas regiomontanos desean consagrarse, darse a conocer y triunfar
en Monterrey. Algunos de ellos lo conciben con toda precisión:
exponer en el Museo de Monterrey, en Marco o ganar un Salón de
Noviembre de Arte A.C. La síntesis resulta interesante: querer ser
como los europeos, vender en Estados Unidos y ser reconocidos en
Monterrey. Los artistas de Monterrey tienden a reproducir algunos de los rasgos culturales de esta ciudad. Nativos de Monterrey, miembros de linajes regionales, formados en escuelas de la ciudad, ¿qué de raro podría tener su localismo, su autonomía política, su pragmatismo, su internacionalismo eurocentrista y su individualismo norteño? El localismo (orgullo y querencia) y la autonomía (frente al poder público) convive con el internacionalismo imaginario (admiración por Europa) y el pragmatismo comercial (vender en Estados Unidos). Su individualismo artístico no les estorba para asociarse entre ellos pero les hace más difícil conseguir una presencia urbana. Como no le deben casi nada al gobierno, sus obras suelen estar plantadas en las paredes o en los pisos de un hogar y rara vez conviven con las plazas, las calles y edificios públicos de Monterrey.
Referencias: 79 Esto explica además, por qué la diferencia naturaleza – cultura, no es absoluta, es solamente histórica “No existe ninguna diferencia sustancial entre naturaleza y cultura (...) la diferencia tiene sentido, sólo dentro de la naturaleza histórica del hombre y la sociedad. Edit. Progreso, Moscú, 1985, pág. 176 )El hombre, muestra las diferencias de su interacción con el entorno,(...) expresa no una doble naturaleza (…), sino su naturaleza históricamente cambiante y en desarrollo” ( Mezhuiev, - Obra citada.) 80 Ibídem. 81 Marx, C. Manuscritos económicos y filosóficos de 1844. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1975, Pág. 109. 82 Gelles, R y Levine, A. La ciencia de la Sociología, -----------, 1996, pág. 643. 83 Ibídem. 84 Ibídem. 85 Musgrave, 1988. 86 Diccionario Soviético de Filosofía, pág. 301, 1965. 87 Ibídem. 88 Ibídem. 89 Colectivo de Autores, Cuba, 2000. 90 Diccionario de Sociología, Ducan Michell,1968. 91 Citado por Tomas R. Austin, 2000, pág. 1. 92 Citado por, Israel Cavazos Garza, 1996. La Enciclopedia de Monterrey. El Diario de Monterrey. Grijalbo, pág. 7. 93
Citado por, Israel Cavazos Garza, 1996. La Enciclopedia de
Monterrey. El Diario de Monterrey. Grijalbo, pág. 7. 94
Citado por, Israel Cavazos Garza, 1996. La Enciclopedia de
Monterrey. El Diario de Monterrey. Grijalbo, pág. 7. 95
Citado por, Israel Cavazos Garza, 1996. La Enciclopedia de
Monterrey. El Diario de Monterrey. Grijalbo, pág.19. 96 Ibidem. 97 Archivos parroquiales del Arzobispo. Tomo VI p. 27 98 Historia de Nuevo León p. Edit. 123 99 Israel Cavazos Garza, 1996, La Enciclopedia de Monterrey, El Diario de Monterrey. Grijalbo. pág:121 100 Hector Gonzáles, Citado por Israel Cavazos, 1996, pág: 134 101 Héctor González, Citado por Israel Cavazos, 1996, pág: 134 102 Hernán Galindo. Jornadas de identidad nuevoleonesa, Citado por Israel Cavazos, 1996, pág 182 103
Elisa María Ortíz, que funda el “Núcleo de Arte Teatral”, en 1948;
José de Jesús Aceves crea el primer grupo integrado de teatro
universitario en ese mismo año, invitado por la Universidad. |
Dr. Felipe Estrada Ramírez
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