Aprehensión cultural y enajenación Dr. Felipe Estrada Ramírez |
La comprensión de la
cultura como concreción de la actividad del hombre, forma esencial de
autodesarrollo humano y categoría sociohistórica, da cuenta de su
connotación filosófica y de sus múltiples cauces heurísticos para
valorar las especificidades del hombre y la sociedad. La cultura encarna
como sistema polifuncional, todo el devenir del hombre, en tanto sujeto
social que actúa, piensa, siente, se comunica y valora su propia obra. Como expresión
concentrada de la actividad humana, la cultura, en su proceso y resultado,
se funda y despliega sobre la base de la necesidad, los intereses, los
fines y los medios y condiciones para su realización efectiva. No adviene
ni deviene por generación espontánea. En sí misma se cualifica como
proceso objetivo – subjetivo, como objetivación y desobjetivación del
quehacer espiritual y material del hombre; por ser éste, agente sociohistóricamente
determinado que produce y crea con conocimiento de causa. Una concepción filosófica
de la cultura fundada en las determinaciones anteriores, permite abordarla
como ser esencial del hombre y la sociedad, y al mismo tiempo, como medida
de ascensión humana.
Evita la reducciones estériles que la identifican con la acumulación del
conocimiento, con la llamada cultura artístico – literaria, con los
valores, con la tecnología, con la tesis simplista que la cultura
empieza, donde termina la naturaleza. Idea que no por ser incorporada al
sentido común por su repetición, deja de ser errónea. La naturaleza en el
hombre nunca termina, pues una verdadera cultura implica un proceso de
naturalización del hombre y humanización de la naturaleza, y de la
sociedad también en las condiciones concretas en que vivimos. La concepción de la
cultura también fue presa del paradigma racionalista impuesto por la
modernidad, donde se hiperboliza la dimensión gnoseológica del hombre y
se establece una relación de antítesis con la naturaleza. Así, la función
del hombre como “sujeto” es “dominar” con su razón a la
naturaleza, “ponerla a sus pies” con ayuda de la ciencia y la técnica,
olvidando o desconociendo que estaba destruyendo su propio claustro
materno y que más temprano que tarde la sociedad sufriría sus
consecuencias, pues la naturaleza no es la madre carnal consciente y
tolerante que siempre perdona a sus hijos. Ella ajusta cuenta cuando se le
maltrata, daña y “explota”. Esto significa que una aproximación filosófica o de otra índole, a la cultura, no puede separarla de la naturaleza y mucho menos convertirla en su polo antagónico. Todo lo contrario, es su hija, su prolongación y como tal, debe mimarla y conocerla; valorarla con amor y ternura, actuar con sensibilidad, comunicarse con ella y pensarla humanamente. Es una totalidad de la cual nunca se puede salir. El hombre se refleja en la sociedad a través de la naturaleza y viceversa. Muestra su humanidad inmersa en la totalidad del sistema cuando cuida y protege a una planta, a un perro, etc. Siente satisfacción, se enriquece espiritualmente, porque proyecta su ser esencial con sentido natural, cultural, humano. En fin, intercambia relaciones humanas, se integra a sus orígenes, vuelve a la totalidad, se armoniza con la unicidad cósmica, se comunica. Por eso, el tema
cultura, comunicación, sociedad, resulta clave para cualquier intento de
aprehensión histórica del hombre y su realidad, incluyendo su
comportamiento específico ante su propia obra: la cultura. El hombre es
un ser con necesidades e intereses, que sin perder su individualidad, su
modo de ser es la actividad social. Vive en sociedad y se realiza en ella
a través de la cultura. Lo que lo hace social, es precisamente el
trabajo, la producción, la creación cultural. Lo que garantiza la
continuidad y el desarrollo de la cultura es la comunicación, o algunas
de sus manifestaciones específicas, al margen de ella se
empobrece, se hace estéril, no revela la humanidad, no funciona
(la cultura) como modo particular de autodesarrollo humano, ni puede
tematizarse como parámetro cualificante de la ascensión del hombre .. La incomunicación cultural es un efecto directo de la progresiva enajenación que tiene lugar en las sociedades basadas en el capital, el individualismo y la injusticia. Se trata de un mundo de los hombres dobles, y Monterrey no es una excepción, de cuyas alternativas: mundo del tener y mundo del ser, se impone el primero para hacer de la vida una dramática odisea, donde se confunde lo real con lo ficticio, lo verdadero con lo falso, la bondad con la maldad. El ansia infinita de tener, convertida en” vocación” calculadora del consumo insaciable va aniquilando todo lo humano que puede llevar el hombre. Inmerso en su realidad y en absoluta incomunicación, no hay toma de conciencia de la enajenación que corroe su ser existencial ni de la tensión trágica que ella engendra. El mundo de la alienación y el mundo de la conciencia de la enajenación, aparentemente unidos, en nuestra ciudad marchan por cauces diferentes. No hay posibilidad de autoconciencia reflexiva del estado de inhumanidad en que se está atrapado, ni deseos de cambiarlo. Es algo dado, “hay que adaptarse”, seguir el juego a una vida ilusoria que el frágil hombre no puede cambiar. Las fuerzas
impersonales gobiernan el ser, y el tener es proyectado de forma incierta,
pues el mundo que le han construido se ha impuesto como única opción. La sociedad actual
empeorando sus efectos alienantes con el neoliberalismo salvaje que
imponen los centros globalizadores, continúa la depauperación de los
hombres. El mercado consumista, la privatización que lo invade todo, el
desvanecimiento o debilidad del sector público, las políticas de ajustes
impuestas por los grandes centro financieros, la destrucción paulatina y
constante de la tradición y las raíces ancestrales, así como otros
componentes identitarios, hacen más endebles las posibilidades de
desarrollo endógeno de nuestra ciudad capital, y con ello nace la
dependencia, la ingobernabilidad, los conflictos, la violencia, en fin, la
deshumanización que desvaloriza el ser esencial del hombre y la sociedad.
Este asalto al hombre
y a la cultura que lo afirma en tanto tal (la cultura), cuando reinan las
relaciones inhumanas, tiene como soporte y fuente expansiva y de propagación
a los medios masivos de comunicación, los cuales además de imponer al
hombre percepciones estereotipadas y consumistas, lo hunden en el reino
oscuro y vacío del silencio, la inconciencia y la incultura; pierde la
conciencia de su propia individualidad y sólo le queda como posibilidad
“volver” a “encontrarse” en las entrañas avasalladoras de la
“conciencia” consumista cotidiana. Por eso en la
contemporaneidad, teóricos de la cultura, del nivel de A. Hauser,
y otros se plantean consternados, un problema que ya Marx en los
Manuscritos económicos y filosóficos
de 1844, trabajó con consistencia teórica y metodológica. Me refiero a
la imposibilidad verdadera de la cultura y la comunicación cultural en
los marcos de las sociedades consumistas generadas por el capitalismo. Muchos filósofos de
la cultura, culturólogos y humanistas en general miran con preocupación
el presente y el futuro de la cultura, ante la existencia de una realidad
social que la sumerge en un callejón sin salida. Una realidad constatable
empíricamente en nuestros países y en las comunidades de su interior. Ante este sombrío
escenario, ¿qué hacer?, ¿qué posibilidades de existencia le queda a la
cultura?, ¿cómo la ciudad continuará viviendo si la comunicación
“cultural” ha convertido a la sociedad en un diálogo de sordos que sólo
reproduce con fuerza la enajenación de su población?
Esta situación desesperante no tiene lugar sólo en Monterrey,
crece de modo desenfrenado por
todo el país. Monterrey es sólo un caso concreto y quizás en
condiciones más favorables por razones históricas, culturales y geográficas. La respuesta a todo
este fenómeno desgarrador no puede evadirse. La mirada humanista puede
alimentar utopías. La razón utópica tiene que engendrar una cultura de
resistencia y de lucha, pues la sola proyección de una utopía, ha
mostrado, que da inicio o abre cauce para su realización en la praxis.
Sería ilusorio si se creyera en cambios estructurales radicales de
inmediato. Pero las reformas en pos de la cultura abren caminos hacia el mejoramiento humano. Una conciencia de resistencia y de lucha, inteligentemente concebida tiene mucho que hacer : un plan , que sin confundir lo real con lo deseado sea capaz de unir voluntades y fuerzas reales para mejorar el estado actual de la aprehensión cultural del pueblo de Monterrey. Muchos desafíos acechan las medidas estratégicas y la estrategia misma en su totalidad elaborada para dar respuesta a los problemas revelados en la investigación. Estoy consciente de ello. Innumerables mediaciones y condicionamientos, inmanentes a la realidad que se quiere “revertir” o atenuar, desplegarán su acción en oposición al proyecto. Pero cuando hay voluntad de hacer, como decía Martí cuando preparaba la guerra necesaria por la independencia de Cuba, el pensamiento y la praxis hacen milagros. Hay que hacer de la estrategia un baluarte de ideas y de los sujetos portadores, hombres que sientan profundamente lo que quieren cambiar. Un lugar imprescindible ocupa la Educación en general y la Popular en particular en la formación humana, pues no se puede olvidar que la sensibilidad y la razón y todos los valores del hombre, funcionan con eficacia, sólo cuando se integran al corpus de la cultura. La sensibilidad artística, literaria, política, en fin, el amor a la cultura y su conversión en necesidad vital, no se logra por decreto. Se educa, se forma, se cultiva todos los días. De lo contrario, en una sociedad donde está al orden del día la lucha por la sobrevivencia, la aprehensión cultural resulta enajenada. Sencillamente, no hay ojos humanos para contemplar y disfrutar la bondad, la verdad y la belleza. Pero la razón crítica y utópica realista se impone y acompaña a la conciencia de resistencia y de lucha para concretar la sabia imagen metafórica del poeta: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.Hay que revertir la realidad, con el “andar” mismo, iniciando un camino, difícil de detener. |
Dr. Felipe Estrada Ramírez
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