Léeme una poesía con la luz apagada |
El niño: -Mamá, sé que estás cansada, Un
día que presagiaba tormenta, cantó
más fuerte que todos los días. Cantó
tan fuerte que el cruel Kokorikorikó[1], que
pasaba a mil leguas de distancia, pudo
escuchar su voz. Ese
día de tormenta había
comenzado su desgracia, la
princesa no lo sabía. paró en seco su caballo. |
Escuchó
y escuchó atentamente, supo
de donde venían los cantos. Dio
media vuelta. Emprendió
camino en busca de
la voz que lo había cautivado. Su
corcel corrió como nunca antes lo había hecho. En
pocos minutos las mil leguas quedaron
atrás. Sin
bajarse de su cabalgadura, Kokorikorikó
agarró a la princesa, que
aún seguía cantando. Emprendió
la huida hacia su escondite, a
mil leguas del castillo de la princesa. Sus
súbditos no pudieron hacer nada. La
princesa había sido raptada. La
tormenta comenzó y no paró. Pasaron
los meses y nadie sabía donde estaba
la princesa. Seguía
la tormenta. Los
campos se inundaron, las
cosechas se perdieron, el
hambre azoló el país de la princesa. El
pueblo clamaba su presencia: -¿Dónde
está la princesa? Queremos
nuestra princesa. Gritaban
los niños en los caminos llenos de barro. Lo
comentaban las mujeres en las cocinas, en
los lavaderos comunales. Los
hombres se inquietaban, Uno
a uno daba soluciones. Las
soluciones no servían. La
solución era el regreso de su princesa. Sin
ella no habría calma. Pero
¿dónde estaba la princesa? Le
preguntaron a los espíritus del bosque. Ellos
no lo sabían. Le
preguntaron a las ninfas del agua. Ellas
respondieron que la princesa no
había vuelto a bañarse en sus fuentes. Fueron
entonces a las montañas, Allí,
donde vive el Eco. Pero
él respondió que hacía mucho tiempo que
no repetía su canto. Decidieron
ir en busca de los elfos. Hablaron
con su príncipe, En
su lengua élfica. El
príncipe de los elfos Prometió
ayudarlos. Convocó
de urgencia a su Consejo Mayor. Había
que encontrar a la princesa. Su
rapto se había convertido en un asunto de estado. Llamaron
a los enanos y a los gnomos. Llamaron
a las ninfas de los cielos. Unos
y otras comenzaron a buscar a la princesa. Alguien
dijo que el cruel Kokorikorikó la
tenía secuestrada en los más profundo de una
caverna. que
en la entrada había un monstruo enorme de
cinco cabezas. Una,
era de un can que babeaba a causa de la rabia. Otra,
era de un dragón que echaba bocanadas de
fuego, Otra,
era una gárgola robada de un antiguo templo, sus
ojos paralizaban a quien osara mirarla. La
cuarta cabeza era de un guerrero, nunca
vencido en batalla alguna. La
quinta cabeza era mutante, Se
transformaba en vendaval, en
tormenta de nieve, en
sol de plomo, en
río furioso. ¿Qué
hacer? Se preguntó el Consejo Mayor. ¿Qué
hacer? Preguntó el príncipe de los elfos a
su Consejo Mayor. El
príncipe quería a la princesa. El
príncipe se había enamorado de la princesa. Había
que rescatar a la princesa. Su
rescate se convirtió en asunto de estado. Había
que hablar con el cruel Kokorikorikó. Había
que llevarlo lejos de la gruta hechizada. Había
que derrotar al monstruo de cinco cabezas. Pero...
¿Cómo hacerlo? El
hermano menor del príncipe de los elfos se
ofreció para llevar al cruel Kokorikorikó de cacería, él
lo conocía bien, sabía
que no resistiría la invitación. Su
idea fue recibida con alborozo. Quedaba
el monstruo de cinco cabezas. ¿Como
derrotarlo? Alguien
(el mismo alguien de antes) dijo que era
muy simple, que
él conocía el secreto. Todos
lo miraron esta vez. Atónitos,
perplejos, sin
dar crédito a lo que veían, vieron
a un diminuto personaje sentado
cómodamente en
el centro de una rosa. Era
el más pequeño de los gnomos. Tan
pequeño e insignificante, que
hasta los demás gnomos se habían olvidado
de su existencia. El
príncipe de los elfos se
dirigió respetuosamente hacia él y
lo invitó a hablar. El
más diminuto de los gnomos se
irguió, -nunca
había sido insignificante-, (la
rosa estaba orgullosa de servirle de estrado). El
más diminuto de los gnomos habló: -les
dijo que efectivamente el monstruo de cinco
cabezas era aparentemente imbatible, que
los valientes guerreros que se batieron en
duelo contra él, habían perecido en condiciones
desastrosas. Que ninguno pudo sobrevivir,
que ni el recuerdo de uno de ellos pudo
conservarse. El
Consejo Mayor se estremeció, un
¡Oh! profundo salió de sus corazones, El
Consejo Mayor tenía más miedo que nunca. El
principe de los elfos le
preguntó cual era el secreto tan simple del
que había hablado un instante antes. El
diminuto gnomo respondió: -Hay
que dispararle una flecha en el talón de su
pata derecha, es su talón de Aquiles, y tiene
que ser en el primer intento. Debe ser un
guerrero experto en el manejo del arco y la
flecha, no puede acercársele a menos de mil
metros. ¡Ha!...
si es así no hay problema. Respondieron
al unísono innumerables
guerreros que hacían parte del Consejo
Mayor. Querían
pavonearse frente al príncipe, querían
humillar a sus posibles contendores. El
diminuto gnomo volvió a hablar: -Sé
muy bien que muchos de ustedes son excelentes
con el arco y la flecha. Pero ser excelente
con el arco y la flecha y haber combatido
en innumerables batallas, no es suficiente.
Se necesita un valiente guerrero, de
alma bondadosa, justo y sincero. Pero sobre
todo, que ame a la princesa. De lo contrario
será derrotado. Su flecha no penetrará
en el talón de la pata derecha del monstruo. Nuevamente se
escuchó un ¡Oh!, esta
vez lastimero. Todos
los guerreros eran valientes, Pero,
o no eran bondadosos, o
no eran justos, o
no eran sinceros. Pero
sobre todo, ninguno
amaba a la princesa. El
príncipe de los elfos Volvió
a hablar: -Yo
soy guerrero, he ejercido con bondad y justicia.
No les he mentido nunca. Pero sobre todo,
amo a la princesa. El
Consejo Mayor lanzó nuevamente un
¡Oh! de asombro. Su
príncipe por fín se había enamorado. Su
príncipe estaba enamorado. El
Consejo Mayor estaba de plácemes. El
diminuto gnomo habló nuevamente: -Eso
no es todo, aún hace falta un secreto. Ese
secreto debe descubrirlo el valiente guerrero
en el momento de lanzar la flecha. Nuevamente
se escuchó un ¡Oh! El
Consejo Mayor estaba preocupado. No
obstante, se
convino la fecha, la hora y el lugar de
la cacería. El
hermano menor del príncipe salió
en busca del cruel Kokorikorikó. Este
aceptó la invitación, nunca
la habría rechazado. En
la fecha indicada, el
hermano menor del príncipe vistió
su traje de caza y
salió a su encuentro con el cruel Kokorikorikó. El
príncipe de los elfos vistió
su armadura, enfundó
sus guantes, cogió
su coraza, sus
arcos y sus flechas. El
gran día había llegado. Liberaría
a su princesa. Partió
en busca de ella. Cabalgó
por caminos pedregosos, cruzó
rios embravecidos, subió
y bajó montañas, hasta
que llegó a un paraje rocoso. Allí
estaba la caverna del cruel Kokorikorikó. Sigilosamente
dejó su montura, se
ubicó en un lugar donde pudiese disparar, sin
ser visto por el monstruo de las cinco cabezas. Estaba
a mil metros de distancia, Pero
la cabeza de can del monstruo podía sentirlo
a una distancia más lejana aún. El
príncipe de los elfos lo sabía, por
eso había impregnado su cuerpo con
la esencia de las flores salvajes que
crecían en los jardines de las ninfas del cielo. Un
aroma que solo ellas podían sentir. El
can no podía detectar al príncipe de los elfos, ni
las otras cabezas podían verlo. La
armadura y la coraza habían
sido un regalo de los enanos, sabios
forjadores, conocedores
de antiguas fórmulas mágicas. Habían
utilizado un metal que se encuentra en
el centro de la tierra, allí
donde nadie que no sea enano puede llegar. El
metal forjado en armadura y coraza por
los enanos, hacen
invisible al caballero que las porta. El
príncipe de los elfos pensó en su princesa. El
príncipe de los elfos suspiró por su princesa. Adentro,
en la caverna, La
princesa lanzó un suspiro de amor. Siempre
había estado enamorada del príncipe de
los elfos, aunque
él no lo sabía. El
príncipe de los elfos se preparó para lanzar
su flecha. No
podía errar el tiro, Lo
sabía muy bien. O
era esta vez o no era nunca. El
príncipe de los elfos estaba ansioso, El
príncipe de los elfos debía calmarse. El
príncipe de los elfos se inclinó. Colocó
la rodilla izquierda en el suelo, dobló
la pierna derecha, tensó
el arco, puso
la flecha en su lugar. Espero
unos instantes y
la lanzó confiado. Había
descubierto el secreto que
el diminuto gnomo no había revelado. La
flecha recorrió los mil metros de
distancia sin ser vista. La
confianza del príncipe de los elfos la
había hecho invisible. Penetró
firmemente en el talón de la pata derecha
del monstruo. El
monstruo apenas sintió un leve cosquilleo. El
monstruo de las cinco cabezas cayó
al suelo sin saber ni siquiera que le había pasado. El
monstruo de las cinco cabezas estaba muerto. El
príncipe de los elfos corrió llamando
a su amada. La
princesa salió de lo más profundo de la caverna. Al
ver al monstruo caído supo
que su cautiverio había terminado. Lentamente
hizo a un lado el talón de la pata derecha, no
tocó la flecha, salió
erguida y sonriente. Afuera
la esperaba el príncipe de los elfos. Se
había quitado su armadura y coraza. Un
beso selló su pacto de amor. El
príncipe de los elfos la tomó de la mano, juntos
se dirigieron hasta su montura. El
príncipe de los elfos la condujo hasta su pueblo. La
tormenta había pasado. Los
cerezos volverían a estar en flor. El
pueblo nunca más tendría hambre. El
príncipe de los elfos y la princesa Decidieron
gobernar juntos. Desde
entonces elfos, mujeres y hombres Viven
en la misma comarca. Más
tarde el hermano menor del príncipe de los
elfos contaría
que el cruel Kokorikorikó cayó al suelo quejándose
de dolor en su talón del pie derecho, pocos
segundos después estaba muerto. Nunca
más volvería a asolar ni a la princesa ni a
su pueblo. El
príncipe de los elfos y la princesa reinan
desde entonces con bondad y justicia, con
la verdad y con serenidad. El
niño podría dormir y la mamá descansar. Al día
siguiente habría de leerle otro poema con la
luz apagada. Tú también podrías leerme uno o contarme una historia... |
[1] Personaje de la literatura infantil china.
Berta Lucía Estrada E.
Editorial BLE
Manizales - Colombia, 2008
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