Representación literaria de la marginalidad, el encierro y la condición humana en
Los motivos de Caín y
El apando de José Revueltas
Los motivos de Caín and
El Apando by
José Revueltas Universidad Autónoma del Estado de México, México Correo-e: maryuaemex@gmail.com |
Resumen: A partir de la noción ‘impiadosa humanidad' que José Revueltas despliega en El apando en el presente artículo se establecen conexiones entre algunos personajes literarios que viven encerrados, ya en la cárcel o en cualquier otra especie de prisión; Polonio, Albino, el Carajo, el sargento Jack Mendoza y Meursault tienen en común vivir doblemente encarcelados puesto que no pueden salir de sí mismos aun estando en prisión. Desde el examen de la marginalidad en la que los personajes existen, el lector puede reflexionar también sobre sus apandos personales. Palabras clave: deshumanización; encierro; marginalidad; prisión; crimen Llterary representation of marginality, confinement and the human condition in Los motivos de Caín and El Apando by José Revueltas Abstract: From the notion of ‘merciless humanity' that José Revueltas displays in El apando, in this article connections are established between some literary characters who live locked up, either in jail or in any other kind of prison; Polonio, Albino, El Carajo, Sergeant Jack Mendoza and Meursault have in common to live doubly imprisoned since they cannot get out of themselves even while in prison. From the examination of the marginality in which the characters exist, the reader can also reflect on their own personal traps. Keywords: dehumanization, confinement; marginality; prison; crime Esta obra está bajo licencia internacional Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0.
Este artículo explora la representación literaria de la deshumanización de los personajes en dos novelas de José Revueltas El apando y Los motivos de Caín a partir de la tortura y la violencia ejercida por el mundo que, para Revueltas, se revela como la ‘impiadosa humanidad'. Revueltas fue un prolífico escritor que manifestó gran preocupación por cuestiones políticas, sociales y humanas. A lo largo de su carrera literaria, Revueltas criticó ferozmente las estructuras de poder que producen violencia, desigualdad y opresión; sin embrago, y a pesar de su postura crítica, es evidente que en su obra existe una profunda fe en la capacidad del ser humano para la redención y la transformación. Su ya conocido paso por Lecumberri influirá en la forma como Revueltas representa el sistema carcelario en México y el fiel activismo político que siempre mantuvo refleja claramente su crítica a la injusticia, tanto su paso por prisión como su idealismo serán factores que marcarán toda su producción literaria. La obra de Revueltas está definitivamente unida a su compromiso social y sus ideales políticos. Su militancia influyó significativamente en su escritura y en los temas que abordó en la misma. Si bien en este trabajo no se realizará una revisión completa de la obra del autor ni de la crítica especializada que surge a propósito de esta, debe decirse que quienes lo estudian consideran que Revueltas es un escritor cumbre de las letras mexicanas puesto que su legado perdura como una voz crítica y comprometida de la historia literaria de México. Ya que debemos limitar nuestro estudio a las dos novelas propuestas, no se incluye en este trabajo el diálogo necesario con la crítica especializada; sin embargo, se recomienda la lectura de textos fundamentales para comprender la obra de José Revueltas, particularmente, como punto de partida para este apunte, se consultaron: en primer lugar, el extenso estudio de Antoine Rabadán El luto humano de José Revueltas (1985) en el que analiza la novela en relación con el pensamiento político de su autor para afirmar que lo que la mantiene actualizada es, precisamente, la perfecta coherencia existente entre la ficción que crea y la militancia que profesa: “Para Revueltas la novela solo encuentra su pleno significado artístico si está en contacto íntimo con la situación del pueblo mexicano, pero sin que esto lleve a magnificar al mismo” (Rabadán, 1985: 193); también, el prólogo a Los muros de agua (1979), donde Rodolfo Rojas Zea sostiene que la excelencia de esta novela radica en la vigorosidad de su prosa, para él, más que una novela se trata de una representación casi pictórica — el mismo Revueltas hablará también de esa cualidad plástica de sus textos— que reproduce en palabras, imágenes de una belleza perturbadora, valdría la pena analizar, en futuros trabajos de investigación, esta unión pictórico-literaria —de Goya a Brueghel— que nos permitiría entender una nueva dimensión de la “máquina revueltia-na”; por supuesto se revisó la completa investigación de Jorge Ruffinelli, José Revueltas: Ficción política y verdad, publicada por la Universidad Veracruzana en 1977 que afirma el carácter innovador de la obra de Revueltas, estilísticamente -dice- la literatura mexicana evoluciona gracias a que autores como Agustín Yáñez y el propio Revueltas integran a la narrativa nacional nuevas formas de concebir la realidad política y social, para Ruffinelli Revueltas busca que su lector sea libre al atestiguar la desesperanza en sus textos y por eso es la cárcel un motivo común de su narrativa, descubre, además, la naturaleza dialéctica de los textos y la utilización de lo escatológico como recursos estilísticos, comunes a toda su producción literaria y, finalmente, se consultó, el libro de Frank Loveland Smith, Visibilidad y discurso. Lo que se ve y se dice en las novelas de José Revueltas, editado en 2007 por la Universidad Iberoamericana de Puebla, que analiza uno de los aspectos más interesantes de la obra de Revueltas: la tipología de sus personajes, es decir, los deformes, animalizados y marginales como una constante en toda su obra: “También es cierto que casi todos estos personajes conforman una tipología bastante sencilla, los malditos, los buenos criminales y, finalmente, las víctimas, prostitutas, madres que contemplan morir a sus infantes y campesinos desconcertados” (2007: 208). Los personajes de Revueltas son grotescos no solamente en lo que atañe a su descripción física sino también a su condición espiritual, son los desprovistos de toda humanidad y para Loveland, la ficcional existencia de personajes como el Carajo, pretende confrontar al lector de las novelas revueltianas: es aquí donde la literatura, sus umbrales, el modo de producirse el discurso literario, le facilita un camino hacia la desesperanza intuida ante la experiencia temprana del horror, los golpes vallejianos de la ira de dios. Recuperar el horror y explicarlo, teorizarlo y combatirlo, pero también terminar de aprenderlo, hundirse en él, desesperarse del todo para quizá emerger con una conciencia otra, con una libertad inédita y desconocida (2007: 196). Estos, y otros estudios que no se enlistan aquí, permiten entender el universo ficcional de Revueltas desde una infinidad de posibles perspectivas. Revueltas es un escritor que experimenta tanto con el lenguaje como con la forma narrativa. El uso del lenguaje popular es parte de un estilo literario que pretende alcanzar una expresión auténtica y directa. Sus obras, al pasar de uno a otro sobre varios registros lingüísticos, consiguen crear una prosa vibrante que permanece largo tiempo en la conciencia de sus lectores. Esta es pues la literatura del “lado moridor” con la que se identifica la obra de Revueltas. Evodio Escalante, al respecto afirma: Sin duda uno de los grandes narradores mexicanos de este siglo. Por la concentración de su prosa, por su capacidad para construir personajes que parecen concentrarse siempre al borde del abismo, por su respiración angustiada y desoladora, que atrapa al lector y lo sumerge en una atmósfera turbia y a la vez enervante, e incluso, por las vetas temáticas que él descubre, Revueltas es uno de los maestros que han dejado huella definitiva en las letras de este país (2006: 7). Escalante es uno de los más acertados críticos de José Revueltas, en su ensayo, José Revueltas: una literatura del ‘lado moridor' (2006), presenta la obra del escritor concebida como una totalidad definida, en principio, por su calidad estética, pero sobre todo, por la línea política inserta en sus tramas y a la que el autor se afirmó siempre. Así, la escritura de Revueltas convierte a cada texto en una pieza que, unida a las otras, forma lo que Escalante denomina como la “máquina revueltiana”, es desde este engranaje dónde el lector tendrá acceso a los trazos ideológicos que la máquina contiene. Es evidente que en los cuentos y novelas de Revueltas mili-tancia política y literatura se encuentran unidos indisolublemente. Así, hablar de la literatura del “lado moridor” nos permite explicar la modificación estética a la que el escritor somete su propia filiación política y su visión de mundo para representar la realidad circundante con sus aspectos más brutales. El apando y Los motivos de Caín ofrecen una cruda pero realista representación de la vida humana, revelan la corrupción del sistema y la brutalidad del mundo. Es el “lado moridor” de la obra de Revueltas en la que son precisamente los marginados los que nos muestran la determinación del autor por reflejar una visión crítica de la sociedad en la que vivimos. Las dos novelas que aquí se estudian exploran la representación de la condición humana en situaciones de extrema marginalidad y violencia para mostrar la lucha del individuo por preservarse en medio de la adversidad. Los personajes son seres excluidos de la sociedad por su condición de criminales, viven desterrados de un mundo que los relega, aunque él mismo los ha creado. La representación de los personajes lumpen, como los que habitan en El apando y Los motivos de Caín, le permite a Revueltas convertir la marginalidad, la violencia y la opresión generadas por el capitalismo en una de las más perfectas muestras de la “literatura del lado moridor”. El doble encierro en El apando José Revueltas nos muestra a tres de los presos del Palacio Negro de Lecumberri: Polonio, Albino y el Carajo, ellos, en la cárcel, se encuentran doblemente encerrados, porque en la Preventiva existe una celda de castigo llamada Apando, esta condición, el doble encierro, no solamente les atañe a los presos, sino que engloba por completo a la novela, para Revueltas, el apando lo abarca todo, va de menor a mayor; primero el cajón, luego la Preventiva, después la sociedad y el mundo, para Revueltas, todos están presos, los celadores a los que llama “monos”, los presos y, por supuesto, las personas que los visitan; hasta el lector está encerrado, preso en sí mismo. Teóricamente, la cárcel supone un espacio de confinamiento del criminal que persigue el objetivo de la restauración de la pena, al encarcelar a un individuo se reconoce su pertenencia al núcleo social, del que se le separa de los otros seres como él por haber cometido una falta. A diferencia de una ejecución capital, el preso conserva su vida en espera de su reinserción a la sociedad, una vez cumplido su castigo, Jeremy Bentham concibe así el panóptico como un mecanismo capaz de disuadir las conductas criminales e incluso de reformarlas. Bentham concibe al panóptico como un “establecimiento propuesto para guardar a los presos con más seguridad y economía y para trabajar, al mismo tiempo, en su reforma moral, con medios nuevos de asegurarse de su buena conducta y de proveer se su subsistencia después de su soltura” (Bentham, 1980: 29). Por su estructura arquitectónica, el panóptico permite una vigilancia extrema de los presos, vigilancia que además se mantiene oculta a los castigados. Para Bentham, la herramienta más eficaz para el control de los presos es el miedo a saberse siempre vigilado o bien, el miedo a no saber con certeza si se está siendo observado; como primer principio característico del panóptico tenemos una “presencia universal y constante del gobernador del establecimiento” (Bentham, 1980: 73). Bajo esta luz queda claro que la función de la institución carcelaria está pensada como un método de reformación social; sin embargo, como veremos en la novela de Revueltas, la operación de las cárceles está lejos de cumplir su cometido. Revueltas pone a los lectores a pensar en sus apandos personales. A través de la visión de los personajes, sobre todo en lo que revela su discurso interior, donde descubren recuerdos y hasta planes o deseos frustrados, el lector logra tomar conciencia de la cárcel que puede estar construyendo para sí mismo. De esta forma, mientras el texto recorre la vida de los criminales dentro de la cárcel, el lector comienza a dibujar los contornos de su propio cajón. Al leer sobre los monos, las monas y los monos hijos, que están apandados aún fuera del Palacio Negro, encerrados en vidas rutinarias e inútiles, apandados en sí mismos, encarcelados por ser monos y servir a un sistema desprovisto de sentido, miserables porque son también criminales, pero de la más baja ralea, de la que no lo acepta y piensa que vive libre, pero que están, sin saberlo, en una cárcel dentro de otra: Tan estúpidos como para no darse cuenta de que los presos eran ellos y no nadie más, con todo y sus madres y sus hijos y los padres de sus padres. Se sabían hechos para vigilar, espiar y mirar en su derredor, con el fin de que nadie pudiera salir de sus manos, ni de aquella ciudad y aquellas calles con rejas, estas barras multiplicadas por todas partes (Revueltas, 2005: 13). Así como los monos, presos hasta en su casa, nos podemos ver nosotros como lectores, condenados a existir en el apando de la vida, nuestro cajón: la posición social, el grado académico, el trabajo, en fin, cualquiera de las exigencias del mundo en las que encontramos lugares para encerrarnos, todos estamos apandados, la cuestión radica en decidir cuál de todos los encierros elegir. Revueltas representa ese apando interior con una crudeza que fascina, ya se trate del encierro que atrapa el cuerpo, como sucede con la droga y sus sensaciones, o el de la conciencia, como el de Albino, cuando recuerda su primer encuentro amoroso con la Meche, unido en su mente a la danza de la figura hindú de su tatuaje y que le permite encerrarse en las sensaciones de ese amor que lo une a ella, conexión que llega a manifestarse incluso en la más terrible de la situaciones, en el manoseo al que la mona somete a las mujeres antes de entrar al penal, en el que la Meche también se va dentro de sí misma a las sensaciones de ese mismo encuentro: Desvestida ya de su ropa interior Meche presentía los próximos movimientos de la mano de la celadora, y la agitaban entonces, cosa que antes no ocurriera, extrañas e indiscernibles disposiciones de ánimo y una imprecisa prevención, pero en la cual se transparentaba la presencia misma de Albino (con el recuerdo inédito, cuando se poseyeron la primera vez, de curiosos detalles en los que jamás creyó haberse fijado y que ahora aparecían en su memoria, novedosos en absoluto y casi del todo pertenecientes a otra persona) que no la dejaban asumir la orgullosa indiferencia y el desenfado agresivo con los que debiera soportar, paciente, colérica y fría, el manoseo de la mujer entre sus piernas (Revueltas, 2005: 27). Este encierro dentro del encierro lleva a los personajes a existir en una línea que se ubica entre el asco y el placer; Meche escapa a los ojos inmóviles de la mona que la toca, refugiándose en el recuerdo del tatuaje de Albino, mientras este la recuerda a ella, conectados los tres, este desdoblamiento no llega al otro, sino que los lleva siempre hacia dentro de sí mismos: La celadora, pues, y sus manoseos, eran la fuente del doble, del triple, del cuádruple recuerdo que se encimaba y se mezclaba sin que la Meche pudiera contener, reprimir, una estúpida, pero del todo inevitable actitud de aquiescencia que la mona ya tomaba para sí con un temblor ansioso y un jadeo desacompasado (Revueltas, 2005: 28). Irse hacia adentro es quizá lo que une, de forma más evidente que la sola condición de seres marginales, a los personajes de estas dos novelas, no pueden acercarse a los otros, porque quienes los rodean están también dentro de sí mismos. Los motivos de Caín, el hombre sin identidad Este irse para dentro de sí mismo nos lleva a analizar el personaje principal de la novela Los motivos de Caín, en la que veremos un hombre errante, porque le es imposible soportar en el mundo brutal en el que vive. Asqueado de la miseria que emana de sus semejantes, Jack decide desertar del ejército norteamericano en un intento más profundo de desertar de la humanidad misma, la muerte y los horrores de la guerra, paradójicamente, lo deshumanizan, porque se conmueve y no quiere ser parte de ese sistema, de esa humanidad capaz de convertir a otros en víctimas de una justicia ejercida con violencia y sin sentido. En el mundo de Jack las categorías de lo humano son fácilmente confundibles criminales, espías, comunistas, todos son iguales, porque el otro es solamente una abstracción, el otro es solamente un enemigo, nunca existen conexiones reales cuando siempre está por medio el yo. Jack mira a su alrededor y ve a los otros, asesinos, verdugos de su especie, sumidos en la ignorancia de su condición; deserta del ejército para buscar algo que lo convierta en hombre, porque al participar en la tortura y muerte del prisionero de guerra, Kim, Jack siente que pierde todo rastro de humanidad para convertirse en una bestia. En medio del interrogatorio al prisionero, el miedo lo paraliza y no puede ni salvarlo ni terminar con su sufrimiento, entonces, como el Caín de la Biblia, Jack se condena a vagar por el mundo sin ninguna identidad, separado de sus hermanos por la conciencia de aquello que nos iguala a todos: la maldad y la cobardía. Es curioso observar que, en el relato bíblico, Caín es engendrado por Adam y Eva, justo después de su expulsión del Edén, como sabemos, después de matar a su hermano, Caín es castigado por Jehová, quien lo convierte en un errante. Quizá ahí podamos encontrar la respuesta al enigmático título de la novela de Revueltas, así, si bien es el mismo Jehová el que provoca los celos de Caín, al preferir la ofrenda de uno sobre el otro, propiciando la muerte de Abel, lo importante de la historia bíblica se centra en el castigo impuesto al fratricida. Cuando Jehová pregunta por Abel, Caín contesta: “No sé; ¿soy yo guardián de mi hermano?” intentando ocultar su crimen a los ojos del que lo sabe todo, el castigo será terrible: “Cuando labrares la tierra no te volverá a dar su fuerza; errante y extranjero serás en la tierra”. Caín preferiría la muerte a la soledad, la falta de Dios y la errancia: “He aquí me echas hoy de la faz de la tierra y de tu presencia me esconderé; y seré errante y extranjero en la tierra y sucederá que cualquiera que me hallare me matará”. Jehová, sin embargo, impone sobre Caín una pena más grande que la muerte misma, porque, de alguna manera, al marcarlo, lo separa del resto de los hombres y lo deja completamente solo: “Y respondió Jehová: cierto que cualquiera que matare a Caín siete veces será castigado. Entonces Jehová puso señal en Caín para que no lo hiriese cualquiera que le hallara” (Genesis 4: 9-15). Los otros seres que habitan la novela viven sin reparar que su vida es una mentira, así, todos los hombres resultan iguales para Jack, siempre son los mismos rostros y las mismas actitudes, porque todos existen sin la conciencia de “estar”, son como cascarones, vacíos de todo, sus cuerpos solo tienen espacio para la locura y la crueldad, los hombres que critica Revueltas solo son capaces de llevar vidas superficiales y absurdas, aferrados a cosas que no importan, porque no cambia el hecho de que estamos solos y simplemente somos “una multitud de seres existentes y definitivos, instalados dentro de su respectiva piel con un amor y un desenfado increíbles” (1984: 21). Mediante su fugaz identificación con Kim, aunado a su incapacidad para salvarlo, Jack se coloca en la línea que divide dos mundos: el de los vivos, que existen superficialmente, y el de los muertos, que deambulan por el mundo sin pertenencia, y aunque desea encontrar la salida para quedarse en alguno de los dos lados, nada se lo permite, se sabe forastero, desertor, un sujeto ajeno al mundo y a sí mismo: “¿No sería, pensó Jack muy en serio, que estaba realmente muerto sin darse cuenta y que la muerte no era sino este espantoso tratar de vivir, creyéndose vivo” (Revueltas, 1984: 32). Jack es un desertor de la humanidad misma, la guerra lo ha deshumanizado a tal grado que, en esta posición, puede ver claramente las atrocidades de las que sus congéneres son capaces. En las dos novelas que estamos analizando existe una correlación entre el apando y el ejército, no solamente porque los personajes se encuentran sometidos por estas instituciones poderosas, sino porque están inmersos en el ámbito de la legalidad y la justicia. Así, cobra sentido que una de las novelas que estemos analizando lleve el nombre del que quizá pueda ser nombrado el primer homicida de la historia humana, Caín, pero, en este caso, a diferencia de lo que sucede con el relato bíblico, Revueltas se preocupa por descubrir los motivos que lo llevan a cometer el crimen. Jack, como Caín, es el errante, el fratricida, la diferencia entre los dos personajes radica en que Jack no mata a su hermano por celos sino por cobardía, su miedo lo despoja de su voluntad para ayudar al norcoreano y como Caín, queda también marcado: Jack podía arrojarse encima de la mujer y destrozarle el rostro a patadas, arrebatarle la pistola y matar a los dos para dispararse luego un tiro en la sien. Pero era imposible, era imposible. Para Jack era imposible porque le habían arrebatado ya su condición humana. De aquí en adelante podía ser todo lo que quisiera, menos un ser humano (Revueltas, 1984: 110). Jack es análogo a Caín porque es un hombre fuera de la humanidad; sin embargo, Jack no tiene ninguna posibilidad de redención, es un despojo para su impiadosa clase, tal como lo son los apandados. Revueltas y la narrativa de la marginación La representación de la marginación es uno de los puntos clave de la obra de Revueltas, por un lado, en El apando la ambientación carcelaria nos permite explorar las vidas infames de los presos, sus relaciones, sus luchas internas y las condiciones inhumanas a las que están sometidos en Lecumberri, por otro, en Los motivos de Caín se explora el dilema moral al que se enfrenta Jack, el marginado, que, condenado a la soledad, se cuestiona sus decisiones y su forma de actuar, aunque esto lo humaniza, es también lo que termina por alienarlo de la sociedad. Los personajes de las dos novelas viven en el infierno, pero en el que para Revueltas es el infierno realmente: el mundo habitado por la impiadosa humanidad. Ya destruidos por la guerra, la delincuencia, las perversiones o el odio, estos hombres, los que construyen prisiones para defenderse de lo que han creado, no adquieren conciencia de lo inútil de sus esfuerzos por mantener cierto estatus, a costa, incluso de la vida de los otros: “Nada tan concreto como este acontecer, vivo hasta la desesperación, en que los hombres se empapaban de existencia, impregnándose de vida, emporcándose, hermosos y espléndidos” (Revueltas, 1984: 31). Podemos ver la introspección en el discurso interior de los personajes de Revueltas como una relevancia del “yo”, ni Jack ni los apandados pueden tender puentes hacia los otros, si bien Polonio, Albino, Meche, la Chata, el Carajo y hasta “su chingada Madre” comparten la condición de criminales, la idea del otro se plantea como un medio y nunca como el fin, ni siquiera esa categoría los une realmente. Los personajes comparten la terrible condición de ser hampones y sin darse cuenta son, a la vez, cárcel uno del otro. Esto es muy evidente entre el Carajo y su Madre, esta mujer grotesca: Hermética y sobrenatural a causa del dolor de que aún no terminada de parir a ese hijo que se asía a sus entrañas mirándola con su ojo criminal, sin querer salirse del claustro materno, metido en el saco placentario, en la celda, rodeado de rejas (Revueltas, 2005: 20). El Carajo depende de su madre para conseguir la droga que lo alivia y lo ayuda a apandarse en sí mismo: Como antes, en el vientre, también dentro de ella, lo había nutrido de vida, del horrible vicio de vivir, de arrastrarse, de desmoronarse como El Carajo se desmoronaba, gozando hasta lo indecible cada pedazo de vida que se le caía (Revueltas, 2005: 23). La Madre le permite el éxtasis de la droga y, de ahí la evasión de su condición de criminal; la fealdad de su hijo se proyecta sobre todos los demás, generando al mismo tiempo lástima y odio; ella carga la culpa de haber parido a ese ser abyecto y sigue pariéndolo, manteniéndolo vivo, como a un parásito, hasta pagar esa culpa. Al enfrentarse a su hijo, en las horas de visita, la Madre se va hacía sí misma para descubrir el asco que siente por ese hijo tan lejano y a la vez similar a ella; en esa introspección recupera la conciencia de su vida como una grotesca broma del destino que no le dejó de otra más que parirlo, ahí está ella, apandada en ese ser deforme que es al mismo tiempo otro y ella, carne de su carne. El débil hilo que une a los personajes apandados es el de la complicidad, porque los tres pertenecen a una misma clase y los mueven los mismos fines. Jack y los hampones son parte de una sociedad podrida que, a la vez que los relega, les va marcando el camino torcido por el que deben seguir. En el mundo exterior, igual que en la Crujía, no hay lugar para el amor ni para la bondad. En estas dos novelas, se nos pone de frente la profunda prostitución social que existe en México y en el mundo, cuando se nos revela que aquellos encargados del orden y de la justicia son parte de la misma clase criminal, los soldados que arrasan en Corea, los monos, todos eslabones de la cadena de miseria humana. ‘Impiadosa humanidad’: violencia, crimen y degradación social Relegados al destierro o a una cárcel, de alguna manera los personajes de Revueltas son víctimas de un mundo donde no hay más que violencia. Los abusos a los que han sido expuestos los llevan al límite y solo les queda ejercer la crueldad para sobrevivir en el apando al que han sido relegados, pertenecen a la misma clase, son escoria, separados de la “impiadosa humanidad” construyen otro mundo, así, la cárcel se convierte en espejo de la sociedad, estructurada, jerarquizada, con los mismos caminos e iguales vicios. Un mundillo violento a fuerza de ser lo reprimido, en la prisión los personajes no tienen oportunidad de redención, como Jack están condenados a la no pertenencia, la única manera de soportar es desterrarse, evadirse en la droga y gozar de no ser más un hombre, como hace el Carajo: Abandonado hasta lo último, hundido, siempre en el límite, sin importarle nada de su persona, de ese cuerpo que parecía no pertenecerle, pero del que disfrutaba, se resguardaba, se escondía, apropiándoselo encarnizadamente, con el más apremiante y ansioso de los fervores, cuando lograba poseerlo, meterse en él, acostarse en su abismo, al fondo, inundado de una felicidad viscosa y tibia, meterse dentro de su propia caja corporal (Revueltas, 2005: 15-16). Para Michael Foucault, la cárcel es un mecanismo fallido cuya existencia es, paradójicamente, dañina para la sociedad. En Vigilar y castigar, asegura que: La prisión no puede dejar de fabricar delincuentes. Los fabrica por el tipo de existencia que hace llevar a los detenidos: ya se los aísle en celdas o se les imponga un trabajo inútil, para el cual no encontrarán empleo, es de todos modos no “pensar en el hombre en sociedad; es crear una existencia contra natura inútil y peligrosa”; se busca que la prisión eduque a los detenidos; pero un sistema de educación que se dirige al hombre, ¿puede razonablemente tener por objeto obrar contra lo que pide la naturaleza? (Foucault, 2009: 308-309). La cárcel funciona como un espacio de deshumanización porque es donde la sociedad aleja de sí la escoria que ella misma produce, en ella se reproducen los mismos mecanismos de convivencia que operan en el mundo exterior, la cárcel se convierte en una especie de “ciudad de los despojos”, donde se magnifica la conducta criminal: “La prisión fabrica también delincuentes al imponer a los detenidos coacciones violentas; está destinada a aplicar las leyes y enseñar a respetarlas; ahora bien, todo su funcionamiento se desarrolla sobre el modo de abuso de poder” (Foucault, 2009: 237). Quizá el término ‘impiadosa humanidad' pueda parecer, en principio, contradictorio, puesto que lo humano puede implicar cierto grado de interés, preocupación o cuidado por el otro, y eso estaría lejos de la impiedad; sin embargo, al elegir la cárcel y la guerra como escenario para sus novelas, Revueltas pone de manifiesto esa contradicción, tan propia de lo humano, y revela la imperfección de los sistemas de justicia, en El extranjero, Albert Camus habla también de la cárcel como una terrible forma de escarmiento, menos perfecta que la muerte: Los periódicos hablaban a menudo de una deuda para con la sociedad que, según ellos, era necesario pagar. Pero esto no habla a la imaginación. Lo que interesa es la posibilidad de evasión, un salto fuera del rito implacable, una loca carrera que ofrece todas las posibilidades de esperanza. Naturalmente, la esperanza consistía en ser abatido de un balazo en la esquina de una calle, en plena carrera. Pero, bien considerado todo, ese lujo no me estaba permitido, todo me lo prohibía, el engranaje me enganchaba nuevamente (2004: 140). El abuso de poder, la violencia y la corrupción, puestos de manifiesto en las novelas de Revueltas, son para Foucault el germen de la “clase hampones”, seres que se solidarizan entre sí, organizados para cometer más crímenes, y mantener los caminos de la delincuencia: La delincuencia, con los agentes ocultos que procura, pero también con el rastrillado general que autoriza, constituye un medio de vigilancia perpetua sobre la población, un aparato que permite controlar, a través de los propios delincuentes, todo el campo social. La delincuencia funciona como un observatorio político (Foucault, 2009: 327). La prisión intenta, reintegrar a estos personajes marginados, que, para sobrevivir, forman su propia clase, la humanidad que los relega los lleva al límite para convertirlos, de alguna manera, en víctimas de las circunstancias; mediante el uso de la violencia pretenden “regenerar” al hampón, a menudo sin éxito. La prisión asemeja entonces al castigo de Caín en cuanto tiende a “separar” a uno del resto de los hombres, le destierra a un nuevo orden en el que, muchas veces, impera la violencia, como a Caín, al preso se le condena a la soledad: Por primera vez desde hacía largos meses, oí distintamente el sonido de mi voz. Reconocí que era la que resonaba desde hacía muchos días en mi oído y comprendí que durante todo ese tiempo había hablado solo. Recordé entonces lo que decía la enfermera en el entierro de mamá. No, no había escapatoria y nadie puede imaginar lo que son las noches en las cárceles (Camus, 2004: 106). La muerte es quizá la mejor, si no la única, salida, Caín y Kim la prefieren antes que el castigo y la tortura y, en términos de impartición de la justicia, para Camus no hay nada más perfecto que una “ejecución capital”: ¡Cómo no advertí que no había nada más importante que una ejecución capital y que, en cierto sentido, era aún la única cosa realmente interesante para un hombre! Si alguna vez saliera de esta cárcel, iría a ver todas las ejecuciones capitales. Creo que me hacía mal pensar en tal posibilidad. Pues ante la idea de verme libre una mañana temprano, detrás de un cordón de agentes, de alguna manera del otro lado, ante la idea de ser el espectador que viene a ver y que podrá vomitar después, una ola de alegría envenenada me subía al corazón (2004: 142). Con la pena de muerte a la que se condena a Meursault, retomamos nuevamente a Foucault y su concepto de la ejecución moderna como un espectáculo, ya moderado, que permite a la “impiadosa humanidad” la tranquilidad de saberse justa: “La subida al cadalso, con el ascenso en pleno cielo, permitía a la imaginación aferrarse. Mientras que aquí la mecánica aplastaba todo: mataban a uno discretamente, con un poco de vergüenza y mucho de precisión” (Camus, 2004: 144). Esta cuestión ritual de la justicia, revelada en las ejecuciones, nos lleva a pensar en la fotografía del supliciado en Farabeuf de Salvador Elizondo (1985), tomada en el momento de la muerte, la fotografía muestra el pacífico rostro de un hombre condenado a la tortura de los mil cortes, el contraste entre el cuerpo mutilado y la expresión casi mística del hombre castigado, rodeado ceremoniosamente de los impartidores de justicia y los espectadores, nos permite entender lo que Meursault sentía frente a la inminencia de su propia muerte y la fascinación que el espectáculo del castigo provoca, para Elizondo “el rito es nada más mirarlo”. La violencia es un recurrente en estas novelas, entre los personajes, por supuesto, pero también hacia el lector, que es sacudido por imágenes perturbadoras, imágenes de una crueldad que fascina y al mismo tiempo aterroriza, en Los motivos de Caín Jessica y Tom, dueños de la legalidad y la justicia del ejército norteamericano, representantes máximos de la impiadosa humanidad, someten a las más elaboradas torturas a los prisioneros de guerra, despojándolos de toda dignidad humana, mientras los convierten en víctimas de su crueldad personal ellos se deshumanizan, también, en el proceso de violentar al otro: La violencia insatisfecha, busca y acaba siempre por encontrar una víctima de recambio. Sustituye de repente la criatura que excitaba su furor por otra que carece de todo título especial para atraer las iras del violento, salvo el hecho de que es vulnerable y está al alcance de su mano (Girard, 2003: 10). Los soldados y las monas abusan del poder y violentan a quienes pueden, como representantes de la impiadosa humanidad son bestias que obedecen solamente a sus instintos y cuya única voluntad es la de hacer daño, estos son quienes en realidad usan el “disfraz de humano” que Jack se empeña tanto en ponerse, ellos son los que perfeccionan la tortura, para despojar de la categoría de hombre a los otros y con ello ejercer el poder: Se hablaba ahí del norcoreano en tercera persona, de un modo tácitamente convenido, lógico, que no podía ser de otra manera, como algo preexistente a lo que era innecesario dar nombre alguno: descuélgalo, levántalo, pégale, amárralo, sacúdelo, pues en todo caso esta tercera persona no podía ser nadie sino él, ese cuerpo, esa cosa, ese objeto, que los había congregado en su torno para que exclusivamente se ocuparan de él, para que solo pensaran en él, y él fuese todo su empeño, su tarea única, el único motivo de su atención y sus afanes (Revueltas, 1984: 99). La animalización que, a menudo, Revueltas hace de sus personajes nos lleva a confirmar su no pertenencia a la clase de los hombres, en teoría libres y buenos, Jack como los silenciosos perros de Corea, desaparece cuando su voz no puede salvar a Kim y por ello deja de ser hombre, las “fieles perras rabiosas” en las que se convierten La Chata y Meche, la madre, vieja mula y el guiñapo que es el Carajo, más cerca de las bestias que de cualquier otra cosa, todos apandados en la condición de parecer hombres sin serlo. Conclusiones La obra de José Revueltas es, seguramente, una gran influencia para muchos escritores contemporáneos. Su compromiso social y su capacidad para abordar cuestiones humanas universales — como la alienación, la soledad y la búsqueda de la identidad — a través de la literatura, es parte de su enorme herencia dentro de las letras mexicanas. Al ser un escritor comprometido con la lucha por la igualdad social, su obra contiene una aguda crítica a los sistemas de opresión que operan dentro de las instituciones, específicamente aquellas que disponen la ley y la justicia. En las dos novelas de Revueltas de las que aquí hemos hablado, se pone de manifiesto la dinámica de la restauración de la pena; la cárcel y la guerra se entienden como medios considerados legales, el castigo y el suplicio siguen operando como elementos de la procuración de justicia, si bien el espectáculo del castigo, como sucedía con el ahorcamiento, no es ya una práctica común y en teoría se ha dado paso a “unos castigos menos inmediatamente físicos, cierta discreción en el arte de hacer sufrir, un juego de dolores más sutiles, más silenciosos y despojados de su fasto visible” (Foucault, 2009: 10), la tortura y el castigo físico siguen siendo los medios por los cuales la sociedad pretende protegerse de los criminales. Jack y los apandados nos recuerdan que es el cuerpo humano el que soporta el peso de la justicia, así como el Caín bíblico, al que Jeho-vá marca en la frente, el cuerpo debe padecer el suplicio: El cuerpo se encuentra aquí en situación de instrumento o de intermediario; si se interviene sobre él encerrándolo o haciéndolo trabajar, es para privar al individuo de una libertad considerada a la vez como un derecho y un bien. El cuerpo, según esta penalidad, queda prendido en un sistema de coacción y de privación, de obligaciones y de prohibiciones (Foucault, 2009: 10). Pero si bien el Caín de la Biblia pudo establecerse en la tierra de Nod y procrear, aun con la marca de su crimen a cuestas, los personajes de Revueltas no tendrán esa oportunidad, su castigo no es solamente físico, sino que también se convierte en un suplicio espiritual, en Lecumbe-rri y en Corea del Norte, es decir, en la prisión y la guerra, lejos de la expiación pública, lo que se castiga “ya no es el cuerpo, es el alma. A la expiación que causa estragos en el cuerpo debe suceder un castigo que actúe en profundidad sobre el corazón, la voluntad, las disposiciones” (Fou-cault, 2009: 18). Jack y los apandados pierden toda esperanza, todo rastro de humanidad y no pueden reconciliarse con su propia especie, al final, todo puede resumirse en la actitud de los abatidos gladiadores en los que Polonio y Albino se han convertido: “Pensaban, a la vez, que sería por demás matar al tullido. Ya para qué” (Revueltas, 2005: 56), las dos novelas de Revueltas que hemos analizado hablan de seres que existen fuera del círculo humano, como los apandados, Jack también pierde toda su vitalidad, toda su esperanza: “Jack no tuvo fuerzas ni siquiera para pedirle a la mujer que, cuando menos, permitiese a Kim morir sin sufrimientos. Ya había traspuesto el límite. Ya estaba del otro lado de los hombres” (1984: 112). El final de ambas novelas es devastador, porque las dos concluyen con el más absoluto desaliento. Y como dice “el Muerto”, otro personaje marginal de la extraordinaria y perturbadora novela Entre hombres de Germán Maggiori (2001), “el mundo está lleno de gente jodida”, cada uno en su apando personal, perpetuando la miseria humana: putas, criminales, policías y todos los demás ocupando su lugar exacto en el universo, un lugar que por la razón que sea, es el que les ha tocado y del que difícilmente podrán salir. Dejar las drogas, reformarse, integrarse a la sociedad, volver a ser hombre parecen cosas imposibles de lograr para los personajes de estas novelas, lo que nos sugiere que es poco lo que podemos hacer contra la indiferencia y la corrupción propias del ser humano, Revueltas denuncia los vicios que ya no nos espantan, los crímenes que se quedan impunes y la prostitución social de la que todos somos partícipes, en mayor o menor medida, conscientes o no de ello, las novelas de Revueltas van más allá de lo que sucede en México, o en algún otro lugar, misterioso y lejano, la que nos dan estas novelas es una verdad aterradoramente universal. Durante su estancia en Lecumberri, Revueltas experimentó en carne propia las condiciones inhumanas que caracterizaban al Palacio Negro. Esta experiencia tuvo un impacto profundo en su obra y en su perspectiva política; a pesar de la brutalidad de esta experiencia, su paso por la prisión no disuadió el compromiso político del escritor, al contrario, fortaleció su determinación para seguir luchando y su obra fue el medio perfecto para canalizar sus creencias políticas y su crítica al sistema. Tanto en El apando como en Los motivos de Caín Revueltas representa personajes marginados y desfavorecidos, lo cual, por supuesto, está ligado a la propia experiencia de su autor. Como él mismo, sus personajes enfrentan dilemas exis-tenciales y morales mientras luchan por mantener su humanidad en la hostilidad del mundo, la obra de Revueltas refleja su preocupación por los marginados como un testimonio literario de sus propias vivencias y de su intento por dar voz a aquellos que, generalmente, no la tienen. Rerencias Bajtín, Mijaíl (2000), Yo también soy (fragmentos sobre el otro), México, Taurus. Bentham, Jeremy (2004), El panóptico, Buenos Aires, Quadra-ta. Camus, Albert (2004), El extranjero, Buenos Aires, Booket. Elizondo, Salvador (1985), Farabeuf o la crónica de un instante, México, FCE. Escalante, Evodio (2006), José Revueltas: una literatura del ‘lado moridor’, México, Conaculta. Foucault, Michael (2009), Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, México, Siglo XXI. Girard, René (2003), La violencia y lo sagrado, Barcelona, Anagrama. Lacan, Jacques (1998), “El estadio del espejo como formador de la función del yo tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica”, en Escritos I, Madrid, Siglo XXI. Loveland Smith, Frank (2007), Visibilidad y discurso. Lo que se ve y se dice en las novelas de José Revueltas, México, Lunarena. Maggiori, Germán (2001), Entre hombres, México, Alfaguara. Rabadán, Antoine (1985), El luto humano de José Revueltas, México, Domés. Revueltas, José (1984), Los motivos de Caín, México, Ediciones Era. Revueltas, José (2005), El apando, México, Ediciones Era. Rojas Zea, Rodolfo (1979), “Prólogo”, en José Revueltas, Los muros de agua. Dormir en tierra, México, Promexa. Ruffinelli, Jorge (1977), José Revueltas: Ficción, política y verdad, México, Universidad Veracruzana. [1] Maricarmen Esquivel Colín. Licenciada en Letras Latinoamericanas. Cursó estudios de Filología Hispánica en la Universidad de Huelva (UHU), España. Maestra en Humanidades con orientación en Estudios Literarios por la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMÉX), México. |
Ensayo de Maricarmen Esquivel Colín
Universidad Autónoma del Estado de México, México
Correo-e: maryuaemex@gmail.com
Publicado, originalmente, en:
La Colmena, Núm. 120: Octubre-Diciembre (2023)
ISSN 2448-6302
pp. 35-46
La Colmena, revista de la Universidad Autónoma del Estado de México - Instituto Literario
Link del texto: https://lacolmena.uaemex.mx/article/view/19265
Ver, además:
José Revueltas en Letras Uruguay
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
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