La crisis de la música vista desde la filosofía |
La crisis
es una situación tan temida como llena es de oportunidades. Se puede
afirmar, sin temor a equivocarse, que el último siglo está signado por
esta situación, puesto que se oye de manera incesante en los medios académicos
y periodísticos, así como en las conversaciones de los ciudadanos de a
pié, de la crisis presente en diferentes aspectos: los valores, la religión,
la política, el estado, la salud, la educación, etc. Pero una revisión
de la historia permitirá ver que en cada siglo han sido más los momentos
de crisis que los de estabilidad. La crisis es, entonces, connatural al
devenir del mundo. La diferencia está en los resultados que se obtienen a
partir de su desarrollo. Entonces, al encontrar una crisis es necesario
intentar ver más allá, definir un rumbo que la aproveche y que genere un
crecimiento significativo en el aspecto que haya sido afectado por ella. La música,
como parte del mundo, no escapa a esta realidad. Como arte, se encuentra
polarizada entre el vanguardismo incomprensible de la electroacústica y
otras tendencias, y el utilitarismo banal del Pop y su séquito.
Igualmente, adolece de la importancia que de alguna manera se había
ganado como elemento de identidad y encuentro social y cultural, para
llegar a ser, en el mejor de los casos, un equivalente sonoro a los
perfumes, la joyería y la vestimenta. Si bien es cierto que ocuparse de
esta crisis pudiera entonces sonar a una gran mayoría como algo superfluo
o inútil, la sociedad no puede permitirse el abandonar a su suerte una de
sus mayores expresiones por considerarla como un mero ornamento de su
tiempo. Como herramienta para plantear caminos que permitan emerger de
esta crisis al arte musical, por lo menos en el ámbito de mi quehacer
personal como artista y formador de artistas, encuentro útil la revisión
de la situación musical a la luz de dos planteamientos filosóficos casi
opuestos como son el de Mario Bunge, corroborado por el planteamiento poético
– musical de Igor Stravinsky, y el “mundo 3” de Karl Popper. Con
estos referentes, procederé a ofrecer las conclusiones que esta revisión
elucide. Bunge y
Stravinsky: el materialismo filosófico en la música Mario Bunge,
en su libro “Crisis y reconstrucción de la filosofía”, presenta los
principales problemas en los que se encuentra inmersa la ciencia de
ciencias, haciendo también un recuento de las tendencias actuales tanto
científicas como filosóficas y ofreciendo sus planteamientos en cuanto
al “deber ser” de la ciencia y la filosofía. Entre los males
de la filosofía que plantea, se refiere específicamente a la
inconveniencia del tradicional dualismo material – inmaterial. Para ésta
discusión, tomaré el que presenta en el estudio de cosas como la mente y
la cultura. En el caso de la mente, el hecho de considerarla como algo
inmaterial, no permite hacer de su estudio una verdadera ciencia, puesto
que se habla de estados y sucesos que no tienen lugar sino en la mente
misma, pero sin especificar qué es esta, o donde queda, o como medir
dichos estados o sucesos. De esta forma, se negarían consensos
importantes de la ciencia moderna como la evolución o los avances en la
neurología y se impediría avanzar realmente en su estudio. Propone
entonces centralizarla y ubicarla en los procesos cerebrales, como lo hace
la neurociencia cognitiva o psicobiología. En cuanto a la cultura, por ser un
producto esencialmente de la mente humana, su naturaleza sería también
material y no un algo inmaterial superior a los productos humanos, que a
su vez deben servirle, lo que en palabras de Bunge, “hace difícil
comprender por qué la cultura de una sociedad depende de, y coevoluciona
junto con, su economía y su organización política” (Bunge, 2002, p. 78). Esta visión de la cultura requiere entonces,
aterrizarla y concretarla como un sistema material compuesto por los seres
humanos que la generan y los artefactos que produce, ademas de los medios
por los que dichos artefactos son dados a conocer y difundidos. Así, los
productos culturales no serán intrínsecamente valiosos, en tanto que no
estén al servicio y disposición de las personas. Aparece entonces una
conclusión muy positiva, dirigida a la administración de la cultura:
“no se puede comprar: que el único modo de promover la cultura es
ayudando a nutrir cerebros prometedores, dejándoles desarrollarse en
libertad, favoreciendo su asociación, y favoreciendo su acceso a
artefactos culturales” (Bunge, 2002, p. 81). La música,
como uno de los más importantes artefactos culturales y mentales, puede
entonces ser vista desde esta óptica filosófica materialista para
protegerla. Ésta visión materialista, para encontrar una correlación
entre la filosofía de Bunge y la vivencia de un destacado músico se
encuentra en Stravinsky, el gran compositor ruso, cuando apunta en su
libro Poética Musical que “los elementos sonoros no constituyen la música
sino al organizarse, y que esta organización presupone una acción
consciente del hombre” (Stravinsky, 1939 (2006), p. 42). Así, su
estudio formal y riguroso, debería ser más difundido, no para que todas
las personas sean instrumentistas, directores o compositores, sino un público
consciente. De esta manera, se evita uno de los problemas de los que trata
Stravinsky, cuando desarrolla el tema de la armonía: “Sin duda, la
instrucción y la educación del público no han corrido parejas con la
evolución de la técnica” (Stravinsky, 1939 (2006), p. 56). Sin
embargo, esto no debe llevar a uno de los diez puntos de crisis de la
filosofía enunciados por Bunge (2002) hacia el final de su libro, en
donde hace mención del “Exceso de profesionalización”. Para Bunge,
cuando la filosofía dejó de ser una vocación y las exigencias
profesionales favorecieron el famoso “publica o perece”, se llenó de
funcionarios productores de artículos áridos y aburridos, que les dan
para ganarse la vida. En cuanto a la música, esto no puede ser más
cierto. Muchos de los cerebros más entrenados y capaces musicalmente están
más dedicados a reproducir música o a repetir conceptos musicales antes
que realmente a hacer música, puesto que aquellas actividades reportan
una mayor estabilidad económica. Se necesita reencontrar la vivencia artística
para evitar que se alcance el extremo propuesto con ironía por Bunge,
cuando afirma que si la filosofía formal muriese, “su lugar sería
ocupado por filósofos aficionados, lo que no sería trágico, ya que
eventualmente los mejores de ellos se disciplinarían. Al fin y al cabo,
ninguno de los padres de la filosofía moderna tuvo una cátedra ni un
doctorado en filosofía” (Bunge, 2002, p. 284). Otro punto
importante mencionado por Bunge, y que constituye un encuentro con
Stravinsky es el relacionado con la Historia. Para Bunge (2002), hay
cierta obsesión entre los filósofos a permanecer mirando el pasado y
narrando y re – narrando lo hecho por los grandes maestros de tiempos
idos. Si bien la revisión de la historia es importante para el desarrollo
de la filosofía, esta debe ser un medio mas no un fin. En la música, es
igual. Si bien para Stravinsky (1939 (2006)) la disciplina y la tradición
(a la que diferencia del hábito) son la base de la música bien hecha, no
puede permanecerse en un afán arqueológico constante que carece de la
sensación misma de lo que se trata de investigar. En este sentido afirma
que “no podemos asir el pasado. No nos lega más que cosas dispersas. Se
nos pierde esa ligadura que las unía. Nuestra imaginación rellena los
espacios vacíos utilizando muy a menudo teorías preconcebidas…” (Stravinsky,
1939 (2006), p. 46). En este sentido, la enseñanza y la creación de la música
no pueden usar la historia como “noción capaz de aclarar
dificultades” sino como “excitante que despierte la facultad
creadora” (Stravinsky, 1939 (2006), p. 47). Un último
punto que encuentro común entre la crisis en la filosofía como ciencia y
en la música, es el que Bunge (2002) llama “Confusión de oscuridad con
profundidad”. Es una impresión generalizada, que entre más se enrede
el discurso y se usen palabras altisonantes y rebuscadas, se está
haciendo “mejor” filosofía. De esta manera, fundamentos pobres pasan
disfrazados como frases célebres y que “dejan qué pensar”. Ejemplo
claro, el aforismo de Heidegger que reza que “El tiempo es la maduración
de la temporalidad” (Heidegger, citado en Bunge, 2002, p. 278). En la música,
Stravinsky (1939 (2006)) denuncia casos similares. Todos aquellos que se
llaman a sí mismos “revolucionarios”, en el concepto del “Inventor
de Música” eslavo, apenas si logran exagerar ritmos, armonías y melodías
incomprensibles para satisfacer a un público esnobista, ávido de
aparentar sabiduría por el hecho de fingir que escuchan con atención un
desaliñado pero “revolucionario” aparato sonoro. Hace excepción de
escuelas como la de Schönberg, a quien reconoce que su lenguaje, a pesar
de no ser de su gusto, es construido de manera honesta y consciente,
realizando una verdadera búsqueda intelectual y artística. En esta línea,
denuncia al Wagnerianismo como culpable de un oscurecimiento de la belleza
musical, en especial en la Ópera. Los significados encriptados de los leitmotiven
(motivos conductores), la pretensión de la Gesammt
Kunstwerk (Obra de arte total) y el aparato mítico – religioso
expuesto en sus obras no han hecho más que llevar sin transición alguna
a la música del “goce puramente sensual, (…) a las oscuras
insipidedeces del Arte – Religión (…) De modo que la música no dejó
de verse despreciada sino para verse sofocada bajo floripondios
literarios” (Stravinsky, 1939 (2006), p. 82). Si bien la historia ha
puesto a Wagner y a sus obras en su merecido sitio como hitos de la
historia de la música y ejemplos de una rara y especial belleza, no deja
de haber algo de razón en el planteamiento de Stravinsky, en cuanto tiene
que ver con el contenido de las obras del alemán, que las dirige más a
personas con determinadas posturas filosóficas y políticas que a quien
busca un espacio de expansión intelectual y espiritual en la obra de
arte. En este
punto, se destaca un hecho que, en mi opinión, deja un vacío en los
planteamientos tanto de Bunge como de Stravinsky. Si bien considero de la
mayor importancia el rescate de la filosofía como ciencia a través de un
filtro riguroso y unos procedimientos claros y concretos como los que
expone Bunge a lo largo de su texto, así como la aplicación de estos
principios en la música, reflejados por Stravinsky en su Poética, una
visión materialista puede aplicarse al arte en su aspecto técnico y en
su estudio formal. Sin embargo, la interpretación, ese estadio que va mas
allá de la simple reproducción o repetición, necesita que el
pensamiento del artista se dirija a mundos invisibles de ideas y si se
quiere de irrealidades, que si bien para Bunge son inexistentes en cuanto
no materiales, y para Stravinsky son accesorias elucubraciones que
distraen de la ley escrita en la partitura, confieren al arte sonoro ese
halo mágico y atrayente que lo mantiene vivo en el tiempo y patente en la
diversidad humana. Es momento
de revisar otras posiciones filosóficas que permitan entonces, si no
explicar, modelar o justificar el halo mágico que he mencionado. Popper: El
pluralismo filosófico en la música En un
ensayo anterior, “El arte como llave de una ventana interdimensional”,
basado en la lectura del libro “¿Y tú qué sabes?”, amén de otras
visiones sobre la ciencia y el arte, concluía que “una obra de
arte, toma prestados elementos de la naturaleza para crear una llave que
abrirá la ventana hacia la conciencia” (Espejo Mojica, 2010), tomando la conciencia como algo supra – material
en donde residen las respuestas y estados emocionales a los que tenemos
acceso. En la búsqueda de referentes para sustentar tal visión de la
labor artística, para confrontarla con las de Bunge y Stravinsky, encontré
un escrito corto pero muy diciente al respecto de la misma, elaborado por
una compañera de trabajo como parte de sus estudios de maestría. Me
permitiré, como soporte para esta discusión, transcribir el pequeño
cuento que ella usa para explicar la noción del “Mundo 3” expuesto
por Karl Popper y que se acerca a la conclusión de mi ensayo mencionado
anteriormente: “Un ritual secular El
escenario se encuentra obscurecido, mientras una a una, o por grupos, van
ingresando a los palcos y plateas del recinto las almas ávidas de arte,
transportadas por cuerpos adustos y conocedores de la actitud propicia
para permitir saciar la sed que allí les ha llevado. Mientras
esto, las luces del escenario se van encendiendo, como una alborada que
preludia un misterio. Y a el, como iban llegando las almas a los palcos y
plateas, van entrando cuerpos ataviados con vestimentas uniformes, con
variadas herramientas en sus manos, con sus respectivas almas dispuestas a
convertirse en canales apropiados para traer al mundo terreno ese arte que
vienen a buscar deseosos los ocupantes de palcos y plateas. Las
herramientas que portan los ocupantes del escenario son ensambladas y
acondicionadas por ellos con cariño y cuidado, mientras de forma
disciplinada sus cuerpos se organizan a la espera del rito secular y
misterioso de la transfiguración de vida en arte. Luego de
unos minutos en los que los murmullos de los ocupantes del recinto se
mezclan con los gemidos del despertar de las herramientas misteriosas, el
silencio comienza a reinar. Entonces, con un atuendo que solo difiere del
de un Mago por la ausencia de un sombrero, hace su aparición un alma
severa, a quien se llama “Maestro”, que inspira respeto en los
portadores de herramientas que sobriamente le reciben de pié, a la vez
que despierta admiración en los ocupantes de palcos y plateas, quienes en
prueba de esto le ofrecen su aplauso. Es
entonces, cuando con un sencillo movimiento de esa especie de varita mágica
que lleva el llamado “Maestro”, se inicia el ritual secular: ha
comenzado el concierto. En este ritual, los cuerpos dispuestos en el
escenario, entrenados y disciplinados, portadores de almas poseedoras de
un conocimiento ancestral, transforman herramientas de diversas formas y
materiales en instrumentos musicales y con esto, se transmutan a si mismos
en Músicos, mientras que los ocupantes de palcos y plateas, son ahora
convertidos en Público Oyente, que presencia, para su bendición, el
milagro de la aparición, en medio del ruido y del silencio, de una
entidad misteriosa y ultraterrena: La Música. Es este
momento, repetido ad infinitum
en todas partes del planeta, con diferentes recintos, herramientas y
participantes, pero reunido al rededor del mismo misterio, el que
comprueba, de forma fehaciente, la existencia de lo ultraterreno, supremo,
atemporal e inmaterial.” (Ruiz Cortés,
2009) Ese tercer mundo que Popper (1992),
en su artículo “Sobre la teoría de la mente objetiva” de su libro
“Conocimiento Objetivo: Un enfoque evolucionista” presenta como un
elemento extra – material y extra – mental en el que residen “las
ideas en sentido objetivo […], los objetos de de pensamiento posibles:
las teorías en sí mismas y sus relaciones lógicas, de los argumentos y
de las situaciones problemáticas en sí mismos” (Popper,
1992, p. 147), que en el cuento transcrito está representado por la Música,
permitiría explicar, en concordancia con mi conclusión sobre la lectura
de “¿Y tú qué sabes?” el término de “conciencia”. Y esta
conciencia o Mundo 3, tiene aún más poder cuando, como menciona el Dr.
Ruy J. Henríquez Garrido de la Universidad Complutense de Madrid en su
artículo “La teoría de la mente objetiva de Popper”, “trasciende a
las mentes que lo crearon, desbordando las aportaciones iniciales de las
que partieron, con un número indefinido de nuevos problemas y nuevas
soluciones” (Henríquez Garrido, 2004, p. 120). Sin caer en la fácil tentación
de, como el Wagner de Stravinsky, tratar de crear un Arte – Religión,
quiero reafirmar mi visión del arte como el pasaje hacia mundos
insospechados. Si bien es cierto que es necesaria una preparación
fundamentada, seria, progresiva y consciente en los aspectos técnicos y
formales de la música, siempre será conveniente permitir al cerebro
transitar por los caminos de lo inmaterial. De otra manera, es poco
probable que el producto sea en realidad artístico, pues se convierte en
una reproducción inanimada de una idea. Si se trabajara artísticamente
con una visión exclusivamente materialista, una frase musical consistiría
apenas de una serie de sonidos de frecuencias exactas, duraciones
calculadas hasta la milésima de segundo e intensidades de decibeles
determinados para cada indicación dinámica. Pero contrario al ideal de
Stravinsky es, si no imposible, muy difícil hacer una traducción exacta
de cada detalle en la partitura, pues la partitura no es la música. Cada
persona, luego de horas de estudio consciente y cuidadoso llegará a
conclusiones técnicas distintas, que harán interpretaciones diferentes
de la música. De esta forma, siguiendo la famosa
frase de Thomas Alva Edisson que dice que “El genio es un uno por ciento
de inspiración y un noventa y nueve por ciento de transpiración”, el
noventa y nueve por ciento corresponde al conocimiento profundo de la
obra, su contexto, su autor, los más ínfimos detalles técnicos y la
ejecución más limpia y fiel posible en el instrumento determinado. Hasta
ahí el materialismo. El pluralismo se encuentra en ese uno por ciento,
que es a su vez producto del otro noventa y nueve. El conocimiento físico
y profundo de la obra dará lugar al contacto con lo que podría llamarse,
desde este punto de vista, “la obra objetiva”, que no es un ente pétreo
como la concepción de la idea platónica, sino que plantea nuevos retos
espirituales e intelectuales cada vez que se le toca o escucha. El contacto con un mundo objetivo
también da pie para otra concepción al respecto de la música. No se
trata de, como sentencia Bunge “exigir [al arte, la ciencia y la filosofía]
que se los ponga al servicio de una u otra causa ‘más elevada’” (Bunge, 2002, p. 82), sino de
reconocer cuáles son los objetos culturales que en realidad responden a
una intención artística y cuáles a una intención económica. Una obra
que, en términos de Popper (1992) sea “descubierta” del mundo
objetivo, será una pieza honesta y auténtica, signada por características
que la relacionan con un compositor y un entorno social e histórico, pero
siempre única. Esta será una pieza de arte. Aquellas obras que tienen
una intención puramente económica son “descubiertas” todas de un
molde objetivo único, sin muchas diferencias de fondo en cuanto a su
construcción técnica y menos aún en su contenido. Estas últimas hacen
parte también de la cultura, pero es importante valorarlas en cuanto a su
función perecedera de distraer los sentidos y no entronizarlas como
modelos estéticos, que es a lo que pretenden obligarnos los medios
masivos. Hasta este punto se ha pretendido
establecer una relación de dos escuelas filosóficas con la problemática
musical. En el siguiente apartado, presentaré las conclusiones que emanan
del recorrido por estos pensamientos. La Música integral es Música objetiva “La música es una revelación más
alta que toda filosofía” (Ludwig van Beethoven). Este epígrafe
construido con una de las más populares frases del increíblemente grande
Maestro renano, muestra una de las dificultades habituales en el momento
de establecer una relación entre dos mundos tan universales como
similares, como son la filosofía y la música. Si bien parece arrogante y
pretencioso ubicar a la música por encima de la ciencia de ciencias (lo
contrario tampoco es apropiado, por cierto), es innegable que su papel en
la humanidad siempre ha estado ligado a lo más profundo del alma humana
(sea esta material o inmaterial), estableciendo su origen más remoto en
la comunicación con lo más sagrado y con lo desconocido, en las antiguas
tradiciones chamánicas y prehistóricas. Un pueblo puede no tener
escritura, tecnología o tradición agrícola, pero siempre encontraremos
manifestaciones musicales, aún en su rudimentario estado de palabras con
ritmo. En este
sentido, el verdadero artista de la música tiene en sus manos una de las
herramientas más poderosas de comunicación, exploración espiritual,
formación de identidad y transmisión de tradiciones. Es por esto que no
debe tomar su arte de manera ligera, debe indagar y nutrirse de otras
visiones, cosmologías y disciplinas del saber, para lograr, manipulando y
organizando los sonidos, agregar una nueva construcción objetiva que
tenga su lugar ganado en el mundo de la conciencia. Es por esto que, en mi
labor profesional como docente, es necesario que cada una de las
actividades que me corresponden en la construcción del conocimiento sea
cuidadosamente contextualizada y proyectada, de manera tal que los
estudiantes se vean favorecidos no solo con un conocimiento teórico claro
y bien fundamentado, sino con todas sus implicaciones posibles. La música
tiene, entre otros, un sentido matemático, un sentido físico, un sentido
social, y el temido y poco tocado sentido místico. Participar en el
proceso de que los discípulos descubran estos sentidos, es contribuir a
que sean personas haciendo música y no autómatas cumpliendo órdenes
fielmente. De igual
forma he de proceder en mi desempeño artístico. Cada nota que escriba,
adapte o ejecute debe provenir de un estudio profundo del lenguaje y de
los contextos que lo crearon, así se promueve una música con
trascendencia, que es la que al cabo de los años perdura en el panorama
de las creaciones humanas. Esta música con trascendencia es la que, como
he podido ser testigo en procesos de agrupaciones musicales conformadas
por población vulnerable, fomenta hábitos saludables, favorece el trato
humano y desarrolla los potenciales cognitivos de las personas. Así, el círculo
virtuoso se cierra promoviendo públicos y ejecutantes que exigirán cada
vez más integridad de conocimientos tanto en los artistas como en quienes
los forman, incrementando en mi persona y en quienes tienen a bien confiar
su formación a mi trabajo, la obligación y necesidad de una formación
integral, continua y constante. Bibliografía Bunge, M. (2002). Crisis y
reconstrucción de la filosofía. (R. González del Solar, Trad.)
Barcelona: Gedisa. Espejo Mojica, M. A. (03 de 03 de
2010). El arte como llave de una ventana interdimensional.
Recuperado el 19 de 04 de 2010, de Letras Uruguay: http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/espejo_manuel/arte_como_llave_de_una_ventana.htm
Henríquez Garrido, R. J. (2004).
La teoría de la mente objetiva de Popper. En A. Rivadulla, Hipótesis
y verdad en ciencia: Ensayos sobre la filosofía de Karl R. Popper (págs.
115 - 124). Madrid: Editorial Complutense. Popper, K. R. (1992). Sobre la teoría
de la mente objetiva. En K. R. Popper, Conocimiento Objetivo: Un
enfoque evolucionista (págs. 147 - 179). Madrid: Tecnos. Ruiz Cortés, D. C. (17 de 09 de
2009). La Música: ¿Habitante de un "Extra - Mundo"? Trabajo
de clase no publicado . Bogotá, D.C., Colombia: Universidad Santo Tomás. Stravinsky, I. (1939 (2006)). Poética Musical (3a. ed.). (E. Grau, Trad.) Barcelona: Acantilado. |
Manuel Espejo
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