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Apareció transido una mañana cuando me levantaba para ir a la escuela. Observé tras los vidrios que dudaba si entrar a casa o no. Era mi padre. De sobretodo largo arrugado y barba en crecida. Va y le abre mi madre. Nos sentamos a desayunar y ni agrega esta boca es mía. Ven que revea ese mazo, papaíto, tu mano en cucharita temblorosa al café, la falta de seguridad en los ojos, y el sol que apareció, no obstante habías perdido todo según supe después. Nunca más ocurrió y prestamente dijiste cuidadito hijo mío, el juego es un abrojo que se te prende hasta dejarte desnudo. Y desde entonces su ausencia de sobretodo fúnebre vigila en la puerta de todos los casinos y timbas para que yo no entre; pero entro no más y a la salida digo tenés razón viejito, perdóname. |
Jorge
Leónidas Escudero,
“Los Grandes
Jugadores”
(El
cero y 36 poemas vecinos)
sin sello editorial, ciudad de San Juan,
provincia de San Juan, la Argentina, 1987.
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