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Pálida, doblemente triste, acedo el salivar, perro el aliento, así estaba ella entre los que ya no apuestan e integran la fila de los cadáveres. Hasta fingía una mirada inocente mientras exhibía en el pecho la histórica puñalada que acababan de inferirle. Pronunció una mirada hacia mí en demanda de salvación, de modo que la tomé de un brazo y hasta la puerta la acompañé caballeroso. No pude ir más allá con mi ternura pues tuve que volverme diligente para seguir cavando mi propia fosa. |
Jorge
Leónidas Escudero,
“Los Grandes
Jugadores”
(El
cero y 36 poemas vecinos)
sin sello editorial, ciudad de San Juan,
provincia de San Juan, la Argentina, 1987.
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