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Lo comprendo señor, deme la mano, por aquí es la salida, lo acompaño a la calle. Usted quería, claro, llevar pan a sus hijos y la casualidad no concurrió a la cita. Quería lucir una sonrisa hermosa o véanme, soy tremendo, y en cambio ha salido hediendo a caca. Jadee nomás jadee, póngase las manos en la cabeza para gritar: horrendo, toy muerto; pero si alguien le diera ya dinero seguro correría a jugarlo. Usted no es de salvarse porque falta a la palabra empeñada, empezando que no tiene salida y es mejor vaya escribiendo su epitafio: “Aquí descansa un tonto que murió de frío pero nunca dejó de desabrigarse”. |
Jorge
Leónidas Escudero,
“Los Grandes
Jugadores”
(El
cero y 36 poemas vecinos)
sin sello editorial, ciudad de San Juan,
provincia de San Juan, la Argentina, 1987.
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