La emblemática compañía Acosta Danza, que jerarquiza el primer bailarín y coreógrafo Carlos Acosta (Premio Nacional de Danza), llevó a la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso un programa de lujo, dirigido —fundamentalmente— a los fieles seguidores nacionales y foráneos de dicha agrupación, tan cubana como universal.

El programa artístico incluye el estreno mundial de Imponderable, con coreografía del artista hispano Goyo Montero, y música del maestro Owen Belton, quien se inspirara en las canciones del poeta y cantautor Silvio Rodríguez; El cruce sobre el Niágara, con coreografía de Marianela Boán, y música del maestro Olivier Messiaen; Belles Lettres, con coreografía de Justin Peck y música del tecladista César Franck; Twelve, con coreografía de Fernando Balsera, concepto y dirección de Jorge Crecis y música del maestro Vincenzo Lamagna; y el dueto Nosotros, con coreografía de los jóvenes artistas Beatriz García y Raúl Reinoso, y partitura del bisoño músico y compositor José Gavilondo. Dicha obra fue concebida y llevada al proscenio como un viaje al interior de una pareja e incita al auditorio a reflexionar sobre las intermitencias de las relaciones que involucran desencuentros, puntos coincidentes o divergentes sobre las frustraciones, así como las luces que iluminan y las sombras que oscurecen ese sentimiento que los poetas, escritores y filósofos llaman “amor”, que todo lo puede y todo lo alcanza.

Ver y disfrutar, en las tablas, a los bailarines de Acosta Danza no solo constituye una caricia al intelecto y un alimento indispensable para el espíritu, sino también incita a los amantes del ballet contemporáneo y a los colegas de la prensa especializada a reflexionar acerca de la génesis de la excelencia artístico-profesional que identifica, en cualquier escenario del orbe, a los integrantes de la compañía, cuyo prestigio trasciende —con creces— nuestras fronteras geográficas.

Ante todo, habría que destacar —entre otros aspectos puntuales— el dominio preciso de la técnica académica y la interpretación teatral (dúo que configura una relación indivisible), el respeto al estilo de las obras interpretadas en ese contexto danzario-dramatúrgico, sin renunciar —nada más lejos de la realidad— a la valiosa colaboración que cada bailarín, según sus posibilidades reales, pueda aportarle a la coreografía original…, pero sin sacrificar su esencia íntima ni el mensaje ético-humanista y estético-artístico que se le transmite al público (sobre todo, en la obra Nosotros), la asombrosa flexibilidad que les imprimen a los movimientos corporales, devenidos vehículo idóneo para exteriorizar pensamientos, sentimientos, ideas, vivencias y experiencias,  así como la entrega incondicional al arte danzario

Por último, no puedo dejar de precisar que los miembros de la agrupación perciben la danza contemporánea como una realidad que fluye dentro de lo inmóvil y se hace movimiento corporal, que implica —además— los más disímiles estados subjetivos del yo de los bailarines. Para ellos, esa manifestación artística es, al mismo tiempo, efímera y eterna, porque procede — ¡quién lo duda!— de la esfera afectivo-espiritual que, junto con las áreas cognitiva y conativa, configura la personalidad del homo sapiens; por ende, lleva de la mano al espectador hacia el sentimiento más noble y puro que nace y crece en el componente espiritual del inconsciente freudiano. En este caso, sensibilizó — ¡y de qué manera!— a quienes participamos en las aplaudidas presentaciones de Acosta Danza en el legendario Coliseo de La Habana Vieja, que —desde su reapertura en enero de 2015— lleva el mítico nombre de Alicia Alonso.    

Ver, además: Acosta Danza en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, por Jesús Dueñas Becerra (Cuba)

                         Tercera temporada de Acosta Danza, por Jesús Dueñas Becerra (Cuba)