La emblemática compañía Danza Contemporánea de Cuba (DCC), jerarquizada por el maestro Miguel Iglesias, Premio Nacional de Danza 2018, lleva a la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso el estreno en la Ciudad Maravilla de la obra Réquiem, que tuvo su estreno mundial en el Auditorium Nacional de México, D.F.

Concebida como un espectáculo de lujo, la puesta en escena tiene lugar durante dos fines de semana seguidos, comenzó el 22 de febrero y cerrará el 3 de marzo.

La coreografía está a cargo del laureado artista George Céspedes, Premio del Certamen Iberoamericano de Coreografía (CIC) Alicia Alonso.

Dicha agrupación comparte el escenario con la Orquesta Sinfónica del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso y el Teatro Lírico Nacional, con la dirección musical del maestro Giovanni Duarte.

Con semejante fusión de talentos, no me asiste la más mínima duda de que son funciones majestuosas para la danza y la música en una reinterpretación contemporánea de las partituras más relevantes de Wolfang Amadeus Mozart (1756-1791).

De acuerdo con el sitio digital Broadway World, la obra mereció la ovación del auditorio con una presentación épica “que permanecerá por mucho tiempo en la memoria [poética] de aquellos que hayan podido disfrutarla” (al máximo, agregaría este cronista)

Ver y admirar en el proscenio a los bailarines de DCC, es acariciar el intelecto y el espíritu de los amantes de la danza contemporánea, género que los integrantes de la compañía cultivan desde hace seis décadas, ya que se consagran en cuerpo, mente y alma, a alcanzar —en cada presentación, en cada función— el más elevado vuelo técnico-interpretativo, así como la indiscutible excelencia artístico-profesional, que los caracteriza en cualquier escenario nacional o foráneo.

Los danzantes tienen un control absoluto sobre los movimientos corporales en que se estructura el arte danzario en general, y la danza contemporánea en particular: movimientos físicos a los cuales les imprimen la dosis exacta de espiritualidad, para alcanzar el verdadero virtuosismo, que no descansa —nada más lejos de la realidad— en la perfecta utilización de la técnica académica y la interpretación teatral (dos caras de la misma moneda), sino en la entrega absoluta que produce tanto el éxtasis espiritual, como el placer que les genera —en su mundo interior— el dominio de los complejos pasos en que se sustenta la danza contemporánea.

Por último, habría que destacar el hecho de que esa disciplina artística constituye una realidad que fluye y refluye, como las olas de un mar apacible o bravío, dentro de lo inmóvil, y se hace movimiento corporal, que proyecta emociones, pensamientos, vivencias, experiencias, contradicciones. Al mismo tiempo, la danza deviene efímera y eterna, porque nace y se nutre del sentimiento, hacia el cual lleva a los danzantes, y consecuentemente, los empuja, con la misma fuerza que —al decir de José Martí— “el huracán arrastra y destruye”. Indicadores teórico-conceptuales y metodológicos que los bailarines de DCC han interiorizado e incorporado a su estilo único e irrepetible de danzar.