En cierta ocasión, le pedí a Terry que me concediera una entrevista en
agradecimiento al hecho de que, cuando era subdirector de información de
la Onda de la Alegría y director de RP-105, me abrió de par en par las
puertas de nuestra emisora. Pero la sencillez y la humildad que
caracterizaran la carismática personalidad de mi inolvidable compañero y
amigo, devinieron una barrera imposible de franquear para que accediera
a mi solicitud.
Como esa entrevista quedó pendiente, he decidido utilizar ese género
periodístico y no la crónica, para mostrarles a los lectores su forma de
pensar, sentir y actuar en lo que al ejercicio de nuestra profesión se
refiere. Y para ello emplearé, como contexto referencial, aquellas
inolvidables pláticas sabatinas que solíamos entablar en la sala de mi
casa, donde me narraba alegrías y tristezas, éxitos y fracasos,
conflictos laborales y familiares, que fueron tejiendo su leyenda
personal.
Ahora le cederé la palabra a Terry para que nos relate sus vivencias y
experiencias en el ejercicio periodístico, al cual se consagró hasta el
fin de sus días.
A la pregunta inicial de cómo llegó al medio radial, el cual lo marcó
durante la mayor parte de su relativamente corta, pero fructífera
existencia terrenal, contestó:
«Yo vine muy joven de Camagüey, mi ciudad natal, para estudiar Medicina
en el Instituto de Ciencias Básicas y Pre-clínicas Victoria de Girón,
donde cursé primero y segundo años. Sin embargo, cuando llegué a tercer
año y fui ubicado en un hospital docente de la capital, comprendí que
ser médico no era mi vocación y decidí dejar la carrera. Entonces,
solicité el traslado para la Escuela de Periodismo, y una vez graduado,
matriculé en la Facultad de Filología, de donde egresé cinco años
después».
«Di mis primeros pasos en el periodismo radial —precisó mi interlocutor—
en emisoras provinciales, y luego, en la Dirección Provincial de Radio
de la entonces provincia de Ciudad de La Habana, hasta que llegué a
Radio Progreso hace quince años [Y donde permaneció hasta que exhaló el
último suspiro].
«En la Onda de la Alegría, señaló, he dirigido noticieros y espacios
informativos, fui durante un tiempo subdirector de información, y en la
actualidad, me desempeño como director de RP-105 y jefe de
corresponsales y colaboradores».
Cuando indagué que representaba Radio Progreso para él, respondió de
inmediato:
«Ha sido para mí una verdadera escuela, que contribuyó a mi formación
integral como periodista radial, y al mismo tiempo, me permitió conocer
a un grupo de colegas a quienes he incorporado —con carácter definitivo—
a mi esfera afectiva. No voy a mencionar nombres, porque podría olvidar
sin querer alguno y no quisiera que nadie se sintiera omitido u
olvidado».
Por otra parte —prosiguió su testimonio— «no te voy a ocultar que he
tenido grandes disgustos y sinsabores, pero —como tú mismo me has
enseñado— eso es parte de la sal que condimenta la vida de un ser
humano. En consecuencia, voy a seguir al pie de la letra tus consejos
profesionales, basados en la filosofía oriental, madre de la sabiduría y
la espiritualidad: ‘sobre que no se abre, no se conoce su contenido’.
Por lo tanto, ese sobre —o mejor dicho, esa caja de Pandora— está
sellado para siempre».
Mi entrevistado, espontáneamente, me relata una anécdota de esos
momentos agrios que le deparara la vida:
«Una colega [fallecida dos años después que él], quien en aquel entonces
atendía la prensa en el Comité Central del Partido Comunista de Cuba y
era dirigente de la Unión de Periodistas de Cuba, me colocó algunas
piedras que entorpecieron mi camino profesional. Una tarde, esa persona
se presentó en tu casa, porque era una gran amiga tuya, y ahí mismo le
recordé todos los obstáculos iniciales que hicieron un tanto escabroso
mi desarrollo en el medio. Después de escuchar en silencio mi catarsis
emocional, me pidió disculpas y me dijo más o menos lo siguiente:
‘Terry, perdóname, me equivoqué contigo, pero equivocarse es de humanos
y rectificar a tiempo es de sabios. Hoy nadie duda de que eres un
excelente profesional de la prensa […]’».
«Claro que la perdoné —lo admitió en ese momento— porque mi alma no
incuba insectos ponzoñosos ni despide olores malolientes, pero no olvido
nunca los agravios de que soy objeto. En adoptar dicha decisión, tú
desempeñaste una función ‘clave’ por el sincero afecto que te une a
ella. Entonces, no me quedó otra alternativa que ‘hacer con el limón una
buena limonada’».
Con respecto a la afección maligna que lo llevó inexorablemente a la
tumba, una tarde, después de tomar una taza de café que le preparara la
señora Odorica Montero (1920-2007), casi una madre sustituta para mí,
Terry me confesó, casi en un susurro inaudible:
«Cuando estaba ingresado en el Hospital Hnos. Ameijeiras, los médicos
decían tiene una T, porque pensaban que yo desconocía el vocabulario
científico-médico, ya que ignoraban que había sido estudiante de
Medicina. Yo estoy consciente de que padezco de una grave dolencia, pero
tengo tremenda fe en la ciencia médica. Y con apoyo en esa fe inmensa,
estoy dispuesto a dejarme intervenir quirúrgicamente, porque mi mayor
deseo es volver a dirigir RP-105 y atender a los corresponsales, a
quienes quiero como a los hijos que no tuve […]».
Desafortunadamente, ese deseo nunca se pudo hacer realidad y desde hace
más de un lustro Rafael Terry Aldana duerme en paz consigo mismo el
martiano sueño de los justos. |