El elenco actoral está integrado por Oliver Baum (Ron Lea), Dorian (Dylan Harman), Marco (Víctor Pereira), amigo de Dorian, las fotos del weatherman (Jerald Bezener), y Lorna (Tova Smith), señora que cuida a Dorian cuando el padre está trabajando.

Los elementos destacables en ese audiovisual son varios. Por un lado, el análisis integral realizado a sujetos con necesidades educativas especiales; una línea de trabajo poco explorada y mucho menos explotada en la historia del cine cubano, y hasta Para Dorian, inédita si hablamos de personajes con discapacidad y homosexualidad. Y por el otro, el tratamiento de las nuevas masculinidades que chocan de frente con la heterosexualidad hegemónica… sin caer en generalizaciones ni burlas, tan lesivas a la integridad moral de los seres humanos tanto con orientación homo o bi, como heterosexual.

Por lo tanto, al construir psicológica y espiritualmente el personaje de Dorian desde una visualidad masculina tradicional, el cineasta cubano barre con todo tipo de superficialidad (léase todos esos recursos manidos que —lamentablemente— condicionan los materiales audiovisuales que muestran interés por tocar ese polémico tema), para mostrarle al espectador a un adolescente complejo y seguro de quién es, qué objetivos persigue en la vida y hacia dónde encamina sus pasos, sin importarle un ápice el trastorno genético que padece.

Con respecto al señor Baum, deviene una suerte de «mamá-papá» con orientación heterosexual que ha perdido el temor a la libertad, implícito en toda paternidad madura y responsable, y adopta —sin rodeos— la crianza y la educación al hijo «diferente».

Sin embargo, el personaje de la madre ausente no es estigmatizado ni el adolescente sufre, al parecer, por el hecho de no estar a su lado, pese a conservar en el «baúl de los recuerdos» una fotografía de la progenitora mientras lo carga y acaricia.

El corto se distingue, además, por una buena dirección de arte que prefiere los ambientes contaminados y de un solo color, a veces un tanto indiferentes e impersonales, donde la formación académica como historiador del arte de Barriuso lo conmina a intercalar notas cromáticas a través de obras plásticas y fotográficas; estas últimas captadas por el lente de ilustres artistas visuales cubanos: Roberto Diago, Esterio Segura, Glenda León, Carlos Garaicoa, René Francisco Rodríguez y Elsa Mora.

Ahora bien, la frialdad de los interiores donde se desarrollan las escenas, e incluso el helado clima que envuelve a los personajes, buscan —ante todo— focalizar la atención y el interés del público en el conflicto interno que, sin alcanzar una condición morbosa de carácter neurótico, envuelve a los protagonistas de ese drama humano por excelencia.

Muchas de las obras artísticas seleccionadas se integran sincrónicamente al relato y le aportan valor simbólico, de forma tal que mientras vemos a Dorian en su habitación (espacio íntimo, donde el adolescente «descubre» la sexualidad, así como la orientación homoerótica que decide darle a la libido) incluye en la escenografía algunas imágenes de manos enguantadas (¿complejo de culpa por la práctica de la masturbación?)

Es posible que a un espectador demasiado «moralista» puedan parecerle excesivas, o peor aún ofensivas, las escenas donde Dorian se auto estimula frente al televisor. Sin duda alguna, ese es uno de los momentos más hermosos e instructivo-educativos del cortometraje, no por la belleza de ese cuerpo que se crispa y estremece al sentir el placer desencadenado por el orgasmo como respuesta total de la personalidad, sino por el cuidado excesivo que caracteriza al director por evitar cualquier detalle que pueda sugerir siquiera un componente pornográfico, y al mismo tiempo, plantea un problema que no admite la más mínima discusión: el adolescente con Síndrome de Down tiene pleno derecho al goce como cualquier otro chico supuestamente sano.

El «secreto» del éxito o el fracaso de ese tipo de escena se encuentra en descubrir el tono exacto y preciso para materializarlo en la praxis audiovisual, y con respecto a esa secuencia, Rodrigo Barriuso —sin ningún género de duda— parece haber descifrado ese «enigma».

Para Dorian puede considerarse una película cubana, no obstante haber sido rodada en Canadá, con equipo de realización y elenco foráneos, porque me parece que, desde su estreno, ha generado más de un debate en ese sentido.

Los realizadores y críticos cinematográficos que viven, aman, crean y sueñan en la mayor isla de las Antillas no deben estigmatizar la película Para Dorian, transgresora en muchos aspectos, pero necesaria, capaz de poner el dedo en la llaga, y mostrar —en poco más de 16 minutos— cuánto camino les falta por transitar cuando se trata de llevar el complejo tema del homoerotismo a los medios audiovisuales.