cálida acogida que le brindaron la
intelectualidad y la prensa cubanas a Neruda, cuyo
inmenso amor a la poesía era el sustrato de su acendrada
vocación ético-humanista y el arma fundamental con que
defendió la causa de los pobres del mundo, ya que “[…]
por ser el amor su ámbito abierto/ siempre clamó por un
futuro cierto:/ una vida sin hambre ni cadenas”.
Pablo Neruda no solo era un excelente poeta, escritor y
periodista, que puso su vasta producción intelectual y
espiritual al servicio de la humanidad, sino también un
sagaz psicólogo que en una sencilla reflexión
filosófico-antropológica explica —con indiscutible
maestría— el complejo proceso psíquico mediante el cual
el hombre es el resultado de sí mismo, ya que,
independientemente de la influencia de los factores bio-psico-socio-culturales
y espirituales que configuran la personalidad humana,
quien determina el rumbo y la orientación que el
homo sapiens le da a su existencia terrenal es —en
última instancia— el propio hombre.
Con meridiana claridad, Neruda le muestra al ser humano
que, si su vida es un jardín floreciente o un “valle de
lágrimas”, el único responsable es él y no los “chivos
expiatorios” que inventa para engañar al otro, pero no
al yo íntimo. Desde que, en mi ya lejana juventud, leía
a Martí, a Balzac, a Neruda —gigantes de la literatura
universal— caí en la cuenta de que los mejores “médicos
del alma” son los escritores (poetas incluidos) y que
los mejores manuales de Psicología son las obras
literarias que dejan huellas en el intelecto y en el
mundo interior del lector y lo ayudan a “descubrir”
quién es, qué quiere y hacia dónde va.
Pablo Neruda en Cuba y Cuba en Pablo Neruda se
estructura en dos partes, estrechamente relacionadas
entre sí: la primera registra los nacientes contactos
poéticos que en su imaginación infanto-juvenil el
ilustre artista suramericano estableció con La Habana,
así como los andares y desandares de ese fiel amante de
la geografía insular y de sus bellezas naturales, tanto
en Chile como en la Perla de las Antillas y en otros
países de Nuestra América y del Viejo Continente, donde
ejerció la diplomacia y estuvo exiliado por oponerse a
la dictadura pro-yanqui de Sánchez Videla, aunque
también recibió honores y escribió una buena parte de la
labor que lo hizo merecedor del Premio Nóbel de
Literatura.
La segunda parte incluye la valoración
objetivo-subjetiva que de Pablo Neruda como poeta
absoluto (así lo percibe Roberto Fernández Retamar),
hombre íntegro e incansable luchador antifascista y
antiimperialista, hicieran intelectuales cubanos de la
estatura de Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, Juan
Marinello, Félix Pita Rodríguez, Pablo Armando
Fernández, Manuel Rivero de la Calle y el propio Ángel
Augier, quienes destacan los méritos ético-estéticos y
poético-literarios de la magna tarea de Neruda, junto a
su fidelidad a la Revolución Cubana y a Fidel.
Los admiradores de la vida y la obra del poeta mayor de
Iberoamérica encontrarán en las páginas de Pablo
Neruda en Cuba y Cuba en Pablo Neruda, del doctor
Ángel Augier, una suave caricia a su intelecto y su
espíritu, porque en ese libro el autor evoca “[…] con
[amor y] devoción […] el nacimiento, hace un siglo
[1904-2004] […], de quien llegaría a ser expresión
eminente de la poesía de su época [y de todas las
épocas]”, y —según Volodia Teiltelboim— un
revolucionario convencido de que “[…] la humanidad
necesita que la paz reine entre los hombres de buena
voluntad, entre todos los pueblos y naciones, entre los
poetas que sueñan y trabajan por el encantamiento de los
días y las noches, por el triunfo de la vida [sobre la
muerte]”. |