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Maceo y Che: paradigmas éticos de
la Nación Cubana |
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El 14 de junio de 1845, hace exactamente 163 años, nace en la antigua provincia de Oriente el mayor general Antonio Maceo y Grajales (1845-1896), quien procede de una familia humilde, pero libre de cuerpo, mente y espíritu, que le inculca a su retoño el amor a la Patria. En ese entorno familiar, Maceo aprende de sus progenitores a amar y respetar el trabajo y el estudio, así como a completar su integralidad como hijo, y luego, como esposo y padre de familia.
Su valentía como soldado en las guerras
independentistas, su educación como caballero y como hombre de
pensamiento revolucionario son algunas de las facetas más conocidas de
la carismática personalidad del Titán de Bronce. El Lugarteniente General del Ejército Libertador fue hábil para el combate y ardiente defensor de la democracia, basada en la idoneidad probada y en el mérito verdadero, así como respetuoso del enemigo y de sus superiores. |
Consecuente con esa línea de conducta,
Maceo le confiesa al Generalísimo Máximo Gómez que está dispuesto a
ceder su cargo militar en el Ejército Mambí, para aplacar recelos por
razón de mandos y posiciones, y con esa noble acción mellarles los
colmillos a los “roedores de la inteligencia y del talento ajenos”, que
-lamentablemente- no faltan en ningún proceso social… por “diáfano” que
sea o que parezca.
El principal protagonista de la
Protesta de Baraguá –valorada por José Martí como el hecho
más glorioso de nuestra historia- no se queja ni se lamenta,
porque la pureza de sus sentimientos y la valía de sus servicios no le
sean reconocidas ni agradecidas. Como cubano de buena sangre y buen
corazón está consciente de que sólo ha cumplido un deber patriótico
elemental; en consecuencia, ha interiorizado el aforismo martiano de que
a la Patria se le sirve… hasta con la vida, pero no se le pide ni se le
reclama absolutamente nada.
Por otra parte, Maceo insiste en hacer
depender del esfuerzo propio el triunfo definitivo de la gesta
emancipadora, y advierte que no vacilaría en poner sus armas al servicio
de la Metrópoli si el poderoso vecino del Norte osara apoderarse de
Cuba.
La actitud ética de ese prócer de la
nación cubana frente a los enemigos internos y externos de nuestra
independencia evoca una frase antológica del padre
Félix Varela:
“Yo renuncio al honor de ser aplaudido por la satisfacción de ser útil”.
En 1928, ochenta y tres años después del
nacimiento de ese gigante de ébano, en la ciudad argentina de Rosario,
se asoma a la vida el comandante Ernesto Guevara de la Serna
(1928-1967), quien trae en los genes y en el alma el amor a la libertad
y a la justicia.
El medio familiar en que crece Ernestito
(como cariñosamente se le conocía), le inculca el hábito de la lectura y
le despierta el interés por los libros, “fieles amigos” de los que no se
separará hasta su entrada a la historia universal.
Durante la adolescencia y la primera
juventud, el Che se inclina por el estudio de las ciencias técnicas…,
pero al final le da un giro de 180o a su vocación inicial y
decide matricular Medicina, profesión que percibe como fuente nutricia
de ética, humanismo y espiritualidad, y a la que se entrega en cuerpo,
mente y alma durante su efímera existencia terrenal.
En compañía de su entrañable amigo, el
doctor Alberto Granado, el joven estudiante de Medicina emprende un
viaje en motocicleta por los países del Cono Sur, y como buen clínico,
ausculta y diagnostica los males sociales que padece esa región del
continente americano, e identifica al principal agente patógeno: el
imperialismo yanqui, enemigo acérrimo de la libertad, la democracia y
los derechos humanos; valores que pisotea en los más oscuros rincones
del planeta, donde se presenta como su más “celoso defensor”.
En la década de los 50 del pasado siglo,
el médico Ernesto Che Guevara conoce en la capital mexicana al jurista
Fidel Castro Ruz, se incorpora a la expedición que parte en el yate
Granma “a vencer o a morir”, e integra el Ejército Rebelde, donde
alcanza el grado de comandante, se destaca en la lucha guerrillera
contra la dictadura del general Fulgencio Batista y Zaldívar,
“protegido” del gobierno estadounidense, y desempeña una función “clave”
en la histórica Batalla de Santa Clara, definitoria del triunfo de las
armas rebeldes.
Después de la alborada revolucionaria de
Enero de 1959, el legendario Comandante de América asume diversas
responsabilidades militares y civiles, participa en la lucha de
liberación en el continente africano, y por último, organiza la
guerrilla boliviana… hasta su vil asesinato en la escuelita pública de
La Higuera, donde alcanza la inmortalidad. La característica de la personalidad del Guerrillero Heroico que más me cautiva es la coherencia absoluta entre su forma de pensar, sentir y actuar, lo cual le permitió –como a pocos- predicar con el ejemplo…, y sin perder la ternura, una de las cualidades que más admirara en los seres humanos, y que dejó como legado espiritual a sus hijos y a los revolucionarios de todas las épocas y de todos los tiempos. |
Jesús Dueñas Becerra - psicólogo, crítico y
periodista
jesus@infomed.sld.cu
Publicado, originalmente, en el blog de La Polilla Cubana el 14 de junio de 2008
En Letras-Uruguay ingresado el presente trabajo el día 12 de junio de 2015
Autorizado por el autor, al cual agradecemos.
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