¿Cómo nació y creció en
usted la vocación hacia las
artes escénicas?
Que yo recuerde, desde mi
infancia me motivó la actuación:
mi tía me llevaba al teatro,
mientras que, durante mi
adolescencia, fui un aficionado
a esa manifestación artística en
la escuela secundaria básica,
donde cursé séptimo, octavo y
noveno grados.
Pero, por esas cosas que tiene
la vida, cuando concluí el pre-universitario,
una llama interior, que todavía
no se ha extinguido del todo,
despertó en mí la acuciosa
necesidad de estudiar Medicina.
Usted conoce muy bien la
historia, porque desempeñó una
función «clave» en lo que a mi
incorporación a los estudios
médicos se refiere, pero los
lectores la desconocen, y en
apretada síntesis, la voy a
relatar:
Cuando terminé el pre-universitario
se necesitaba tener un promedio
de más de 90 puntos para poder
aspirar a la especialidad de
Medicina, pero yo solo tenía 90.
Esa frustración inicial afectó
mi estado de ánimo […] hasta que
Dios y la vida colocaron en mi
camino al comandante, doctor
Eduardo Bernabé Ordaz, director
fundador del Hospital
Psiquiátrico de La Habana, que
hoy lleva su ilustre nombre.
El principal artífice del
humanismo revolucionario y
cristiano en la patria de Félix
Varela y José Martí, me asignó
una plaza en la emblemática
institución que él jerarquizara
durante más de cuatro décadas,
lo cual me abrió de par en par
las puertas para estudiar
Enfermería. Como ya era
bachiller en Ciencias y Letras,
me orientaron que matriculara en
el Instituto Politécnico de la
Salud que funciona en el
Hospital General Docente
«Enrique Cabrera». En dos años,
me gradué de enfermero general
con título de oro y el mayor
estímulo que recibí fue
matricular directamente la
especialidad con que yo —hasta
ese momento— había soñado:
Medicina, la cual cursé en la
Facultad «Enrique Cabrera»,
donde conocí a la que fuera mi
primera esposa y madre de mis
dos hijos mayores, y me doctoré
en Medicina.
Ejercí dicha profesión en el
Centro de Medicina Natural y
Tradicional de Santiago de las
Vegas y en el Aeropuerto
Internacional José Martí. Sin
embargo, el «bichito» de la
actuación continuaba royendo mi
mente y mi alma hasta que un día
me presenté ante Fernando
Quiñones Posada, hoy director de
la cincuentenaria compañía
teatral Rita Montaner, y le
dije: yo quiero ser actor.
Pruébenme. Me dio un papelito
insignificante en una obra que
estaba montando la compañía […]
y parece que di la talla, porque
luego me siguió llamando y
dándome papeles de mucha más
envergadura.
Una vez anclado en el
medio artístico, ¿qué otras
funciones desempeñó en ese nuevo
contexto?
El impulso decisivo me lo dio el
maestro Fernando Pérez cuando me
pidió que interpretara un papel
en su multipremiado filme
Suite Habana: el de un
galeno que, en sus ratos libres,
trabajaba como payaso.
En la vida real ese fue mi caso,
porque, en 1994, le insuflé vida
al payaso Chupetín Moroco,
primero en el círculo familiar y
amistoso, y después, para todo
el público, inspirado en el
recuerdo imperecedero del
maestro Edwin Fernández, así
como en el ejemplo de todos los
clowns que tenía la posibilidad
de ver.
Trabajar con el multilaureado
cineasta habanero, a quien
admiro como artista y como
paradigma de cubanía, me motivó
a dar el gran salto: de médico a
actor. Mi esposa me apoyó y se
encargó de sustentar
económicamente a la familia,
mientras integraba el colectivo
El Estro de Montecallado, de
Bejucal, y la compañía Rita
Montaner.
Durante el decenio que le he
dedicado a la actuación, me
agradaría destacar que me ha
acompañado mucho la suerte, y
sobre todo, la colaboración de
colegas con mucha más
experiencia que yo en esos
menesteres.
En la pantalla grande, he
actuado en los largometrajes
Diario de Mauricio y
Madrigal, de Fernando
Pérez; Kangamba, del
realizador Rogelio París; y
ahora, en las filmaciones de
Carmela, del realizador
Ernesto Daranas.
En la pequeña pantalla, tuve una
participación destacada en los
teleplays El lado del velo,
de la realizadora Elena
Palacios, quien se inspiró en
una narración del poeta,
escritor y dramaturgo checo
Milán Kundera; El cuarto del
anticuario, estructurado en
cuatro trabajos con el director
Delso Aquino; y en la polémica
teleserie Diana, del
realizador Rudy Mora, de la cual
evoco el apoyo incondicional que
me ofreciera el carismático
actor Fernando Echevarría.
Como usted mencionó en la
respuesta anterior, la familia
desempeñó una función básica
indispensable en su consagración
absoluta a las artes escénicas,
y concretamente, a la actuación.
¿Podría explicar, con pocas
palabras, qué representa para
usted la célula fundamental de
la sociedad?
Para mí lo esencial es la
familia […] lo primero para mí
es ser padre y si tuviese que
dejar la actuación para
beneficiar a los míos […], no lo
pensaría dos veces. Puede estar
convencido de ello, periodista.
¿Qué huella le dejó en
el intelecto y en el espíritu el
personaje de Mauricio en la
tercera temporada (Desarraigo)
de la telenovela cubana Bajo
el mismo sol, donde la
veterana actriz Amada Morado y
usted devinieron punto focal o
eje central de esa desgarradora
historia?
Mauricio se convirtió, por
derecho propio, en uno de los
personajes más atractivos para
el público y para mí, por la
contención con la cual tuve que
enfrentarlo, ya que va develando
poco a poco su drama interno,
así como por la credibilidad que
lo signara durante todo el
desarrollo de la trama.
Para esa telenovela, hice
casting para interpretar a Saúl
u Omar, pero el director Jorge
Alonso Padilla me lo propuso
cuando casi no tenía apariciones
en pantalla durante las dos
primeras temporadas; cosa que
percibí como algo complejo y
complicado. Sin embargo, Padilla
sabía lo que quería y el
guionista Freddy Domínguez le
concedió plena libertad para
agregar los textos que
considerara pertinentes.
Una vez que acepté el reto, me
di a la tarea de prestarle piel
y alma a Mauricio. Tanto me
involucré en los rasgos
personográficos de ese joven
arrancado de su tierra natal y
adoptado por un matrimonio que
residía en la patria de don
Pedro Albizu Campos y de doña
Lola Rodríguez de Tió, que
entrevisté a estudiantes
puertorriqueños de la Escuela de
Cine y Televisión de San Antonio
de los Baños, conversé con
turistas de esa ínsula caribeña,
e incluso, conseguí que me
enviaran una lista de frases
utilizadas en la hermana isla
antillana, y hasta llegué a
cocinar algunos de sus platos
típicos.
A mi familia le dije que, desde
ese momento, hablaría siempre
como un boricua. Para corroborar
si el acento era correcto, les
pregunté a unos turistas dónde
se podía comer uno de los platos
típicos, y cuando ellos me
respondieron como si se tratara
de otro puertorriqueño, supe que
ya había captado el acento
necesario.
En cuanto a las características
psicológicas del personaje,
empleé las historias de vida de
tres cubanos víctimas de la
Operación Peter Pan a principios
de la Revolución, cuando muchas
familias enviaron a sus hijos
solos a Estados Unidos, porque
se corrió el falso rumor de que
el gobierno cubano les privaría
de la patria potestad a los
padres para mandar a los
pequeños a la antigua Unión
Soviética (hoy Rusia) para su
«adoctrinamiento»
Si bien no viví esa etapa, es
una historia cubana y busqué en
el «pequeño príncipe» que llevo
dentro. Por esa razón, Mauricio
pudo ser cruel y hasta actuar en
contra de su propia formación
como ser humano, porque llevaba
dentro un niño enclaustrado que
no había podido salir por los
psicotraumas que padeciera
durante su infancia.
A propósito de las
telenovelas, ¿cómo percibe su
estado actual de salud?
Esa pregunta se la voy a
contestar, primero como médico,
y luego como actor. El estado
actual de la novela cubana es
grave […], pero no crítico y los
amantes del género pueden estar
tranquilos, porque no hay
peligro de muerte inmediata, no
obstante todo lo que se ha hecho
—consciente o inconscientemente—
contra su integridad […] desde
todo punto de vista.
Como actor, le digo que una
buena telenovela (y cuando me
expreso así, no me refiero a un
clásico, El derecho de nacer, de
la telenovela hispana y
universal, sino a obras
contemporáneas como, por
ejemplo, La cara oculta de la
luna y Aquí estamos (por la
polémica que despertaran en el
público y en los medios). Dichos
audiovisuales proyectaron en la
pequeña pantalla un reflejo
objetivo-subjetivo de la
realidad cubana actual y de
nosotros como somos, no como
quisiéramos, ni siquiera como
debiéramos ser […]. Para lograr
ese tipo de telenovelas —o
similares— hace falta, ante
todo, cultura, rigor intelectual
y profesional, talento
artístico, buenos guiones,
eficaz dirección de actores y
actrices, compromiso con el
destino de la nación y el valor
de correr todos los riegos que
sean necesarios […], menos el
facilismo y la conformidad.
Para finalizar este
ameno diálogo, ¿podría reseñar
sus planes futuros en el campo
de la actuación?
Como ya le comenté, estoy
enfrascado en la filmación de la
cinta Carmela, así como
en varios proyectos de
teleseries y en el policiaco de
factura nacional Tras la
huella.
No quisiera concluir sin antes
agradecerles a mis colegas
médicos con quienes laborara
durante varios años y a los
actores con quienes trabajo
actualmente, así como a Dios y a
la vida, porque —de una u otra
forma— me permitieron hacer
realidad dos de mis grandes
sueños. |