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José Martí y la caribeña ciencia del espíritu |
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“Benditos sean los que mantienen encendidas las luces del espíritu, y perseguidos sean con látigos de fuego los que las apagan”. José Martí. |
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José Martí, el Apóstol de Cuba. El 28 de enero de 1853, en la villa de San Cristóbal de La Habana, una estrella viajera decide alojarse, por mandato divino, en el cuerpo y en el espíritu de un hermoso niño, que la posteridad conocería como José Martí Pérez; “cubano inmenso que -al decir del doctor Eusebio Leal Spengler, Historiador de la Ciudad de La Habana- escribió de cuanto tocó su sensibilidad”. Por ende, la pujante ciencia psicológica, cultivada en nuestro medio por el padre Félix Varela y Morales, no pasó inadvertida para un pensador de la talla excepcional del Apóstol. Para hablar del fundador del periódico “Patria” tengo a mi disposición todas y cada una de las palabras del diccionario de la lengua cervantina, pero prefiero hacerlo desde lo más hondo de mi estirpe martiana, para que las frases fluyan de manera espontánea y sentida, como brota el agua pura y cristalina de los ríos subterráneos que nacen en el alma humana. Ahora bien, no debe olvidarse el hecho de que cuando Martí comienza a incursionar en el campo de la literatura y en el periodismo, ya la Psicología había roto su vínculo filial con la Filosofía (“ciencia madre”); en consecuencia, se había convertido -por derecho propio- en la ciencia del espíritu, como la denominara el más universal de los cubanos. Para entender por qué el Maestro identifica a la disciplina que nos ocupa con la ciencia del espíritu, habría que definir a la Psicología como la ciencia que estudia las leyes, categorías y principios en que se estructura la vida psíquica y espiritual del hombre, mientras que la Espiritualidad es el conjunto de acciones que la persona realiza y que le dan pleno sentido a su vida. Según la literatura especializada, la espiritualidad está directamente relacionada con el mundo de los valores, que son tan necesarios al “homo sapiens” como la luz a las plantas y el aire a las aves. |
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Por lo tanto, habría que llegar a la conclusión de que la Psicología es a la Espiritualidad lo que las neurociencias a la Psicología: su basamento científico-metodológico inobjetable. O sea, no hay -ni puede haber- vida espiritual sin vida psíquica y viceversa. Desde la óptica martiana, cultivar la espiritualidad es viajar a nuestro mundo subjetivo en busca de la luz; desarrollar las potencialidades humanas, que son infinitas e ilimitadas; amar intensamente la vida, para no temerle a la muerte, que “es seguir viaje”; sustituir el “yo” por el nosotros, sin perder nuestra identidad, que es única, especial e irrepetible. Alimentar la autoestima, el autoapoyo, el autorreconocimiento y la autorrealización, bases de la salud psíquica y espiritual del hombre; percibir al ser humano como una unidad biopsicosociocultural y espiritual indisoluble. Con respecto a la unidad cuerpo, mente y espíritu proclamada por Martí, el ilustre ensayista e investigador, Cintio Vitier, advierte que en toda la obra literaria y periodística del gran poeta de Nuestra América hallamos una continua referencia, explícita o tácita, a un momento superior y sintetizador todavía no alcanzado por la historia humana. De acuerdo con el también Premio “Juan Rulfo” y Premio Nacional de Literatura, en ese espacio recurrente al que se refiere Martí confluyen las necesidades del cuerpo y el alma, así como los valores de la razón y la esperanza, para logar su compensación, articulación y equilibrio. Para el Héroe de Dos Ríos, la esencia íntima de la persona es buena y sana, no obstante todo lo que pueda argumentarse en contra de esa verdad filosófico-antropológica, mientras que el hombre debe recorrer el camino de la paz, el único digno de él como ser racional. Aceptar el reto de la vida y enriquecerse con la maravilla del amor y el perdón; bases fundamentales de la doctrina política del fundador del Partido Revolucionario Cubano. La espiritualidad martiana nos convoca a ser nosotros mismos y no otros; a ser sensibles para apreciar mejor la bondad y la belleza que hay en el planeta donde nos ha tocado vivir, crear y soñar; a entender que lo esencial resulta invisible a los ojos; a levantar puentes, no barreras; a ser plenamente humanos; a ser los “pequeños príncipes” de hoy y de mañana. A interiorizar que el amor elimina el miedo, lo que equivale a neutralizar el “anti-yo” y el “yo auto-destructor”, que no nos dejan crecer y realizarnos como personas. Lamentablemente, muchas sociedades contemporáneas no desarrollan ningún tipo de espiritualidad, porque en su formación y consolidación consideran que sólo lo material es válido y admisible. Valoran al hombre por lo que tiene, sabe o sirve, y no por lo que es: una persona que, por el solo hecho de serlo, merece amor y respeto. Por otro lado, olvidan la dimensión espiritual, que es -sin duda alguna- la más importante. Cuando ello sucede (como acontece en las sociedades de consumo, donde hay injusticia social y abismales desigualdades económicas), el hombre no cultiva la espiritualidad, entendida también como una actitud positiva ante la vida; por consiguiente, desconoce los valores necesarios para discernir cuáles de aquellas cosas que influyen sobre sus semejantes pueden tener una connotación positiva o negativa. O lo que es peor aún, deviene un hombre sin criterio moral, carente de valores éticos y bioéticos para comportarse en el seno socio-familiar, en la comunidad donde vive, en su entorno natural e incapaz de captar la dignidad del “otro” en toda su magnitud. Si somos coherentes con esa línea de pensamiento martiano, habría que aceptar el hecho indiscutible de que “si el desarrollo humano se orienta hacia lo físico, instintivo o intelectual, sin desarrollar el corazón, el espíritu y la dignidad, a largo plazo tendremos una catástrofe para las personas, la nación y la raza humana”. Si queremos salvar nuestro entorno natural y salvarnos nosotros mismos de la hecatombe ecológica y moral que amenaza la existencia de la humanidad no nos queda otra alternativa que revitalizar el mundo de los valores, que son los pilares fundamentales de la cultura universal y el motor impulsor del desarrollo integral de la persona humana. Una vez esbozada la relación entre Psicología y Espiritualidad, habría que retornar a la época en que Martí incursiona en el campo de la ciencia del espíritu: la Psicología, independizada ya de la Filosofía, comienza a edificar un sistema de leyes, categorías y principios sobre los cuales se estructura la vida psíquica y espiritual del hombre. La preclara inteligencia del Apóstol no solo percibe que la elaboración de ese cuerpo teórico y doctrinal se halla en vías de desarrollo, sino que hace relevantes aportes teórico-conceptuales a esa naciente rama del conocimiento humano. Contribuciones que conservan absoluta vigencia, y que fueron muy bien fundamentadas por el doctor Diego González Serra, profesor titular de la Universidad de Ciencias Pedagógicas “Enrique José Varona”, en su libro “Martí y la ciencia del espíritu”. El concepto ético-humanista de hombre, la formación integral de la personalidad humana, la unidad indivisible cuerpo-mente-alma, así como la relación dialéctica entre lo cognitivo y lo afectivo (admirable síntesis de su pensamiento pedagógico y psicológico), constituyen la herencia intelectual y espiritual legada por José Martí al desarrollo de la psicología cubana.
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Jesús Dueñas Becerra - psicólogo, crítico y
periodista
jesus@infomed.sld.cu
Publicado, originalmente, en Blogueros y Corresponsales de la Revolución http://bloguerosrevolucion.ning.com/, 3 de abril 2013
Link: http://bloguerosrevolucion.ning.com/profiles/blogs/jos-mart-y-la-caribe-a-ciencia-del-esp-ritu
En Letras-Uruguay ingresado el presente trabajo el día 10 de mayo de 2013
Autorizado por el autor, al cual agradecemos.
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