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Horacio (Yotuel Romero) es un campeón de
boxeo que, para ganar una pelea, se dopó, y fue descubierto por las
autoridades deportivas. Lo separaron del equipo, y como una forma sui
generis de rehabilitarse, le asignaron la función de acompañar y
supervisar a Daniel, a quien identificaran —en el medio institucional—
como un individuo conflictivo e irresponsable, pero detrás de esas
seudoactitudes psicopáticas que se le adjudicaran, yacía un ser humano
con grandes virtudes: amaba con pasión a la familia (sobre todo, a la
madre y a la sobrina), y sabía cultivar la amistad que, cuando es
verdadera, hermana a los hombres.
Entre Daniel y Horacio se establece, al principio, una relación en
extremo difícil, porque aquel —desde el primer momento— le es hostil al
acompañante, pero el trato diario y las acciones mutuas que los dos
personajes llevan a cabo, van cimentando una sólida relación afectiva
entre seres humanos maltratados por la vida, independientemente de la
cuota de responsabilidad que cada uno haya podido tener en los
acontecimientos adversos que enfrentaran y enfrentan.
El estrecho vínculo emocional que los enlaza deviene el contexto
dramatúrgico idóneo para que el laureado cineasta describa —desde una
óptica objetivo-subjetiva por excelencia— situaciones familiares,
sociales y humanas, que generan en el público las más disímiles
lecturas.
Finalmente, Daniel fallece como consecuencia de una enfermedad
oportunista (neumonía), que lo privó de la vida, cuando apenas comenzaba
a disfrutarla, mientras a Horacio se le dio la oportunidad de volver a
subir al ring de boxeo, derrotar a un fuerte contrincante
estadounidense, y ganar una medalla de oro, que —como homenaje
postmortem a Daniel— colocó en el cuello del cadáver de su entrañable
amigo cuando este se encontraba en el féretro.
Acompañante y acompañado constituyen un ejemplo fehaciente de
resiliencia, conceptuada por la ciencia psicológica como la capacidad
que tiene el homo sapiens para levantarse, y seguir adelante,
cada vez que resbala y cae, como secuela de los obstáculos de diversa
índole que debe vencer mientras escribe su leyenda personal.
En cuanto a las actuaciones, Yotuel convence al público, ya que le
confiere credibilidad al personaje que interpreta en ese contexto
audiovisual, mientras Armando Miguel demuestra in situ que ha crecido
«[…] como las palmas […], como los pinos», al decir martiano, no solo
como artista, sino también como ser humano, ya que el personaje al que
le presta piel y alma, no obstante la Espada de Damocles (VIH-SIDA), que
pendía sobre su cabeza, supo mantener —a pesar de todos los pesares— la
fe y la esperanza, así como el sentido del humor, que jamás perdiera, y
que signara la mayoría de las escenas en que se estructura dicho
largometraje.
El resto de los actores que participan en el laureado filme se
distinguen por la profesionalidad con que afrontan los respectivos
papeles que desempeñan en El acompañante.
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