Amor y sexo: una reflexión eminentemente martiana
por Dr. Jesús Dueñas Becerra

Hospital Psiquiátrico de La Habana
jesus@infomed.sld.cu

Para José Martí, amor es “que dos espíritus se acaricien, se entrelacen, se ayuden a levantarse de la tierra en un solo y único ser: nace en dos con el regocijo de mirarse: alienta con la necesidad de verse; crece con la imposibilidad de desunirse: no es torrente, es arroyo: no es hoguera, es llama: no es ímpetu, es ternura […]”. Desde la óptica martiana, amar es dar sin esperar nada a cambio, es vivir en el otro, sin “robarle” su yo íntimo, el que ama no miente, porque amor y verdad se complementan, no humilla, no mata, no oprime, no destruye; al contrario, es capaz de darlo todo, hasta la propia vida, por la persona amada. Amor y sexo no tienen, necesariamente, por qué integrar una unidad indivisible; no obstante, el encuentro carnal entre personas que se aman desempeña una función decisiva en el contexto de las relaciones amorosas que el hombre decide establecer para acortar la distancia que lo separa del otro o no yo. La respuesta sexual humana, además de ser un componente indispensable del amor erótico, es parte integrante de nuestra personalidad, concebida como la integración dinámica y funcional de los factores biológicos, psicológicos, socio-culturales y espirituales sobre los cuales se estructura la dimensión esencialmente humana del homo sapiens. Por otra parte, el Apóstol “[…] siente la necesidad de que la relación sexual de la pareja humana sea un acto responsable, fruto de la madurez alcanzada a partir de una correcta orientación que inicialmente [deben] proporcionar los progenitores”. De acuerdo con esa línea de pensamiento ético-humanista, donde hay amor no puede haber impureza, porque “[…] amar no es más que el modo de crecer humana y espiritualmente” y donde hay respeto, delicadeza y ternura no puede haber espacio alguno para lo anómalo o enfermizo. Quisiéramos concluir esta reflexión con una frase de quien sólo nos enseñó a amar, perdonar y servir al prójimo: “en el amor del hombre a la mujer, la ternura infatigable y galante es la dote de esencia, que asegura al afecto […] sólida vida: en el amor del hombre a la libertad, la fidelidad es la condición del goce permanente de la amada”.

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