A Luis Mauricio, niño

poema de Carlos Drummond de Andrade

La versión de A Luis Mauricio, niño es de Remiro de Ramiro de Casasbellas

 

Despierto, Luis Mauricio. Voy o mostrarte el mundo,

si es que no prefieres verlo desde tu reino profundo.

 

Despertando, Luis Mauricio, no llores más que un poquito.
Si los niños de América lloraron a coro, ¿qué seria, digamos, de tu vecino?

 

¿Qué seria de ti, Luis Mauricio, lamentándote más de lo necesario?
Los ojos se inflaman pronto, y el espectáculo del mundo es vario

 

y puede ser visto y ornado. Es tan poco, cinco sentidos.
Que sean entonces risueños, Luis Mauricio, que sean nuevos y conmovidos.

 

Y ya que hay tiempo para vivir, Luis Mauricio, puedes gastarlo en la ventana
que mira hacia el Ministerio de Trabajo, donde la fantasioso línea de la hiedra

 

compone tenazmente su dibujo, recubriendo lo que es feo, formal y triste

Sucede que llegó la primavera, pequeño, y el muro ya no existe.

 

Admito que amo en los vegetales la carga de silencio, Luis Mauricio

Pero hay que tentar el diálogo, cuando la soledad es vicio.

 

Y ahora comienzo a crecer. En pocas semanas un hombre
se manifiesta en la boca, en el reír, en la medallita del nombre.

 

Ya te veo en lo proporción de la ciudad, desde esa camita en que duermes.
Diríase que solamente el enano de Harrods, hoy anciano, entre muchachas enormes,

 

conservo el disfraz de la infancia, como, en su inmovilidad,

la esquina de Córdoba y Florida sólo aquel viejo abstraído y sentado,

 

de guantes y sobretodo, ve pasar (es ciego) el tiempo que no divisamos,

el tiempo irreverente, el tiempo estático, espacio vacío entre romas.

 

El tiempo —¿qué hacer con él? ¿Cómo adivinar, Luis Mauricio,

lo que cada hora llevo en sí de plenitud y sacrificio?

 

Haz de aprender el tiempo, Luis Mauricio. Y ha de ser tu ciencia

una tan intima amistad entre tú mismo y tu existencia

 

que nadie ha de sospechar nada. Y tu primer secreto

sea antes de alegría subterránea que de temor discreto

 

Aprenderás muchos leyes, Luis Mauricio. Pero si las olvidases pronto

otras más altas descubrirás, y es entonces cuando la vida comienza

 

y recomienza, y a cada instante es otra: todo es distinto de todo,

y el silencio camina, y habla el brumoso horizonte; y sabe conducimos el mudo

 

Porque el lenguaje planta sus árboles en el hombre, y quiere verlos cubiertos

de hojas, de signos, de oscuros sentimientos, y avenidas desiertas

 

son apenas las que vemos sin ver; por lo menos hay hormigas

atareados, y piedras felices al sol, y proyectos de cantos

 

que alguien un día cantará, Luis Mauricio. Y las palabras serán siervos
de uno extraño majestad. Es todo extraño. Pienso, por ejemplo, en las hierbas.

 

ahora que eres chico, y tu instinto, astuto, alegremente se aventura

hasta el amago de las cosas. ¿De dónde viene, qué puede, cuánto dura

 

esa discreto forma verde entre las formas? E imagino ser pensado
por la hierba que piensas. Imagina un eslabón, una afección absurda, un pasado

 

articulando los bichos y sus visiones, el mundo y sus problemas,

imagina al rey con sus angustias, al pobre con sus diademas,

 

imagina un nuevo orden; ¿y aún un nuevo desorden no serio lindo?

imagina todo: el pueblo con su música; el pajarito con su doncella;

 

el enamorado con su espejo mágico; lo enamorada con su misterio;

la casa con su calor propio; la despedida con su rostro serio;

 

el físico, el viajante, el afilador de cuchillos, el italiano de la suerte y su loro,

el poeta, siempre medio complicado; el perfume natural de las cosas y sus arpegios;

 

el niño que es tu hermano, y su descabellada ciencia

de ojos líquidos y azules, hecha de malicioso inocencia,

 

que ahora atraviesa enigmas extraordinarios; a tu vez, la pesquisa

te ha de solicitar un día, mensaje perturbador en lo brisa.

 

Es necesario crear nuevamente, Luis Mauricio. Reinventar negros y latinos,

y los más severas inscripciones, v en cuanto a los conocimientos, y a los modelos más finos,

 

de tal manera la vida nos excede que tenemos que enfrentarlo con recursos poderosos.
Pero que sea humilde tu virtud. Observa que hay terciopelo en los osos.

 

Incómodos y prisioneros, en Palermo, ellos procuran el otro lado,

y en su hambrienta inquietud algo se libera de la jaula y su cuadrado.

 

Detente. La gran flor del hipopótamo broto del aguo —¡nenúfar!
Y de las sobras del rinoceronte se alimentan los pájaros. Y el azúcar

 

que das en la palma de la mano a la lengua tierna del perro domestico todos los animales

Fíjate qué auténticos, qué fieles a un estatuto sereno, y cómo son naturales.

 

Es mediodía, Luis Mauricio, hora bellísimo entre todas,
pues, uniendo y separando los crepúsculos, o su luz se realizan 1as bodas

 

del vivo con el que ya vivió o va o vivir, y a su purísimo rayo,
entre gritos, los chicos y las palomos confraternizan en la Plazo de Moyo.

 

Aquí me despido y doy por bien enseñado tu oficio,
que de ti mismo y en púrpura aprendiste al nacer, mi nietecito, Luis Mauricio.


poema de Carlos Drummond de Andrade

La versión de A Luis Mauricio, niño es de Remiro de Ramiro de Casasbellas

 

Publicado, originalmente, en: Poesía Buenos Aires Tomo I (1950-1955) Edición facsimilar Número Número 15. Otoño de 1954

Poesía Buenos Aires Edición facsimilar editada por Biblioteca Nacional Mariano Moreno de la República Argentina a la cual agradece Letras Uruguay

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

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