La casa caída, mi tierra. (II) |
Despoblada la hamaca se bambolea en el jardín cubierto de ponderaciones acabadas. Las risas de los veintitrés primos ya son un eco, ya son preguntas, ya nada es genético, bien que ni patrio. En la elongación de la osadía la casa pierde la forma tierna, pendular, de los tiempos felices. Son subterráneos los caminos otrora prominentes, con argamasa que ahora sostiene materia oscura. En la granulosa mesa familiar de la cocina desprovista, un café con leche espera el abandono. Polvorosa sombrita sobre los muebles con paredes que no son de una sola forma ya cubiertas con la fetidez del musgo imperial desbruñida de maneras. Cómo decir del alborozo recuerdo de gritos virginales y la inactual ternura absorbiendo el centro del sistema, cruzando la niebla del recuerdo, ante los tres pinos secos, germinados de tierra negra y materia turbia. Me acurruco. Siendo la minúscula célula asombrada y muda, recorro la casa de la gran familia diseminada que trató de crecer humanos en una totalidad que no habla, que sólo gesticula el desmonte. Creo sentir el soplidito de una brisa suave que bambolea la hamaca como esperanza mudable, soberana. |
2 de diciembre de 2017 |
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