Si desea apoyar a Letras- Uruguay, puede hacerlo por PayPal, gracias!! |
Relatos
maravillosos |
Ha
dado motivo a un culebrón erótico de moda. También abundan
exageraciones y temas sociales, pero hay que viajar a Diamantina, su
patria chica, para saber la verdad sobre este personaje fantástico. Aquí
conocerán a la verdadera Xica. "E que poesía tena a rosa que nao fenecesse nunca" "E que a vida déles tem un sabor tao pintoresco de lenda que
instintivamente nossa imaginaçao se volta para aqueles reis dos
diamantes" Lucía Machado de Almeida Si usted va a Diamantina, allá lejos, en el propio corazón de Minas Gerais y se mete a cazadora de historias, como esta modesta aventurera, y se le da por desentrañar la misteriosa vida de Xica Da Silva, aquella mulata a quien su amante, como en la graciosa canción gitana ..."la cubrió de diamantes y ole, de la cabeza a los pies...", bueno, se va a encontrar al final de la pesquisa con que está tan en el aire como al principio y se le habrán cruzado además tantas historias dignas de ser puestas a la |
|
luz, como la de Xica, hija dilecta de esa villa, construida sobre el oro, los diamantes, la leyenda, aunque pateen los hijos de esa tierra y farfullen que lo único que construye es el trabajo, que de trabajadores tienen fama los "mlneiros". Diamantina de las serenatas, de las calles estrechas y llenas de recovecos, de las tropas de mulas cargadas con la esperanza de los troperos, así como en el siglo XVIII venían cargadas de zurrones repletos de pepitas de oro. La cuna de Juselinho Kubischek, aquel hombre modesto y estudioso que fundó Brasilia al llegar a la presidencia... así rezan los folletos que les echan el gancho a los turistas. La
cuna de Xica Diamantina, es una de esas ciudades-museo
que Brasil ha conservado celosamente intactas para que los
latinoamericanos aprendamos la historia de la conquista y la colonización
con más rigor y verosimilitud, en vivo y en directo, que la escrita en
los embusteros manuales escolares, más proclives a ocultar las verdades
que a exponer los hechos ciertos, claro está por mandato y arreglo de las
castas dominantes. En cada callejuela retorcida, en cada graciosa fachada
de sus iglesias centenarias, en cada mesón, en cada taller artesano, en
el agua deliciosa Y asi como Sherlock Holmes tuvo su fiel Wattson, yo encontré un
cicerone eficaz y consecuente, el taxista Geraldo; que fue mi guía en la
búsqueda de datos de aquella mulata que le sorbió los sesos al
contratador de diamantes Joao Fernández de Oliveira, hombre más rico que
un nabab de "Las Mil y Una Noches". Sigue siendo una incógnita la relación amorosa entre esta ex esclava
ignorante y el funcionario de la corona portuguesa más importante de su
tiempo, cómo se inició el romance y cómo se prolongó durante
tantos años, en los cuales nacieron doce hijos, a quienes su padre dio
esmerada educación y reconoció. Qué fue aquello sino un
hechizo africano o un criollísimo gualicho. En pleno siglo XVII
Xica se convirtió en la más costosa de las amantes del Nuevo Mundo, algo
así como una versión americana de Madame de Pompadour. No hubo anhelo, gusto o capricho que Joao Fernández de Oliveira no
satisficiera. Como era el hombre más rico del Brasil y que el mismísimo
rey de Portugal, le instaló una preciosa casa con todo el lujo imaginable
en la época en que floreció el barroco, arte mandado hacer para el
halago de los poderosos, imaginado para plasmar en oro. Se trajeron muebles, espejos, sedas, porcelanas y frivolidades que
empalidecieron los lujos de la corte de Lisboa. Allí Xica. en brillantes
reuniones, estrenaba sus tiaras, sus collares, sus innúmeras joyas que caían
como cascadas sobre los fantásticos vestidos, que hacían poner bizcas a
las blancas de la nobleza venidas de Europa. Cuando Xica asistía a misa,
lo hacia acompañada de un séquito de mulatas a su servicio ataviadas con
tal magnificencia que su presencia era considerada un acontecimiento
social de campanillas. Llegó a tener tanta influencia que por molestarle
el sonar de la campana de la vecina iglesia, los curas debieron cambiar de
lugar el campanario y ponerlo sobre el sitio del altar mayor. Pero no paró
aquí la cosa: le gustaba navegar y visitar la corte allá en Lisboa,
pretendiendo en su osadía deslumbrar allí también. El complaciente
Joao, para evitar males mayores, le mandó a construir en su casa de campo
un lago artificial con barquitos para diez pasajeros, bosques y jardines
circundantes donde plantaron las más exóticas especies, glorietas
iluminadas, cascadas murmurantes y hasta hubo teatro donde actuaban los
renombrados artistas de la época representando "Porfiar Amando"
y “Madea". Los cómicos de la lengua y los grandes señores de la
escena debían estrenar allí sus piezas, so pena de caer en desgracia. La mulata lucía por esas circunstancias
el "demier cri" traído de Europa, de rasos hasta pelucas... y
el propósito de semejante accesorio para lugar tan cálido. Xica tenía sus buenas y recias motas, como que era de estirpe negra y
por lo tanto serios problemas con asentarse ese adminículo empolvado. Se
rapó entonces y ya no hubo inconveniente en menear su frivola cabeza
coronada de suaves y relucientes rulos y tirabuzones, como las rubias
marquesas de la lejana corte lisboeta. Cuenta la leyenda que en el fondo ella tenía una marcada indisposición
hacia la sociedad de Tijuco, que así se llamaba el barrio elegante donde
vivía, un manifiesto desprecio hacia los nobles portugueses, que la habían
humillado en sus épocas de esclava. Le llegaban rumores de las criticas
que ellos hacían de sus lujos, de su origen, de las "gafes" que
cometía por su ignorancia, de modo que a más murmuración, ella respondía
con más soberbia y altanería, con más derroche y desplantes. Cierta vez, vinieron de Lisboa varios jovenzuelos de la mejor sociedad
de Portugal, con cartas de recomendación para que Xica les consiguiera dónde
ganar dinero allí donde el oro y las piedras preciosas brotaban sin cesar
de la tierra. La encumbrada mulata llamó a su esclavo Cabeza y le ordenó
altanera: -Cuida de estos "marotinhos”[1], mándalos a trabajar donde tú sabes, que se harán ricos... Después
como una consideración especialísima por las cartas que habían
presentado, los mandó a trabajar con los negros esclavos, en las minas de
oro. Desapareció del salón. Arrastrando la larga cola de su vestido y
ocultando una sonrisa maliciosa tras el abanico de encajes, casi como lo
habría hecho una noble cortesana. Cabeza, su mayordomo y hombre de confianza, era, el encargado de cobrar
las ofensas que su ama había recibido en tiempos de su esclavitud, el
resorte necesario para satisfacer su resentimiento. Se hacía justicia a
su manera, para ella y para sus hermanos negros, beneficiando y exaltando
a quienes habían tenido triste suerte en manos de los blancos. En medio de todo aquello, entre intrigas y extravagancias pasó su vida
fastuosa, una versión la pinta muriendo en la mayor pobreza y olvido. Sin embargo, se sabe que muchos de sus hijos heredaron propiedades y
fortuna, siendo beneficiados en el testamento de Joao Fernández de
Oliveira, que vivió sus últimos años en la corte de Lisboa gozando de
la amistad del marqués de Pombal, hombre fuerte del imperio. La figura de Xica se esfuma, se pierden sus rastros... tal vez tuvo
suerte parecida a otra mujer famosa, que conoció los halagos, la gloria y
cayó a la vejez en la mayor pobreza, desaparecido quien la elevara tan
alto: lady Hamilton. Todavía no se han puesto de acuerdo los diamantinos, en sus
discusiones de taberna, de café o de salón, si Xica fue una belleza
provocativa o una fea picante. Las opiniones están divididas desde hace
tres siglos. Una la pinta negra de nariz chata, gorda y ordinaria, la otra
la idealiza asociándola a la "laba", algo así como un demonio
femenino de la macumba, versada en artes eróticas, lo cual explicaría la
ardiente pasión del contratador de diamantes, rayana en la fascinación. Habría
que quedarse a mitad de camino y pensar que debió tener, sin ser
bella, ese sex-appeal que hace razonar "A la suerte de la fea, la
bonita la desea" o, por qué no, ese don de "presencia" en
alta dosis que sólo algunas privilegiadas poseen. Estas y otras consideraciones barajábamos en el mesón en que con
varios parroquianos nos reunimos a saborear una sabrosísima comida minería,
donde mi fiel Geraldo me había llevado. Otra vez mis anfitriones se
trenzaron en una amenísima discusión sobre su posible fealdad ya que no
quedaba ningún cuadro que la perpetuara. Entonces dictaminaron: -Fea nomás,
las bonitas no temen al retrato-. Cuando la madrugada se pobló de
serenatas, todavía seguía la alegre controversia que si murió pobre o
tiró manteca hasta el final. La brisa del trópico mece las gamileras
llenas de susurros con historias de esclavos cautivos, suena el campanario
del Tijuco, miro al cielo y me figuro que los diamantes de Xica son los
que titilan allá arriba. Por las calles que se retuercen, que suben y bajan con desparejo
empedrado, se detiene el tiempo junto al chafariz para beberse a lentos
tragos el fresco manantial de la vida. La serenata canta a la mujer que
pasea solitaria, con peluca y miriñaque, abanico y larga cola en los sueños
del Tijuco. Geraldo frena en seco mis fantasías. Me
alcanza un manojo de fotocopias, hojas dispersas y folletos de esta ciudad
de los mil cuentos. Arreglamos cuentas y nos despedimos como viejos
compinches. Obrigado y … Gracias por todo, muchacho. Subo al ómnibus, nos hundimos en la noche y cuando surge el alba me
alejo de la leyenda de la reina de diamantes. [1] Marotinhos: lo que para nosotros es "mersa" .. Bibliografía: Revista Mlneira 1903 - Minas Gerais, Brasil. |
Susana Dillon
Relatos
maravillosos
Diario Puntal
19 de abril de 2009
Ir a índice de crónica |
Ir a índice de Dillon, Susana |
Ir a página inicio |
Ir a índice de autores |