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Vermut con papas fritas
Susana Dillon

Otrora había sido político, casi siempre opositor. Hubo tiempos en que gracias al tesón de dos generaciones, la panadería había progresado aun en los años treinta, la década infame. Entonces se le dio por condenar al fraude y la corrupción. Y al panadero le llegó la hora de fundir la panadería.

 

Tuvo que dedicarse a otros menesteres no tan riesgosos corno andarle disparando a las sombras de sus opositores, los que tenían la sartén por el mango y matones para que les abran el camino.

 

El inflamado tribuno recaló en el bar del paseo. Allí por donde pasean los jóvenes los días de guardar; la vuelta del perro de toda ciudad del interior.

En las mesitas del bar se juntaban amigos, vagos consuetudinarios, partidarios y algún que otro opositor circunstancial. El tema siempre el mismo: la política, tanto la pretérita como la actual.

 

El ex- político arribaba en el Falucho, caballo que había pertenecido a la panadería y todavía conservaba el aire de sus viejos tiempos de silla, orgullo y crédito de su amo.

 

La costumbre era el vermut con papas fritas, ésas que venían calentitas, recién sacadas del sartén. El Falucho esperaba pacientemente, atado a su poste, mientras las horas se desgranaban en la charla. Pero una vez, a una de las bellas del paseo, le dio por hacerle probar al caballo las sabrosas y saladas papas fritas y de ahí en más, el equino preferido tuvo otra cosa que comer que su apetitosa alfalfa. Se hizo adicto. No bien comenzaban los contertulios el tema que los apasionaba, entre inquietos carraspeos exigía su ración. Si no llegaba comenzaba a inquietarse y dar muestras de reprobación. Pero todavía faltaba algo más. Llegaron sus admiradores a servirle un vermut en plato hondo ante la satisfacción del homenajeado.

 

Las chicas pizpiretas del paseo contemplaban su obra y seguían malcriando al favorito. Para éstas, el antiguo tribuno, desde la mesa apostrofaba a los políticos venales, a las autoridades corruptas ya los males engendrados por los que iban a perder la República.

 

Siguió por varias temporadas gozando caballo y caballero de las vueltas de vermut con papas fritas.

 

Cuando se extinguía el tema del día, ambos, seguidos por la mirada de los felices mortales que daban la vuelta del perro, se perdían en la bajada hacia el arroyo, en cuyos predios pastaba el único ser sobre la tierra que no había sido denostado por el implacable tribuno.

El galope musical de Falucho y el piropear del jinete, a cuanta falda se le pusiere a tiro, sin duda venían aderezadas por el vermut con papas fritas.                             

 

La vuelta del perro, el espirituoso aperitivo, el político a caballo y en ruinas por ser honesto; cosas del pasado.

 

Susana Dillon
De "Los hijos de Irlanda en Argentina"

 

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