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Vermut con papas fritas |
Otrora
había sido político, casi siempre opositor. Hubo tiempos en que gracias
al tesón de dos generaciones, la panadería había progresado aun en los
años treinta, la década infame. Entonces se le dio por condenar al
fraude y la corrupción. Y al panadero le llegó la hora de fundir la
panadería. Tuvo
que dedicarse a otros menesteres no tan riesgosos corno andarle disparando
a las sombras de sus opositores, los que tenían la sartén por el mango y
matones para que les abran el camino. El
inflamado tribuno recaló en el bar del paseo. Allí por donde pasean los
jóvenes los días de guardar; la vuelta del perro de toda ciudad del
interior. |
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En
las mesitas del bar se juntaban amigos, vagos consuetudinarios,
partidarios y algún que otro opositor circunstancial. El tema siempre el
mismo: la política, tanto la pretérita como la actual. El
ex- político arribaba en el Falucho, caballo que había pertenecido a la
panadería y todavía conservaba el aire de sus viejos tiempos de silla,
orgullo y crédito de su amo. La
costumbre era el vermut con papas fritas, ésas que venían calentitas,
recién sacadas del sartén. El Falucho esperaba pacientemente, atado a su
poste, mientras las horas se desgranaban en la charla. Pero una vez, a una
de las bellas del paseo, le dio por hacerle probar al caballo las sabrosas
y saladas papas fritas y de ahí en más, el equino preferido tuvo otra
cosa que comer que su apetitosa alfalfa. Se hizo adicto. No bien
comenzaban los contertulios el tema que los apasionaba, entre inquietos
carraspeos exigía su ración. Si no llegaba comenzaba a inquietarse y dar
muestras de reprobación. Pero todavía faltaba algo más. Llegaron sus
admiradores a servirle un vermut en plato hondo ante la satisfacción del
homenajeado. Las
chicas pizpiretas del paseo contemplaban su obra y seguían malcriando al
favorito. Para éstas, el antiguo tribuno, desde la mesa apostrofaba a los
políticos venales, a las autoridades corruptas ya los males engendrados
por los que iban a perder la República. Siguió
por varias temporadas gozando caballo y caballero de las vueltas de vermut
con papas fritas. Cuando
se extinguía el tema del día, ambos, seguidos por la mirada de los
felices mortales que daban la vuelta del perro, se perdían en la bajada
hacia el arroyo, en cuyos predios pastaba el único ser sobre la tierra
que no había sido denostado por el implacable tribuno. El
galope musical de Falucho y el piropear del jinete, a cuanta falda se le
pusiere a tiro, sin duda venían aderezadas por el vermut con papas
fritas.
La vuelta del perro, el espirituoso aperitivo, el político a caballo y en ruinas por ser honesto; cosas del pasado. |
Susana
Dillon
De "Los hijos de Irlanda en Argentina"
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