Un Boulevard como en París "Buen
día, Nostalgia" |
A
comienzos del 1900 las clases privilegiadas suspiraban por París. Modas,
casas y diversiones se debían buscar en la dulce Francia. De otro modo no
se estaba a tono, no se era chic. Los ricos estancieros ya se sintieron
"los condes pampas", una manera de sobresalir en una burguesía
que se pretendía aristocracia. Buenos Aires copió la arquitectura, las bellas artes, la vida nocturna, las aventuras galantes, la gastronomía... hasta hacer el amor, debía ser "a la parisién".- ¿Y por qué acá no?- |
La
ciudad en damero, las calles angostas como la trazaron al fundarla quedaba
demodé, vale decir fuera de época. Entonces, rabiosamente, se tiraron al
suelo casas y se trazó un boulevard como imponía la moda. Doña
Adelia María Harilaos de Olmos, asidua viajera para estos lados cuando
visitaba "El Durazno" su estancia preferida, quiso que el nuevo
trazado se extendiera hasta la plaza central así tuviera que echar abajo
el centro de la ciudad para instalarlo definitivamente. Pero
ponía una condición: ella pagaría las indemnizaciones correspondientes
a los futuros damnificados si en lugar del nombre del Gral. Roca fuese
cambiado por el de su esposo, don Ambrosio Olmos, ya fallecido. Como
no se llegó a feliz término con la señora millonaria, el tema se dejó
de lado. Adelia María no sólo odiaba al ex-presidente, odiaba a toda la
familia de la que hacía a menudo un pormenorizado recuerdo de las taras
de hermanos y descendientes. Los Roca habían traicionado a su marido en
épocas en que fue gobernador de Córdoba, vilmente tratado por los Juárez
Celman cuando lo destituyeron de su cargo en forma ignominiosa. Roca que
lo había designado gobernador aún sin el gusto de don Ambrosio, sin
embargo, no defendió a su amigo en esos momentos. Prefirió irse de viaje
a Europa, dejándolo abandonado a su suerte. Esa
es la historia del porqué se interrumpió el trazado del boulevard hasta
la plaza central que también se le dejó el nombre del que le dio a
nuestros aborígenes "la solución final": su aniquilamiento. Muchos
de nuestros conciudadanos aún recuerdan la maravillosa plantación de
palmeras imperiales que lucía hasta hace unos años ese paseo. Lugar de
corsos carnavalescos, de paseos en Mateos o Fiacres llevando y trayendo
pasajeros a los trenes en épocas de las resoplantes máquinas a vapor. De
gente viajera que venía de muy lejos, de linyeras viajando sobre los
vagones llevando sobre sus espaldas sus bultos y maletas, muy parecidos a
los ekekos, esos duendes de la abundancia que rondaban por rieles y
caminos en busca de trabajo temporario porque su sueño era no tener patrón
estable, ni mas leyes que la libertad y el celibato. Aún
queda la cúpula de lo que fue el hotel Bristol, último recuerdo de un
pasado que se asoma en las pocas antiguas casas de rumbo y poder, de
hoteles con grandes fachadas y lucida clientela que van desapareciendo
bajo la piqueta. A
la estación de las despedidas y los arribos, al desaparecer el
ferrocarril la convirtieron en Museo, en oficinas públicas, en Archivo
Municipal, en Centro Cultural y fue una excelente idea recuperar el
edificio de la nostalgia para darle lugar a la memoria, al recuerdo
respetuoso. Los viejos y abandonados jardines dieron paso a una
arquitectura que mejoró lugares para hacerlos más seguros y limpios
siendo reducto de los niños. Pero tenemos añoranzas de los coches
tirados por matungos con estrellitas en las patas durante las noches de
verano en que nuestras abuelas nos sacaban a dar vueltas. ¿Quién no ha escuchado lamentos y ruidos de cadenas en
el misterio nocturno del imperio? Los
fantasmas del boulevard "...En
la víspera de Todos los Santos, esa única noche del año en que los muertos
pueden dejar sus tumbas y bailar sobre la colina a la luz de la luna, era
la noche en que los mortales tendrían que quedarse en sus casas y no
atreverse a mirarlos." "La
víspera de Todos los Santos" Lady
Jane Francis Wilde (1826-96) El
viejo boulevard, que antes fue la arteria obligada para llevarnos a tomar
el tren, tiene historias picarescas y hasta algunas de terror que antaño
se contaban sotto-vocce. El ferrocarril, en sus años de mayor actividad
dio cabida a un sin fin de negocios que tenían mucho que ver con este
medio de comunicación que también fue destruido por la última dictadura
militar. El tren, un desaparecido más. El
boulevard, albergó en sus buenos tiempos, los principales hoteles,
negocios, almacenes, grandes residencias, casas de lujo, dos soberbios
cines, cafés, bares, y algún que otro lugar non-sancto: todo en
beneficio del viajero y "del barrio de la estación", principal
arteria de una Río Cuarto pujante en continuo crecimiento. Cuando
se detuvo la última máquina, se apagaron los sonidos del último
silbato, quedó muda la campana, los andenes se silenciaron quedando
desiertos, también desaparecieron los linyeras. Murió
aquel mundo que tenía su poesía y su rumoroso encanto, se murió una época
y la famosa gesta de matarnos los indios, capitaneada por Roca se quedó
sin argumentos ni objetivos. La Campaña del Desierto que se perpetró
para que pasara el telégrafo, el ferrocarril y el progreso a costa de la
vida de los aborígenes. Y nos hemos quedado sin el ferrocarril, sin el
telégrafo, y sin indios... ahora que del progreso... Ud. dirá. Todos
los habitantes del boulevard sintieron el impacto. Languidecieron los
hoteles, se cerraron o cambiaron de firma los negocios. Se derrumbaron
viejos edificios. Troncharon las palmeras centenarias, ésas que hacían
sombra a los matungos de los coches de la plaza o los primeros
taxis. Todo se aletargó y el boulevard entró en la vía muerta. Como en
el cuento de la bella durmiente, se entristecieron los jardines, se fueron
poniendo grises los muros, se durmió la actividad y el centro se corrió
rodeando la plaza y los bancos. De
aquellos tiempos de bonanza se comenzaron a tejer historias y algunos
lugares fueron escenarios para ser recordados en las tertulias de café,
cuando los veteranos, tal vez por puro romanticismo comenzaron a
desenterrar sucedidos. Tales
supercherías, fraguadas en los mentideros de los bares entre guiños y
gestos picarescos, tenían la nostalgia y la magia de los recuerdos
almacenados en aquellos empedernidos corazones. Sus propietarios así
mataban el tiempo y todavía lo siguen asesinando. En
las cuadras vecinas al boulevard se instalaron cabarets, casas de citas y
demás diversiones noctámbulas, donde ahora se yergue, por calle Las
Heras, la silueta de un monoblock existía un lugar de expansión
masculina, llamado sabiamente por sus asistentes "El Tío
Carlos", porque tras tan ingenuo título se escondía un prostíbulo
atendido por una madame y sus pupilas: unas descocadas franchutas y
varias lánguidas polacas. Allí entre las cuerpeadas del tango, el vapor
del alcohol y el olor a "Pachulí", pasaban sus noches
clandestinas los galanes del imperio. Eran
tiempos en que los varones eran machos de verdad. Todavía no habían
entrado a tallar en el ambiente los travestís para los menesteres del
sexo a contramano. El
tal establecimiento tenía en sus veredas una especie de biombo de lona
que ocultaban la presencia, de los que, sentados en sillas de hierro y
bebiendo su copa, esperaban el turno para entrar a poner a prueba, contundentemente
su virilidad. Cuentan
los memoriosos concurrentes de aquel jardín de las delicias que conocidos
pro-hombres de la Villa del Marqués, frecuentaron asiduamente tales
rumbos, siendo uno de los animadores más conspicuos, un señor vestido
con impecable traje blanco (el Palm Beach), zapatos combinados, sombrero
rancho y bastón que hacía también su amansadora tras la lona cómplice.
Sacaba su libreta de notas y sobre la mesita de tapa de mármol escribía,
escribía, escribía. De tanto en tanto cambiaba algún chascarrillo con
el de la mesa vecina, parroquiano consecuente que también esperaba el
turno para pasarlo con la percanta de sus preferencias. Llegando el
momento tan deseado, se pasaba al cuarto de la naifa para dar curso a los
ardores y una vez cumplido el objetivo, nuestro elegante visitante volvía
a su antigua y fiel amante: la Literatura. Aquella mesita de mármol del
firulo, debiera estar hoy junto a la máquina de escribir Woodstock que la
SADE atesora entre sus más entrañables objetos. El
que les cuento ya no está entre nosotros, pero ha dejado creaciones que
sacudieron estilos, tabúes y prejuicios. Parte de los más de cincuenta
libros del literato, se escribieron en aquel antro. Aún
hay temas que no fueron escritos de aquellos tiempos en que el imperio se
ufanó de serlo, del que aún quedan temas regocijantes que harían
ruborizar al más atrevido de los calaveras. De
los mismos tiempos, corren relatos fantásticos de reuniones con gente muy
extraña realizadas, en los altos de un hotel que ya no existe. Ahora clínica
de la ciudad. Por
los años cuarenta era de rigor honrar a los muertos. Los días 1 y 2 de
noviembre, feriado riguroso para que todos pudieran cumplir con sus
finados, visitando el cementerio. Venía
un tren de medianoche con visitantes de lejanos lugares. Bajaban con sus bártulos,
y sus canastas de comida, se apeaban en el andén y se hospedaban en aquel
hotel, vestían ropa muy antigua y todo lo hacían en silencio. Pero
durante la noche no dormían. Los locales que veían aquella inusitada
actividad en los pisos superiores suponían fiestas, bailes y otros
jolgorios. Pasada la fecha, los extraños viajeros volvían a tomar
un tren antes que despuntara el alba. Aquel misterioso contingente que
silenciosamente llegaba, se encerraba en el hotel, visitaba el cementerio
y que sin un gesto volvía a partir, dejó la suspicacia de que si serían
o no espectros del pasado. Algún
exaltado argumentó que tales espectros eran convocados por la Escuela
Espiritista que siempre funcionó en un espacio triangular frente a la
ahora placita de niños. En cuestión de atar cabos, el julepe cuenta con
el sutil lazo del misterio que emana de ese culto. También
se dijo que los caballos de los Mateos que portaban pasajeros se
espantaban de sólo verlos pasar. El tren que los llevaba jamás tocó
pito, no se escuchó campana alguna anunciando partidas, sé recuerdan los
memoriosos que iba y venía en vuelo en una neblina gris, ¿sería el tren
fantasma? De aquellos desolados espectros no quedan más que las sábanas que se ven en las terrazas de los edificios azotadas por los vientos de la región. Mi alocada imaginación me induce a pensar que las noches de llovizna tienen fantasmas que salen a bailar de los cines, como si lo hicieran Ginger Rogers con Fred Astaire, pero ya ni cines, ni cabarets han quedado. Busco afanosa las mesitas de pie de hierro y tapa de mármol para darle rienda suelta a la literatura... pero, ¿y a dónde fueron a parar las mesitas de las citas clandestinas? |
Por
Susana Dillon
"Buen día,
Nostalgia"
Río Cuarto... de donde venimos y como somos
Diario El Puntal (Río Cuarto - Córdoba)
26 de octubre de 2008
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