"Buen día, Nostalgia"
Río Cuarto... de donde venimos y como somos
Tiempos fundacionales
Vida breve y pero importante
Por Susana Dillon

Cada vez que llega el 11 de noviembre, viene bien recordar el pasado en este mismo lugar.

 

Aquellas nueve manzanas dispuestas para el trazado de un pueblo albergando a las treintaiuna familias dispersas por la región, nos pone ante una toma de conciencia de lo que fue el comienzo de esta urbe orgullosa, que se eleva ante el asombro del viajero.

 

Antes de 1786, el tortuoso camino que transitaban los temerarios viajeros por estos parajes, no encontraba sino medanales, montes achaparrados, ríos de corrientes caprichosas e inconstantes, la angustia por ver aparecer los temidos habitantes naturales, el toparse de pronto con bandidos del desierto, cocinados por soles inclementes y tremendos temporales. ... Y sólo poder descansar, muy de tarde en tarde en algún mísero poblado, el amparo de la posta dónde darse un baño y comer algo distinto, cambiar de caballo, encontrar alguna tropa o diligencia y pedir información de novedades. Lo demás, la pampa brava, el destino que deparaba la aventura de vivir tiempos de lucha contra la naturaleza, acicateados por las ambiciones, más que por los amores o los credos.

 

... Y más allá el horizonte, la esperanza renovada de encontrar fortuna, esa loca y veleidosa dama con quien los audaces querían intimar.

Hombres y mujeres, jóvenes y viejos, pobres y ricos, a todos los impulsaba la ilusión de encontrar algún lugar dónde plantar un hogar, una iglesia, un fuerte, una empresa donde prosperar, enriquecerse, tener descendencia, llegar a viejos teniendo una heredad de la que sentirse, al fin llenos de orgullo.

 

Habían escuchado, en las noches junto al fuego que convoca a dejar suelta la imaginación, historias de ciudades encantadas, de míticas Trapalandas, de riquezas de los indios enterradas, de animales fabulosos que los esperaban para ser comidos, de ríos rebosantes de pepitas de oro... Pero seguían encontrando interminables medanales, sendas cortadas de indios escurridizos que se deslizaban como los tigres, silentes y fatales, huellas de bandoleros que se perdían en las cumbres cercanas... Cosas de los cuentos o de amargas realidades.

 

Quién los juntó a todos los que andaban en pos de ventura y compañía, fue Don Alberto Soria, un joven poblador a quien el gobernador de Córdoba Marqués de Sobre Monte ordenó instalar el fortín al lado de su casa, pues consideró que era bueno el lugar por haber suficiente leña, pastos para el ganado y buenas aguas para levantar la población.

 

Existe el acta de la fundación fechada el 11 de noviembre de 1786 pero conociéndole las ínfulas al marqués, hombre palaciego y cómodo, me inclino ante la idea que le dio al emprendedor y eficaz Don Alberto, el cargo de comisionado con la responsabilidad de repartir solares entre los veintidós vecinos más antiguos, y él se quedaba en tanto, en Córdoba. Con ellos tendría que vérselas el joven funcionario, en las buenas y en las malas sin más ayuda que sus escasos 32 años, su espíritu de empresa y el orgullo de haber sido destinado, por la máxima autoridad regional a tan honroso cargo.

 

En la plaza vieja, estaba ubicada en la manzana al sur de la actual y un poco más al sur (sería en la manzana siguiente), se hizo el sitio para la iglesia vieja. Los Soria tuvieron su lugar entre las actuales calles Constitución y Gral. Paz, cerca de los Bracamonte.

 

Estos apellidos aún suenan en la crónica diaria, son los descendientes de aquellos lejanos e intrépidos primeros habitantes, como los Balmaceda, Cabral, Lucero, Montiel, Olguín, Ladrón de Guevara, Pedernera, Reynoso... y tantos otros fundadores de nuestras domésticas dinastías.

 

Pero no todo fue feliz en esos tiempos, ocurrió que nuestro comandante, enfermó violentamente de una afección pulmonar aguda (y no de un simple resfrío como se dijo entonces) que no dando en el éxito de los remedios caseros que le dieron su esposa Pascuala Ojeda ni su madre Juana Correa, se buscó la asistencia de un mulato carpintero, llamado Roque del Mar, el cual con presencia de dos personajes, importantes autoridades, preparó y trató al enfermo con un extraño mejunje macerado con cebo y totoras, semejante al de engrasar los ejes de las carretas, propinándole una friega de la cintura para abajo.

 

Al otro día el enfermo ardía de fiebre, para bajársela, le aplicó hojas de lampazo ( el diccionario español dice: planta de la familia de las compuestas de tallo grueso y ramoso, hojas ovaladas y flores purpúreas nada aclara si son medicinales, hay otro lampazo que sirve para limpiar pisos, pero no se registra nada más que en la higiene hogareña) a las dichas hojas las tuvo en agua helada para luego envolverlo, de la cintura para arriba con abrigos. El resultado del tratamiento fue catastrófico, al agravarse, le envolvió la cabeza con frazadas calientes y sábanas ahumadas con hierbas quemadas. El sufrido Don Alberto, murió en 48 horas sin hacer testamento, cosa muy complicada por aquellos días en que la medicina andaba en pañales.

 

El mulato carpintero fue a parar a la prisión, que en eso andaban más adelantados, el cargo fue," superchería y marañas" (vuelta al diccionario fraude, engaño, embuste para complicar un pleito).

 

Sin embargo, luego de un año le llevaron el caso al gobernador que juzgó darle libertad gracias al argumento que "la necesidad carece de ley" además se le recomendó que no se metiera más en su vida a galeno, pues la cárcel le resultaría más dura y perpetua. Es probable que haya vuelto a la carpintería.

 

La desaparición de Soria a los 34 años habría sido una pérdida importante para esta aldea achaparrada, construida entre ranchos de paja y terrón, batida por vientos inclementes, amenazada por tribus que cuidaban lo suyo, mirando en redondo aquel paisaje, sólo pampa y cielo, a veces la polvareda de algunas tropas de carretas o arrías de mulas que venían desde Mendoza con barriles de vino y de ginebra que llegaban allí de Chile, el pavor de los incendios provocados por los indios. Dentro de la empalizada, los caballos listos para cualquier contingencia y en el horizonte, las temidas lanzas ranquelinas.

 

¡Vieja aldea, acariciada por el río caprichoso!

¡Quién te hubiera visto y quién te ve!

 

¿Qué habrá sido de las treintaiuna familias que se nuclearon cerca del río en las nueve manzanas donde se ordenó fundar la Villa de la Concepción según lo dice el acta?

 

Se me hace que la existencia de aquellos primeros pobladores, todos de origen hispano o con su sangre, no debe haber sido "como descansar en un lecho de rosas", ya que la geografía ni el vecindario eran para pasar buenos datos ni ser muy acogedores. El paisaje era árido: medanales traicioneros, montes de plantas espinosas, abrigo de alimañas. El río: una corriente caprichosa que a pesar de ser playo y hasta mezquino en su corriente tenía crecidas sorpresivas, según lloviera allá lejos en las cumbres, aquí se llevaba los ranchos orilleros, los animales domésticos y si no estaba alerta, también algún cristiano...

 

En cuanto al vecindario, no muy lejos, cerca de La Carlota que ya era una población hecha y derecha, existían las tolderías de algunos ranqueles de genio levantisco que para tenerlos de amigos había que, de vez en cuando, hacerles regalos consistentes en prendas muy codiciadas por ellos: ropa militar de brillantes colores, donde fulguraban jinetas, alamares y cordones dorados, sombreros de tres picos, morriones, cinto con espadas y diversas chafalonías, lo que no pedían eran botas o calzado por martirizarles los pies, esos pies que tenían la agilidad y el sigilo del puma.

 

Cada vez que las tribus se ponían belicosas porque no cumplían las promesas de los blancos, ya había que ir a ablandar a los duros a sus tolderías, pero con regalos y buenas palabras, lo más reclamado eran las "pilchas" (palabra ranquel) y la ginebra. Ya existía el trueque que los indios sabían hacer muy bien: riendas, aperos, ponchos y algunas prendas de plata.

 

En 1796 Sobre Monte había pactado una paz con el cacique Carripilun, oportunidad en que el indio salió orgulloso luciendo al pecho una medalla sobre una chaqueta roja bordada con alamares. Tales obsequios salían a la postre caros porque venían acompañados de varios porrones de ginebra.

 

Sobre Monte, en ese tiempo gobernador de Córdoba, concertó tratos con Chancalén, otro cacique ranquel que tenía sus tolderías cerca del Río Cuarto, para esos tratos obró como lenguaraz Doña Francisca Bengolea, que siendo niña fue cautivada por ese cacique, reservándola para casarla con su hijo y heredero Curritipay.

 

Cuando se hizo mujer, fue dada en matrimonio y con gran ceremonia según el ritual mapuche. De esa unión nacieron dos niños, varón y mujer que con el correr del tiempo, la familia Bengolea quiso rescatar. Sin embargo Curritipay hizo valer su patria potestad y volvió sólo Francisca, pero no duró mucho con sus parientes, pues las blancas, por haber tenido relaciones matrimoniales con un indio le hicieron el vacío, despreciándola. Francisca se decidió por volver a las tolderías donde estaban sus hijos y esposo nativo. Este caso de las cautivas que no quisieron quedarse con sus familiares a quienes de verdad las esperaban, se ha encontrado varias veces en "Cartas de Frontera".

 

En cuanto a lo ocurrido en la villa, muy lentamente llegaron otros pobladores, a los que hubo que ofrecerles otras tierras para construir viviendas, ranchos y cercados para limitar los predios. A esta novedad se le sumó la creación de la primera carnicería, a las reses ya las traían faenadas, vendiendo las presas a precios fijados por el cabildo "sin hacer trampa en el peso".

 

Para abastecer de pan, reunidas entre varias mujeres, se ocupaban de la tarea ya que tenían experiencia en esa actividad donde también comerciaban empanadas, pastelitos fritos "y todo aquello que se cocinare con harina pudieron vender en una esquina de la plaza".

 

Un servidor público muy popular y frecuentemente buscado por problemas que surgían entre los pobladores, fue el "Juez de aguas" que debía cuidar de la distribución y limpieza del líquido elemento, que mediante el trazado de acequias llegaba a los domicilios, no sólo para consumo de las familias sino de huerta, quintas y montes frutales. Se supone que las aguas servidas irían a parar a pozos ciegos o a albañales.

 

... y pensar que en el asunto de las aguas limpias y servidas hemos llegado al 2008 y estamos aún en problemas, las unas no alcanzan... las otras, no sabemos qué hacer con ellas.

 

Nuestras torres, desde sus ventanas, parece que nos miran interrogándonos: ¿y ahora qué hacemos con ellas?

Por Susana Dillon
"Buen día, Nostalgia"
Río Cuarto... de donde venimos y como somos

Diario El Puntal (Río Cuarto - Córdoba)

9 de noviembre de 2008

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