Secretas alcobas del poder |
"Cambiaste el Riachuelo a Plaza de Mayo" |
"Cambiaste
el Riachuelo a Plaza de Mayo"
"Tener
agallas como vos tuviste, fanática, leal, desenfrenada, con el candor de la
beneficencia pero la única que se dio el lujo de coronarse por los
sumergidos.
Tener
agallas para gritar basta aunque nos amordacen con cañones". María
Elena Walsh. Eva.
"Debo
gran parte de mi éxito político a las mujeres. Por
lo demás, nada se obtiene en el mundo sin su apoyo". Pierre
Trudeau. |
Cuando
la pareja Perón-Evita estaba en el pináculo de su popularidad y poder
surgió en el entorno y se extendió como reguero una particularidad antes
no conocida en la política argentina: la adulación. Tal vez en algún
comité y en alusión a algún hombre fuerte, se practicaba con cierto
recato en la voz de payadores de prostíbulo o en las candorosas fiestitas
comunales. La
adulación se instaló en el poder en derredor de la pareja, siendo luego
imitada por los aprovechadores del sistema, desparramándose por el país
en forma de obsecuencia denigrante, a veces hasta pintoresca. Desde los
discursos altisonantes de los fanáticos, los ditirambos más rastreros,
siguiendo con poesías, canciones, representaciones radiales, teatrales y
cinematográficas, era común que un fervoroso peronista saliera de
Mendoza por la ruta para llegar a Buenos Aires haciendo rodar un tonel. Al
llegar, una delirante multitud esperaba al sujeto que era alentado por la
pareja. También se hicieron raides de a caballo, en motonetas, de a pie
pateando un corcho. A la llegada siempre había un premio para quien había
sacrificado el cuerpo en homenaje exaltado de sus ídolos y gobernantes.
Esta particularidad a fuerza de repetirse, agrandarse y fomentarse se hizo
costumbre. Muchos artistas participaron en actos donde se cantaba y se
recitaban piezas de verdadera adoración. Fuera de la Marcha Peronista,
hoy muy silenciada, ningún poema o canción, ni siquiera "Evita
capitana" son repetidas por las muchedumbres que otrora gritaran
"la vida por Perón". Sólo una ha trascendido en determinados círculos
donde se aquilata la creación artística: el poema Eva de María Elena
Walsh. Un homenaje tributado por quien jamás militó en el peronismo, más
aún, se diría que estuvo en la vereda de enfrente. ¿Por
qué este poema ha calado hondo en nosotros? Porque nos ubica entre el
amor y el odio que supo granjearse esta mujer que gravitó en la política
nacional e hizo su incursión fuera de nuestro medio. Su personalidad
sedujo a muchos dramaturgos del exterior. Eva Perón siempre estuvo entre
dos pasiones que desató conscientemente. A nadie le fue indiferente. Ella
lo supo y obró en consecuencia. Por
eso la Walsh la ubica en esta frontera: nuestra pasión. Quien lea o
escuche este retrato vivo de Eva puede buscar lugar en uno u otro frente.
Seguir siendo contrera o perseverar en su fanatismo. Mas tendrá que
reconocer algo también: que esta mujer tan discutida no pasó en vano su
vida meteórica, dejó una huella. Tal
vez su innegable espíritu revanchista, tal vez una irrefrenable sensación
de que fue una llamada por el destino, ardiéndose en la hoguera que ella
misma encendiera. Porque el retrato-poema es lo que está a medio camino
de esos dos polos inmutables, es que los argentinos lo seguimos diciendo,
en la sonoridad de la permanente paradoja. Una
chica marginal (No sé quién fuiste, pero te jugaste) El
7 de mayo de 1919 nació en un puesto de estancia en Los Toldos (provincia
de Buenos Aires), allí donde la pampa recogió a los últimos aborígenes
que quedaban del genocidio de la "Conquista del Desierto", en
una reservación miserable. Vino al mundo traída por una india mapuche,
en el ritual de alumbrarla por el Este. Hija ilegítima del encargado de
la estancia y una puestera: la Juana, mujer brava y resuelta, hecha a la
vida de los carreros y esa inconmensurable inmensidad que debe vivirse con
una mano en las riendas y la otra en el facón. Pampa bárbara, tierra de
hombres machos y mujeres intrépidas. Juana Ibarguren era descendiente de
vascos inmigrantes y tuvo que pelearla duramente con el medio, la gente y
los prejuicios. Estaba "arrimada" a Juan Duarte, que tenía a su
familia legítima en Chivilcoy. Evita tenía otros cuatro hermanos, todos
tan ilegítimos como ella. Desde niña en la escuela sintió ese estigma.
Ser la cría de "la otra". Los indios y los chicos de la familia
que había que esconder fueron en este país el arranque de una
marginalidad que nos condicionó en el disimulo, la hipocresía y el qué
dirán. Juan
Duarte murió en un accidente cuando sus hijos eran niños. Se encontraron
de pronto con que ese padre, al que habían visto muy pocas veces, era un
político conservador con las características propias de semejante
personaje: mandamás y machista. Lo vieron en el cajón cuando lo velaron
en la casa de "la mujer propia". La
Juana, ni bien pudo, salió del puesto, yéndose a Junín con sus chicos a
remar para adelante, cosiendo ropa, teniendo pensionistas y metiéndoles
en la cabeza a sus hijos que había que estudiar para ser alguien y salir
del agujero de aquel pueblo. Las
jovencitas, mientras hacían sus tareas hogareñas, comentaban los
novelones que leían. Evita, ensimismada, devoraba las peripecias de las
heroínas de sus hermanas mayores y soñaba: algún día sería actriz. Le
fascinaban los melodramas, los comentaba y representaba mientras las
mayores pensaban en sus empleos y estudios. En la escuela se la vio como
una niña de silencios tristes. De
aquella época escribió: "He hallado en mi corazón un sentimiento
fundamental que domina desde allí, en forma total, mi espíritu y mi
vida: ese sentimiento es mi indignación frente a la injusticia". "Desde
que yo me acuerdo, cada injusticia me hace doler el alma como si me
clavase algo en ella. De cada edad guardo el recuerdo de alguna injusticia
que me sublevó desgarrándome íntimamente". Es
precisamente de esa época, la de su infancia, que tendrá los recuerdos
de cuando ella y sus hermanos fueron tratados despectivamente por aquella
sociedad pueblerina, de rancias hipocresías y abolengos imaginados, de
donde acuñaría rencores y maduraría desquites para cobrarse deudas
atrasadas a poderes enormes: el gran poder de la oligarquía vernácula.
Ese poder al que su padre había sido servil y al que su madre había
sufrido en carne propia. La
vida en Junín fue mejorando a medida que la Juana cosía en su máquina
hasta altas horas, trajinaba en la pensión y luchaba con las cuentas a
pagar. Los chicos fueron creciendo con algunas modestas regalías, hasta
se podían disfrazar en Carnaval. La propaladora del pueblo comenzó a
difundir programas para aficionados. Evita recitó allí sus primeros
versos, guiada por su maestra de grado. Su vocecita aguda y nerviosa salía
desparramando emociones por las calles del pueblo, ese Junín que tendría
siempre presente su origen. Sus
hermanos estaban ahora todos empleados, en el correo, en la escuela y en
el comercio. Hasta la Juana consiguió candidato: Oscar Nicolini, un
inspector de Correos y Telégrafos que ayudó a la familia. Ya
por entonces la adolescente Evita, que faltaba a la escuela porque se la
pasaba soñando con sus representaciones, insistía en su vocación de
actriz. Tal vez la presencia de Agustín Magaldi, un astro de la canción
tanguera en aquel pueblo enterrado en la pampa, sirvió como detonante. Se
le presentó y le habló de sus sueños en forma contundente: "Soy
actriz, pero para llegar me tengo que ir de aquí". Magaldi, que era
un artista de buen corazón, se sintió arrollado por esta chica que creía
en sí misma. La llevó a Buenos Aires, previa consulta con el cerrado
clan familiar. Nicolini arrimó algunas cartas de presentación. Se la vio
partir con los ojos llenos de luz, su buena ropita hecha en casa y una
maleta modesta. Buenos
Aires la debió abofetear con su poder, apretujándose su alma con la
suerte de los desvalidos. La linda piba provinciana comenzó el
peregrinaje de las "cabezas locas" de todos los tiempos. Con
dieciséis años y tantas ilusiones, pero con un objetivo firme: salir del
agujero de Junín. Ser alguien. No sólo pájaros tenía aquella cabecita. Mucho
se ha tejido en historias truculentas sobre este período de su vida, de
lo que tuvo que pagar por conseguir un papel secundario de actriz de
radioteatro en Radio Belgrano. Mucho se la ha manoseado. A la jovencita
deslumbrada por las candilejas le han asignado protectores y amantes.
Mucha tinta y mala leche se ha derramado hasta enchastrarla en su vida de
aspirante a actriz. Se han contado anécdotas procaces y se la ha
denigrado con saña. Pero conociendo el medio y el paño, hay que convenir
que no le pudo ir más que como le fue a toda esa generación de chicas
que aspiraban al estrellato. Admitamos también que Evita, si bien era
tocada vivamente por las emociones, era una rebelde nata, una
contestataria de lo inmediato, una persona de cálculos fríos llegado el
caso, que se animaba y encendía en defensa de lo que ella catalogaba como
las terribles injusticias. De modo que hay que ponerse a prudente
distancia entre aquello de "rodar de mano en mano". La
figura frágil, bonita y vehemente encontró, en la vida de tablas, una
veterana de los escenarios que la protegió: Pierína Dealessi. La llevó
a vivir con ella, sacándola de las oscuras pensiones de artistas. Duro
y extenuante debe haber sido llegar a conseguir papeles secundarios en los
teatros capitalinos, pero su suerte cambió cuando descubrió el poder del
micrófono. Paso a paso, moviendo influencias, trepando hasta desangrarse
por la cuesta de la fama, llegó hasta ser "la señorita radio".
Pero la atraía irresistiblemente la pantalla luminosa. El mundo que la
llevaría a la fama. Sería alguien. Todavía pensaba volver a Junín a
refregarles su bien-andanza a las recalcitrantes vecinas del pueblo, ésas
que jamás dejaron de recordar su origen. Juan
Perón, un coronel muy viajado por Europa cuando el auge y subida del
fascismo, se compenetró del futuro de las camisas pardas, las purgas a
los opositores y el delirio de las multitudes frente a balcones del poder.
Llega justo a la Argentina del '43 y se ubica en un oscuro lugar en esa
revolución en la que tiene algo que ver el GOU (una agrupación dentro
del Ejército, con empuje fascista). Queda a la expectativa, en un
ensordinado segundo plano. En este país, cada vez que el Ejército ha
arrebato el poder en cuartelazos, la muletilla siempre usada ha sido clásica:
la defensa de la Patria, sus instituciones y la santa religión. A
cada golpe, la Constitución fue violada sistemáticamente. La Revolución
del '43, encabezada por los generales Ramírez y Rawson, no fue una
excepción. Pero el coronel Perón también en esto practicó una técnica
campera: "desensillar hasta que aclare". Era un militar de
particular serenidad en el forcejeo por el poder. Supo esperar y ubicarse
en un lugar poco expectable. En esa época, la Secretaría de Trabajo y
Previsión era un bocado miserable para los entorchados que cortaban la
gran torta revolucionaría de cuartel. Perón, el coronel, vio cómo
pintaban los reclamos populares descuidados y minimizados por los
anteriores gobiernos conservadores y radicales. Desde aquel cargo a nadie
se le hubiera ocurrido crear las bases de una operación destinada a
despertar a las grandes masas obreras conducidas desde los sindicatos,
creando un poder tan enorme como el mismo ejército que fue el sustento de
cualquier gobierno. Los camisas negras y los camisas pardas habían
cambiado de mano el poder en Europa, ¿por qué no aquí? Perón pensó en
un híbrido entre esas falanges y los antiguos "sans culottes".
Ya estaba creando "los descamisados". Pero
debemos tener en cuenta que las Fuerzas Armadas de este país han sido,
desde Roca en adelante, el brazo armado de la oligarquía vernácula que
manejó en forma discrecional y a su entera satisfacción el destino
nacional. La prueba está en que todas las niñas de la sociedad porteña
primero soñaron casarse con nobles europeos (aunque sea caídos en
desgracia) y si tal situación no se daba, bueno, que fueran oficiales de
las FF.AA., así salvaguardaban los intereses de la clase privilegiada. En
las familias patricias, mezclados en la oligarquía, siempre hubo condes,
milicos y curas. Todos tiraron para el mismo lado. La negrada, los grasas,
los descamisados, los cabecitas negras, todo el complejo de la
marginalidad: los malandras, se fueron nucleando alrededor del
"primer trabajador"', ese coronel bonachón, con aire docente de
cura de aldea, campechano, ocurrente, quien no dudaba en sacarse el saco
en las grandes ocasiones para ser "un descamisado más". Los
cabecitas negras lo adoptaron como su líder. Al fin alguien se acordó de
ellos, pensó por ellos y los supo manipular. Su revolución fue simple:
de la gran torta de la Argentina opulenta, el "coronel del
pueblo" saca un pequeño trozo y se los da a probar a los sumergidos.
Nunca antes se había dado tal transgresión. Después trasladaría la
dialéctica a su doctrina. La oligarquía todavía no había "parado
la oreja" de lo que se le venía encima. El
15 de enero de 1944 un terrible terremoto arrasa con la ciudad de San
Juan. Desde
su secretaría, el coronel Perón organiza la ayuda a esa provincia
devastada Se prueba, adquiere protagonismo. Su relación con los artistas
se hace estrecha, los convoca a un gran festival a beneficio. Allí
se conocerían el "coronel del pueblo" y la actriz del
radioteatro que hacía llorar a las amas de casa en horas de la tarde. Las
estrellas de ambos estaban en ascenso. Los dos buscaban algo en común:
ser alguien. El poder estaba en el medio. Lo recaudado en el festival y lo
que dio todo el pueblo argentino tocado por la solidaridad fue cuantioso.
Se ventiló el tema que no todo lo recaudado había llegado a San Juan. En
la calle, tiempo después, comenzaron a escribirse en los tapiales
consignas como ésta: "Perón, Evita, adonde está la guita que San
Juan la necesita". Sin
embargo, las crónicas estaban con sus titulares y ojos puestos en el
coronel seductor y la provinciana joven y bonita que pintaba para
estrella. Bajo aquellas carátulas crecía la ambición. Había pan y
ganas de comer. Vivieron
juntos. Perón era hombre de poner bulín, regalar pieles y hacerse ver.
Viudo, todavía frecuentaba a una mantenida, pero en poco tiempo Evita
desalojó de la vida de "su hombre" a toda otra fémina potable.
Él vio en ella un entusiasmo por la política y por su obra en Trabajo y
Previsión, que lo deslumbró. Por otra parte, la chica era fresca,
vehemente, linda y sin asco para la acción. Los dos buscaban afanosamente
ya no ser alguien, sino el poder. Bibliografía Carmen
Llorca. Llamadme Evita. Carmen
Llorca. Las mujeres de los dictadores. Eduardo
Galeano. Las venas abiertas de América Latina. Eva
Perón. La razón de mi vida. |
Susana Dillon
1
de agosto de 2010
Secretas alcobas del poder
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