Relatos
maravillosos |
Ouro
Preto es la ciudad que genera leyendas desde la época del siglo XVIII.
Por esos tiempos los aventureros probaban allí fortuna, era el corazón
del imperio lusitano. Los brasileños de hoy lo siguen explotando: ahora
son el turismo y las leyendas. Lugar donde los que buscan historias de
tesoros tienen para darse el gusto. Visitar Minas Gerais (el estado más
rico de nuestro vecino país) es ir a meterse en el túnel del tiempo. Una
cita con la historia y el misterio de los socavones y los garimpeiros[1]
La
Historia de Chico Rey. Un esclavo que liberó a su pueblo Alto,
fornido, hercúleo, en la plenitud de su vigor, negro satinado como la
noche africana, era Galanga Muyinga, el rey de aquella tribu del Congo,
allá por los años en que los negros andaban cazados como animales para
traerlos a las minas de oro del Brasil, que entonces era de Portugal. Los
tratantes de esclavos venidos en barcos construidos para tal fin,
amontonaban a esa doliente carga humana para hacer los viajes parecidos al
infierno. En eso competían ingleses, portugueses y holandeses
aprovechando ese negocio infame.
Galanga cayó en la trampa tendida, como se hacía con los tigres; con él cazaron también a su mujer, su hijo y a una niña. Toda la tribu fue hecha prisionera, engrillada y atada con cadenas al banco donde pasarían el viaje. Allí dormirían, comerían y harían sus necesidades. El olor se sentía a varias millas de distancia.
Los
traficantes marcaban a los negros con hierros al rojo con sus propias
iniciales, a veces los cristianaban: a los hombres los llamaban Francisco
y a las mujeres María. En esas condiciones, con mala comida, poca agua y
latigazos, se cruzaba el Atlántico. Lo único que pudieron traer consigo
fueron los recuerdos, hasta tuvieron que olvidarse de sus dioses, pero no
se olvidaron de sus cantos y de sus bailes. A
mitad de ruta, el barco comenzó a inundarse por exceso de peso. El
negrero dispuso,
por ser menos valiosas, arrojar las mujeres al mar, así se tragó el agua
al resto de sus familias: la ganancia y la codicia pudieron más que la
razón y las lágrimas. Así supieron los hombres cómo vendría lo demás.
El destino pintaba cruel, imprevisible. Llegaron a Río de Janeiro 112
negros cubiertos de sus propios excrementos acumulados durante el viaje.
Hubo que bañarlos, curarles las heridas producidas por las cadenas y los
grillos, para luego prepararlos con una friega de aceite, de manera que
luciera mejor la mercadería a subastar en la plaza mayor, frente a la
iglesia. Previa
cuarentena, para saber si estaban sanos, los compradores se arremolinaron
alrededor del gigante de ébano y sus compañeros en desgracia. Le
examinaron dientes, ojos, los poderosos músculos. Eran jóvenes negros,
vigorosos, bien plantados, con alto sentido de su amor propio, pero
Galanga les aconsejaba prudencia; había visto matar a latigazos a los que
se rebelaban. Los compradores hacían cálculos de lo que iban a gastar
con tan buen lote. Uno de los que se detuvo más tiempo en revisarlos fue
el mayor Augusto, venido de Villa Rica de Ouro Preto, donde tenía una
mina de oro de poca importancia. Después
de tironear el precio de los elegidos, compró a Galanga, a su hijo y a
treinta de los más saludables de la tribu. Fue
largo el camino desde Río de Janeiro hasta Villa Rica por montañas,
arenales, selvas y pantanos. Llegaron heridos, sangrantes y hambreados a
la mina del mayor Augusto, que era un socavón donde era breve la vida de
los que la poblaban. Los negros de las tierras cálidas se encontraban con
otra geografía, fría, húmeda, donde las nubes los rodeaban en la
altura. -¿Podrían sobrevivir
en esas condiciones y maltratados como se hacía con los que eran
considerados sólo carbón humano?. Galanga,
como rey, sabía decirles a sus compañeros en desgracia: "Hasta aquí
hemos salvado la vida, ahora habrá que conservarla, tener paciencia y
aguzar la vista para saber dónde están las vetas de oro. Allí está
dormida nuestra suerte, habrá que despertarla". Para
el mayor Augusto, la tropa de negros recién adquirida era una esperanza
de mejor suerte; estaba sumido en deudas y aspiraba a mejorar su destino.
Se decía que esa mina estaba agotada, hasta sus vecinos se lo recordaban. Los
súbditos de Galanga seguían obedeciendo a su rey, ahora era su líder.
Para mejor, el mayor Augusto había observado que donde trabajaba Galanga
salía más oro y cuándo eso pasaba los negros a su lado cantaban las
canciones de su tierra africana. Cuanto más hondo cavaban más oro salía
y aquello ponía de excelente humor al dueño, a quién, paso a paso, se
le iba ablandando el corazón... Como el negro ahora se llamaba Francisco,
le comenzó a decir Chico, que es una abreviatura afectuosa. Y de los
cantos pasó a los bailes y de allí a la mejor comida. Cada día el
liderazgo del gigantesco negro crecía, como prosperaba la mina. Un
buen día, en vista de que las cosas mejoraban, patrón y esclavo
conversaron del futuro:- Si me haces rico con lo que sacas te daré la
libertad. Y si quieres trabajar los domingos, eso será para ustedes.
Chico estaba radiante, esta nueva posibilidad hizo que los esclavos
redoblaran el esfuerzo, para tener ellos el primer paso en mejorar su
suerte. Chico
revisaba las vetas con ojos de águila. Dando vuelta el cascajo encontró
una enorme pepita de oro y se la llevó a su patrón, quien lo recompensó
dándole la libertad, pero él siguió trabajando como empleado de
confianza. Su experiencia, su sagacidad, su vista privilegiada y su
inteligencia fueron valoradas no sólo por el Mayor sino por todos los
mineradores y garimpeiros que estaban en el negocio. Chico logró comprar
una mina abandonada con lo que ganó trabajando en equipo los domingos.
Con lo que sacó pudo liberar a su hijo y a su gente.
Nadie
compraba minas sin la opinión de Chico, con él las vetas no tenían
secretos. Las miraba con su farol, siempre encendido, y comenzaba a dar
vueltas por los socavones hasta que encontraba el hilo, la chispa, la
oculta pepita que asomaba misteriosamente entre las grietas, y su enorme
mano acariciaba las piedras como pidiéndoles permiso para despertar a la
suerte que lo estaba esperando. Luego del asombro y la maravilla, los
mineros cantaban las viejas canciones africanas. Chico hacía cantar hasta
a las piedras y el trabajo no era cosa de esclavos, sino de gente libre. Y
ya que "estaba de buenas", a los 47 años se volvió a casar,
recuperando su antiguo título de rey. Fue coronado en la Iglesia de Santa
Efigenia, la santa negra protectora de su raza. Pero
todavía ambicionaba algo más solidario para su gente. Su tarea era hacer
ahora un fondo común con lo que se extraía los domingos para las
ancianas y ancianos que por débiles y enfermos ninguna patronal quería
en sus minas. Todos
los años, a partir del 6 del enero de 1747, en la Iglesia del Rosario, se
reunían los negros de la tribu de Chico y sus simpatizantes a dar las
gracias y a repartir dinero para los ancianos ya retirados del trabajo,
aunque eran muy pocos los que llegaban a esa condición. Se
hacían procesiones hasta la
Iglesia de Santa ingenia, cantando, bailando, comiendo y bebiendo en honor
de Chico, que era el que los sostenía. Chico rey, con su traje de corte,
al Igual que su tribu, impusieron esta costumbre que hoy se festeja con el
carnaval. El gigante lucía su peluca empolvada y sobre ella la gran
corona de plata cuajada de amatistas, topacios y brillantes; al son de los
tambores y sonajas recorrían las calles enfiestadas para llegarse hasta
la cárcel, donde la nueva reina repartía regalos y ayuda a los presos.
Luego pasaban a los patios, donde servían un gran almuerzo y se comía a
voluntad, todo a cuenta de Chico. La
posteridad lo ha premiado con el recuerdo permanente y cariñoso. Los días
de carnaval y de algunos santos salen a las calles a festejar la época en
que se despertaron las entrañas de la tierra para que un rey salvaje
diera el ejemplo que no dieron los cristianísimos reyes blancos. Ellos
prefirieron imponer la esclavitud y aniquilar pueblos enteros para
satisfacer su codicia. El
pueblo brasileño, que tiene buena memoria, no olvida al rey que hicieron
esclavo y al esclavo que se ganó un reino: el cariño de su gente. El
estado de Minas Gerais es considerado el más rico de todo el país, no sólo
por sus minas de oro y canteras de piedras preciosas, también de hierro a
cielo abierto. Pero en lo que no hay discusión es que de allí salen los
políticos más notables, los hombres de ciencia y los poetas que relatan
sus historias de maravillas. Quien quiera viajar para conocer a nuestro gigantesco vecino, que se deje unos días de vacaciones para meterse en el túnel del tiempo a recorrer sus ciudades coloniales, son un tesoro de cultura brindado por "o mais grande do mundo" [1] Garimpeíros: buscadores de oro. |
por Susana Dillon
Relatos
maravillosos
Diario Puntal
12 de abril de 2009
Ver, además:
Susana Dillon en Letras Uruguay
Leyendas varias en Letras Uruguay
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
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