No podés pedirles que se queden ni que te cuiden. Te mirarán de soslayo, se lavarán la cara y levantando la cola desaparecerán por cualquier agujero en busca de aventuras. Está siendo claro que él no te pertenece, más bien, vos le perteneces al gato. Como el felino es un tipo libre y débil, no se calienta por ningún problema social, ni económico ni político.
En cambio, el perro, es otra cosa. Ya lo podés patear en alguna de tus rabietas, le das tus sobras, lo podés dejar que se muera de frío en el balcón, como hacen muchos en Buenos Aires, la cosa es tener perro, y el tipo te hará fiestas y lamerá tus manos echándose a tus pies para demostrar su dependencia, su acrisolada fidelidad, su mentada entrega. Puede aturdirte con sus ladridos y hasta comerse tus calcetines en un acto heroico de supremo chupamedias. Es un auténtico liberal-conservador, un defensor del "statu-quo". Podrá estar mal, pero sigue firme en la huella. Nada de cambiar de vida ni de amo. Lo que sí, el perro puede armar, con sus congéneres un lío de San Dios, ya sea por disputarse la caniche coqueta y fatal o embroncarse con el Collie que llegó al barrio con su pinta bacana y le meó la propiedad. Lieros son. No hay con qué darles. Si hay manifestación, van. Si hay que cortar las rutas están ahí, dale que va, hasta que empiezan las bombas de estruendo.
Estábamos, con un amigo dilecto en estos tratados de filosofía casera cuando un suntuoso gato de su casa encontró que todas las puertas y ventanas exteriores estaban cerradas y daba muestras de querer salir a atorrantear. Nadie le dio bola. ¿Qué hizo? Mi amigo tiene en la casa cuatro perros imponentes como guardianes de su quinta. Los alojan en un reducto abrigado y exclusivo. El gato se dirigió al aposento de los canes y desde un pilar le clavó su mirada de taladro. Los miró, los miró y los remiró. Al rato, los perros estaban locos del todo parecían atacados por una monumental hidrofobia, listos para demoler verjas, jaulas, portones y paredes.
Mi amigo interrumpió nuestra animada charla sobre sus mascotas y salió a poner orden en la jauría. El gato aprovecho la puerta abierta y se lanzó a la noche como una exhalación.
¡Gato marxista! Rugió mi amigo, este hace igual que los que azuzan a los manifestantes embroncados por causas justas. Como no tienen suficiente fuerza ellos solos para armar semejante despelote, los vienen a jorobar a estos otros calentones para salirse con la suya. ¿Viste cómo los miraba hasta que los volvió locos? Me extrañó el razonamiento porque siempre lo juzgué un personaje progresista.
A vos también te debe haber revuelto el seso la mirada del gato porque que te adheriste a la teoría de que todo lo que no te bancás es por culpa de los zurdos. Ya caíste en esa también vos. Y le planté el jerez que me estaba saboreando, pero no emprendí la retirada en espera de las próximas teorías de mi amigo para rescatar al gato vagabundo.
No había terminado mis meditaciones al respecto cuando un infernal griterío de mininos sacudía la noche. Su gato era el que tenía los reclamos más apremiantes y la voz más fervorosa. Ahora mi amigo tenía otro tema sobre los gatos. ¿Oíste? En cuestión de amores los gatos son más pudorosos. Sentís el escándalo pero no lo ves. En el misterio de la noche andan clandestinamente por la terrazas, chimeneas, tapiales y jardines, no te dan espectáculo. En cambio los perros son exhibicionistas, como los humanos. Si andan escandalizando todos los demás se tienen que enterar y ver. En la calle los perros y los humanos en la T.V. y en el cine, ahora también por Internet. Ni a los chicos les caben dudas de los escarceos amorosos de la especie humana. Todo está a la vista y para ser imitado. Mi airado interlocutor seguía perorando sobre la indecencia de la especie humana. Y yo tenía la sangre en el ojo por lo que le había adjudicado ideológicamente a los felinos. Mira muchacha, yo creo que la que se viene en reclamo a lo largo y a lo ancho del país desbastado y a la deriva no necesita de agitadores ni de zurdos para encrespar las olas y quemar cubiertas, recurso harto ingenuo para demostrar lo que se reclama, ya le tendrá que seguir temblando la pera a esos ministros que tienen que dar explicaciones que no convencen ni a su tía. Así que dejate de adjudicarles marxismo a los gatos. Y ahí nomás me bajé el último chato de jerez.
En lo profundo de la noche seguía la batahola de gatos y perros, los unos en amores y los otros por envidiosos.
La mirada gatuna seguía haciendo efecto. |