Hace
años, cuando era chica ( porque alguna vez fui una inocente) las crisis
nos atacaban de vez en cuando o amagaban con golpes de estado, ya estaba
el fenómeno social y económico sentado en la puerta de calle y pasaban
cosas terribles: la breve prosperidad se iba al diablo y nos cantaban la
época de ajustarse el cinturón o pasar el invierno, resignándonos a
vivir a los saltos para llegar a fin de mes.
Se perdía el empleo, había que vender el auto, cambiarse a casa más
chica, yugarla más horas de trabajo y abandonar la ilusión de las
vacaciones en otro lugar. Hubo quien perdió todo y quien se pegó un
tiro. Pero hubo avivados que se las ingeniaron para tener el dato de irse
a tiempo, igualito que Humberto Jesús con sus ochenta millones de verdes,
a darles consejos a los mafiosos que lo recibieron en la bella Italia
junto al Capo Berlusconi.
Pero estos años de mi vida desde el 50 en adelante, las crisis llegaron más
tupidas que en tiempos pasados. Quiere decir que a los que les va bien,
repiten la dosis. Siempre en río revuelto se benefician los pescadores.
En 1889, el Dr. Miguel Juárez Celman fue puesto a dedo en la presidencia
por el Gral. Roca, además de hacer millonarios a sus ocho hermanos y a
los demás de la banda. Luego de un breve período de tirar manteca al
techo, comenzaron a brotar los bancos como hongos, dando crédito a los
amigos, generándose la consiguiente crisis con corrida bancaria, los que
“estaban en la cosa” se llevaron sus propios caudales y ayudaron a
otros, se pisaron los depósitos y a los ahorristas los mandaron “a contárselo
a tu abuela”.
Quebraron los bancos, se vino abajo la Bolsa, llegó la revolución de
1890, pero nos vino a salvar el fundador del Jockey Club don Carlos
Pellegrini, que en forma clarividente logró que el pueblo pusiera “la
guita” ( o la sangre) para recuperar al Estado Argentino de la ignominia
que era perder el crédito ante el Imperio Británico, que siempre fue tan
generoso con nosotros.
Con semejante desastre se suponía que íbamos a quedar quemados, pero el
bueno de don Carlos, tuvo la idea salvadora: a las cosas feas y hediondas
no hay que exhibirlas en la Historia Oficial (esa que nos enseñaron a los
inocentes) de allí que se implantó “ a lo barrido, tirarlo bajo la
alfombra” como el resultado de la Conquista del desierto, la guerra
contra el Paraguay, el tratado Roca-Runciman, las matanzas de los peones
rurales en la Patagonia, los crímenes de La Forestal...
Ningún manual tuvo algo que decir de estos hechos vergonzosos, pero quedó
la espina. -¿Qué beneficio trajeron los seis golpes de Estado y los
fragotes y asonadas que menudearon en el siglo XX? – Siempre quedamos
peor que antes y siempre el pueblo puso los muertos. Por eso estamos como
estamos.
Pero ahora los pibes que recién largaron el chupete te dicen cosas para
reflexionar.
Hace unos días, en Buenos Aires, un párvulo de mi amistad se arrima a
contarme sus cuitas. Me muestra el chanchito de barro donde guardaba sus
monedillas, para educarse en el ahorro, señalándome: -“Mira Susa, me
degollaron el chanchito con mis ahorros. Mi viejo me dijo que era para
cambiárselo al quiosquero por billetes. Por cada 100 pesos en monedas, le
dan 120 en billetes”.
-¿Y a vos que te da ?- le respondí como una yarará al ataque.
-“ A mí me da cinco, pero me pidió prestado los 100- susurró el párvulo.
-¿Así que ahora sos prestamista?- Ya lo voy a conversar con tu padre.
El chico sorprendido, me respondió: - “Si lo ves, decile que se los
presté no que se los di ”- Como estábamos en una reunión de amigos me
fue fácil encontrarlo al pie de una cerveza.
- Mira Luis, ya que estamos, me vas a sacar de un apuro. Prestame 100
pesos por un rato, a ver si llego al fondo de mi problema, le dije y tendí
mi mano. Luis algo sofocado aflojó los 100 pesos, pero no pudo con su
genio inquisidor: - ¿Vieja, andás en apuros?
- No, el de los apuros debes ser vos que andás degollando chanchos de los
inocentes con el tema de la falta de monedas. Uds. los porteños son un
portento con la economía de mercado. A los desequilibrios del presupuesto
se lo hacen pagar a los más indefensos.
Salí como una tromba para el quiosco, le compré un chanchito de plástico
al pibe, lo llevé ante el padre y le di los 100 pesos que me prestó el
progenitor: - Ahora poné esos cien en la ranura. Así se arregló lo del
préstamo. El chico zamarreó su nuevo chanchito, pero no hacía ruido. ¡Que
lástima! No tenía el ruido de las rumorosas moneditas de su primer e
inocente ahorro. Para no descorazonarlo, no le dije nada del responso que
le di al padre, gran economista.
La cosa era dejar salvada la ilusión de los inocentes ahorros
infantiles... y la figura paterna.
Después lo vi, pasando el chancho por los asistentes a la reunión: la
mejor cosecha la hizo con los abuelos. El chanchito ya comenzaba a sonar. |